sufrimiento psíquico
‘Por si las voces vuelven’: de bruces contra el fenómeno editorial del año
Los relatos sobre la locura que resulta aceptable escuchar en nuestros días son aquellos que se encuentran configurados en clave individualista, sin atender a cuestiones colectivas y estructurales
Fernando Balius 15/11/2022
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Pese a ser el libro de no ficción más vendido en España en lo que llevamos de año –más de 300.000 ejemplares desde su publicación en noviembre de 2021–, Por si las voces vuelven, de Ángel Martín, no ha sido prácticamente reseñado en ningún medio relevante. Se habla de él, pero por encima, de puntillas, sin entrar en el contenido real de sus páginas, quedándose siempre en los lugares comunes de la honestidad mostrada por el autor y la actualidad que tienen los problemas de salud mental en nuestra sociedad.
Desconozco los motivos últimos por los que la obra ha tenido una recepción tan acrítica, pero creo que al menos merece la pena apuntar a dos posibilidades. La primera tiene que ver con el pudor, con el hecho de que cuestionar reflexiones esgrimidas desde la experiencia personal de un brote psicótico supone adentrarse en un territorio, como poco, delicado. La segunda tiene sentido pensando desde el marco teórico de la cultura de la salud mental, desarrollado por el psicólogo y escritor Javier Erro, que plantea que la salud mental es un conjunto de ideas que cambian, una cultura que encaja con los valores hegemónicos de una sociedad y un momento dados. De esta manera, los relatos sobre la locura que sería aceptable escuchar en nuestros días son aquellos que se encuentran configurados en clave individualista, sin atender a cuestiones colectivas y estructurales. Una concepción –de la salud mental y de la existencia en definitiva– que sobrevuela las páginas de Por si las voces vuelven, como veremos más adelante.
Precisamente porque la cultura de la salud mental no es fija, de locura ya no solo hablan los psiquiatras, los psicólogos y algunos familiares, sino también las personas que enloquecen. Ha costado mucho que se reconozca la legitimidad que tenemos las personas que atravesamos situaciones de sufrimiento psíquico a la hora de hablar de ello. Por eso respeto como punto de partida cualquier narrativa que opere a partir de este tipo de testimonio, lo que no impide que me pueda irritar o parecer incluso perjudicial por momentos, como es el caso que nos ocupa. De ahí la necesidad que encuentro de escribir esta reseña.
En términos generales, y pese a un uso ocasional de la primera persona del plural a la hora de afirmar que la vocación del libro es “tener algunas claves con las que gestionar mejor nuestra locura”, la escritura está marcada por el individualismo. Desde su concepción de la recuperación: “Cuando se te rompe el coco, en lo único que piensas es en reconstruirlo cuanto antes y os aseguro que ese es un trabajo agotador y que, generalmente, solo puede hacerse a solas y en silencio”, a la valoración positiva que se hace del propio brote: “Imagina la opción de crear un mundo a tu medida. Un mundo en el que solo tendrás que compartir la vida con quien quieras, el tiempo que tú quieras, rodeado de las cosas que tú quieras, dedicando el tiempo a quienes quieras como quieras cuando quieras, cruzándote solo con temas que te gusten y sabiendo que jamás pasará nada que te haga sentir mínimamente infeliz”. Por mi parte, después de veinte años participando de espacios conformados por personas con problemas de salud mental –asociaciones, colectivos, grupos de apoyo mutuo…–, no he conocido a nadie que se haya recuperado en un contexto que no sea el de las relaciones con otras personas. Y respecto a la ilusión de un mundo autorreferencial, solo puedo decir que lejos de deseable, se me antoja una pesadilla sin otredades ni contradicciones.
Los estereotipos van emergiendo de la misma manera que irrumpen en los medios de comunicación o en los productos culturales cuando se abordan cuestiones relativas a la salud mental
El autor de Por si las voces vuelven pretende exponer lo que la locura es a partir únicamente de su propia vivencia, y desde ahí recomienda y exhorta. Afirma con rotundidad que “Volverse loco no tiene absolutamente nada de malo” o que “la única manera de acabar con los delirios es frenando en seco la cabeza”, por poner dos ejemplos entre muchos otros. Sin embargo, el sufrimiento psíquico no responde a una única categoría, volverse loco también puede ser la peor experiencia de una vida y hay delirios que se diluyen poniendo a trabajar la cabeza en una determinada dirección. Si su metáfora de la locura tiene que ver con cruzar determinadas líneas, la mía habla de caerse por una grieta, la de otro compañero con que la vida le mordiera las entrañas y la de una amiga, con haber sido secuestrada. Y otro tanto sucede con las voces, hay tantas como personas que las oyen en sus cabezas… por eso las suyas tienen poco o nada que ver con las que me visitan desde hace más de dos décadas.
