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IN MEMÓRIAM

De Edson, el hombre, a Pelé, el mito

Nos ha dejado un inventor de jugadas, un mago capaz de hacer cualquier cosa con el balón, que antes de convertirse en el futbolista con más Mundiales de la historia supo lo que era el hambre y el racismo

Ricardo Uribarri 3/01/2023

<p>Pelé. </p>

Pelé. 

Luis Grañena

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En una escena de la película Evasión o victoria (1981), cuando están discutiendo sobre la táctica en un partido y las funciones que debe realizar cada jugador, Pelé agarra una tiza y sobre una pizarra dice: “Yo cojo el balón en nuestra área y hago esto, esto (simulando regatear a todos los rivales), esto, esto y gol. Es fácil”. ¿Una anécdota exagerada? Seguramente, pero a nadie le resulta descabellada porque refleja lo que era el futbolista brasileño: un inventor de jugadas, un mago capaz de hacer cualquier cosa en el campo con la pelota. Su destreza y los éxitos que acumuló con la selección de su país a lo largo de la carrera le hicieron pasar a la historia como uno de los más grandes, un logro que, a la hora de rendirle homenaje tras su fallecimiento a los 82 años, tiene más mérito si recordamos algunas de las dificultades a las que tuvo que hacer frente en su vida.

Pelé es, posiblemente, el brasileño más conocido de la historia a nivel mundial. La FIFA le declaró el mejor futbolista del siglo XX y el Comité Olímpico Internacional le nombró el mejor deportista del mismo periodo. Unos reconocimientos que parecían impensables de alcanzar cuando era niño. Edson Arantes Do Nascimento nació el 23 de octubre de 1940 en la localidad de Tres Corazones, en el estado de Minas Gerais, pero al poco tiempo su familia se trasladó a Bauru, en el interior de Sao Paulo. Su padre, Joao Ramos, más conocido como Dondinho, era futbolista, pero se tuvo que retirar por una lesión de rodilla. La situación económica de la familia era muy precaria, como recordó Edson en sus memorias: “Andábamos siempre descalzos y usábamos ropa desechada por otros. La casa era pequeña, estaba superpoblada y tenía goteras. Recuerdo que en más de una ocasión la única comida que nuestra madre podía darnos era pan con un trozo de plátano. Llegué a pasar hambre”. Eso le obligó desde muy pequeño a tener que vender cacahuetes y limpiar zapatos en la calle para ganar algún dinero. Siempre conservó la caja que utilizó para esta tarea y actualmente se expone en el museo que le dedicó la ciudad de Santos.

A Pelé le pusieron Edson de nombre en honor a Thomas Alva Edison, el inventor que creó la primera bombilla de luz eléctrica, por coincidir su nacimiento con la llegada de la iluminación a Tres Corazones. En su casa siempre le llamaron Edson, aunque a la hora de apuntarle en el registro el funcionario le puso el nombre de Edison, lo que provocó que en varios documentos oficiales apareciera de esa forma, algo que no gustaba mucho al jugador. Habrá quién se pregunte por qué a ese niño se le terminó conociendo mundialmente como Pelé. De pequeño, además de jugar de delantero y marcar goles, siempre le gustó ejercer de guardameta. Resulta que en el modesto equipo del Vasco de Sao Lorenzo había un portero que se llamaba Bilé, y Edson, cada vez que hacía una parada, se decía a sí mismo ¡“Agarra, Bilé”! Pero como aún no pronunciaba del todo bien las palabras, sus compañeros entendían que decía Pelé en lugar de Bilé y con ese nombre le empezaron a llamar. A partir de entonces, convivieron dos personalidades en un cuerpo, como él mismo reconoció: “Con los años he aprendido a vivir con dos personas en mi corazón: una es Edson, que se divierte con sus familiares y amigos, y la otra es el futbolista Pelé”.

A pesar de vivir en un país donde el mestizaje de razas es una de sus características, a Pelé también le tocó vivir algún episodio de racismo. En sus memorias relató que, cuando iba a la escuela, había una chica que le gustaba mucho pero un día su padre la regañó y le dijo “¿Qué haces con ese ‘negrinho’”? Él se fue a su casa llorando y la chica jamás le volvió a hablar.

Durante unos años, Edson tuvo la ilusión de ser piloto de aviones. Muchos días iba al aeroclub más cercano para ver las maniobras que hacían al despegar y aterrizar las aeronaves. Sin embargo, un avión se estrelló cerca de su domicilio y el piloto falleció. La visión del cuerpo después del accidente se le quedó grabada en la mente y le quitó todas las ganas. Nunca más volvió al aeroclub.

En 1950, Brasil jugó en su templo de Maracaná la final del Mundial ante Uruguay. La selección charrúa rompió todos los pronósticos y se impuso a la anfitriona, provocando el llamado “Maracanazo”. Aquel día, Edson vio llorar a su padre, algo que le impresionó porque creció con la idea de que los hombres no podían demostrar sus emociones de esa manera. Para intentar quitarle la pena y que se sintiera mejor, le hizo una promesa: “Un día ganaré la Copa del Mundo para ti”.

En aquellos años hubo equipos europeos, Real Madrid y Juventus, entre otros, que intentaron llevarlo al viejo continente, pero él siempre se mostró reacio a dar el salto

Las habilidades de Edson con el balón hicieron que, tras militar en varios equipos aficionados, empezara a jugar en el Bauru Atlético, equipo de la localidad donde vivía. Allí le entrenó el exjugador de la selección brasileña Waldemar de Brito, que vio tantas condiciones en él que recomendó al Santos que lo fichara “porque iba a ser el mejor jugador del mundo”. A pesar del disgusto de su madre, que le dijo “no juegues al fútbol. Tu padre jugaba, se lesionó y ahora no puede mantener a la familia”, se marchó de su casa con apenas 15 años para integrarse en la cantera del club. Le ofrecieron alojarse en la residencia del equipo, pero él prefirió quedarse en la pensión que tenía una conocida de la familia. Años después, cuando ya era una figura del equipo y había ganado su primer Mundial, siguió alojándose durante algún tiempo en aquella pensión y trasladándose a los entrenamientos en metro. 

La relación Pelé-Santos duró 19 años, hasta 1974. Un mes después de su llegada, debutó con el primer equipo en un amistoso anotando un gol. En 1956 se asentó con los mayores y ya nadie le quitó el puesto. Con el equipo albinegro conquistó 20 títulos: diez estaduales, seis nacionales, dos Copas Libertadores (en 1962 y 1963) y dos Intercontinentales. Pelé marcó tres goles en las dos finales de la Libertadores y nada menos que ocho en las dos de la Intercontinental, con exhibiciones como la que protagonizó en el estadio del Benfica, cuando anotó cuatro tantos. En aquellos años hubo equipos europeos, Real Madrid y Juventus, entre otros, que intentaron llevarlo al viejo continente, pero él siempre se mostró reacio a dar el salto.

Pero lo que le hizo entrar en la leyenda del fútbol fueron los tres títulos mundiales que logró con Brasil, en 1958, 1962 y 1970, siendo el único jugador de la historia en conseguirlo. Al primero, en Suecia, llegó con apenas 17 años, con solo dos presencias previas en el equipo nacional y con una lesión que le impidió jugar los dos primeros partidos. Muchos no entendieron su convocatoria, pero el seleccionador Vicente Feola no tuvo dudas y Pelé le devolvió la confianza en el campo en cuanto pudo jugar. Anotó seis goles en cuatro partidos, dos de ellos en la final ante los suecos. El chico que llegó a la concentración siendo un desconocido hasta para muchos de sus compañeros, acabó siendo alzado en hombros en el césped entre las lágrimas de un adolescente que se acordaba de la promesa que hizo a su padre. Días después, la revista francesa Paris-Match le puso otro apodo que también le iba a acompañar el resto de su vida: O’Rei.

En 1962, en Chile, apenas pudo jugar un partido y medio porque una lesión en el segundo encuentro ante Checoslovaquia le dejó en el banquillo. Pese a ello, Brasil y Pelé lograron su segundo Mundial con una actuación estelar de Garrincha y Amarildo. En 1966 llegó una de las mayores decepciones en la carrera de Edson. Brasil acudió a Inglaterra como gran favorita tras ganar los dos últimos títulos y una dupla que invitaba a soñar, Pelé y Garrincha. Sin embargo, tras ganar el primer partido, Pelé no pudo participar en el segundo encuentro, en el que cayeron ante Hungría, al estar lesionado, y en el tercero fue objeto de entradas muy duras por parte de los jugadores portugueses, hasta el punto de que Eusebio, la gran estrella lusa, regañó a alguno de sus compañeros por la violencia que emplearon. Brasil fue eliminada en la fase de grupos y Pelé se prometió a sí mismo que no volvería a jugar otro Mundial.

Fue tal su impacto, que hasta que apareció, el dorsal más deseado era el 9. A partir de él, el 10 quedó para siempre como el de los mejores jugadores

Sin embargo, llegó 1970 y Brasil formó un equipo de ensueño que, de la mano de un seleccionador como el exjugador Mario Zagallo, realizó en México un campeonato histórico para lograr su tercera corona. Con jugadores como Gerson, Jairzinho, Tostao, Rivellino, Carlos Alberto y el propio Pelé, la canarinha ganó los seis partidos disputados marcando 19 goles, cuatro de ellos de Edson. Curiosamente, de aquel torneo casi se recuerdan más algunas de sus acciones que no acabaron en gol: el disparo desde el centro del campo que no entró por milímetros; su regate sin tocar el balón al portero uruguayo Mazurkiewicz, que finalizó con un remate que también se marchó fuera por muy poco; un remate de cabeza prodigioso desde el área grande que logró sacar el guardameta inglés Gordon Banks con una fantástica parada; y su pase sin mirar a Carlos Alberto para anotar el gol postrero en la final ante Italia.

