Competencia libresca
Tapa dura con los editores modestos
Los sellos grandes se llevan dos de cada tres euros de lo que nos gastamos en libros. Cerca de 600 editoriales pequeñas se reparten el 13% del mercado. El punto crítico es la distribución
Francisco Pastor Madrid , 28/10/2021
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En la última Feria del Libro de Madrid, celebrada en septiembre, las casetas no se repartieron por sorteo. Y algunas de las editoriales más pequeñas, y de materias especializadas, quedaron en una suerte de isleta, en el centro del recorrido. Si caminábamos por los laterales del paseo, como es habitual, había que recorrer dos veces el mismo tramo para acordarse de ellas. Mientras tanto, los sendos bloques de diez casetas que pertenecían a Planeta y Penguin Random House ocupaban su espacio junto a una de las entradas de la feria. La que estaba orientada al sur y en la que, durante los tres fines de semana que duró el encuentro, ya en la resaca de la pandemia, acumuló menos cola a las puertas. Este septiembre, a la convocatoria acudieron cerca de 385.000 visitantes. La facturación bajó solo un 10% con respecto a 2019 –la última feria antes de la pandemia.
En España hay 1.639 editoriales, de las cuales dos de cada tres son independientes, pequeñas o medianas. Sin embargo, su trocito de mercado en poco se corresponde con esto. Los grupos grandes –clasificados así cuando facturan más de 18 millones de euros al año– se llevan el 63% de lo que nos gastamos en libros. Los sellos de calibre medio venden uno de cada cuatro volúmenes. Por último, las cerca de 600 editoriales pequeñas que hay en nuestro país –entran en esta categoría cuando facturan menos de 2.400.000 €– se reparten apenas el 13% de las ventas. Curiosamente, y a pesar de estas adversidades, en el último año se han creado nueve editoriales de pequeña escala, siempre según los datos de la Federación del Gremio de Editores. “¿En qué nos diferenciamos nosotros de un gran sello? En todo. Hasta el tuit de una amiga, cuando habla de uno de nuestros libros, nos hace ilusión”, cuenta Paz Olivares, de la firma niños gratis*.
Esta editorial echó a andar hace tres años. Entre los cerca de seis trabajos que ha publicado, destaca La cabeza a pájaros, firmada el año pasado por la actriz y escritora Marta Fernández-Muro, y que ya va por la segunda edición. Fue la misma Paz quien llevó los libros, tienda por tienda, en el carrito de la compra. “Las distribuidoras se llevan la mitad del precio de cada ejemplar. Para asistirnos, nos imponen que saquemos 10 o 12 novedades cada año. Ojalá pudiéramos estar en las grandes librerías. Nosotros no nos lo podemos permitir, entre otras cosas, si queremos cuidar de nuestros autores. Son ellos quienes deberían llevarse la mayor parte de la facturación”, expresa la editora, al otro lado del teléfono. En FANDE, la federación de editores, las condiciones de las distribuidoras tienen una razón de ser. Es cierto que se llevan cerca de la mitad del precio del libro –en concreto, del 40% al 55%, dependiendo de la distribuidora–. Pero, según sostiene José Manuel Anta, director de este organismo, una gran parte de ese porcentaje se queda en los puntos de venta. Además, que las distribuidoras exijan un mínimo de novedades a los editores pretende demostrar, en parte, que el proyecto editorial es serio y comprometido a largo plazo. “Hay escritores que se editan a sí mismos, acaban con miles de ejemplares de su propio libro en casa y luego, cuando no saben qué hacer, llaman a una distribuidora. Está bien que se publiquen muchos títulos, pero en algún lugar hay que poner el filtro. Y ese filtro lo ponemos nosotros”, argumenta Anta.
“En efecto, la distribución es el punto crítico”, comparte el escritor Luisgé Martín, hecho tanto al trabajo con los sellos de grandes grupos –Alfaguara, que pertenece a Penguin Random House– como al trato con los independientes –Dos Bigotes–. “Algunas editoriales cuentan con un espacio asegurado en las mesas de novedades de las librerías y eso da visibilidad y lectores, claro. Quizá, diría que hasta los sellos pequeños se vuelcan más en la promoción de sus trabajos. También la crítica tradicional ha perdido peso frente a las redes sociales”, valora el último ganador del premio Herralde de novela. Lo consiguió con Cien noches, editada por Anagrama en 2020. Esta editorial no está entre los 53 sellos que componen Planeta, ni entre los 40 que nutren a Penguin Random House, pero sí forma parte, curiosamente, del grupo italiano Feltrinelli.
