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FALSA NEUTRALIDAD

La cultura de la cancelación en los medios de comunicación

Cuando la extrema derecha impone sus preguntas, hay que negarse a responder para romper con la ilusión mediática del debate

Éric Fassin 22/11/2021

<p>Odio.</p>

Odio.

Malagón

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Al rechazar los términos del debate sobre la cultura de la cancelación, se corre el riesgo de ser cancelado. El pasado 23 de octubre Radio Canada me invitó al programa Les faits d’abord, para hablar de lo que en Francia llamamos, empleando una expresión importada de Estados Unidos, la “cancel culture”. El ministro de Educación de Quebec, Jean-François Roberge, y su homólogo francés, Jean-Michel Blanquer, acababan de manifestar juntos su rechazo hacia dicha práctica en una carta abierta. Puesto que ya había tenido la oportunidad de escribir sobre este tema, acepté la invitación. Sin embargo, cuando comenzó el programa, en lugar de la llamada telefónica esperada, recibí un mensaje de texto con el que me retiraban la invitación. ¿Por qué esa cancelación de última hora, tan solo unas horas después de su confirmación?

Desde el principio había accedido a que me entrevistaran. Pero a continuación me ofrecieron un debate; en este caso, con un lingüista que, desde su jubilación, denuncia con virulencia el trabajo de las ciencias sociales en relación al género y la raza. Así, en una conferencia en la École Normale Supérieure de Lyon (minuto 16), el 24 de Noviembre de 2020, me comparó… con Hitler. Por consiguiente, rechacé acudir a ese “debate”. En compensación, acepté que nos entrevistaran sucesivamente. Sin embargo, el presentador del programa finalmente canceló mi invitación: lo que en la apertura llamó “tema candente” requería un debate. Se llevó a cabo entre el sociólogo Albert Ogien, que trabaja en temas de democracia y movimientos ciudadanos, y Pierre Valentin, antiguo periodista de FigaroVox nombrado director del centro juvenil del Laboratoire de la République, que puso en marcha Jean-Michel Blanquer como una vacuna contra el virus del wokismo (este estudiante de máster acaba de dedicar dos notas a esto para Fondapol, un think tank de derechas).

Libertad de opinión versus libertad académica

Lo expliqué en la preparación para el programa: sobre un tema así, es la propia forma del debate lo que plantea un problema. En realidad se trata de una campaña política. Unánimemente reducimos el conocimiento crítico y el compromiso contra la discriminación a un “nuevo macartismo” de izquierdas. Este cambio de retórica permite a la extrema derecha tratar a los antifascistas de colaboradores y a los “republicanos” acusar a los antirracistas de racismo. De hecho, al igual que la polémica contra lo políticamente correcto de principios de la década de 1990, la actual campaña política contra el “wokismo”, el “islamo-izquierdismo” o la “cancel culture” lo confunde todo: la vaguedad terminológica es un reflejo de ello.

Con el pretexto del debate, confrontar a los ideólogos con los especialistas es darle un premio a “cualquier estupidez”. Quizás haya menos necesidad de recordar esto cuando se trata de epidemiología o calentamiento global; pero contra las ciencias humanas y sociales (SHS, por sus siglas en francés), todo está permitido. ¿Cómo debatir en estas condiciones? Nos agotamos por desmantelar falsedades y malas interpretaciones, errores y rumores, únicamente para, a continuación, ser acusados ​​de negar una realidad supuestamente probada simplemente porque está en los medios de comunicación. Esta es la ley de Gresham en los medios: la moneda menos apreciada desplaza a la de más valor.

El debate mediático se basa en la libertad de opinión, que te permite decir lo que quieras. La libertad académica, por el contrario, tiene como requisito no decir estupideces

El debate mediático se basa en la libertad de opinión, que te permite decir lo que quieras, incluso estupideces. La libertad académica, por el contrario, tiene como requisito no decir estupideces: la pandemia ha venido a recordarnos que el conocimiento no es una opinión. Sin embargo, en los Matins de France Culture, el 9 de marzo de 2021, cuando François Héran, profesor del Collège de France, afirma apoyarse en los hechos para hablar de racismo sistémico (y las encuestas estadísticas y, en derecho, la noción de discriminación indirecta), Guillaume Erner, que lo entrevista, responde con insistencia: “Es tu forma de verlo”, “tu presentación de las cosas”, “tu derecho”. En otras palabras, cada uno con su opinión. Así es cómo los medios de comunicación pueden constituirse hoy en día en árbitros de la cientificidad (tal periodista me pide que justifique mi metodología sociológica, mientras que tal revista cuestiona mis títulos).

