revueltas
Irán: mujeres y vieja cultura persa contra la teocracia
La calle ha puesto de manifiesto que décadas de imposición del islamismo político chií no bastan para suprimir dos milenios de tradición e identidad
Paco Audije 23/12/2022

Concentración el pasado septiembre en Melbourne protestando en solidaridad con las mujeres iraníes.
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Según Amnistía Internacional, al menos 26 iraníes están en peligro inmediato de sufrir la pena de muerte y medio millar están encarcelados por su participación en la ola de protestas que vive aquel país desde hace más de tres meses. Todas esas personas detenidas y procesadas pueden sufrir penas de hasta diez años de cárcel.
Entre quienes se arriesgan a ser ejecutados en breve, quince están a la espera de juicio; los demás ya están condenados. Se ha sabido de –al menos– dos ahorcamientos en cumplimiento de las condenas a la pena capital.
En un trimestre de protestas, las mujeres y una población urbana y joven se manifiestan frontalmente contra un poder burocrático-militar encabezado por clérigos que sólo admiten como posible su régimen basado en la variante chií (o chiíta) del islam.
Se trata de una teocracia corrupta, apenas decorada con instituciones electorales de apariencia pluralista. Por ejemplo, el máximo dirigente es Alí Jamenei, el líder supremo (que es siempre un ayatollah). Bajo el anterior, se sitúa el presidente elegido, quien a su vez sólo pudo ser previamente candidato tras ser admitido como tal por el Consejo de Guardianes de la Revolución, donde predominan los juristas religiosos.
Ese ente guardián suele descartar la mayoría de las candidaturas previas a un proceso electoral presidencial en el que las mujeres pueden votar (y ser parlamentarias), pero no optar a ser candidatas a esa presidencia de poderes limitados.
Corrupción y revolución jomeinista
En 1979, la actual estirpe de dirigentes ocupó el poder mediante la manipulación de una revolución popular –con fuerte implicación de las clases más bajas– en la que se produjo una síntesis de la maquinaria religiosa y de ciertas ideas sociales. Todo eso quedó atrás: el poder económico tradicional y nuevas instituciones militares (Guardia de la Revolución Islámica) terminaron acomodándose sobre los restos del pasado.
Incluso utilizaron la memoria de la época de la nacionalización del petróleo que llevó a cabo el primer ministro Mohammed Mossadeq, a mediados del siglo XX. Una revolución, la de Mossadeq, que se enfrentó a los intereses de Londres y Washington, que entonces sometían Irán y explotaban su petróleo y sus recursos económicos. Al llegar al poder, el islamismo jomeinista utilizó, hasta cierto punto, la figura de Mossadeq. Sin exagerar, desde luego, porque esa figura no tenía que ver con la jerarquía de los ayatolás y estaba más próxima a los líderes anticolonialistas laicos del llamado Tercer Mundo, como Nasser o Nehru.
En cualquier caso, en 1979 la dinámica islamista impuso su hegemonía política mediante un trabajo de décadas y con la ayuda ambigua, suicida, confusa –según podemos comprobar hoy–, de grupos de la izquierda iraní radical de la época.
Civilización, prensa rosa y represión
Todos ellos sufrían la represión y luchaban contra el régimen prooccidental y brutal del Sha o emperador (Shahanshah) Reza Pahlevi, quien triunfara durante años en las portadas europeas de la prensa rosa, junto a su tercera esposa, Farah Diba (la Shahbanou). El 11 de enero de 2023, hará 44 años del final de todo aquel mundo de papel satinado, que escondía enormes desigualdades y una represión atroz: Pahlevi tuvo que exiliarse mientras el clérigo Ruhollah Khomeini (Jomeini) prometía la justicia social a la muchedumbre reunida en la plaza Azadi (Libertad) de Teherán.
Los seguidores del ayatollah Jomeini, que había regresado de su exilio en París, se impusieron, después de ganar una enorme influencia social con la que lograron derribar la dictadura anterior, un régimen imperial que tenía fuertes vínculos con Washington.
De manera original, el analista Karim Sadjadpour, (estadounidense, iraní por su origen) lo explica en un reciente artículo en The New York Times, donde recuerda un elemento histórico que se olvida con frecuencia: la civilización persa es muy anterior a la islamización de lo que hoy es Irán (antes Persia). Según este punto de vista, parte de la resistencia actual al régimen religioso se basa en rasgos profundos y aspectos culturales que tienen más que ver con la vieja Persia de lo que se cree. No resulta difícil asumir que puede ser así. Un ejemplo de esto: la celebración masiva del Noruz (o Nouruz o Norouz, según otros), que marca el principio del año según el calendario y las tradiciones zoroástricas, en principio ya ajenas a los iraníes actuales.