Conviene recordar que en aquellos años no había tarjetas amarillas y rojas en el fútbol, por lo que el juego duro era tónica habitual, especialmente con aquellos jugadores que eran tan habilidosos y desequilibrantes como Pelé, que tuvo que sufrir muchos marcajes al hombre y entradas violentas. Pese a ello, nos dejó su impronta de jugador exquisito con el balón, regateador, rápido, capaz de manejar el balón con la izquierda casi con la misma destreza que con la derecha, inteligente, con una magnífica visión de la jugada y con un gran salto para rematar de cabeza como demostró varias veces, entre ellas, en el gol que anotó en la final del 70. Muchos analistas han señalado estos días que la mayoría de los regates o acciones que han sido habituales posteriormente en el fútbol ya los había hecho Pelé en su tiempo. Fue tal su impacto, que hasta que apareció, el número más deseado en el fútbol era el 9. A partir de él, el 10 quedó para siempre como el dorsal de los mejores jugadores.

Pelé fue nombrado embajador de las Naciones Unidas, embajador de Unicef, rodó 10 películas, grabó discos y hasta fue ministro de Deportes de Brasil en 1994

Solo un jugador de su trascendencia pudo conseguir cosas tan extrañas como que un país en guerra, Nigeria en 1969, estableciera un alto el fuego en la contienda durante 72 horas para que el Santos de Pelé pudiera jugar un partido contra los mejores jugadores nigerianos. O que, durante un amistoso en Bogotá, el árbitro Guillermo Velásquez le expulsara por protestar de forma airada las duras entradas que estaba recibiendo y, ante el escándalo que se formó entre las 60.000 personas que habían pagado una entrada para ver a Pelé, la Federación Colombiana decidiera en el descanso que regresara el jugador y se cambiara el colegiado. Tampoco se olvida el cartel expuesto en una calle durante México 70 de una compañía teatral que decía: “Hoy no trabajamos porque vamos a ver a Pelé”…

Pelé se despidió del Santos el 2 de octubre de 1974. Su idea era dejar el fútbol, pero una serie de inversiones en empresas mal gestionadas se comieron el dinero que había ganado y le generaron una importante deuda. Eso provocó que, después de rechazar muchas veces la idea de jugar fuera de Brasil, se viera obligado a aceptar la oferta del Cosmos de Nueva York, que llevaba varios años detrás de él. Le ofrecieron 2,8 millones por temporada, el sueldo más alto en aquel momento para un deportista. En el club de La Gran Manzana estuvo tres temporadas y ganó una Liga. El 1 de octubre de 1977, Pelé se retiró en un partido entre el Cosmos y el Santos, sus dos únicos equipos, jugando 45 minutos con cada uno. Aunque hay controversia sobre el total de goles que logró en su carrera, la FIFA le reconoce 757 goles en 831 partidos oficiales, una cifra que se eleva hasta los 1.284 goles en 1.363 partidos, si sumamos los amistosos que disputó. Su comentada afición por la portería le llevó incluso a disputar algunos minutos de cuatro partidos oficiales como guardameta y muchos más en amistosos.

Tras poner punto final a su carrera, Pelé fue nombrado embajador de las Naciones Unidas, embajador de buena voluntad de Unicef, rodó 10 películas, grabó discos y hasta fue ministro de Deportes de Brasil en 1994. Llevaba desde 2012 con problemas de salud hasta que finalmente falleció el pasado 29 de diciembre a causa de un cáncer de colon. Edson Arantes dos Nascimiento (“una persona normal, que tiene un montón de defectos”, como él se definía) nos dejaba, pero Pelé (“es perfecto, es inmortal”, como le gustaba decir), su legado, el mito, estará siempre presente.

En una escena de la película Evasión o victoria (1981), cuando están discutiendo sobre la táctica en un partido y las funciones que debe realizar cada jugador, Pelé agarra una tiza y sobre una pizarra dice: “Yo cojo el balón en nuestra área y hago esto, esto (simulando regatear a todos los rivales),...

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Autor >

Ricardo Uribarri

Periodista. Empezó a cubrir la información del Atleti hace más de 20 años y ha pasado por medios como Claro, Radio 16, Época, Vía Digital, Marca y Bez. Actualmente colabora con XL Semanal y se quita el mono de micrófono en Onda Madrid.

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