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crecimiento perpetuo

La fusión nuclear, Ícaro y el pensamiento tecno-mágico

El entusiasmo desmedido con el que se ha recibido el reciente experimento en los medios muestra la obcecación con la búsqueda de una fuente de energía ilimitada

Juan Bordera / Antonio Turiel 20/12/2022

<p>Recreación del Tokamak ITER.</p>

Recreación del Tokamak ITER.

Oak Ridge National Laboratory

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Seguro que algo habrán escuchado o leído de la flamante promesa tecnológica que viene a salvarlo todo: la fusión nuclear. Hito histórico. Energía ilimitada al alcance en pocos años. Energía creada de la nada (¡chúpate esa, termodinámica!). Estas son solo algunas de las lindezas con las que se adereza en la mayoría de los medios el gran avance.

Pero, realmente, ¿se ha producido un avance tan espectacular? Respuesta corta: no. Ha sido una progresión en los experimentos que desde hace tiempo se llevan a cabo en la National Ignition Facility (NIF) de Estados Unidos. Por primera vez, se ha conseguido que la energía producida por la fusión nuclear de un pellet de deuterio y tritio del tamaño de una cabeza de alfiler sea mayor que la energía que llevaban los rayos láser emitidos. 

Dispararon 192 dispositivos láser al unísono para comprimir el material y fusionar los núcleos de los dos isótopos de hidrógeno. En concreto, en la pequeña explosión nuclear se produjo una energía de 3 megajulios (MJ), mientras que los rayos láser llevaban una energía de 2,1 MJ. Una ganancia de casi el 50%. Un avance que muestra que la fusión por confinamiento inercial (así se llama este método) puede funcionar, ya que si la fusión genera ganancia neta se podría producir una reacción en cadena en una muestra de mayor tamaño y conseguir mayores cantidades de energía. Los datos que nos ha aportado este experimento permitirán mejorar nuestro conocimiento sobre este tipo de procesos, y en ese sentido es un hito importante para la ciencia. Hasta aquí las buenas noticias. Vamos ahora con las malas.

Para cargar los dispositivos láser se gastaron 300 MJ, es decir, 100 veces más de lo que se produjo en la minúscula reacción de fusión

La primera objeción que se podría poner es que la cantidad de energía generada, 3 MJ, da para hervir el agua de una olla de 9 litros, y para eso se ha tenido que hacer una instalación del tamaño de un estadio de fútbol. Además, los láseres se calientan tanto que solo pueden disparar un tiro al día, con lo que parece difícil realizar este proceso de manera sostenida.

Y lo más importante: no se ha producido realmente una ganancia neta de energía. Para cargar los dispositivos láser se gastaron 300 MJ, es decir, 100 veces más de lo que se produjo en la minúscula reacción de fusión. Un dispositivo láser es un aparato muy ineficiente, y es completamente normal que se pierda tanta energía en él: se sacrifica rendimiento por precisión, algo fundamental en este tipo de experimentos. Así que no se ha ganado energía: se ha perdido. Ahora vuelvan a recordar los titulares. 

El diseño del experimento tampoco permite que sea sencillo construir un reactor. Haría falta algún material que absorbiera la energía producida para poder aprovecharla, pero no se puede colocar nada entre el láser y su objetivo. Además, para producir energía de manera continua sería necesario encender pellets como este a un ritmo también continuo. En este caso, la reacción duró 0,0004 segundos. A ese ritmo, sería necesario utilizar 2.500 pellets por segundo, es decir, 150.000 por minuto. Una auténtica pesadilla de fabricación y de logística.

El de los recursos energéticos es solo uno de los límites biofísicos que nos impone la vida en esta roca suspendida en medio del frío espacio

Se podría preguntar por qué este diseño es así, si no ayuda a la construcción de un reactor de fusión (al contrario que el ITER, que tendrá sus problemas técnicos no resueltos pero al menos es un diseño de un verdadero reactor). La respuesta es que el NIF estadounidense es un laboratorio cuyo objetivo es la experimentación para la mejora del diseño de bombas atómicas. La instalación no pretende crear algo parecido a un reactor, sino emular una bomba atómica de hidrógeno a pequeña escala para obtener información destinada a mejorar el diseño del actual arsenal nuclear de EE.UU. Y la única razón por la que se ha hecho el “descubrimiento” en este momento es que se había anunciado un posible recorte presupuestario. El Gobierno lo tendrá mucho más difícil ahora para recortar la asignación del NIF. Una jugada política interna estadounidense. 