Con respecto a la labor de edición, o a la libertad creativa, Martín no encuentra diferencias significativas en el trabajo con editoriales de diferente envergadura. “Tengamos en cuenta que, gracias a los grandes grupos y el aplomo financiero con el que cuentan, los editores pueden realizar apuestas menos evidentes. Yo siempre he escrito lo que quería. Eso sí, es cierto que algunos libros son menos atractivos para las editoriales más sobrecargadas”. En 2013, el autor eligió a la independiente Salto de Página para publicar una “antología de cuentos dispersos”, como lo fue Todos los crímenes se cometen por amor.
“Frente a las editoriales pequeñas podemos negociar mejor. Quizá no los plazos de entrega, pero sí las tarifas”, agrega la traductora Itziar Hernández Rodilla, experta en traer al castellano la prosa de Virginia Woolf y Alessandro Manzoni. Según cuenta, las firmas modestas suelen ofrecer remuneraciones más bajas. Pero, precisamente porque están más abiertas a pactar los precios, fue también con un sello pequeño con el que más dinero obtuvo por palabra. Otra cosa es lo que se lleve, claro, por los derechos de autor. Aún está obteniendo contraprestaciones por traducir un libro de autoayuda, hará unos tres años, para un gran grupo. Es algo que aún no le ha ocurrido con ningún editor independiente. Y Jesús Badenes, que dirige el área editorial de Planeta, argumenta: “De cada cinco libros que vendemos, dos de ellos vienen de nuestro fondo [estos son, libros que se han publicado por primera vez en años anteriores y, por tanto, no forman parte de las novedades]. Contamos con un catálogo en castellano de unas 40.000 referencias vivas. Y eso, en un año en el que las novedades se han comportado de manera excepcional”.
Con todo, la riqueza en las librerías, al menos según Lola Larumbe, de la Librería Alberti, en el madrileño barrio de Argüelles, se debe a los sellos pequeños: “A nosotros, la diversidad nos la dan las editoriales pequeñas e independientes. Los grandes grupos suelen apostar por la novedad más inmediata. Y si solo dependiéramos de ellos, nos estaríamos perdiendo mucho. Para levantar una librería de fondo y adquirir libros más allá de los canales tradicionales de distribución, acudimos a las redes. También tratamos de recordar, de un año para otro, qué libros merece la pena mantener en el catálogo”. Larumbe, cuya tienda alberga 20.000 libros diferentes, recuerda con cariño la edición en castellano de Stoner, de John Williams. Fue publicada en 2015 por Baile del Sol, una editorial independiente y alojada en Canarias. Al tiempo, la librera recomienda una excepción: el sello Caballo de Troya. Aunque forma parte de Penguin, “da cabida a los escritores noveles. Ahora, estos luego pasan a firmas más grandes, claro”, sostiene la librera.
“Cuando un sello grande quiere quitarle un autor al pequeño, no hay nada que hacer”, sentencia Sigrid Kraus. Durante décadas, la editorial que dirige, Salamandra, fue independiente. Todo, a pesar de los suculentos volúmenes cuyos derechos detentaba: el sinfín de ediciones diferentes de El principito y los ocho tomos de la franquicia Harry Potter. Finalmente, en 2019, la editorial pasó a formar parte de Penguin y se llevó consigo a sus 17 empleados. “Ahora tenemos a nuestra disposición expertos en marketing y en derecho. En contrapartida, hay más reuniones y más burocracia. Con todo, conservamos una independencia absoluta en la contratación de manuscritos y solo he de realizar consultas para presupuestos muy elevados. Ni siquiera nadie me sugiere títulos para nuestras colecciones”, explica Kraus.
El año pasado, las librerías cerraron durante el confinamiento y no se celebró la Feria del Libro; también Sant Jordi se trasladó del 23 de abril a finales de julio. La facturación del sector librero bajó un 22%. “No sé qué habría sido de Salamandra si no hubiéramos estado en un gran grupo. Perdimos muchísimos lectores, sobre todo en Latinoamérica. Y apenas habíamos desarrollado el comercio online, mientras que Penguin tenía ya una gran estructura”, comenta Kraus. Ahora, lleva de aquella manera no contar con una caseta propia, cuando los libreros y las editoriales llegan al madrileño parque del Retiro. Y conserva una máxima ética, de los tiempos en los que Salamandra era independiente: ella no le quitará ningún autor a las editoriales pequeñas.
En la última Feria del Libro de Madrid, celebrada en septiembre, las casetas no se repartieron por sorteo. Y algunas de las editoriales más pequeñas, y de materias especializadas, quedaron en una suerte de isleta, en el centro del recorrido. Si caminábamos por los laterales del paseo, como es habitual, había que...
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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