Itinerario de un lector: 2021
O una exposición (algo impúdica) de motivos y caprichos
Gonzalo Torné 8/01/2022

El pintor Maurice Hagermans (siglo XIX). Recorte.
Pericles Pantazis / Dominio públicoA diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete!
Empecemos por lo intrascendente: mis lecturas de 2021 se han visto condicionadas por dos factores; por primera vez en años he pasado doce meses en la misma casa, de manera que he podido recurrir a la biblioteca para complementar una curiosidad o perseguir resonancias; y que me ha pillado en “año de novela” que quita su tiempo y decanta las lecturas hacia motivaciones a medio camino entre la corazonada y el capricho.
Los tres primeros meses del año estuvieron dominados por planes de lectura asociados a Alba Poesía: Espronceda, Rubén Darío, José Martí, y un intento de empaparme de la literatura clásica japonesa que se quedó varado (a las puertas de El libro de la almohada), con el compromiso de reemprenderlo este 2022. También leí dos libros importantes, que si no aparecen entre lo mejor del año sospecho que será porque en diciembre nadie se acuerda de lo que pasó en enero y febrero, esos meses distantes: el Parra. Rey y mendigo de Rafael Gumucio, una biografía contenida en un retrato de las ambiciones y deudas emocionales entre escritores, plagado de páginas brillantes (en su condensación y lucidez) de crítica literaria, y Aliment de Martí Sales, un diccionario imprevisible, variadísimo, insurgente de invitaciones a la alegría sensorial del lector.
El arranque del año se completa con dos calas en clásicos, Anatomía de la melancolía, un empacho de citas que se me hizo bastante cuesta arriba, y los relatos de Tolstoi que, en fin, están a la altura de su prestigio.
En marzo enlacé dos grandes lecturas, los amargos y conmovedores Diarios de Cheever (en la estela del entusiasmo que me provocaron leí con mucho menos interés su correspondencia, y me atraganté con los cuentos, a los que espero volver) y los ensayos narrativos de Víctor Sombra, Cuarto de derrota, tan originales e interesantes, que lo mejor sería comprometer a los lectores de este artículo a que se sumerjan en ellos sin adelantar demasiado.
Para decepciones el clásico popular de Zweig, El mundo de ayer, un libro de una ceguera política y de una hipocresía moral casi aterradoras, que justifica el desprecio que sentían Canetti y Musil (entre otros) por su prosa relamida
Abril fue un mes dominado por Juan Marsé, leí Esta puta tan distinguida (una lúcida novela de vejez donde se identifica el olvido institucional como una suerte de demencia programada que impide la reconstrucción de una memoria política efectiva), los sentidos y tanto tiempo perdidos apuntes de Viaje al sur y las Notas para unas memorias, un casi infalible y amargo detector de la tontería política e intelectual circundante, y que Marsé había previsto defender en vida. Las notas y los diarios de Cheever se asociaron para abrir una línea de interés por la escritura diarística que me ha durado todo el año: Pavese, Plath y las variadas exploraciones de la intimidad y la franqueza que le debemos a Stendhal. En este marco también encaja El día que pase algo, el diario sentimental, laboral, de lecturas y viajes de Mario Amadas, y el mejor libro escrito en castellano que he leído este año.
Mayo y junio fueron dos meses pavimentados por el trabajo, que por fortuna iba de Flaubert: leí el primer tramo de su extensísima y arrebatadora correspondencia, tuve un reencuentro feliz con La señora Bovary y por lo menos con dos de los Tres cuentos, y algo más desilusionante con La educación sentimental, novela de la que tenía un gran recuerdo, y que esta vez me pareció una reconstrucción de cartón piedra de un pasado que Flaubert fue incapaz de apresar con su ojo despiadado (su mejor arma), el libro entero está humedecido por una emotividad sin justificar, un Balzac menor. Pero para decepciones el clásico popular de Zweig, El mundo de ayer, un libro de una ceguera política y de una hipocresía moral casi aterradoras, que justifica el desprecio que sentían Canetti y Musil (entre otros) por su prosa relamida. Quizás merecía explorar qué supone para un sistema literario como el español que entre la pléyade de figuras de la cultura vienesa de su tiempo el más leído sea Zweig.