En cuanto a la “cultura de la cancelación”, el presentador de este programa, acertadamente titulado Les faits d’abord (Los hechos primero), lo repite a modo de conclusión: “Vemos que se trata de un debate candente a ambos lados del Atlántico”. De este modo, para el público canadiense, habremos determinado que efectivamente existe un debate: no habría humo sin fuego, ni controversia sin objeto. Pero en realidad, es un juicio. Por supuesto, quiere ser justo: aquí le damos la palabra a la fiscalía, pero también a la defensa. No obstante, los términos los definen los fiscales. De hecho, la campaña actual se basa en la denigración, no en la argumentación. Sin duda podemos intentar defender nuestra causa; pero, independientemente de lo que respondamos a las fake news y los hechos alternativos, ¿no nos arriesgamos, muy a nuestro pesar, a validar la idea, recogida en el programa, de que habría dos bandos, “anti-woke” y “woke”? A partir de ahí, cualquier discurso crítico es culpabilizado, al tiempo que se le asigna una posición.

El laboratorio de la extrema derecha

Esta ofensiva lanzada por el presidente de la República y retomada por el gobierno francés pretende así descalificar las ideas de izquierdas cazando en tierras de extrema derecha, incluso a costa de una pirueta. Contra el “wokismo”, Jean-Michel Blanquer llega a afirmar: “En Estados Unidos, esta ideología llevó, por reacción, a Donald Trump al poder”... Baste decir que la mejor manera de combatir el neofascismo es atacar a los mismos objetivos: “Toda esa obsesión por la raza y el género, todas esas teorías increíbles procedentes de las universidades estadounidenses, como las teorías decoloniales, el indigenismo, el inmigracionismo, las teorías de género, el neofeminismo, la interseccionalidad”. Como señala el blog Academia, estas palabras son las que Marion Maréchal dirigió a su Instituto de Ciencias Sociales el 2 de enero de 2020: el ministro francés, por tanto, ha cumplido sus deseos.

Putin llegó a decir que los profesores que exponen a los niños la idea de cambiar de género cometen un crimen contra la humanidad

Estas dos figuras políticas siguen los pasos de Donald Trump y Jair Bolsonaro, cuyas políticas de género y sexualidad, de raza y de clase, habrán erigido a estos regímenes como “el laboratorio interseccional del neofascismo”. Vladimir Putin retoma hoy su retórica: en un discurso del 21 de octubre de 2021 denuncia, entre los occidentales, “la eliminación agresiva de páginas enteras de su propia historia, es decir, la ‘discriminación inversa’ contra la mayoría en interés de una minoría”. No hay duda: “Es noble y necesario luchar contra los actos racistas, pero la nueva ‘cancel culture’ lo ha convertido en una discriminación al revés, un racismo inverso”. Asimismo: “Quien se atreva a sugerir que las mujeres y los hombres realmente existen, lo cual es un hecho biológico, corre el riesgo de ser excluido”. Llega a decir que los profesores que exponen a los niños a la idea de cambiar de género cometen un “crimen contra la humanidad”. El presidente ruso dice hablar por experiencia: en su propio país, los bolcheviques, que también pretendían acabar con el viejo mundo, ¿no se habían mostrado “absolutamente intolerantes con las opiniones que no compartían?”

Los asesinos de la memoria

En Quebec, la tribuna de los ministros comienza evocando una controversia canadiense: “Los libros para niños, en particular Tintín y Lucky Luke, fueron quemados y enterrados en Ontario, Canadá”, por iniciativa de una junta escolar católica, “durante una ‘ceremonia de purificación de la llama’ porque transmitían una imagen negativa y errónea de los pueblos indígenas”. Por otra parte, los franceses no dan ningún ejemplo. Sin embargo, el programa abre con la voz de Jean-François Roberge: “En Francia, un maestro, Samuel Paty, fue asesinado porque defendía la libertad de expresión; en Ontario quemaron y enterraron libros de Tintín y Astérix”. En otras palabras, esta trágica decapitación se convierte, en su boca, en el ejemplo emblemático de la cultura de la cancelación francesa: ¡los terroristas islamistas serían woke!