Islamizados, pero nunca arabizados
La conquista árabe y la islamización del territorio que hoy es la República Islámica de Irán tienen trece siglos... La cultura persa (nunca desaparecida) se desarrolla desde hace unos 2.500 años. En su amplio espacio geográfico, el idioma mayoritario es el farsi (persa), una lengua de raíces indoeuropeas. En Irán, el árabe es ultraminoritario y se utiliza como el latín antes en los países católicos: en fórmulas y ceremonias rituales. Hay una minoría árabe en la provincia suroccidental de Juzestán (Arabistán, según la denominación vigente en los países vecinos). Pero aquel país tiene una gran diversidad étnica y cultural: azeríes y turcomanos, beluchis, luros y kurdos. Los árabes apenas representan el uno por ciento (1%) de las personas con nacionalidad iraní. Irán no es árabe, excepto en esa zona fronteriza situada entre Irak y el Golfo Pérsico (o Arábigo, según los mismos países vecinos y enemigos).
Además de esos aspectos subyacentes de la sociedad iraní, los dilemas de los dirigentes resultan hoy muy directos y tienen que ver con la distancia hacia ellos de las nuevas generaciones. Según el citado Sadjadpour (Sayadpur), “el líder supremo ayatollah Alí Khamenei (Jamenei), único dirigente máximo que han conocido muchos participantes en las protestas, se enfrenta al clásico dilema de cualquier dictador: si no logra presentar una perspectiva de cambio, las protestas continuarán; pero si lo hace, tendrá que hacer frente al riesgo de parecer débil y alentará las protestas”.
Como sabemos, esta ola de protestas surgió a mediados de septiembre, tras conocerse las circunstancias de la muerte de Mahsa Amini, arrestada por la llamada policía de la moral. Esa joven kurda de 22 años falleció cuando estaba detenida por no llevar el velo islámico “de manera adecuada”.
Más de 20.000 personas han sido detenidas, unas 500 han sido asesinadas o han muerto en la calle, en las cárceles o en las comisarías
Por ahora, el movimiento protestatario sigue siendo amplio y choca con una represión renovada y creciente. Más de 20.000 personas han sido detenidas, unas 500 han sido asesinadas o han muerto en la calle, en las cárceles o en las comisarías. Otros han desaparecido, sobre todo mujeres, y la autoridad teocrática ha ordenado reanudar las ejecuciones públicas mediante ahorcamiento. Las dos últimas víctimas ejecutadas en público tenían, ambos, 23 años. Se llamaban Mohsen Shekari y Majid Reza Rahnavard. Sin embargo, la amplitud de la contestación es ya de tal magnitud que la máquina de la represión parece incapaz de contenerla.
Las mujeres, en las principales ciudades, se quitan el velo y se cortan el pelo en las calles, bailan y se maquillan para contrariar la normativa beata. En no pocos centros de enseñanza abuchean y expulsan a los funcionarios que vienen a amenazar o a sermonear a los estudiantes. Muchos jóvenes dan un tortazo para tirar el turbante de cualquier religioso que transita por la calle para difundir después esa pequeña humillación de los siervos del poder. Grupos de manifestantes prendieron fuego a la casa de Jomeini. Hay cierres y huelgas intermitentes en diversos sectores.
La revuelta es joven y multipolar, pero no tiene dirigentes claros. Los represores cuentan con ello para acabar dispersando y agotando las manifestaciones callejeras.
No obstante, hay que recordar que la teocracia iraní ha logrado sobrevivir antes frente a crisis similares, incluso a una muy seria que sirvió de precedente a las revoluciones árabes. ¿Sucederá lo mismo ahora? Es imposible saberlo. La revuelta es joven y multipolar, pero no tiene dirigentes claros. Los represores cuentan con ello para acabar dispersando y agotando las manifestaciones callejeras.
En los momentos más difíciles para ellos, sueltan lastre. Como el anuncio contradictorio sobre la supresión de la policía de las buenas costumbres. No es probable que eso baste para contener el movimiento liderado por las mujeres a favor de la igualdad y de los derechos individuales. Sadjadpour dice que, en la calle, eso se ha percibido como “debilidad” del poder y no como “magnanimidad” de su parte. Además, cita a un miembro del Parlamento que ha pronosticado que “los velos islámicos volverán a cubrir la cabeza de las mujeres dentro de pocas semanas”. Entre las represalias posibles, el bloqueo de sus cuentas y medios de pago. Junto a la represión medieval, la represión del siglo XXI.