Sabiendo todo esto, lo que no se entiende es el entusiasmo desmedido con el que se ha recibido esta noticia en España –en contraste con el resto de Europa, donde se le ha dado una cobertura mucho más marginal y con mejores explicaciones técnicas de lo que se ha logrado y en qué contexto–. Aparte del ridículo que han hecho no pocos medios, este caso ilustra algo muy significativo: la obcecación en el discurso público –y, por tanto, y más peligroso, en los imaginarios asumibles– en que la única salida admisible a todos los problemas que tenemos es la búsqueda de una nueva fuente de energía ilimitada / milagro tecno-mágico que nos permita no solo hacer lo mismo que hacemos ahora, sino mucho más aún de lo mismo. Y esa es la cuestión verdaderamente interesante aquí.

Preguntémonos concienzudamente, ¿qué ocurriría con otra serie de problemas como los límites de los recursos, la degradación de los suelos, la crisis de biodiversidad, si llegásemos a producir el santo grial de la energía ilimitada? La respuesta es obvia: se agravarían. El de los recursos energéticos es solo uno de los límites biofísicos que nos impone la vida en esta roca suspendida en medio del frío espacio.

La lógica del crecimiento nos llevaría a abrasarnos con la antorcha de la energía infinita, si un dios malévolo nos ofreciera ese don maldito

Hace unos años, Tom Murphy, un astrofísico de la Universidad de California se preguntó qué pasaría si de repente nos encontráramos una fuente mágica de energía infinita. Asumiendo que mantuviéramos los ritmos históricos de crecimiento del consumo de energía, y teniendo en cuenta que la energía, después del uso, no desaparece sino que se convierte en calor (Primera Ley de esa obstinada Termodinámica), a medida que el consumo de energía por los humanos fuese creciendo, el calor disipado por nuestras máquinas dejaría de ser despreciable como lo es ahora, ¡y en solo 400 años haríamos hervir el agua de los océanos! La lógica del crecimiento nos llevaría a abrasarnos con la antorcha de la energía infinita, si un dios malévolo nos ofreciera ese don maldito. 

Solo se pueden evitar estas y otras tantas contradicciones si se reconoce que el crecimiento perpetuo es imposible, dañino, y la principal obsesión autodestructiva de nuestra civilización. La tecnología debería ser nuestra aliada, pero no puede serlo si se necesita crecer por imperativo, ya que entonces se crean las condiciones para que siempre necesites correr un poco más rápido para permanecer en el mismo lugar: el efecto Reina Roja. Y ese efecto, indefectiblemente, agota. Los recursos esenciales finitos y el tiempo para reaccionar, en nuestro caso.

Cuando aún no faltaba energía, lo que ocupaba las discusiones sobre la Física de Altas Energías era el descubrimiento del Bosón de Higgs. La partícula elemental que explica las propiedades de la masa en nuestro universo observable. La partícula de Dios, la llamaron. Seguro que recordáis ese gran avance reciente. Más allá de las consecuencias del avance, de nuevo son mucho más interesantes sus implicaciones culturales. Ese nombre tiene mucho subtexto. Concretamente, de la crucial relación que nuestra sociedad ha establecido entre tecnología, magia, y religión. 

Las grandes religiones tenían esa función de cohesión, de generar expectativas para un futuro mejor, incluso en la otra vida. Una buena parte del espacio que ha perdido la religión en ese aspecto, lo ha ganado el pensamiento tecno-mágico. La verdadera religión de nuestra era. La que hace que los hombres más ricos del planeta sean magnates del sector tecnológico, y sus fantasías autodestructivas, la pesadilla de muchos.