Se interpreta al pie de la letra una fórmula de Jean-Michel Blanquer: entrevistado en Europe 1 por Sonia Mabrouk sobre islamo-izquierdismo, el 22 de octubre de 2021, hablaba de “complicidad intelectual con el terrorismo”. En efecto, es una empresa de importación-exportación ideológica entre Canadá y Francia, encarnada, por ejemplo, por el quebequense Mathieu Bock-Côté, que pasó por FigaroVox y de un tiempo a esta parte por CNews pero también, precisamente, por Europe 1 (con la misma periodista) e incluso Front Populaire, la revista de Michel Onfray. Sin embargo, sabemos que las campañas difamatorias alimentan el discurso de odio en las redes sociales y en los medios de comunicación, con amenazas que multiplican los insultos. Por tanto, esto equivale a poner en peligro las libertades, en particular las libertades académicas.

En este discurso ideológico, a cualquier cosa se le da la vuelta. La carta de los ministros concluye así: “No es renunciando a quienes somos, ni ignorando de dónde venimos, como profesan los ‘asesinos de la memoria’, el modo de celebrar el progreso y proyectarnos hacia el futuro”. Las comillas lo subrayan: la expresión está tomada del título de un mordaz ensayo publicado por Pierre Vidal-Naquet en 1987 contra los “revisionistas”. El historiador atacó en particular a un literato falsificador de la historia: Robert Faurisson, “Eichmann de papier”.

Y así nos encontramos hoy con el cuestionamiento de la memoria oficial confundida, en el discurso oficial, con el negacionismo. No se trata solo de trivializar la memoria de la Shoah, utilizándola en una campaña contra el pensamiento crítico. También se trata de cambiar las cosas. Es cierto que la idea de quemar libros puede evocar las quemas de 1933. Pero, con el pretexto de defender la memoria, ¿no es aún más chocante comparar a los descendientes de las víctimas del genocidio de los pueblos indígenas con los nazis? Y sin embargo, ¿alguien se conmueve? Por mi parte, me indigné en un tuit; se lo dije al periodista que estaba preparando la entrevista, pero en el programa no se habló de ello.

La memoria de los asesinos

Resulta especialmente inquietante que la carta abierta del 22 de octubre se publicara pocos días después de la conmemoración de los sesenta años de la masacre de argelinos del 17 de octubre de 1961 en París. Se trata de una larga historia colonial ocultada durante mucho tiempo; la meticulosa reconstrucción de Jean-Luc Einaudi pesaría en la condena a Maurice Papon en 1998 por su papel en la deportación de judíos. En otras palabras, reescribir la historia es la condición necesaria para recuperar o incluso implantar la memoria de los asesinos. Es exactamente lo contrario de los “asesinos de la memoria”, que entierran los hechos: la impugnación de la memoria del Estado apunta a exhumarlos. Las revisiones de la historia, ya sea de Vichy o del colonialismo, proceden así de una reivindicación de la verdad; el revisionismo, una operación de falsificación, es su negación.

Por ejemplo, hoy en día, es lo que puede querer rehabilitar al mariscal Pétain, por proteger a los judíos franceses y, al mismo tiempo, apelar a uno de los conquistadores de Argelia, tristemente conocido por sus enfumades de civiles. “Cuando el general Bugeaud llega a Argelia, comienza a masacrar a musulmanes e incluso a algunos judíos. Hoy estoy del lado del general Bugeaud. ¡Eso es ser francés!” Ante tales discursos, el Gran Rabino de Francia no se anda con rodeos en sus palabras:  “Antisemita indudablemente, racista obviamente. Pero, mientras comienza la campaña presidencial, el ministro francés de Educación Nacional perdona a esta figura neofascista que, sin embargo, ha comparado con el doctor Mengele; se reserva sus golpes a la woke de izquierdas. Entretanto, según las encuestas, las ideologías de extrema derecha podrían ganar un tercio de los votos.

