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Cibrán Sierra / Violinista

“Sin subsistencia, el contenido cultural desaparece”

Carlos García de la Vega 9/04/2020

<p>Cibrán Sierra.</p>

Cibrán Sierra.

© Igor Studio

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Cibrán Sierra (1979) es violinista del Cuarteto Quiroga, que fue galardonado con el Premio Nacional de Música en la categoría de Interpretación en 2018. Aborda el hecho musical de forma poliédrica y compagina una agenda de conciertos intensísima tanto con el Quiroga como invitado a orquestas en toda Europa, con la docencia y la divulgación. Su libro El cuarteto de cuerda: laboratorio para una sociedad ilustrada (2014) es un clásico sobre ese repertorio. Desde el minuto uno de esta crisis, Sierra ha alertado sobre la precariedad de los trabajadores de la cultura, y su preocupación y compromiso cristalizó en la Carta Abierta a todas las instituciones culturales del Estado español que han suscrito 95 Premios Nacionales. Charlamos antes de la rueda de prensa del ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, que poco después compareció para decir que esta crisis no es cultural y que no se plantea tomar medidas específicas para el sector.

La primera pregunta en estos tiempos es inevitable. ¿Cómo estás?

Me acaban de dar una noticia terrible. Este virus se está llevando a gente muy querida y lo terrible de esta enfermedad es que no hay adiós, no hay duelo, no tienes a tu gente cerca, no hay catarsis… Se crea una especie de vacío dolorosísimo.

Qué frágiles hemos resultado ser como sociedad…

Esa es una de las reflexiones más claras. Si llevábamos cierto tiempo hablando de lo importante que era sostener el Estado del bienestar, y el sector público de una manera esencial, ahora mismo que se está resquebrajando por ahí, con un sistema sanitario al borde del colapso; debería quedar claro que solo el sector público y el Estado pueden salvar este tipo de situaciones. Hasta los más reacios a hablar del Estado están ahora haciendo soflamas intervencionistas. Parece que todo el mundo, hasta muchos neoliberales de manual, se han vuelto keynesianos de repente. Por algo será. La cuestión es ver cuánto les dura la lucidez.

¿Cómo trasladamos esta tutela del Estado al ejercicio de las artes, en tanto que deberían ser fruto de la libertad creadora, etc.?

Lo que revela esta crisis es la tremenda dependencia institucional que tiene el mundo cultural, y hasta qué punto no se ha querido, podido o sabido gestionar un marco que favorezca la sostenibilidad y la independencia del tejido cultural, de manera que sea ese propio tejido el que tenga las herramientas, otorgadas desde los poderes públicos y en interacción con él, para su autogestión, para interactuar con el mundo privado y para que no genere esta sensación de colapso. Dentro de ese esquema entraría tanto que las grandes instituciones culturales se gestionen de manera independiente, con puestos ganados en concurso público, no mediante ejercicios de confianza política; como cuestiones de financiación, porque los mecanismos de aportación pública –y privada– a la cultura deberían generar herramientas de sostenibilidad, que obviamente se está demostrando que no han generado, porque ahora mismo el sistema se está hundiendo.

El Estado está poniendo encima de la mesa herramientas para cubrir la situación de muchos trabajadores, pero la mayoría no sirven para una enorme cantidad de trabajadores culturales

La tercera cuestión es que el retraso de años que llevamos en generar un marco normativo con las especificidades del mundo cultural a nivel laboral y de seguridad social, a las que siempre se les ha quitado importancia, está revelando que esta batalla no era un capricho. Al contrario, era urgente. Porque a pesar de que el Estado está poniendo encima de la mesa herramientas para cubrir la situación de emergencia de muchos trabajadores, la gran mayoría de esas medidas no sirven para una enorme cantidad de trabajadores culturales, especialmente los más débiles de la cadena, porque su especificidad no está recogida ni siquiera en las medidas de ayuda. El problema es que ahora se pondrán parches, porque entendemos perfectamente que la urgencia está en otro sitio mucho más vital –literalmente–, pero como el sector de alguna manera no existe en las estructuras normativas y tampoco existimos en la mentalidad de la ciudadanía como trabajadores, hay gente que dice que ya estamos pidiendo para lo nuestro, que ya están los “titiriteros” pidiendo “subvenciones”, ya está esta gente insolidaria que no se da cuenta que hay gente muriendo… Es decir, muchos ciudadanos ven normal que un autónomo de cualquier sector de servicios o comercial exija al gobierno que no se le deje atrás, pero mucha gente en la ciudadanía no entiende que hagamos lo mismo, porque para ellos no existimos en ese sentido: no se ha creado una conciencia colectiva del sector cultural como un sector productivo sostenido por trabajadoras y trabajadores. Además, el sector cultural no son solo los que cogen un pincel, un violín o se suben a un escenario, hay otras muchas profesiones derivadas de las creativas, tantas y tantas personas que trabajan para que todo suceda. Parece que cuando el sector cultural reivindica algo se trata más de un ejercicio de vanidad del creador, y no es así, en absoluto, es responsabilidad social. En definitiva, supone más del 3% del PIB, casi un millón de familias viviendo de esto.