Mi idea era dedicar los dos meses de verano al XVII francés. Me quedé con la sensación de fracaso, pero descubro ahora que saldé el esfuerzo con una cosecha considerable (prefiero no repasar las magnitudes del proyecto inicial, que presumo de delirantes): las monomaníacas máximas y las memorias (más bien insípidas) de La Rochefoucauld, Los caracteres de La Bruyère, libro incansablemente elogiado por Flaubert, Stendhal, Proust y Balzac, y una selección de Las fábulas de La Fontaine, poemas de una imaginación especializada, precisa, cruel y feliz.
No se trata propiamente de un plan (no vayan a pensar que todo aquí es deliberado) pero combinando regalos y recomendaciones 2021 ha sido un año para leer mucha poesía española: de las audacias formales de El bello mundo (Navarro Prieto) a la sutil superposición de tiempos de Babilonia (Leonor Saro) pasando por la fría sabiduría pregnostiva de Las niñas siempre dicen la verdad (Rosa Berbel). No los cito a todos por no dejarme alguno, pero alguien debería hacerse cargo de que son ya por lo menos dos generaciones de poetas que buscan y encuentran vías expresivas alejadas de las vías muertas de la poesía de la experiencia y los devaluados ecos de Valente.
Son ya por lo menos dos generaciones de poetas que buscan y encuentran vías expresivas alejadas de las vías muertas de la poesía de la experiencia y los devaluados ecos de Valente
En septiembre empecé a leer el Cuarteto estacional de Alí Smith, de la que había oído hablar sin llegar a interesarme, por insistencia de Agnès Font (qué buenos “prescriptores” pueden ser los responsables de prensa) y que seguramente ha sido la experiencia de lectura del año, de la que ya he escrito en este Ministerio nuestro. Los cuatro libros se asocian de manera muy libre y algo enigmática (pues se trata de dos escritoras de un rigor original y distinto) con Existiríamos El Mar de Belén Gopegui. Me remito a unas palabras de Ignacio Echevarría sobre las relación entre ambas autoras: “Sugieren, las dos con admirable solvencia, modelos de resistencia a la deriva crecientemente destructiva del capitalismo empleando categorías cordiales: solidaridad, imaginación, comunidad, eso que Roberto Jacoby bautizó estupendamente como “tecnologías de la amistad” [...] lo que admite ser interpretado como lenta emergencia de una nueva narrativa crítica y movilizadora susceptible de desplazar la estética y el sentimentalismo de la derrota que todavía suelen connotar el imaginario de la lucha social”.
También me permito establecer relaciones entre dos primeras novelas, no tanto por sus similitudes como por compartir colección: los nuevos episodios nacionales que ha impulsado Lengua de Trapo. Creo que en su momento no me atreví a transmitirle a su editor, Manu Guedán, a quien respeto mucho, la pereza que en crudo me despertaba el proyecto. ¿No son ya los de Galdós suficientes episodios? ¿No estaba Almudena Grandes escribiendo su propio ciclo? ¿Nos hemos recuperado ya como sociedad de la tercera parte del Quijote que se le ocurrió escribir a Andrés Trapiello? La lectura de los Alpes marítimos y de Madrid será la tumba, viene a confirmar que son las personas que intervienen las que dan la medida de una idea, pero las novelas de Vicente Monroy y de Elizabeth Duval merecen una crítica más atenta de la que puede permitirse este itinerario. Este septiembre también leí una novela, Azúcar de Bibiana Candia inducido por una nueva forma de prescripción, la simpatía que te despierta un tuitero con el que cruzas algunas palabras, una intuición acertada que me llevó a una original novela de terror histórico, que señala la leyenda patriotera con la que ha tratado de ocultar la negra, negrísima, realidad histórica de la Hispanidad. En octubre leí otro de los libros del año, Panfletario, la reunión de textos breves de Iban Zaldua, que a golpe de ácido expone en carne viva nuestro sistema literario, que es más o menos el que encontramos en cualquier sitio. A mi juicio es un libro más valiente y polémico que cualquier otro al que se le hayan colgado últimamente estos adjetivos, y posiblemente por eso, por la audacia y por el escozor, haya encontrado tan pocos interlocutores dispuestos a debatirlo.
Buscando pasajes de mobiliario victoriano para mi novela (sería largo de explicar) me puse a leer los Cuentos góticos completos de Conan Doyle, de mobiliario no encontré apenas, pero me di un gustoso atracón de fantasmas, mesmerismo, posesiones infernales y momias. Salí con la impresión de que si Doyle le tenía algo de ojeriza a Holmes era en buena medida porque, en el mundo del detective, el atajo sobrenatural (que le fascinaba a niveles de palabra revelada) estaba terminantemente prohibido. Y Doyle era un hombre que respetaba las reglas, sobre todo si se las había impuesto él mismo.
Los últimos meses del año han estado dominados por otro proyecto de lectura vagamente relacionado con la novela en marcha, y más directamente con buscarle precedente a las “literaturas de categorías cordiales”: la obra completa de Willa Cather, propósito todavía en marcha que ya ha dejado como saldo una obra maestra Mi Ántonia, y dos libros excelentes, Pioneros y Una dama extraviada. Veremos como sigue.
Para diciembre, una alegría, El nivel adquirido, que recopila las reseñas, ensayos, prólogos y conferencias de Ignacio Echevarría sobre “literatura extranjera”, el trasfondo sobre el que se recorta su indispensable ejercicio crítico sobre la literatura española (y sus incursiones en la latinoamericana). Los textos vienen enriquecidos por una serie de codas escritas en el presente, donde el lector actual establece un diálogo con el crítico del pasado, diseminando generosamente ideas sobre la literatura y su imbricación con la sociedad que trascienden, sin desentenderse, del autor y del libro reseñado. Justo lo que Virginia Woolf consideraba como el principal valor que la crítica podía ofrecer fuera de la academia.
Confieso haber dedicado bastante tiempo a elegir la última lectura del año. Una decisión más simbólica que decisiva, pero ya sabemos que lo simbólico suple su inconsistencia con cierto valor personal. Mi plan era leer Desde adentro, “lo nuevo de” Martin Amis, pero me pareció que era una buena oportunidad para recuperar un libro varias veces pospuesto y que parece su predecesor natural, Experiencia. Como novelista Amis rara vez está a la altura de su modelo (claro que, ¿cuántos colegas vivos pueden medirse con Saul Bellow?) pero libro tras libro (El roce del tiempo, La guerra contra el cliché, El infierno imbécil, El segundo avión, Visitando a Mrs. Nabokov) ha ido configurando un género, entre la crónica, la reseña y el retrato, siempre recorrido por la misma lucida vibración eléctrica, personalísima y entusiasta, en el que no tiene rival. Baste decir que Experiencia es el mejor de todos estos libros, estructurado por oleadas temáticas, configura un retrato insuperable de Kingsley Amis, mientras desvela la experiencia crucial de estar vivo, con la que de jóvenes no podíamos ni soñar: la experiencia del tiempo. Leo aquí y allá críticas muy severas contra Desde adentro, que apuntan a sus excesos y su supuesta palabrería, a la espera de formarme mi propio juicio, considero a estos denunciantes enemigos míos, cuervos de mis expectativas: las semillas del año nuevo.
Coda: El escritor del artículo es consciente de que un itinerario así queda cojo sin manifestar la lista completa de lo leído en 2021 (incluidos libros notables que no han encontrado su sitio en el hilo del argumento), el lector considera un alivio que se mantengan firmes las últimas defensas del pudor.
Empecemos por lo intrascendente: mis lecturas de 2021 se han visto condicionadas por dos factores; por primera vez en años he pasado doce meses en la misma casa, de manera que he podido recurrir a la biblioteca para complementar una curiosidad o perseguir resonancias; y que me ha pillado en “año de novela” que...
Autor >
Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí