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realidad virtual

Caerse de la nube

Sobre el futuro de internet, el metaverso, un adolescente adicto a las pantallas y el comic ‘The Private Eye’

Daniela Farías 25/11/2022

<p>Imagen extraída del cómic ‘The Private Eye’ (Brian K. Vaughan, 2018)</p>

Imagen extraída del cómic ‘The Private Eye’ (Brian K. Vaughan, 2018)

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En los años sesenta, Marshall McLuhan, un visionario de internet y de la realidad virtual, nos decía que cualquier invento o tecnología era una extensión del cuerpo y de los sentidos. Pese a que el filósofo y sociólogo de la comunicación no vivió para ver las transformaciones en la computación y las telecomunicaciones ni la llegada de internet (murió en 1980), celebró las virtudes de la tecnología, pero también anticipó sus peligros. Advertía que estos podían superar las ventajas y que las tecnologías “producen narcosis”. Además, predijo los problemas sobre la privacidad: “Solo por haber exteriorizado nuestro sistema nervioso en la forma de la tecnología eléctrica, nuestra vida privada y corporativa se han convertido en un proceso de información”.1 Destaco estas dos profecías porque se refieren a los principales problemas que presenta la manera en que la tecnología está siendo dirigida por las grandes empresas tecnológicas. 

Experiencias inmersivas y promesas de Silicon Valley

Este fin de semana estoy al cuidado de un adolescente de catorce años. Lo conocí hace cuatro, cuando todavía era un niño tierno y mofletudo. Ahora el hijo de mi amiga es más alto que yo y tiene una mirada inquisidora que es nueva. Me sumerjo de lleno en mi rol de cuidadora-madrina cool y le pregunto si tiene el mismo videojuego que me mostró la última vez que nos vimos, el de las “gafitas”, le explico, refiriéndome al casco de realidad virtual. “Ah, ese”. Sonríe. “Tengo otro mejor”.

No me imagino que la gente quiera pasar más tiempo conectada y con cascos en la cabeza

Lo paso bien en una misión espacial, moviéndome rápido y rompiendo cosas, como suelen ser todos estos juegos, pero después de un rato me mareo y ya me quiero sacar las “gafitas”. Lo mismo me sucedió el año pasado en la exposición inmersiva de Gustav Klimt en el Ideal, Centro de Artes Digitales de Barcelona. Acabé con náuseas. Este tipo de exposiciones se han puesto bastante de moda: Frida Kahlo, Van Gogh, Monet o Dalí, entre otros. En Madrid, el Velázquez Tech Museum es un museo interactivo con proyecciones y arte inmersivo. En él se puede ver Las meninas en todo su esplendor gracias a la tecnología en cuatro dimensiones. Los visitantes se pasean entre esculturas de meninas proyectadas con vídeo mapping y música. Como guinda de la torta, pueden saludar al holograma del mismísimo Velázquez. Pero ¿hace falta tanta experiencia inmersiva?

La compañía adolescente me hace reflexionar sobre lo obvio: lo rápido que avanza la tecnología. Me vienen a la cabeza pensamientos como “este niño no sabe lo que es un almanaque”, “ni hacer los deberes con enciclopedias impresas”. De pronto siento que tengo ciento cincuenta años. Por lo tanto, me cuesta creer que se cumplan los vaticinios de Mark Zuckerberg sobre su nuevo capricho: el Metaverso. No me imagino que la gente quiera pasar más tiempo conectada y con cascos en la cabeza, como se supone que ocurrirá en un futuro cercano según un empresario norteamericano.

En octubre de 2021, Mark Zuckerberg, o más bien su avatar, anunciaba en un video animado, con bombos y platillos digitales, su ambicioso proyecto llamado Metaverso. Pero parece que las cosas no han ido como él esperaba. Su empresa Meta (ex Facebook y que controla esta red social, así como Instagram y WhatsApp) está perdiendo dinero, debido a las grandes sumas invertidas en la nueva iniciativa. A esto se añade la reciente gran ola de despidos que se llevó a cabo en la compañía.