En este caso incluso los agentes culturales privados que parecían autosuficientes van a sufrir…

Cualquier tipo de actividad cultural, de cualquier naturaleza, con este nivel de paralización ha de resentirse. Pensemos además en la incertidumbre que genera no saber cuándo vamos a poder volver a empezar porque, además, sí sabemos que vamos a ser los últimos en recuperar la normalidad. En este caso no sólo porque se nos deje atrás, sino porque la gran mayoría de las actividades culturales se generan en espacios cerrados donde hay un nivel de socialización importante, donde la distancia física no es la que recomiendan… Con lo cual, la sensación es que el sector va a estar inoperativo durante muchos meses, más allá del estado de alarma, incluso para aquellos que están muy necesitados de las ayudas públicas, y cuyo  trabajo no está reconocido por el marco normativo. Las profesiones artísticas no están recogidas de la manera necesaria en un Estatuto del Artista plenamente desarrollado, que garantizaría que todos sin excepción, en función de las pérdidas y ganancias frustradas, tuvieran un subsidio, como aquel que con certeza va a recibir un trabajador con un contrato laboral en una empresa. Irse al paro, quedarse sin trabajo, es un golpe, es una preocupación enorme, pero en nuestro sector la sensación es de verdadero desconcierto, de orfandad, y hay una incertidumbre profundísima, porque esto puede dejar a mucha gente en situación de precariedad y desamparo.

El otro día, en una de sus muchas comparecencias, el presidente del Gobierno decía que había que abordar la digitalización para este tipo de contingencias. ¿Ha llegado el momento de pensar un modelo alternativo que dé salida a las artes escénicas?

Obviamente la situación ha disparado la imaginación de cómo navegar una realidad alternativa a la habitual, y evidentemente el mundo digital ofrece una cantidad enorme de posibilidades y cada vez más va a estar presente en nuestra manera de relacionarnos con la creación musical, plástica, dramática. Pero lo importante es que cuando se articulen esas realidades, se articulen de manera que sean sostenibles, que den sustento a quienes las generan. Solo mediante la subsistencia de los trabajadores de la cultura se hace posible la creación. Sin subsistencia, el contenido cultural desaparece. Por lo cual, si estamos hablando de un marco digital, y de crear unas nuevas formas de relación con el público, deben ser gestionadas de manera que generen la posibilidad de subsistencia y sostenibilidad, porque si no, acabarán por no ser viables; no contribuirán económicamente a la sociedad ni a la existencia del propio fenómeno.

Por otro lado, es importante que nos demos cuenta de que compartir y vivir los diferentes fenómenos culturales es importante. La cultura es un hecho social. Es el hecho social primero. Somos naturaleza y somos cultura, somos genética y somos educación. Entonces “la cultura”, como experiencia humana, verdaderamente, nace, se realiza, se muestra y florece en un contexto social. Cuando ese contexto social se desarticula hay muchos matices que desaparecen en la experiencia. Todos sabemos que podemos ver determinados contenidos en nuestros dispositivos, con la máxima calidad, pero no es lo mismo que asistir al evento real, participar físicamente, en un sentido materialista, de su espacio social. De todas formas, claro, tendremos que generar nuevos espacios, aunque habría que definir y hablar mucho, porque –y muchos músicos, por lo menos en mi mundo, deberían reflexionar sobre ello seriamente– con gratuidad no se genera subsistencia, sólo precariedad a medio plazo, y a largo plazo, irrelevancia social.

Mucha gente de la cultura se ha sentido impelida a compartir contenido gratuito como un gesto de solidaridad para la población para el confinamiento, como una forma de solidaridad. ¿Qué te parece?