La ilusión del debate

De todo esto el programa de Radio Canada no habrá dicho una palabra. Esto se debe a que utiliza los términos dictados por los ministros, a riesgo de garantizar su comunicación: no debatimos su estrategia política, sino la “cultura woke”. No vayamos a creer que este ejemplo es una excepción canadiense. En realidad, la ilusión del debate también abunda en Francia, y especialmente en los medios de comunicación que quieren defender los valores democráticos.

En 2015 rechacé una invitación de Arte, para debatir en el programa 28 minutes cara a cara con el “periodista” cuya candidatura a la presidencia se nos promete hoy. Le expliqué que mi mera presencia hubiera significado que yo considerara a este reincidente de la incitación al odio racial como un interlocutor legítimo. Además, no me había equivocado: él había aceptado de inmediato. Ante mi negativa, el director insistió mucho, recordándome mi gusto por el debate. Es cierto que he aceptado muchos otros; incluso hoy me arrepiento. Después de todo, argumentó, a pesar de lo controvertido que era, ¿no era este panfletista parte del debate público? De ahí mi respuesta: sí, porque los medios lo han colocado ahí; ¿y mañana, por qué no Alain Soral? Por consiguiente, el debate no tuvo lugar. Además, en 2018, la presentadora Elisabeth Quin declaró que este personaje no sería invitado a 28 minutes: “Asumimos nuestra responsabilidad”.

Mi crítica se dirige a los medios de comunicación animados por una ética liberal del debate que siguen creyendo de buena fe que la neutralidad es un valor democrático

¿Qué es un debate hoy? El 29 de abril de 2021 participé en el programa C ce soir, junto a Maboula Soumahoro y frente a Marc Weitzmann y Mathieu Bock-Côté. En las discusiones preparatorias, había señalado el problema del título: hablar de la “cancel culture”, es decir, de un término que solo se usa para denunciar, es tomar el punto de vista de los que se oponen a los estudios de género y a los estudios críticos sobre la raza. En otras palabras, bajo la apariencia de debate, está eligiendo un bando. ¿Debería especificarse? Es decir, a pesar de las certezas que me hacían dudar, lo que terminó sucediendo fue que tuvimos que dedicarnos todo el tiempo a desmentir, empezando por rechazar el propio término: Es un arma polémica contra el conocimiento crítico”.  La presentación en su página web ha mantenido este sesgo: “Cancel culture”, “decolonialismo”, “racializar”. Estas nuevas palabras y conceptos ilustran una americanización de nuestro idioma y de nuestro debate. ¿Está en marcha la americanización de Francia? Y si el primer término se toma prestado de la controversia estadounidense, ¿qué más da que el segundo venga de América Latina y el tercero de Francia?

Otro ejemplo, siempre en primera persona: en 2019, L’Obs me pidió una tribuna para un debate sobre lo “políticamente correcto”. Por supuesto, había una voz en contra; de este  modo, la neutralidad periodística requería una voz a favor. El problema, respondí, es que todo el mundo está en contra. Nadie lo reclama. Ya lo había explicado: es una estructura puramente polémica que solo sirve para descalificar. Sin embargo, acepté, pero a condición de escribir un texto irónico, satirizando los discursos conservadores: “¡Ya no se puede decir nada!” A pesar de su acuerdo inicial, L'Obs acabó rechazando la tribuna, por temor a causar confusión en sus lectores... Por esa razón publiqué en mi blog este texto sobre lo políticamente correcto y los medios de comunicación: “Irónicamente, L'Obs está a punto de publicar un dosier para defender el humor y la libertad de pensamiento contra los aguafiestas y los censores, pero sin mi tribuna”.

Es fácil de entender: no se trata de atacar a los medios reaccionarios. La invectiva ocupa un lugar en el debate. De este modo, no tienen que retirar una invitación; les basta con no invitar, solo para hacerles caer en la trampa. Mi crítica se dirige más bien a los medios de comunicación de buena voluntad, animados por una ética liberal del debate que, a pesar de todo, siguen creyendo de buena fe que la neutralidad, garantía de su profesionalismo, es un valor democrático.