A modo de resumen, el Metaverso que está desarrollando la gran tecnológica es un entorno virtual al que se accederá con unas gafas de realidad virtual, donde los usuarios tendrán un avatar y, además de jugar, podrán interactuar con otros hologramas, asistir a conciertos, a reuniones de trabajo, al gimnasio y comprar, entre otras cosas. Supuestamente, el Metaverso es el sucesor del internet móvil. Todas aquellas actividades que hacíamos a través de este dispositivo las haremos ahora en este nuevo entorno con una sensación de mayor “presencialidad” para sentirnos “más cerca” de los otros. Desde la presentación en sociedad del proyecto, la empresa ha seguido trabajando en él, y, a principios de agosto de este año, en una reunión interna, Mark Zuckerberg anunció a sus empleados que estaban compitiendo con Apple, y que esta era “una competencia filosófica muy profunda sobre en qué dirección debería ir Internet”, es decir, cómo será la construcción del metaverso.

A ver, a ver. Bájate del pony digital, Mark. Más que discusión filosófica es la eterna disputa económica entre ambas empresas sobre cuál de las dos podrá hacerse con más usuarios que entreguen sus datos y atención. Seguramente están trabajando en cómo esta conversión de todavía más espacios de la vida íntima, cotidiana y de ocio de las personas en datos pueda seguir comercializándose de una manera efectiva para ellos.

Gracias a las gafas o cascos especiales para entrar al Metaverso, podremos ver las notificaciones del correo en nuestro campo visual mientras estamos en una reunión de trabajo con nuestro avatar o en una clase virtual de yoga. Horroroso, teniendo en cuenta que ya nos altera el sonido del WhatsApp o de otras aplicaciones. Pero eso es lo que Mark Zuckerberg celebra del Metaverso: el poder de la teletransportación de una experiencia a otra.

Insisto ¿para qué? Y más aún: ¿a qué precio? Sherry Turkle, en En defensa de la conversación (Ático de los libros, 2017), nos invita a abandonar el mito de la multitarea, es decir, el hecho de realizar varias acciones a la vez y dispersar la atención, cuestión que genera que estemos permanentemente en otra parte.

Estas aplicaciones están hechas por hombres cuyas decisiones reflejan en las herramientas sus sesgos, prejuicios y subjetividades

Producto de los despidos masivos llevados a cabo en Meta, varios de sus trabajadores y extrabajadores expresaron su descontento. Por ejemplo, en plataformas como Blind, donde quienes se desempeñan en el sector tecnológico vuelcan sus opiniones de forma anónima. Revisando los comentarios me encontré con uno que me resultó curioso. Un ingeniero matemático se refería a su decepción al darse cuenta de que lo que él creía que era una empresa sostenida por datos, finalmente era un negocio basado en las emociones y en el instinto de un hombre: Mark Zuckerberg. “¿No lo sabías?”, le hubiese dicho. Estas aplicaciones están hechas por hombres cuyas decisiones reflejan en las herramientas sus sesgos, prejuicios y subjetividades. También sus equivocaciones. De hecho, WhatsApp ha sufrido varias caídas este año y el almacenaje de fotos de Google ha comenzado a presentar algún que otro problemilla. Al respecto, en su ensayo Atención radical, Julia Bell (Alpha Decay, 2021) es clara al sostener: “Nos han inducido a pensar que estos sistemas son inevitables, olvidando que esta tecnología es fruto de las actitudes de un conjunto determinado de personas en un entorno y una época concretos. Predominantemente, hombres blancos de cierta clase social y educación que vivían (y viven) a orillas del Pacífico, bajo la luz deslumbrante de Silicon Valley, bañados en el cóctel de idealismo hippy”.2