La única solución es desembarazarnos cuanto antes de esta especie de fe ciega en la tecnología

Paradójicamente, en esta desquiciada carrera por intentar superar los límites biofísicos del planeta, la cantidad de milagros tecnológicos de los que dependería “sostener el crecimiento” es lo único que no para de crecer: reciclaje de materiales hasta límites que desafían a la termodinámica; enormes porcentajes de captura y secuestro de carbono como se asumen en todos los modelos climáticos, aunque a día de hoy sea un fiasco energético y un pufo económico; hidrógeno de todos los colores –pero sobre todo que parezca verde– y sin asumir sus limitaciones; energía 100% renovable, como si fuera posible hacerlo con el nivel de consumo actual, cuando las fuentes de captación de energía renovable no producen aún ni el 15%, y todo ello soportado por el mantra que más vamos a oír: emisiones netas cero. Convirtiendo cada vez más al crecimiento perpetuo y al pensamiento tecno-mágico en una peligrosísima cuestión de fe. Como la que tenía Dédalo en aquellas alas que asesinaron a Ícaro, su hijo, por querer acercarse demasiado al sol.  

La única solución es desembarazarnos cuanto antes de esta especie de fe ciega en la tecnología que domina nuestras sociedades. Y rápido. Cuanto más alto crezca la fe en el poder de arreglar los problemas con los mismos marcos culturales con los que los hemos generado, más crecerá también la sisífica distancia hasta el suelo. Tenemos que comprender que muchas de estas noticias que habitualmente podemos leer en los medios tienen más de esperanza que de experiencia, más de fe que de razón, más de desesperación que de aplomo.

Esta situación recuerda al furor por la energía nuclear (de fisión) de los años 50 del siglo pasado, cuando todo iba a ser propulsado por pequeños reactores, cuando se decía que la electricidad se volvería demasiado barata como para cobrarla. La fisión nuclear es esa energía que nos ha acabado llevando –tras Hiroshima, Nagasaki, Chernóbil o Fukushima– a este invierno, en el cual Francia, la mayor potencia en cuanto a reactores nucleares, ha avisado de cortes de luz rotatorios a su población principalmente porque tiene una buena parte de sus centrales paradas. ¿Qué sorpresas nos deparará el abrir –si es que alguna vez lo logramos– esta nueva tecnocaja de Pandora?

Seguro que algo habrán escuchado o leído de la flamante promesa tecnológica que viene a salvarlo todo: la fusión nuclear. Hito histórico. Energía ilimitada al alcance en pocos años. Energía creada de la nada (¡chúpate esa, termodinámica!). Estas son solo algunas de las lindezas con las que se adereza en la...

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Autor >

Juan Bordera

Es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició. Es coautor del libro El otoño de la civilización (Escritos Contextatarios, 2022). Desde 2023 es diputado por Compromís a las Cortes Valencianas.

Autor >

/ Antonio Turiel

Investigador Científico en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC.

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1 comentario(s)

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  1. gfgoya

    Muy buen artículo. En especial en lo que se refiere a la exagerada y rimbombante cobertura de los medios españoles, con titulares literalmente falsos. Solo hago notar que en la última parte se confunden los motivos por los cuales la energia nuclear (fisión) no se ha erigido como base del parque energético global: no se debe a un 'fracaso' de la tecnologia, sino a las políticas de utilización de energías fósiles por razones del mercado global, lobbies, etc. Entiendo que el autor no 'comulga' con la energia nuclear como fuente de energía mínimamente contaminante, y libre de emisiones de CO2, pero la utilización del lugar común de incluir los dos accidentes nucleares y, peor aun, en la misma frase que su utilización militar (Hiroshima y Nagasaky) es algo que poco favor le hace a la veracidad de esta nota. Ya en otro orden, la búsqueda de energia barata (que no ilimitada) y sobre todo no contaminante, merece continuarse pues tendría tambien impacto sobre todos las tecnologías de reciclado, descontaminación y regeneracion de biosistemas cuyo principal obstáculo a dia de hoy es, precisamente, su alto coste energético. Pero claro, eso solo será posible en un marco cultural y socioeconómico diferente del actual.

    Hace 1 año 2 meses

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