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Presidenciales en Brasil

El retorno mítico de Lula

El expresidente aspira a reconquistar el poder en octubre con una coalición de siete partidos en un ‘frente democrático’ contra Bolsonaro. Su principal jugada es haber fichado al conservador Geraldo Alckmin para ser su vicepresidente

Bernardo Gutiérrez 22/05/2022

<p>Lula, en una imagen tomada en 2017.</p>

Lula, en una imagen tomada en 2017.

PT

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En junio de 2013, la izquierda y la derecha brasileñas protagonizaron un inédito anuncio conjunto. Tras semanas de protestas callejeras, convocadas por el Movimento Passe Livre (MPL), el alcalde de São Paulo (Fernando Haddad, Partido dos Trabalhadores, PT) y el gobernador del Estado (Geraldo Alckmin, Partido da Socialdemocracia Brasileira, PSDB) anunciaron la bajada de la tarifa del transporte. Desde el Palácio dos Bandeirantes, sede del Gobierno del Estado de São Paulo, ambos políticos comunicaron la bajada del billete de 3,20 a 3 reales, hablando de “espíritu democrático”, “escucha” y “ciudadanía”. El autonomista MPL, izquierda radical para el establishment, forzó una inesperada alianza izquierda-derecha. Lejos de aplacar los ánimos, las protestas continuaron especialmente vinculadas al derecho a la ciudad y a la participación democrática. Atravesaron el Mundial de fútbol de 2014 y llegaron a las puertas de las elecciones de octubre, en las que una tercera vía parecía viable: la candidatura de la ambientalista Marina Silva. Los dos grandes partidos reactivaron la polarización en una campaña tensa y llena de ataques, especialmente contra Marina Silva. Dilma Rousseff (PT) y Aécio Neves (PSDB) pasaron al segundo turno. En la recta final, un montaje fotográfico fundía la cara de Dilma y Aécio. En el hashtag #DilmAecio se denunciaban las excesivas semejanzas de ambos candidatos, rozando el centro cada uno por un lado. La polarización extrema no reflejaba, denunciaban múltiples voces, programas políticos con muchas sintonías. 

Nueve años después del momento love del PT y PSDB en el palacio dos Bandeirantes, Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil entre 2002 y 2010, anunció oficialmente su vuelta a la política con una alianza que sigue desconcertando a las izquierdas. Geraldo Alckmin –líder moral del centroderecha brasileño, ex gobernador de São Paulo, candidato presidencial en 2006– será el candidato a vicepresidente de Lula en las elecciones de octubre. Tras la alianza del PT-PSDB en 2013, ahora la deriva ultraderechista del Brasil de Bolsonaro ha forzado la candidatura Lula-Alckmin, impensable hace unos años. ¿Cómo se explica la estrategia de Lula?

Hacia un frente democrático

Hace unos meses, uno de los ministros del primer Gobierno Lula me explicaba en su casa la necesidad de contar con Alckmin. Su hijo, vinculado a movimientos sociales, criticaba la alianza con el archienemigo tucano (como se conocen a los miembros del PSDB). El plan de Lula está lleno de sutilezas. Primera: Alckmin ha dejado el PSDB y es ya miembro del centroizquierdista Partido Socialista Brasileño (PSB), uno de los más numerosos en el Congreso. Con este movimiento, Lula tranquiliza a mercados e izquierdas simultáneamente. Además, hace más difícil ser encuadrado como comunista por la propaganda de Bolsonaro. Por si fuera poco, la salida de Alckmin del PSDB profundiza la crisis del partido conservador. Segunda sutileza: Lula ha conseguido que el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) no lance candidato a presidente. No hay candidatura en el flanco izquierdo, una de las obsesiones del PT de los últimos años. Tercera sutileza: Lula está describiendo su candidatura como un “frente democrático” frente a la extrema derecha, no como un frente de izquierdas. Al mismo tiempo, argumenta que su alianza es un conglomerado de movimientos sociales. Vamos Juntos Pelo Brasil ya tiene siete partidos políticos (que van de la izquierda al centro) y cuenta con el apoyo de siete centrales sindicales, así como de movimientos sociales históricos como el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST).

El exministro de Lula me explicaba con pragmatismo que el estado de São Paulo (33 millones de electores) decidirá las elecciones y que una figura como Alckmin puede inyectar a Lula hasta un 7% del total de votos en todo el país. “Brasil solo vota a la izquierda si el vicepresidente es de centro”, matizaba. Su hijo, a pesar de criticar la alianza, confesaba que los artistas y movimientos sociales estarán al pie del cañón apoyando a Lula. De hecho, el jingle de la precampaña de Lula –Lula voltou, trufado de guiños al nordeste, gran reserva electoral de la izquierda– no fue lanzado desde la cuenta oficial del PT, sino desde múltiples perfiles de movimientos y colectivos. Antes de despedirnos, el hijo del exministro, guitarra en mano, cantó Lula-lá, el jingle que Lula usó en 1989, en sus primeras elecciones. Hace pocas semanas, la canción oficial de Lula para las elecciones de octubre incorporó el emocional y nostálgico grito Lula-lá. Algo que no solo confirma lo bien informado que estaban el exministro y su hijo, sino la potencia de una sincronía de sutilezas planeada concienzudamente para desalojar a Bolsonaro del poder. 

Lula está describiendo su candidatura como un “frente democrático” frente a la extrema derecha, no como un frente de izquierdas

Contradicciones. Vamos Juntos Pelo Brasil tiene el sello de Lula. Sería inviable alrededor de otro líder político, incluso del PT. Ni Dilma Rousseff ni Fernando Haddad conseguirían conciliar gestos, alianzas y discursos tan contradictorios. Lula no fue un presidente comunista ni escogió el camino político de Venezuela, como afirmaba el ecosistema de fake news que encumbró a Bolsonaro. A pesar de su relato popular, Lula fue el mandatario del acordão: un gran acuerdo que inyectó recursos (y dignidad) a los más desfavorecidos y que permitió ganar dinero a las élites. Sus políticas públicas de inclusión –cuotas universitarias para indios, negros y pobres o el programa Bolsa Familia de ayudas– convivieron con leyes favorables a los ruralistas de los latifundios agrícolas. La reforma agraria no llegó en los trece años de gobiernos petistas. Pero sí otras leyes históricas, como la PEC das domésticas de Dilma Rousseff, que dio derechos a millones de empleadas domésticas. Mientras el PT construía cientos de universidades públicas y mantenía a flote el sector público, hacía presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso al pastor evangelista Marco Feliciano. Tira y afloja, avances y cesiones. Algunas mejoras sociales a cambio de no tocar algunos privilegios. Crecimiento económico a costa de no proteger tanto el medioambiente. El acordão de Lula pasaba por un pacto con el centrão (el oportunista conglomerado de partidos conservadores) en el Congreso y por un acuerdo no escrito: que el Partido do Movimento Democrático Brasileiro (actualmente MDB) aportara el vicepresidente a la candidatura del PT. Geraldo Alckim cumplirá en 2022 una función similar a la de José Alencar (2002, 2006) y Michel Temer (2014). Semejante, pero no igual. En un Brasil arrasado por el bolsonarismo y la pandemia, las reglas del juego han cambiado.

Mito reforzado. Los 580 días que Lula pasó en prisión, lejos de liquidar su imagen, reforzaron su mito. La sentencia del Supremo Tribunal Federal anuló las condenas contra Lula de la operación Lava Jato y denunció que no tuvo derecho a un juicio justo. La mismísima ONU ratificó que se vulneraron los derechos de Lula. Las maniobras del juez Sergio Moro contra el expresidente quedaron al desnudo. Lula, detenido sin pruebas, ahora exculpado, ha regresado como mito reforzado. Un día antes de entrar en prisión, rodeado de multitudes a las puertas del sindicato de metalúrgicos de São Bernardo do Campo en el que forjó su leyenda, Lula entregó a sus fieles una de sus imágenes más legendarias. Vestido de rojo, volvió a encarnarse en sindicalista de base, en el líder que arenga a las masas con frases emocionales. “Soy una idea”, “no podrán detener la llegada de la primavera”, sentenció aquella tarde. La persecución judicial y mediática que le llevó a prisión resucitó la imagen del Lula inicial. Y borró de golpe al Lula del acordão.

La campaña electoral de 2022 está entrando en su guion definitivo. Las sutilezas por arriba y por abajo, en la macropolítica y en la calle, están sincronizándose. Lula mueve hilos, discursos, tácticas en la sombra. Mientras su relato mítico planea sobre las izquierdas y los movimientos sociales aliados, Lula busca acuerdos con el centrão para robustecer su candidatura por el centro (incluso por el centroderecha). Especialmente importante son las negociaciones que implican a candidatos a gobiernos regionales y al Senado. Lula acaba de cerrar acuerdo con el centrista Alexandre Kalil, actual alcalde de Belo Horizonte, que será candidato a gobernador en Minas Gerais, el decisivo segundo colegio electoral de Brasil sin el que nunca nadie ha ganado la presidencia. Por otro lado, Lula planea una gira de Alckmin para tranquilizar a ruralistas y banqueros. Incluso ha enviado a Haddad el diplomático a granjearse el apoyo de Marina Silva, la hija díscola que dejó el PT para fundar el partido REDE Sustentabilidade. Lula quiere que se moje, aunque sea tímidamente, en la campaña.

Sin embargo, Lula es consciente de que su estrategia macropolítica no funcionará si la gente no hace suya la campaña. Cuenta ya con el apoyo de los movimientos sociales tradicionales. Pero aspira también a que redes, colectivos y activistas que fueron críticos con los últimos gobiernos del PT se sumen al Lula-lá. Vamos Juntos Pelo Brasil necesita resucitar el espíritu de Vira Voto, la campaña descentralizada en la que se involucraron millones de brasileños en el segundo turno de 2018. Los guiños recientes de Lula al sector de la cultura pueden desencadenar una crucial oleada de apoyo, pues la gran mayoría de músicos, actores, pintores, grafiteros y artistas en general son anti Bolsonaro

Campaña afectiva. La cartas de la campaña presidencial están sobre la mesa. Si en las dos anteriores contiendas presidenciales llegó a existir una tercera vía de centro izquierda (Marina Silva en 2014, Ciro Gomes en 2018), en esta ocasión parece improbable. Ciro Gomes –exministro del PT, candidato presidencial en 2018 por el Partido Democrático Trabalhista (PDT)– tiene intenciones de voto bajísimas. En el flanco derecho reina el extravío: la candidatura del juez Sergio Moro no acaba de despegar, el PSDB no levanta cabeza y la tercera vía conservadora está atascada. Todo apunta a un duelo visceral entre Lula y Bolsonaro.

Las promesas electorales de Lula-Alckmin serán muy pragmáticas. Primará el relato, el deseo, el afecto, la memoria. La nostalgia de volver a un pasado mejor, a cierto orden prepandémico, a un gobierno capitalista friendly en el que pobres y ricos ganen algo. “Saudades dos tempos do Lula”, como en el jingle Lula voltou. Millones de brasileños se entregarán al componente mítico de Lula, aunque no se ajuste del todo al legado histórico del PT. A primera vista, los datos están del lado de Lula. El Brasil de Bolsonaro sufre una inflación galopante y una crisis económica profunda. Brasil es el segundo país del mundo con más muertos por covid (más 600.000). La Amazonia está azotada por la peor ola de incendios en décadas. Las minorías están siendo hostigadas. El sector de la cultura (incluso el carnaval), perseguido. Por el momento, Lula vence en todas las encuestas, aunque difícilmente lo hará en el primer turno.

El Brasil de Bolsonaro sufre una inflación galopante y una crisis económica profunda

La batalla electoral es, de hecho, imprevisible. Porque al otro lado del mito Lula está otro mito: Bolsonaro, autoproclamado mito antisistema, rey de las fake news. Los debates televisivos serán poco relevantes (puede que incluso Bolsonaro no acuda a ellos). La emocionalidad primará sobre la racionalidad, la ideología o los programas. Bolsonaro no combatirá a Lula con ideas o promesas. Basará su campaña en el insulto bronco, el nacionalismo, el odio, la religiosidad. O directamente en la desinformación. Bolsonaro, el hijo revoltoso de Brasil, por muy desastroso que sea como presidente y muy contraproducente que sea para la marca Brasil, todavía es amado por millones. Su popularidad se mantiene en torno al 25%.

Paradójicamente, el Lula que teje un frente democrático con su archienemigo tucano, el que evoca un orden nostálgico y la unión de todos los brasileños, el Lulinha paz e amor  (lema que le aupó a la presidencia en 2002), el patriarca reconciliador, el hombre-mito, se enfrentará en octubre a la polarización extrema que su propio partido alimentó durante años y usó como arma arrojadiza para desmantelar la tercera vía de Marina y Ciro, sus hijos díscolos. 

En junio de 2013, la izquierda y la derecha brasileñas protagonizaron un inédito anuncio conjunto. Tras semanas de protestas callejeras, convocadas por el Movimento Passe...

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Bernardo Gutiérrez

es periodista, escritor e investigador hispano brasileño. Ha cubierto América Latina desde el año 1999, como corresponsal en Brasil la mayoría de ese tiempo. Es el autor de los libros Calle Amazonas (Altaïr), #24H (Dpr-Barcelona),  Pasado Mañana (Arpa Editores) y Saudades de junho (Liquid Books).

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1 comentario(s)

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  1. jmfoncueva

    "Lula" es a Luiz lo que Pepe a José. Por tanto, si se dice "Lula da Silva", no debe ir precedido del nombre, Luiz Inácio. Es una redundancia. O dices el nombre, o el apelativo. Por favor. Saludos, compañeros.

    Hace 1 año 9 meses

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