Tanto que eso esté ocurriendo, como la manera en que la sociedad lo está recibiendo, revela dos cosas. Por una parte, que la expresión cultural es una expresión social, que necesita ser compartida. Hay una especie de instinto, incluso en un hábito tan solitario y unipersonal como la lectura –se está viendo estos días–, que genera la necesidad de contar lo que lees, de compartir aquello que estás leyendo, porque hasta ese tipo de consumo cultural acaba desapareciendo como experiencia cultural si no es compartido. Estoy leyendo estos días el librito de Stefan Zweig sobre Montaigne, que cuenta que escribir sobre lo que leía era para el la respuesta a la necesidad de compartir lo que estaba leyendo y así hacerlo real. Si incluso leer, por lo tanto, responde a una mecánica de comportamiento social, y sentimos la necesidad –los alemanes dicen ausdruck– de exteriorizar lo que estamos viviendo, cómo no va a existir eso con las artes escénicas, con la música. Esa reflexión es importante porque lo que nos está diciendo es que necesitamos, como seres humanos, compartir lo que nos emociona, lo que nos provoca placer, lo que nos enseña la belleza, lo que nos estimula, lo que nos hace reír, llorar… Necesitamos compartirlo. La gente sale al balcón a escuchar al vecino y se lo agradece. La gente escucha discos, ve películas y las comparte. Se genera una especie de sinergia de generosidad que seguramente antes compartías cuando veías a tus amigos, porque te pasabas el rato hablando de series, de obras de teatro, de letras de canciones… Eso, en esta situación, lo hemos sustituido por contarlo en el balcón, en las redes sociales.

No se ha sabido contar, como sí ha ocurrido en otros países, que la cultura es una industria

Pero por otro lado nos cuenta otra cosa, si entendemos que todo eso es tan primario para todos, como seres humanos, ¿cómo podemos desentendernos de aquellos que lo hacen posible? Esa dislexia, esa ruptura que hay entre comprender que la cultura nos hace felices y entender que esa gente necesita sobrevivir y no pueden ser olvidados, o puestos en una especie de stand-by hasta que otras cosas se solucionen, revela que durante muchos años no se ha sabido contar, como sí ha ocurrido en otros países, y Alemania es un perfecto ejemplo, que la cultura es una industria. Y no solo en cuanto al término económico capitalista, sino en la acepción de industria como acción humana fundamental para que la sociedad sea sociedad, para articularla como tal. Como decía Brecht en esa frase tan lúcida, “el arte no es el espejo en el que se mira la sociedad, sino el martillo que la construye”. El hecho de que exista esa dislexia revela que ha habido dejadez por parte del Estado, incluyendo a la ciudadanía, pero sobre todo de los poderes políticos y legislativos, que ha acabado generando contradicciones gigantescas como que la gente salga a cantar al balcón Resistiré y un minuto después en Twitter llame insolidario asqueroso al músico que hace estas reflexiones.

¿Os ha pasado?

Sí. No de una manera agresiva –no somos famosos ni influencers en redes–, pero ha pasado, de manera anecdótica; y sí he visto el acoso a artistas con mucha más proyección en las redes sociales.

¿Eres optimista con los responsables políticos: ministro, consejeros autonómicos, concejales y consejeros locales? ¿O crees que con la que tienen encima les va a parecer una petición superflua?

Es complicado. Lo más natural, lo responsable, sería decir que si un gestor no está preparado para gestionar aquella competencia que ha aceptado gestionar a cambio de un salario público, debería dejar su puesto e irse. Deberían estar preparados para gestionar la realidad que les ha tocado en su área. Otra cosa es que el contexto en el que se mueva ese gestor esté preparado para aceptar o saludar determinadas iniciativas y darles un soporte concreto, con medidas normativas o partidas presupuestarias. En ese sentido, me parece que hay gestores políticos que se están moviendo con mayor o menor éxito –y parece que en las últimas semanas hay una especie de revulsivo general y que se está hablando de este tema en las redes– y ha habido iniciativas que demuestran que esta industria existe y que da de comer a mucha gente. Pero también vemos a muchos representantes públicos, importantísimos, en una especie de dejación de funciones. Un gestor público tiene que salir a la palestra a explicar qué está haciendo, sobre todo cuando hay mucha gente que no sabe si va a poder pagar el alquiler, la factura del gas, cuándo va a tener ingresos en los próximos meses habiendo perdido todos los que tenía previstos o no poder acogerse a ninguna de las ayudas. Toda esa gente merece que alguien les diga “estamos pensando en vosotros”. La comunicación es muy importante, especialmente en momentos de incertidumbre. Respecto a cuánto puede hacer un ministro en un gobierno donde posiblemente le dirán, “no me vengas con esto ahora mismo, que hay muchas otras cosas que lidiar”, cuánto puede hacer un concejal o un consejero… Todos sabemos la situación, pero todo eso vuelve a reflejar cómo la ministra de Trabajo puede hablar de paliar la crisis del sector de la construcción, pero el ministro de Cultura no puede ir a preguntarle a la ministra de Hacienda cómo ayudar a los trabajadores del sector cultural, porque no se entiende. Hay medidas específicas para muchos sectores, pero si hablamos de cultura, ahora no tocan medidas específicas. Tremenda contradicción. Lo grave –y lo estamos viendo– es que los propios responsables de las carteras de Cultura piensen que su ámbito puede esperar, que no no es urgente, que ahora no toca.

Lo grave es que los propios responsables de Cultura piensen que su ámbito puede esperar, que no es urgente, que ahora no toca

Y la prueba está en la reacción que se ve, que se palpa en las redes, incluso entre muchos artistas que no quieren pronunciarse ahora mismo porque se ha creado una especie de dicotomía falsa entre sanidad y cultura. Si apoyas una cosa estás dándole prioridad respecto de otra. No, no, no. Eso es falso, manipulador y peligroso. Nosotros en la carta lo decíamos con muchísima claridad: lo primero es lo primero, más que nunca. No pretendemos anteponer nuestro sector en esta situación, y esto es importante que quede claro, porque incluso gente con cierta sensibilidad y desde nuestro propio sector opina que ahora es mejor no decir nada. Parece insolidario hablar de nuestra situación, y tenemos que explicarla. Primero, porque es bueno hacerlo y, segundo, porque a nosotros se nos exige esa explicación, cuando no se le exige a otro tipo de trabajador. ¿Por qué? Porque la sociedad entiende que la cultura es algo que sucede por inspiración, que viene y va, y yo cojo el violín, salgo al balcón y le toco a mis vecinos dos cositas y que eso es porque soy una persona agraciada con la brisa del Parnaso, y la gente no se da cuenta que detrás de eso hay horas, años de trabajo que suponen una vida entera formándose, muchísimo dinero invertido por parte de la familia primero y luego nosotros… Y resulta que el marco que nos tendría que acoger está completamente desajustado para la realidad a la que nos dedicamos. Y todo eso se olvida, y encima los representantes políticos de nuestro sector cuando salen a hacer una manifestación pública sobre algo relacionado con la cultura es solo para hablar de qué importantes las canciones, qué bonito este libro, qué maravilla esta obra de teatro, qué genial esta serie… A mi me encantaría que los responsables de cultura dijeran, a la par que recomiendan y alaban una creación, que precisamente por lo recomendable que es, desde esta institución vamos a implementar este paquete de medidas para sus trabajadores. Si un responsable político, además de alabar la creación, hiciera una reflexión pública en la que se reconociera el trabajo de todas las personas que están detrás cada creación, cada vez, la ciudadanía entendería el valor de esos trabajos, y se plasmaría más fácilmente en acciones políticas, que es lo que pasa en Alemania, por ejemplo.

En definitiva, los políticos del sector cultural son la proyección de la cultura cívica que hemos creado y evidentemente ahí es donde empieza la problemática. Está claro que desde el sector cultural tenemos que hacer pedagogía, no (solo) salir al balcón. Pero es que los gestores deben de tener también esa actitud en la escena pública: gracias por la generosidad, pero entendemos que vivís de esto, y sois un sector, y que, como otros sectores, mantenéis a un montón de familias, que generáis riqueza y que no se os puede olvidar.

¿Cómo surgió la carta de los Premios Nacionales?

Conversando con algunos colegas de la profesión sentí que había movilizar algo de una manera particular, que había que hacer una expresión pública muy abierta que tuviera un impacto mediático. Veía a asociaciones profesionales tomar iniciativas, pero muchas veces el mundo mediático se mueve por otro tipo de patrones. Hay veces que dar un golpe de efecto genera un revulsivo que, aunque por sí mismo no cambie las cosas, sí genera una sacudida. Redacté la carta, empecé a hablar con mi núcleo de gente conocida, y por suerte se fue creando una red muy grande y al final llegó al número de gente que fue, con una representación extraordinaria. Me dio mucha pena no llegar al ámbito de las artes plásticas y otras disciplinas –porque son fundamentales y parte de la misma problemática–, pero es que he hecho todo desde el salón de mi casa, cuando lo pienso ya me parece sorprenderte llegar al número de adhesiones que logramos. Fueron todo contactos de contactos, y llegamos únicamente hasta donde llegamos, que fueron un centenar de premiados.

Si la cultura es tan fundamental como nos estamos dando cuenta de que es para sobrellevar el confinamiento, aquellos que la hacen posible no pueden estar fuera de la agenda política

Hay dos cosas que no se han entendido, sin embargo. La primera es que no está dirigida exclusivamente al gobierno central, sino a todas las instituciones del Estado con competencias en cultura. Y la segunda es que no es una carta en la que pidamos nada para nosotros, sino que estamos poniendo sobre la mesa una reflexión necesaria, y dada la autoridad que en un momento determinado nos otorgó el ministerio con el Premio Nacional, tenemos la capacidad de ser el altavoz público y alcanzar esa repercusión, para precisamente dar visibilidad a quienes no pueden hacerlo de otra manera, a los eslabones más débiles de la industria cultural –muchos de ellos no son necesariamente creadores–, que son ciudadanos trabajadores como todos los demás. Se está hablando mucho del “día después”. Al ministro le gusta mucho esa expresión, una y otra vez. ¡Pero no hay “día después”! El día después es ya. Otra cosa es que evidentemente haya que otorgar una clarísima prioridad a otras cosas, pero en esto hay que estar moviéndose ya, definiendo escenarios, tomando medidas, estableciendo contactos. Si la cultura es tan fundamental como nos estamos dando cuenta de que es para sobrellevar el confinamiento, la enfermedad, el cansancio, el agotamiento, la incertidumbre para tantísimos ciudadanos, entonces tenemos que darnos cuenta que aquellos que la hacen posible no pueden estar absolutamente fuera de la agenda política que está intentando “no dejar a nadie atrás”. Y el problema es que, o se hacen cambios estructurales valientes, o necesariamente mucha gente se va a quedar atrás, porque en el marco legislativo actual hay mucha gente que no encaja: centenares de miles de familias, y tanta gente no es una anécdota.

Eres profesor del Conservatorio Superior de Música de Aragón. ¿Se puede dar clase de instrumento online? ¿Qué estáis haciendo con los alumnos?

Depende. Nuestro compañero del cuarteto que es profesor de viola en Musikene (Conservatorio Superior de Euskadi) sí que está dando clases regularmente por Skype. La calidad de sonido no es buena, no puedes interactuar con el alumno para hablar de cuestiones posturales, de relajación, escénicas… Es todo muy limitado, pero se puede hacer un trabajo que no cae en saco roto. El problema es para los que damos música de cámara, de conjunto, porque los alumnos no se pueden reunir para tocar, por lo que estamos mandándoles recomendaciones teóricas, lecturas, ideas para trabajos… pero la actividad de conjunto no puede suceder en este contexto de confinamiento.

¿Has contado los conciertos que te han cancelado o aplazado?

A corto plazo van ocho conciertos, y un par de clases magistrales. En realidad, nueve, si cuento con un compromiso en Australia que me han aplazado ya. Y muchos más que van a caer, es cuestión simplemente de tiempo. Esa es otra, como no se puede cancelar si no es por fuerza mayor, hay mucha gente que todavía no está cancelando cuando sabe que va a tener que hacerlo.

¿Cuál es el compromiso más lejano en el tiempo del que ya tienes noticia?

El de Australia, que era a finales de julio y principios de agosto.

Sabiendo que ya han cancelado los festivales de Edimburgo de final de agosto, nos podemos hacer a la idea de cómo va a ir la cosa… ¿Estás cogiendo el violín estos días?

Hasta que me cancelaron Australia, que tenía que llevar un repertorio enorme, estaba estudiando como un loco, y ese día se me vino el mundo un poco abajo porque hasta junio, en principio, ya no tengo conciertos... Estoy estudiando por el placer de seguir tocando, de mantenerme en forma, pero con mucha calma.

Cibrán Sierra (1979) es violinista del Cuarteto Quiroga, que fue galardonado con el Premio Nacional de Música en la categoría de Interpretación en 2018. Aborda el hecho musical de forma poliédrica y compagina una agenda de conciertos intensísima tanto con el Quiroga como invitado a orquestas en toda Europa, con...

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Autor >

Carlos García de la Vega

Carlos García de la Vega (Málaga, 1977) es gestor cultural y musicólogo. Desde siempre se ha dedicado a hacer posible que la música suceda y a repensar la forma de contar su historia. En CTXT también le interesan los temas LGTBI+ y de la gestión cultural de lo común.

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