Dudas de un régimen en entredicho
Entre las posibles debilidades del régimen están la salud y la edad del líder supremo (84 años). También la potencial división entre sus fuerzas armadas clásicas –por ahora distantes de la calle– y los cuerpos armados islámicos (Guardianes de la Revolución Islámica, los Basiji, etcétera). Hay quien no descarta tampoco la idea de un pronunciamiento militar que siga el modelo egipcio para regresar después al punto de partida. Es decir, con otra cabeza visible revestida de cambios simbólicos o insignificantes.
Según Sadjadpour, circula asimismo la idea de entregar el liderazgo del régimen religioso a su hijo, Mojtaba Hosseini Khamenei, “tan impopular como el padre”, afirma. El hijo es otro clérigo que dirigió la represión de 2009 contra quienes denunciaron en la calle la supuesta limpieza de los resultados electorales.
El miedo no lo contiene todo
Esta vez parece que –al menos– el miedo a la represión no parece suficiente, aunque ésta se manifieste con la misma o mayor brutalidad que la que hubo en la época de Reza Pahlevi. Gente común, así como parte de las clases medias, artistas, intelectuales de diversos sectores del mundo de la cultura, deportistas y el exilio organizado en muchos países, empujan en contra de la continuidad.
Quien va a una manifestación en Teherán ya sabe que puede terminar detenido, torturado, desaparecido o asesinado. Pero las mujeres siguen gritando su lema inicial: “Mujer, vida, libertad”. “Queremos una vida normal, no el paraíso a la fuerza que prometen los religiosos”, repiten. “No queremos salir de Irán, queremos que nos lo devuelvan”, gritan los manifestantes.
Karim Sadjadpour es escéptico sobre los análisis de inteligencia israelíes y norteamericanos que afirman que el régimen se impondrá sin remedio. Recuerda que afirmaron lo mismo pocos meses antes de que Reza Pahlevi tuviera que huir en un avión.
En Irán, lo que ya ha puesto de manifiesto la calle es que décadas de imposición del islamismo político chií no han bastado para suprimir 'dos milenios de cultura política persa'
En Irán, lo que ya ha puesto de manifiesto la calle es que décadas de imposición del islamismo político chií no han bastado para suprimir “dos milenios de cultura política persa”, afirma el historiador Abbas Amanat. En su propia variante, el islam forma parte del país; pero no sirve para explicar sin más su evolución completa.
En los viejos grabados, en la vida social, en la música, en la literatura, en muchas formas de la intimidad familiar, del idioma y los hábitos de los iraníes, sigue percibiéndose que no es un país que se pueda asimilar a algo parecido al tipo de reaccionarismo religioso saudí. Por supuesto, ni siquiera sus religiosos se reconocen en el wahabismo de Riad.
Y cuando uno viaja a la India, por ejemplo, encuentra todo tipo de formas de representación islámica con aspectos de apertura cultural que se fusionaron en el pasado con la vieja cultura persa. Eso nunca existió en la península Arábiga.
“El idioma persa, los mitos y los ritmos de la memoria histórica perduraron en el tiempo. Los iraníes están convencidos de que sus invasores terminaron apreciando (fundiéndose) con la alta cultura de la poesía, la comida, la pintura, el vino, la música, la etiqueta y las festividades persas”, afirma Hamanat. En Persia no se produjo la arabización que sí aconteció –de manera más o menos incompleta– en los países del norte de África.
Más que el islam en sí mismo, que no está en cuestión, sí hay ya una buena parte de la población –y las mujeres son el mejor ejemplo– que rechaza en bloque el rigorismo religioso. Lo consideran ajeno a su identidad profunda.
Entre las manifestantes y sus compañeros de revuelta hay coraje y valor; también un cierto sentido de identidad cultural patriótica. La vieja civilización persa es asimismo una corriente de fondo y una amenaza de peso contra el sistema y la corrupción del aparato teocrático. Contra los dirigentes islámicos de Irán.
Según Amnistía Internacional, al menos 26 iraníes están en peligro inmediato de sufrir la pena de muerte y medio millar están encarcelados por su participación en la ola de protestas que vive aquel país desde hace más de tres meses. Todas esas personas detenidas y procesadas pueden sufrir penas de...
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