Las grandes tecnológicas como Meta y Apple se yerguen como todopoderosas señalando el Metaverso como el único camino posible de internet y se atribuyen la facultad de dirigirlo y diseñarlo. Asumen un rol omnipotente porque han instaurado lo que el filósofo francés Eric Sadin, en su ensayo La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital (Caja Negra, 2018), llama “verdad siliconiana”, que implica la capitalización en todos los niveles del registro testimonial de la vida a través de los datos. Bajo la promesa de un mundo mejor, más inteligente y sostenible, proponen un nuevo modelo de negocio que pone a la tecnología por encima del ser humano y como única solución a todos nuestros problemas. De esta manera, la ingeniería informática y el desarrollo de empresas start-up son los modelos que esta visión de mundo expande a nivel global como los únicos legítimos y encarnando la verdad económico-empresarial de esta época.

Los recientes despidos masivos en Twitter y en Facebook podrían hacer que algunos empleados, como el que mencionaba líneas más arriba, comiencen a descreer de la “verdad siliconiana”, al vivir en carne propia lo que significa depender de las decisiones, no muy acertadas, de un par de hombres blancos medio chalados. Yuval Noah Harari, en una entrevista dada al The Guardian, decía que la combinación de tecnologías revolucionarias con ideologías conservadoras podía llevar al ascenso de los regímenes más totalitarios de nuestra historia. Por otra parte, además de las curiosas volteretas que se dan las grandes tecnológicas en cuanto a pago de impuestos, está el peligro de que, pese a verse envueltas en escándalos de privacidad y moderación de contenido, los Estados aún no son capaces de pararles los pies. La fe está puesta en el Parlamento Europeo, veremos qué pasa.

The Private Eye

“Qué edad más rara la adolescencia”, pienso cuando mi roomate de fin de semana y yo terminamos de cenar. “Todo lo que nos importa no sucede ya entre las paredes de nuestra casa, sino fuera, por la calle y en la escuela”3, nos decía Natalia Ginzburg sobre los adolescentes en Las relaciones humanas. Y me pregunto cómo son estas relaciones humanas en la actualidad, en cuánto han cambiado gracias a las nuevas estructuras de internet y a las redes sociales. Nos relacionamos de una manera distinta con otros y también con nosotros mismos. Ese terreno del afuera del que habla la escritora italiana, que es el que realmente le importa al adolescente, es también el de la pantalla, presente todo el tiempo. 

Mi amiga ha hecho un trabajo fantástico al criar a su hijo sola. Tiene una actitud lacónica que me recuerda mucho a mí a su edad, pero a la vez es muy amoroso y me ha cocinado carbonara porque quiere ser chef. El pobre se ha aguantado de mirar el celular durante toda la cena, aunque sé que a la altura del postre estaba con el mono y quizás pensó mil veces en ir al baño para dar un vistazo corto a la pantalla. Tiene prohibido los celulares durante las comidas y me impresiona ver que, pese a que mi amiga no está, respeta la regla. Igual es que cree que soy una soplona y le voy a contar luego a ella. Sé que su adicción a los videojuegos en línea ha repercutido de mala manera en su desempeño escolar. No quiero poner el dedo en la herida, pero se me escapa preguntarle cómo le ha ido en el colegio. Y me cuenta su triste historia. Se pegaba hasta las tres de la mañana jugando o viendo cosas en internet, al otro día andaba zombi en clases, pero no lo podía evitar. Le superan las ganas de estar conectado.

Julia Bell se refiere al precio que hemos pagado por la hiperconectividad, que ha afectado a nuestra individualidad, a nuestro sentido del tiempo y por ende a nuestras visiones del futuro y que, para nuestros adolescentes, el resultado es “una mente dispersa, escindida, nerviosa y en ocasiones violenta; y para la población general una merma en la capacidad cognitiva sobrados de información, pero escasos de atención”.4

Miro al chico con compasión, porque veo que en parte es consciente de que hay algo que no está bien en pasarse el día frente a la pantalla. Le cuento que cuando llegó internet a mi casa, en el año 1997, me volví loca con esta magia pura. Tanto que una tía medio psycho con la que vivía cortó el cable del teléfono para que no pudiera conectarme. Sí, le digo, antes nos conectábamos con el cable del teléfono que hacía un zumbido horrible pero que nos llevaba al paraíso. Nos quedamos en el silencio cómplice de dos adictos a internet. Y como sé que le gustan los cómics, le hablo de uno que me leí hace poco. 

