Gramática rojiparda
La gran novela de la Transición
Si lo que salió del Congreso la mañana del 24 de febrero de 1981 fue una democracia consolidada, es inaceptable que cuarenta años después sigamos sin saber con exactitud cómo se gestó y preparó el golpe
Xandru Fernández 28/02/2021
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Parece ser que el aniversario del 23-F ha vuelto a propiciar discursos grandilocuentes y algún que otro intento de blanquear la imagen del rey emérito. También hemos tenido noticia de otra “regularización fiscal de rentas no declaradas” por parte de Juan Carlos I, quien sigue, a día de hoy, cómodamente instalado en Abu Dabi. Digo “parece ser” porque no he estado atento, por razones que no vienen al caso, a las celebraciones de este año, pero justo este saber de oídas es lo que me parece sintomático, puesto que he llegado a la hora de los postres y me he encontrado con que no quedaban ni las raspas. Qué falta de decoro: en cualquier sitio respetable, los escándalos y los fastos, aunque no vayan juntos, duran días, imagínense si, como es el caso, el escándalo (de un rey fugado, regularizado fiscalmente, sobre cuya figura histórica sobrevuela la sospecha de haber participado en un golpe de Estado contra su propio Estado) es inseparable de los fastos (con los que la prensa regia jalea y da esplendor a un personaje de más que cuestionable integridad moral); aquí, en cambio, el ruido y la furia apenas duran unas horas.
Aplaudamos intensa pero discretamente, que cale pero que no se note, que no se oiga mucho fuera de nuestras fronteras pero que se enteren los enemigos de la monarquía, especialmente los más jóvenes: ese es el estilo de la celebración patriotera del 23-F desde que Felipe VI manda en La Zarzuela; se busca el equilibrio entre la continuidad de nuestras sagradas tradiciones (la celebración del golpe de Tejero es una de ellas, si no la más sagrada, como veremos) y la necesidad de distanciarse del rey saliente y (a juzgar por su posición con respecto a la geografía española) salido. El rey emérito no lo pone fácil, su hoja de servicios no es de esas que se ocultan ni maquillan con facilidad, a no ser que colabore la maquinaria periodística de un país entero, qué ocurrencia. Tampoco lo pone fácil el rey meritorio, cuyas virtudes están muy lejos de parecerse a las que la prensa regia alababa en su padre, a saber, la propensión a carcajearse viniera a cuento o no (sentido del humor), la incapacidad para ceñirse a un protocolo (campechanía), la habilidad para rehuir el compromiso político (neutralidad) y un astuto Sabino Fernández Campo al frente de sus asuntos. Felipe VI, por el contrario, tiene pinta de no reírse ni entendiendo los chistes y ha permitido desde el primer minuto que su lugar en el tablero político se identificara con el que la extrema derecha le atribuye. Su 23-F fue el 1-O; sus militares con pistola, unos civiles con megáfono; su “quieto todo el mundo”, un “a por ellos”. Da la sensación de que, el 1-O, quienes atacaban a la democracia eran los suyos.
El rey emérito no lo pone fácil, su hoja de servicios no es de esas que se ocultan ni maquillan con facilidad, a no ser que colabore la maquinaria periodística de un país entero, qué ocurrencia
¿Acaso no fue así, también, el 23 de febrero de 1981? Cuanto más sabemos del golpe, más cuestionable se vuelve todo el relato de la Santa Transición, y sin embargo no importa demasiado, o no parece importar, pues nada se mueve, nada convulsiona, nada se tambalea. Es insólito que siga habiendo fisuras en un relato tan minuciosamente urdido, escrito, reescrito, en el que han colaborado, interesada o desinteresadamente, miles de artesanos de la ficción y el periodismo, cientos de políticos, jueces y militares, más decenas de miles de funcionarios entregados a la causa de la democracia que se salvó por los pelos, por los pelos del rey. Redactores de libros de texto, maestros, documentalistas de televisión, locutores de radio, Javier Cercas, editorialistas de los grandes diarios de la prensa seria y portavoces de la mayoría de los grupos parlamentarios: la autoría es compartida, pero, al igual que suele ocurrir con los cantares de gesta, ni los hechos quedan suficientemente probados ni la personalidad del héroe queda bien definida. Los riesgos del directo. Menos mal que había cámaras en el Congreso.
Es cierto, o lo parece, que el golpe, si no lo fue de la democracia contra sí misma, sí lo fue de la parte menos democrática del Estado contra la más proclive a la democratización de nuestra historia. Que no es lo mismo. Si lo que salió del Congreso la mañana del 24 de febrero de 1981 fue una democracia consolidada, es inaceptable que cuarenta años después sigamos sin saber con exactitud cómo se gestó y preparó el golpe; dicho de otro modo, es inaceptable que el relato oficial siga siendo un engendro con tantas contradicciones, tantos desmentidos y tantas lagunas como el que aquí se difunde por tierra, mar y aire un año tras otro. De un modo muy similar a lo que el régimen franquista hizo con el alzamiento de Franco, el relato del vencedor, creíble o no, se ha vuelto cita obligada, cliché, carne de temario de oposiciones, y mucho me temo que, cuando se agote su poder calorífico, lo sustituya un reflujo, también, similar: no abramos viejas heridas, de qué sirve revivir el pasado, olvidemos y abracémonos todos en la nueva democracia post-covídica. Claro que para eso tiene que inaugurarse una democracia post-covídica, lo que a día de hoy tiene mucho de sarcasmo. Pero el pacto de silencio lo vemos venir a la legua.
Lo curioso es que los más aplicados defensores de esta catarsis mitológica sean los mismos que con tanto ahínco practican la equidistancia con respecto a la memoria de la guerra civil
Ignoro, por cierto, si hay muchas democracias que conmemoren atentados parecidos. De hecho, aquí tenemos incluso que tragar con que se trata del mito fundacional de nuestro Estado constitucional, como si con haber votado la Constitución en referéndum no fuera suficiente y hubiera que revalidarla con la intervención heroica de un supermonarca que la dotara de legitimidad carismática. Lo curioso es que los más aplicados defensores de esta catarsis mitológica sean los mismos que con tanto ahínco practican la equidistancia con respecto a la memoria de la guerra civil y contribuyen con entusiasmo a reforzar el otro gran cliché de la Cultura de la Transición, a saber, el mito de los dos abuelos. Mitología de anuncio de chacinería, de ya largo recorrido en nuestra cultura popular. Por el contrario, la sacralización del 23-F es algo relativamente reciente y va in crescendo a medida que el tiempo nos aleja no tanto del golpe cuanto del momento en que la Constitución fue aprobada.
Si la celebración del golpe, o de la intervención del rey, dos cosas que se han vuelto indistinguibles (por algo será), es ya una tradición sagrada y, como digo, acaso la más sagrada o la única sagrada del tinglado constitucional español, tal vez sea porque la Constitución necesita una fuente de legitimidad accesoria, ya que la mayoría de los españoles vivos no pudieron votarla en 1978. No hay mitos fundacionales en las democracias vivas, solo en los regímenes dinásticos con pies de barro. Y en este, además, un pie está en Abu Dabi. Se ve venir novela de ambiente oriental, con ribetes cervantinos y hondo calado histórico, sobre las luces y las sombras de un personaje trágico, o tragiépico, o comicópico, y sus crepusculares y un tanto quijotescas aportaciones al avance de la democracia en las monarquías del Golfo. Premio Nacional de Narrativa, por lo menos. Reserven su ejemplar.
Parece ser que el aniversario del 23-F ha vuelto a propiciar discursos grandilocuentes y algún que otro intento de blanquear la imagen del rey emérito. También hemos tenido noticia de otra “regularización fiscal de rentas no declaradas” por parte de Juan Carlos I, quien sigue, a día de hoy, cómodamente...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí