SHAKIRA || BZRP Music Sessions #53. 131 millones de reproducciones en Youtube, y subiendo. No ni ná. Jueves 12 de enero. A las seis y pico de la mañana, cinco horas después de su estreno, la cadena Ser ya habla de la nueva canción de la colombiana. La escucho y me gusta. En el trazo grueso, y recién levantada, pienso: olé tú. Por mí primero y por todos mis compañeros. Por ti, Shakira, y por todas las que hemos sido tú en algún momento de nuestras vidas. No ni ná. La vuelvo a oír y me gusta más. En el “sorry, baby” descubro a Daft Punk y su “Harder, better, faster, stronger”. Hago cuentas y calculo que cuando se estrenó esa canción yo me preguntaba si era un Rolex o un Casio. Me enfado con mi yo del pasado y abro Twitter. No se habla de otra cosa. 

A partir de ese momento asisto  a un debate público del que mi cabeza no puede zafarse. Es una canción, no un proyecto de ley, me repito a mí misma. Pero cada tuit me coloca delante de todas mis contradicciones. La canción no es muy sorora. No. Pero, ¿qué es la sororidad? ¿Debemos ser solidarias con una mujer solo por el hecho de serlo? No. Pero él es el responsable. Ella no. ¿O sí? Yo no soy de mermelada, pero si se beben mi vino en mi casa te canto por soleares. Aun así. ¿Por qué el escarnio público a la tercera persona? Bueno, son daños colaterales. ¿Necesarios? No. Pero que te lo hagan a ti. Ya. Los cuernos no llegan porque sí. La pareja ya está rota. ¿En serio? Por cierto, ¿qué son los cuernos? ¿Somos propiedad ajena? No, pero hay un pacto entre dos. ¿De qué? ¿De vida en común, de exclusividad sexual? Sí, sí, pero que te dejen por otra persona con la mitad de años que tú. ¿Y si compartir significa libertad? Team Piqué. Team Shakira, pero que pague a Hacienda. Esto último es mi única certeza. 

Aquel día, las etiquetas #Shakira #Casio #Ferrari #Rolex #Hacienda monopolizaron el debate durante muchas horas. 

Viernes 13. Mientras nos recuperábamos de la resaca de haberlo dado todo, nunca antes tantos y tantas opinando sobre la misma cosa, nunca antes tantos enseñando sus relojes en una campaña de promoción que ya la querría yo para esta revista, me topo en Twitter con un vídeo de Piqué. Me entero entonces de que el exfutbolista tiene un programa en Twitch que se acaba de emitir en directo. Lo busco. A Piqué le acompañan en el plató Ibai Llanos y otros señores que no he visto en mi vida. De fondo varias pantallas en las que aparece una señora, otros señores que no conozco y el Kun Agüero. No entiendo nada, pero intuyo por las sillas de los señores de la pantalla que son gamers. En ese momento pienso que CTXT debería comprarnos unas sillas de esas para el teletrabajo. Veo en Twitter que Piqué llevaba un Rolex antes de empezar el programa. Le dura poco. A los cinco minutos, y ante la guasa generalizada, anuncia un acuerdo con Casio. El ya lleva uno de sus relojes, el resto los reparte entre los presentes. “Este reloj es para toda la vida”, asegura mientras no disimula la risa. A Casillas, que aparece en una nueva pantalla, también le van a mandar un Casio. Todos ríen todo el tiempo. Poco después, Piqué dice que llegará en un Twingo a los partidos del domingo. No sé a qué partidos se refería. A mí no me miren, la cosa se llama Chup Chup Kings.

Acaba el programa y sigo sin entender de qué va, pero me imagino que con el Kun y con Llanos será dinamita. Entonces, sin embargo, empiezo a entender la realidad: hemos sido engañadas. O mejor, nos hemos dejado engañar. Porque hemos analizado el asunto beef Shakira desde nuestra visión de personas pobres y la cosa va de una mujer a la que se le calcula un patrimonio de unos 278 millones de euros y de un hombre que posee al menos 75 millones. Y desde la madrugada del jueves 12 no han dejado de hacer caja. Ambos. 

Hay en los ricos –en algunos, supongo, pero en muchos de ellos– una especie de síndrome de diógenes con el dinero –leo que se denomina crematomanía– que les lleva a vivir en un esfuerzo de acaparación constante. Es la única explicación que encuentro cuando se oponen a subidas necesarias y justas de impuestos, o evitan pagar lo que les corresponde, o maltratan a sus empleados con condiciones indignas. Es la única explicación que encuentro cuando leo noticias tan bochornosas y abochornantes como esta que publicó Infolibre:  “Amancio Ortega montó tres sociedades en Malta para pagar menos impuestos por su superyate de 95 millones”. Y entonces siempre me pregunto cómo personas que tienen tres o cuatro vidas resueltas para ellos y para los suyos hacen lo posible por acumular patrimonio, aunque para ello tengan que robarnos y estafar al cada vez más deteriorado Estado del bienestar. 

Shakira y Piqué están ganando dinero con su vida privada. Es un hecho. No me parece mal ni bien. Ellos lo han decidido así y sabrán por qué. Pero después de un par de días, el único equipo que me representa es el Cádiz. 

En cualquier caso, el debate del jueves me parece muy provechoso. Aunque solo sea porque muchos y algunas descubrieron la existencia de la palabra sororidad. Y también porque en nuestras cabezas la talentosa Chenoa se quitó por fin ese chándal que ha llevado tanto tiempo y ella, y nosotras, nos liberamos un poco más. También porque quizá, poco a poco, consigamos soltar ese lastre que nos hace relacionarnos con los otros como pertenencias. 

A los pobres, el conflicto, la pérdida, el duelo… nos duelen de otra forma, porque a todos nuestros quebrantos los atraviesa el dinero. Supongo que cuando eso no pasa, cuando no tienes que preocuparte de la hipoteca, ni del precio del gas, ni de los libros de tu hijo, ni de tantas otras cosas, se vive, y se piensa, de otra forma.

Canta Shakira que “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, pero solo tiene razón en lo primero. Los que siempre facturan son ellos, los ricos, que también lloran, pero mucho menos. No ni ná.