La unidireccionalidad es una constante en el libro. “Te aseguro…”, “Os aseguro”, “Cuando te vuelves loco…”, “Lo único que hace el cerebro cuando las voces llegan…”, “Es imposible distinguir…”, “Te sentirás…”, “Te puedo explicar”… Acerca del momento en que uno se vuelve loco, sostiene: “Y ahora, si tienes un subrayador a mano, subraya esto: jamás encontrarás la respuesta” (esta fórmula de invocar el subrayador se utiliza otras 11 veces a lo largo de la obra). Cualquier persona que conozca –por trabajo, familia o afectos varios– a personas que hayan enloquecido sabrá que si bien eso es verdad en ocasiones, en muchas otras hay un claro punto de inflexión en la biografía. Este tipo de generalizaciones son el resultado de intentar explicar uno de los aspectos más complejos del ser humano a partir de una única historia. Los estereotipos van emergiendo entre las líneas de texto de la misma manera que irrumpen en los medios de comunicación o en los productos culturales cuando se abordan cuestiones relativas a la salud mental. Por ejemplo, la idea de la “bomba de relojería” de la que tanto se abusa en noticiarios y series de televisión: “Nunca sabes si ese mecanismo [el de la locura] estará yendo en dirección a que en algún momento pueda hacerte daño o hacer que lo hagas tú […] Cuando te vuelves loco, cualquier gesto o palabra que haga otra persona puede marcar la diferencia entre que la situación acabe bien o mal”. Palabras que no relaciono con las personas locas que me he cruzado en la vida, pero que sí evocan en mi memoria a los consumidores de cocaína de la noche de cualquier gran ciudad en la que he vivido.
Comunicar sobre un episodio de crisis –sea propio o ajeno– como el relatado es siempre arriesgado. No considero que exista una única manera correcta de hacerlo, aunque sí pienso que cuando esta se produce confluyen curiosidad y respeto. Por tanto, no entro a realizar valoraciones sobre el tipo de escritura empleado (con sus emoticonos y tacos), pero me desazona el morbo suscitado por ganchos del tipo “Ya iremos con los detallitos sórdidos un poquitín más adelante” o “Prepárate para flipar”. Esta sociedad tiene la obligación y la necesidad de tomarse la locura en serio, y para ello esta debe de abandonar la condición de carnaza a la que históricamente ha sido relegada.
El sufrimiento más íntimo se convierte en “una ventaja fascinante sobre otros”, la lógica del emprendedor acaba siempre por engullirlo todo
Por si las voces vuelven constituye otro ejemplo más de una búsqueda interior donde se ignora el alrededor. No hay contexto ni biografía, poco más sabemos aparte de que el narrador es un cómico expresentador televisivo que tiene pareja y consume tóxicos a diario. Se normaliza el ser engañado para acudir a psiquiatría, el que se avise a dos guardias de seguridad por no querer sentarse en una silla de ruedas o el ser atado con correas porque los enfermeros “simplemente malinterpretaron” sus frases y gestos. Todo sucede adentro, único escenario posible. Desde ahí, la locura se convierte en “el regalo más fascinante” que te puede dar la vida: “Perder tu identidad te da la oportunidad de hacer algo grandioso: reconstruirla desde cero”. El sufrimiento más íntimo se convierte en “una ventaja fascinante sobre otros”, la lógica del emprendedor acaba siempre por engullirlo todo.
Las memorias de la locura devienen página a página en una obra prototípica de autoayuda, de búsqueda (venta) de la felicidad. Se repite el mismo esquema donde un autor conoce algo que el lector no y le desvela un mecanismo, un plan que permite acceder a una vida mejor: “Si tú quieres, justo en este momento podrías comenzar a reconfigurar tu cerebro por completo para dar nuevos valores a las cosas que conoces”. La posibilidad de resetearse y ser más feliz. Satisfacción y realización personal de la mano de un libro, la posibilidad de descubrir un yo más auténtico. Un libro que cambia la vida, una solución individualizada a cualquier problema que tenga componentes estructurales (esto es: la mayoría de problemas humanos), porque ya se sabe, “No hay un solo problema que no se pueda resolver haciéndote las preguntas correctas”.
Estamos de nuevo frente al viejo humo de siempre. Convertir la ruina en la posibilidad de salir mejores y más fuertes a partir de una decisión individual: si él pudo, tú podrías. Analogías que no solo hacen aguas, sino que duelen: “Volverme loco es de lo mejor que me ha pasado en la vida. Y estoy seguro de que también podría serlo para ti”.
Pese a ser el libro de no ficción más vendido en España en lo que llevamos de año –más de 300.000 ejemplares desde su publicación en noviembre de 2021–, Por si las voces vuelven, de Ángel Martín, no ha sido prácticamente reseñado en ningún medio relevante. Se habla de él, pero por encima, de...
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