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Ves por la calle personas pidiendo. Y te preguntas por tu indiferencia hacia ese hecho cotidiano. La primera respuesta que te das es que, claro, es un hecho cotidiano. Y un grifo no es trascendente cuando se posee un grifo y se abre a voluntad, y a voluntad ves su explosión de agua, espectacular, si bien con la sencillez humilde con la que siempre sucede y transcurre el agua. Luego ahondas. Si ver personas pidiendo es cotidiano, es que pedir es como el agua, una acción de fluir modesta, dócil, constante. Y, en efecto, te recuerdas a ti mismo pidiendo. Y te sorprendes sonriendo, sin vergüenza alguna, reconociendo, en el acto de haber pedido tu humanidad, esa suerte de agua que todos compartimos, cuando no disponías de más propiedad que el agua. Pero no puedes parar de profundizar, como el agua cuando cae por una escalera. Y descubres que, como la humedad, que existe constantemente en la piel, todo el mundo pide constantemente, por lo que también da, constantemente. Dar y pedir es nuestra esencia. Lo ves en la misma calle donde ves personas pidiendo con la mano extendida. Las personas se piden. Todo el rato. Siempre. Se piden la hora, una calle, un parecer. Algunos se piden su boca. Y otros se la dan. Y se la comen. Recuerdas con intensidad ese pedir y ese dar, en el que las bocas son agua. Como al tocar el agua caliente, ese momento en el que vuelves a recordar la rotundidad y certeza del calor, recuerdas ahora esa entrega. Y recuerdas que tenía repercusiones. Dar la boca y el agua era una certeza, y estar en posesión de la certeza significaba haber estado previamente equivocado. Dar te recordaba el error que habías sido no dando. El primer cambio, que suponía haber dado tu boca, te obligaba, así, a más cambios. Eran cambios sencillos, pero trascendentes, como sucede cuando te lanzas al agua desde la altura. A cada cambio eras menos el que habías sido, y eras más otra persona. Otra persona llamada Nadie, como Odiseo cuando escapó de la muerte segura. Cambiabas y dejabas de ser, para ser el agua, o tu cuerpo abandonado en el agua, flotando, en ese instante en el que solo puedes ser lo que el agua te acaricia. De pronto, en ese dar y recibir constante, y similar a la fuerza innegociable y dulce de las olas mansas, alguien, en ocasiones tú mismo, decidía dejar de cambiar. Volver a ser alguien, inmune a los cambios vividos. Olvidarlos. Los cambios vividos, así, se secaban. Hasta que, transportando una sequedad mayor vas por la calle, ajeno a la lluvia. Y, de pronto, ves por la calle personas pidiendo. Y te preguntas por tu indiferencia hacia ese hecho cotidiano.
Ves por la calle personas pidiendo. Y te preguntas por tu indiferencia hacia ese hecho cotidiano. La primera respuesta que te das es que, claro, es un hecho cotidiano. Y un grifo no es trascendente cuando se posee un grifo y se abre a voluntad, y a voluntad ves su explosión de agua, espectacular, si bien con la...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de 'Caja de brujas', de la misma colección. Su último libro es 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama).
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