Hacer preguntas, imponer respuestas

Lo que distorsiona el debate de hoy son las propias preguntas. En el fondo es el mismo problema que con las encuestas de opinión. Por ejemplo, en una encuesta, en el momento de preguntar sobre “el gran reemplazo”, los periodistas pueden tener escrúpulos: “Con Harris Interactive, el equipo editorial de Challenges pensó detenidamente el enunciado de la pregunta”. Baste decir que, por el mero hecho de hacer la pregunta, los periodistas no reflexionaron. “Esta expresión utilizada por Éric Zemmour conlleva tantas fantasías y falsedades que era necesario ser preciso. De este modo, el texto completo de la pregunta formulada era: “Hay personas que hablan del gran reemplazo: poblaciones europeas, blancas y cristianas en peligro de extinción tras la inmigración musulmana procedente del Magreb y África negra. ¿Crees que tendrá lugar un fenómeno de este tipo en Francia?”

La “precisión” habrá consistido simplemente en adoptar la definición de un ideólogo de extrema derecha: “El enunciado retoma la formulación de esta teoría adelantada por el ensayista Renaud Camus”. Incluso declaró que “la negación del gran reemplazo es el negacionismo moderno”. Es cierto que también fue condenado por sus comentarios racistas; pero la encuesta, sin duda en aras de la neutralidad, tampoco lo menciona. Por lo tanto, se puede anticipar la respuesta contenida en la pregunta: “El 67% de los franceses están preocupados por un ‘gran reemplazo’”. Por consiguiente, que esta noción haya sido aducida por un terrorista en Christchurch ya no impide invitar a su creador a CNews para… debatirlo (aunque sea sin contradictor). Pero no escucharemos a Jean-Michel Blanquer denunciar ninguna “complicidad intelectual con el terrorismo”. 

Negarse a debatir

En Estados Unidos, los medios de comunicación han reconsiderado su responsabilidad en la elección de Donald Trump en 2016. El presidente de CNN, Jeff Zucker, ahora aparece como el Doctor Frankenstein que ayudó a crear este monstruo que se le escapó. Pero hay más. El problema es la “falsa equivalencia” de la neutralidad mediática; en The Atlantic, el periodista James Fallows lo llamó “ismo de ambos lados”: “ismo de dos caras”. Ingenuidad o intimidación, da igual. Ante los neofascistas, la neutralidad es complicidad. No hay un “término medio” entre la discusión y la estupidez. Hoy el debate es, por tanto, el instrumento de penetración de las ideas de extrema derecha entre los liberales comprometidos con la democracia: ¿negarlo no es, para ellos, antiliberal? Uno piensa en la frase atribuida a Jean-Luc Godard: “La objetividad en la televisión son cinco minutos para Hitler, cinco minutos para los judíos”. El resistible ascenso del neofascismo no exige la neutralidad del debate; requiere la participación del combate.

Volvamos a Pierre Vidal-Naquet. En el comienzo de Los asesinos de la memoria escribió: “Se puede y se debe discutir sobre los ‘revisionistas’; se pueden analizar sus textos como lo hacemos con la anatomía de una mentira; se puede y se debe analizar su lugar específico en la configuración de las ideologías, preguntarse el porqué y el cómo de su aparición; no se discute con los ‘revisionistas’”. O, por citar a otro helenista, su amigo Jean-Pierre Vernant, sobre la negativa del presidente saliente a debatir con su oponente entre las dos rondas de las elecciones de 2002: “Ser tolerante es saber poner los límites de lo intolerable. No, no todo se debate. Jacques Chirac tenía razón”. El director de Mediapart, Edwy Plenel, recordó recientemente esta tribuna haciéndose eco de nuestra noticia: “No se habla de cocina con un caníbal”.  No solo no deberíamos, sino que, sobre todo, no se puede debatir con los neofascistas. Porque hoy, la falsa neutralidad del debate se ha convertido en la figura por excelencia del trampantojo democrático.

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Traducción de Paloma Farré.

Este artículo se publicó originalmente en Mediapart.

Al rechazar los términos del debate sobre la cultura de la cancelación, se corre el riesgo de ser cancelado. El pasado 23 de octubre Radio Canada me invitó al programa 

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Autor >

Éric Fassin

Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018)

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