–¿Conoces The Private Eye?

Él me lanza una de sus miradas del tipo “de qué me está hablando ahora esta señora”. 

–Es un cómic en el que, en un futuro distópico, internet ha desaparecido.

What?!

Abre por fin sus ojos que parecían dormidos todo el día.

–Tal cual.

Se sirve más helado y se vuelve a sentar a la mesa, lo que considero un triunfo. Finalmente logré captar, después de diez horas, su atención. 

The Private Eye es un cómic de ciencia ficción de diez volúmenes, que está escrito por Brian K. Vaughan, dibujado por Marcos Martín y la colorista Muntsa Vicente. Fue lanzado por los propios autores, en 2013, desde su editorial online Panel Syndicate, que funciona a través de un sistema en que los lectores deciden cuánto quieren pagar o simplemente no pagar.

La trama es la siguiente. Es el año 2075 y hace algunas décadas, en Estados Unidos, ocurrió el hecho que dio origen a la distopía: la nube sufrió un colapso y todos los datos personales de la gente quedaron al descubierto. No solamente sus fotografías y chats, sino todas aquellas búsquedas vergonzosas en la web. Que fue lo que provocó más caos: rupturas matrimoniales, quiebres entre grupos de amigos, gente que perdió sus trabajos y todo lo imaginable en tal situación. Todos podían tener acceso a la información de todos y usarla para oscuros propósitos si lo deseaban. Perdida la privacidad, las personas se ven obligada a usar seudónimos y máscaras en la calle para no ser reconocidas. Así las cosas, la sociedad decide que es mejor que ya no exista internet. 

–¿Máscaras?

Me dice desconcertado. 

–Claro, nadie quiere que te reconozcan por “¡ah tú eres la chica de la foto haciendo botellón en el Cerro Cárcel, Valparaíso, noche de Año Nuevo 2002!”. 

–Me muero si ven mis fotos del celular. 

–Y no solo eso. Todas tus búsquedas en la red reveladas. Y adiós internet. ¿Te imaginas?

Enmudece. Me mira como si le estuviese hablando de algo peor que la muerte. 

En esta nueva realidad quienes actúan como la policía son los periodistas. El protagonista es un paparazzi que opera entre las sombras como investigador privado y debe resolver el misterioso crimen de una mujer. Otra cosa curiosa que transcurre en el cómic es que los menores no llevan máscaras. Sólo al cumplir la mayoría de edad optan a su nueva identidad enmascarada.

–Si el colapso de privacidad ocurriera ahora, tú no necesitarías usar máscara. Yo, en cambio, necesitaría unas cuantas. 

Nos quedamos terminando el helado, pensando en la curiosa posibilidad de que el futuro de internet es su muerte, y que los avatares nos ayudarán a sobrellevar la vida real. Un pronóstico apocalíptico y bastante distinto al que plantean las grandes tecnológicas, quizás una idea paranoica, pero quién sabe.

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Notas: 

1. M. McLuhan, Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano, Paidós, Barcelona, 1996, p. 72.

2. Julia Bell, Atención radical, Alpha Decay, Barcelona, 2020, p. 28.

3. Natalia Ginzburg, Las pequeñas virtudes, Acantilado, Barcelona, 2002, p. 61.

4. Julia Bell, obra citada, p. 55.

En los años sesenta, Marshall McLuhan, un visionario de internet y de la realidad virtual, nos decía que cualquier invento o tecnología era una extensión del cuerpo y de los sentidos. Pese a que el filósofo y sociólogo de la comunicación no vivió para ver las transformaciones en la computación y las...

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Autora >

Daniela Farías

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