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ANÁLISIS

Joe Biden: la victoria del “Rajoy” americano y su mayoría silenciosa

Es muy probable que el rival de Sanders venza, pero no tan probable que convenza y, de ser derrotado, el partido demócrata tendrá que afrontar su mayor crisis de identidad desde el fin de la Guerra Civil

Marcos Reguera 15/03/2020

<p>Joe Biden. </p>

Joe Biden. 

LUIS GRAÑENA

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Cuando Donald J. Trump venció en las elecciones presidenciales de 2016 los italianos se apresuraron a reivindicar su invención con Silvio Berlusconi, ellos habrían sido pioneros en la novedad histórica que representaba el nuevo mandatario estadounidense. Con la victoria de Joe Biden en el supermartes y en Míchigan, a los españoles se nos ofrece una oportunidad análoga: la de reclamar a Mariano Rajoy como una novedad castiza para la política internacional. 

El caso de Biden es el de un “Rajoy” de raigambre estadounidense: se trata de un político moderado del establishment demócrata con medio siglo de recorrido institucional a sus espaldas; un hombre que no alcanzó la talla de estadista hasta que prosperó como vicepresidente de Obama, de cuya sombra ni puede ni quiere desprenderse. Ha competido en varias carreras presidenciales, todas infructuosas, con la esperanza de que al tercer intento sus aspiraciones presidenciales terminen por materializarse. Para desesperación de su equipo de campaña, durante el último año ha ido sufriendo un paulatino deterioro personal que le ha llevado a granjearse una cuestionable notoriedad por sus numerosos gazapos y declaraciones sin sentido, que han dado lugar a numerosos gags humorísticos en los late night shows de las televisiones privadas. Su carácter errático y falta de reflejos le han llevado a recibir el apodo de “Sleepy Joe” por parte de Trump. Pero por encima de todo Biden es un superviviente. Un político al que todos han dado en sucesivas ocasiones por muerto, para acabar resurgiendo siempre de sus cenizas sobreviviendo a sus críticos. Al igual que ocurre con Rajoy, esa es probablemente su mayor habilidad política, una no siempre bien ponderada y valorada por políticos de carreras más fulgurantes, aunque fugaces. En estas primarias Biden se convirtió en el candidato improbable de un establishment demócrata desafecto al que le surgió una revolución populista comandada por Sanders. Y no fue hasta el último momento cuando, de manera desesperada, el partido tornó hacia su eterno candidato caído, el superviviente nato. Pero cuando lo hicieron, las tornas de la carrera presidencial cambiaron de manera dramática a favor del eterno superviviente y sus camaradas del establishment demócrata.

La mayoría silenciosa en acción y el triunfo del statu quo neoliberal

En mi anterior artículo titulado “La batalla por el Supermartes: Todas las claves para resolver el juego de tronos por la nominación demócrata”, realicé un análisis de las debilidades y fortalezas de los distintos candidatos. Sobre Biden planteé que era un candidato famoso pero declinante, una figura con un perfil similar al de Hillary Clinton, pero sin su capacidad de recaudar fondos y sin su poderoso instinto político, lo que había llevado a que el partido nunca llegase a volcarse plenamente con él, a pesar de haberle hecho su candidato oficioso. Sin embargo, una semana antes del supermartes pude atisbar algunas tendencias que me llevaron a plantear la siguiente pregunta: “¿es Biden un gigante con pies de barro, o un ave fénix que resurgirá en el sur para dar la batalla a Sanders?” Esto me llevó a considerar dos escenarios electorales distintos para el supermartes. Uno de ellos lo denominé como “Bloomentum”, y en él Bloomberg se alzaba con la victoria en el bando moderado al drenar la base afroamericana de Biden, acabando con su candidatura en el proceso y convirtiéndose en el rival de Sanders. El segundo escenario lo denominé “Bloomfail”, en virtud del cual Biden conseguía resistir la embestida de Bloomberg gracias a sus resultados en Carolina del Sur, convirtiéndose en el candidato de referencia de los moderados.

Escribí estos dos escenarios en los días transcurridos entre la victoria de Sanders en Nevada y el debate posterior celebrado en Carolina del Sur, y el artículo apareció publicado en este medio un día antes de las primarias de este estado. En dicho reportaje minusvaloré las opciones reales de Biden, y sobredimensioné las posibilidades de Sanders, debido a que la información demoscópica de ese momento sugería que un resurgimiento del vicepresidente no implicaría un vuelco electoral, sino una recomposición de la carrera desde una pluralidad de competidores, a un duelo a dos, en donde Sanders seguiría teniendo la delantera. Lo que falló en mis pronósticos fue  no darle tanta importancia a la mayoría silenciosa del partido demócrata, y  considerar que el proceso de concentración del voto moderado en un solo candidato iba a tardar más en ocurrir, por la voluntad expresa de todos los candidatos en ese momento de continuar en la carrera presidencial. La mayor parte de encuestas reflejaban en aquella semana una probable victoria de Biden en Carolina del Sur y el posible resurgimiento de su candidatura en el supermartes, pero no fue hasta los dos días previos a esta fecha cuando el sistema de encuestas, en su conjunto, comenzó a desestabilizarse, mostrando un vuelco político que desafiaba las tendencias de comportamiento político que los votantes habían mostrado durante el resto de las primarias. Mis pronósticos finales en el anterior artículo se sustentaban en un modelo predictivo mucho más estable, y consideré con un cierto estupor y escepticismo las variaciones tan marcadas que ofrecían las encuestas inmediatamente anteriores a la cita electoral. El vuelco, sin embargo, iba a acontecer.

Tan solo una semana antes del supermartes la victoria de Biden en esa fecha parecía improbable. Los caucus de Nevada habían concedido una victoria determinante a Sanders, lo que llevó a que cundiera el pánico entre los grandes medios de información y en la dirección demócrata. Pero Biden había conseguido quedar segundo en Nevada, no había cometido apenas gazapos en el debate electoral posterior, y las encuestas empezaban a darle una ligera ventaja en Carolina del Sur sobre Sanders. En ese contexto, el congresista Jim Clyburn, de Carolina del Sur, comprendió que su apoyo público al vicepresidente podía cambiar el rumbo de las primarias en todos los estados del sur, cuya población afroamericana era de por sí favorable a Biden por su vinculación con la era Obama. Clyburn es un demócrata moderado, la segunda figura más importante de los demócratas en el Congreso, solo superado por Nancy Pelosi. Se trata de un político con un enorme prestigio entre la comunidad afroamericana por su oposición a las leyes segregacionistas de Jim Crow durante los años 60, en el contexto de la lucha por los derechos civiles. Pero además de su pasado militante y su potente perfil institucional, Clyburn es conocido en la política americana como el “hacedor de reyes”: en 2008 su apoyo a Obama fue decisivo para que este venciera a Clinton en el sur, lo que le permitió ampliar su ventaja con el supermartes, y vencer en las primarias de ese año. En 2016 su apoyo a Clinton fue fundamental para otorgarle una gran ventaja sobre Sanders y, en las primarias de Carolina del Sur de 2020, el 47% de los votantes declararon en encuestas a pie de urna que el apoyo de Clyburn a Biden había sido importante en la decisión de su voto, para el 24% supuso el factor decisivo para decantarse por él.

La operación para revivir a Biden ha sido sin lugar a duda real, así como un brillante golpe de mano orquestado por Clyburn, Obama y el Comité Nacional Demócrata

Tras observar cómo Sanders se aproximaba con fuerza a dominar el supermartes, Clyburn decidió ejercer una vez más su papel de hacedor de reyes, y ungió a Biden como el candidato del partido a pocos días de las primarias de Carolina del Sur. La victoria aplastante en este estado catapultó al candidato generando alrededor suyo un momentumque fue convenientemente aprovechado por la dirección del partido. Oficiales de la antigua administración Obama convencieron a Buttigieg y a Klobuchar de que abandonasen sus declinantes carreras presidenciales, y con ello cerrar filas alrededor de Biden. En tan solo dos días, se sucedieron numerosos apoyos de importantes figuras del partido, entre ellas el del candidato latino texano Beto O’Rourke, lo que llevó a que la candidatura del vicepresidente terminase por emerger de entre el fracturado campo centrista.

Esta cadena de acontecimientos terminó por ser determinante en la decisión del voto para una gran parte de votantes del supermartes, pues un 30% decidieron su candidato en los días previos a la contienda, y de ellos un 46% se inclinaron por Biden. Sin embargo, sería simplista y condescendiente considerar que estos votantes fueron meras marionetas de un acto calculado por la dirección demócrata. La operación para revivir a Biden ha sido sin lugar a duda real, así como un brillante golpe de mano orquestado por Clyburn, Obama y el Comité Nacional Demócrata. Su éxito se debe más al prestigio de estos que al gancho electoral o a la iniciativa de Biden que sí acertó con su decisión de apostarlo todo a Carolina del Sur. Pero si esta operación ha fructificado es porque existía un sustrato lo suficientemente fértil en buena parte de la base demócrata como para movilizarla de manera convencida en una contraofensiva anti-Sanders.

La expresión “mayoría silenciosa” fue utilizada por primera vez por Nixon para referirse a sus seguidores, un grupo numeroso de ciudadanos que no tomaban parte en las protestas contra la guerra de Vietnam, pero que estarían sin embargo muy comprometidos a la hora de defender el consenso establecido por medio de una férrea disciplina de voto en las citas electorales. En momentos de gran agitación política, estos grupos quedarían invisibilizados en favor de grupos militantes que acapararían la agenda pública. Sin embargo, esta mayoría silenciosa será muy efectiva a la hora de marcar el signo de la política institucional. Rajoy hizo de la mayoría silenciosa su estandarte electoral contra la política del 15M, y el contraste entre estos dos grupos pudo comprobarse en 2011 en España. Durante la primera mitad de 2011, el 15M transformó la cultura política española, alterando la manera en que millones de ciudadanos percibían y ejercían su participación pública. Pero junto a esta experiencia masiva de agitación y politización popular, aconteció la movilización de una mayoría electoral silenciosa que en primavera entregó el poder local y autonómico al Partido Popular, y en noviembre de ese año otorgó la mayoría absoluta a Rajoy, condicionando la política institucional durante los siguientes años, y agrandando con ello una brecha entre la nueva cultura política ciudadana y las prácticas institucionales, lo que ahondaría  en la crisis de legitimidad política abierta con el 15M.

Algo similar ha ocurrido en estas elecciones en el interior del partido demócrata. Por una parte, alrededor de la candidatura de Sanders se han ido agrupando diversos grupos que se politizaron en Occupy Wall Street y, al igual que Podemos sirvió para que algunos de los participantes del 15M continuasen sus reivindicaciones por la vía electoral, la candidatura de Bernie Sanders en 2016 y 2020, y su movimiento Our Revolution han servido para traducir las reivindicaciones de Occupy Wall Street en un programa político electoral, permitiendo con ello al movimiento sobrevivir en el tiempo. Las diferencias entre ambas experiencias son, en todo caso, muy grandes, y su porvenir está transitando por senderos muy distintos. 

Lo que me interesa de la analogía es plantear que mientras una parte de la base demócrata es deudora de una experiencia de politización y movilización popular, que reivindica cambios en la economía y en el sistema político norteamericano como resultado de la creciente precariedad vital de sus participantes, existe otra parte de la base demócrata cuya situación vital es mucho más acomodada o, sin serlo, su adhesión a la línea institucional del partido tiene un fuerte componente identitario. 

Como grupo se encuentran tan sumidos en la lógica narrativa del neoliberalismo que su máxima prioridad no es la transformación del sistema, sino acabar con Trump

Entre aquellos que componen la base acomodada del partido demócrata el grupo más numeroso lo conforma la clase media liberal, que son progresistas en lo cultural pero conservadores en lo económico. Se trata de un grupo compuesto mayoritariamente por trabajadores y trabajadoras de cuello blanco, de perfil predominantemente femenino, que habitan en barrios residenciales (suburbs) y a los que, si bien la crisis ha hecho mella en sus condiciones vitales, sus perspectivas y experiencias no se encuentran atravesadas por la precariedad y la incertidumbre económica. Muchos de estos individuos forman parte de la generación del Baby Boom, que tuvieron su primera experiencia política con las protestas contra la guerra de Vietnam y quedaron profundamente marcados por la derrota del candidato izquierdista George McGovern en 1972, una vivencia que les convenció generacionalmente de que no era posible vencer en los Estados Unidos con un candidato de izquierdas. Esta generación vio estabilizarse su situación vital y económica durante la era Reagan, y entre los demócratas tuvieron a Bill Clinton como su gran referente político. Como grupo se encuentran tan sumidos en la lógica narrativa del neoliberalismo que su máxima prioridad no es la transformación del sistema, pues entienden que este les sigue favoreciendo, sino acabar con Trump, quien simboliza todo lo que política y culturalmente detestan. 

Por otra parte, la comunidad afroamericana sufre una situación de pobreza y discriminación histórica que, a pesar de las múltiples luchas por combatirla, sigue haciendo mella en las vidas de los miembros de esta comunidad. Su situación económica es más parecida a la de los seguidores de Sanders (y por lo general es peor) que a los estándares vitales de los trabajadores blancos de cuello blanco que componen la base moderada del partido. Sin embargo, entre los miembros de mayor edad de los afroamericanos existe una fuerte desconfianza conservadora hacia los planteamientos políticos maximalistas, los grandes discursos y las promesas de grandes transformaciones, pues en su experiencia vital han sido testigos de numerosas promesas de cambio de sus condiciones vitales, palabras que por lo general acabarían cayendo en saco roto. 

Por este motivo, los afroamericanos de más edad confían tan solo en los líderes de sus comunidades, que desde los años 60 hasta la actualidad han ido integrándose progresivamente en las estructuras del partido demócrata, y desde sus parcelas de poder institucional han ido trayendo de vuelta a las comunidades afroamericanas pequeños cambios y mejoras en su calidad de vida. Figuras como Clyburn son respetadas no por sus grandes ideales, sino por su historial político de compromiso diario. Por este motivo, los afroamericanos (y en especial sus mayores) sienten un enorme afecto identitario por el aparato del establishment político demócrata, pues muchos de sus referentes históricos, a día de hoy, forman parte de él, incluso aunque las políticas económicas del partido hayan contribuido, a grandes rasgos, a perpetuar su condición de subalternidad. Para este grupo su gran prioridad política actual es también echar a Trump de la Casa Blanca, pues este representa con sus actitudes y declaraciones todo el legado de opresión racial que históricamente les ha subyugado. El actual presidente tiene además como uno de sus principales grupos de apoyo a los blancos ultraconservadores y racistas del sur, que son los máximos enemigos de los afroamericanos. Por lo que, en su odio visceral a Trump y a sus seguidores, en su adhesión identitaria al aparato institucional demócrata y en su desconfianza hacia las grandes promesas de transformación social, los mayores afroamericanos y la clase media liberal demócrata encuentran un terreno común de alianza política a pesar de sus marcadas diferencias socioeconómicas. Por todos estos motivos dichos grupos suponen el sustrato predilecto con el que construir una alianza política anti-Trump y, al mismo tiempo, permiten establecer una coalición electoral anti-Sanders.

Estos dos grupos conforman la mayoría silenciosa del partido demócrata, y en términos generales se ha encontrado ausente en los actos y mítines de la campaña, dando la impresión de que numéricamente la candidatura de Sanders desbordaba en apoyo social a la de sus contrincantes, especialmente con relación a Biden que, en tanto que candidato por antonomasia del aparato, tenía muchas papeletas para acabar atrayendo hacia sí a la mayoría silenciosa, aunque pareciera que no contase con apenas apoyo político. 

En contraste con Biden, tal y como planteé en mi anterior artículo, Sanders fue capaz de aprender de sus errores de las primarias de 2016 y construir a lo largo de cuatro años una nueva coalición electoral, más diversa, plural y comprometida que, a modo de un movimiento político y social, ha protagonizado la campaña de base más vigorosa y organizada de todos los candidatos en liza. Sin embargo, esto no ha sido suficiente para otorgarle la victoria y, a la postre, ha ofrecidos resultados poco concluyentes sobre el éxito de su campaña, si la consideramos en términos estrictamente electorales. Y subrayo esto último, porque si bien la formidable campaña de Sanders no parece haber sumado por el momento muchos más apoyos que en  2016, desde un punto de vista del relato de las primarias y de la agenda política general, el movimiento de Sanders ha sido capaz de marcar hasta el supermartes los términos del debate, los temas de discusión y la narrativa general. Y todo ello a pesar de que Sanders era el candidato outsider, lo que no le ha impedido llevar la delantera en todo momento, obligando a sus adversarios a tener que posicionarse sobre todos los puntos de su agenda. Hizo falta la movilización de todo el establishment demócrata para frenar su ascenso y, aun así, sus reivindicaciones siguen siendo populares entre muchos más votantes que aquellos comprendidos en su coalición de votantes, si bien para muchos de ellos la cuestión sobre la elegibilidad y el voto útil han acabado pesando más que las simpatías por el candidato, o el apoyo hacia algunas de las medidas de su programa.

Pero para entender en profundidad en qué ha consistido el fracaso de Sanders y la victoria de Biden es necesario, en primer lugar, considerar sus resultados en perspectiva comparada con respecto al supermartes de 2016.

Los resultados del supermartes y Míchigan: la victoria del aparato demócrata y la derrota de la revolución política de Sanders

La comparación de los resultados de Sanders de 2016 con respecto a los de 2020 no presentan mayor dificultad metodológica, más que el hecho de que el recuento de 2020 aún no ha finalizado. Por este motivo, incluyo el porcentaje escrutado en cada estado, lo que afecta tanto a las cifras de Biden y Sanders de 2020. Debe considerarse que dichas cifras aumentarán en base a la cantidad de voto que aún quede por contabilizar. Por otra parte, Biden no participó en las elecciones de 2016, por lo que sus resultados se compararán con los de Clinton por el hecho de que ambos ocupan posiciones análogas en la carrera por las primarias en tanto que candidatos centristas y “oficialistas” del establishment (el voto oficialista es lo que interesa para la comparación). Finalmente, hay que tener en cuenta que los estados del supermartes en 2016 y 2020 no coinciden exactamente. En 2016 concurría Georgia, pero no Carolina del Norte o California. Como no tenemos datos del primero para el 2020, lo he excluido de la lista y, sin embargo, he incluido al segundo por contar con datos de este estado. He excluido también a California por encontrarse a un 85% del voto escrutado en 2020, siendo aún un porcentaje de recuento insuficiente para poder hacer comparaciones con 2016. Esto perjudica considerablemente a Sanders en esta comparativa, ya que California es el estado en el que más ha trabajado e invertido, y en el que se proyecta que consiga su mayor victoria para estas primarias. Esto debe de tenerse en cuenta durante el análisis subsiguiente.

 

 

Lo primero que hay que señalar es que los resultados de Biden y Sanders en los estados del supermartes en 2020 son prácticamente iguales a los obtenidos por Clinton y Sanders en 2016, con una participación bastante más alta que en las anteriores primarias, y habiéndose depositado por lo menos 2,5 millones de papeletas más sin que esto haya incidido en el resultado de los candidatos (se excluye en todo momento a California para los cálculos, pero en este estado la diferencia de votos se ha mantenido estable durante todo el recuento aportando 300.000 votos de diferencia a favor de Sanders). Biden ha ganado por lo menos 65.822 votos más que Clinton, mientras que Sanders ha obtenido 98.670 votos más de los que obtuvo en 2016. La distancia entre Biden y Sanders es sin embargo de 1.100.000 votos a favor de Biden, una cifra similar a los votos que separaban a Clinton de Sanders en 2016. Esto lo que nos muestra es que los resultados comparados entre el voto pro-establishment con respecto al voto populista de Sanders se mantiene en niveles similares a 2016, siendo el contexto de la campaña de Biden muy distinto al de Clinton, y habiendo evolucionado Sanders y su plataforma con respecto a la anterior convocatoria. Esto lo que puede indicarnos es que en estos momentos podría existir una política de bloques dentro del partido demócrata que no se habría alterado durante la presidencia de Trump y con estas primarias. De ser así, estas son malas noticias para Sanders, pues la correlación de fuerzas de 2016 condujo a que fuera vencido por Clinton. 

En estos momentos podría existir una política de bloques dentro del partido demócrata que no se habría alterado durante la presidencia de Trump y con estas primarias

Estos resultados suponen una derrota para Sanders y una victoria para Biden por dos motivos: en primer lugar, por un criterio estrictamente numérico, que al situar a Biden un millón de votos por delante de Sanders le otorga una ventaja considerable en delegados que complica mucho las opciones del senador de Vermont, aunque remonte en posteriores citas en las primarias. Debido a que la mayoría de los superdelegados apoyan a Biden en la convención de Milwaukee, Sanders necesita una gran ventaja de delegados para que el aparato demócrata tenga más difícil robarle las primarias. En segundo lugar, y quizás más importante, estos resultados suponen una derrota para Sanders por las expectativas que había levantado su candidatura durante esta convocatoria, que por un tiempo consiguió ser considerada como la opción ganadora de las primarias. Por el contrario, el hecho de que la candidatura de Biden fuera dada por muerta tan solo una semana antes, el no haber realizado apenas actos de campaña en los estados del supermartes y el no contar con apenas fondos para continuar con su candidatura, todos estos elementos combinados vuelven más impresionante que haya conseguido revalidar los votos de Clinton en 2016, sobre todo teniendo en cuenta que esta candidata comandaba una eficiente maquinaria electoral con el apoyo pleno del partido desde el primer momento de las primarias. 

Considerando los resultados de manera pormenorizada, es destacable que por lo general Biden haya obtenido peores resultados que Clinton en el sur, lo que podría indicar que, a pesar de su discurso sobre la fidelidad del voto afroamericano, este ha podido apoyarle menos de lo que favoreció a Clinton en las anteriores primarias. Por otra parte, los resultados de Biden son bastante mejores que los de Clinton en los estados del norte, y especialmente en aquellos con importantes sectores de trabajadores blancos poco cualificados, entre los que tanto Sanders como él son competitivos, lo que dificulta algo más las primarias al senador de Vermont. Biden baja sustancialmente en sus apoyos en estados tan relevantes como Texas y Massachusetts, lastrado por la pérdida del voto latino en Texas, que apoyó mayoritariamente a Clinton, y posiblemente también debido a la candidatura de Bloomberg; aun así, consigue mantener su ventaja con respecto a Sanders en ambos estados. Este baja en Massachusetts, lastrado por Warren, y sube en Texas gracias a la incorporación del voto latino a su coalición de votantes, aunque no le sirva para alcanzar a Biden en ese estado.

Sanders no consigue predominar en Nueva Inglaterra, la región de su estado (que le debiera favorecer), lo que lastra sus resultados globales. Resulta especialmente llamativa su caída en votos en Vermont en casi un 40% con respecto a 2016. Su derrota en Maine es menos contundente por el incremento espectacular en votos que le afectan tanto a él como al ganador (Biden), en el estado más conservador y republicano de la región. Sus peores resultados en Massachusetts pueden deberse a que tuvo que competir por el voto progresista con Elizabeth Warren en el estado de la senadora, si bien en 2016 tampoco pudo imponerse allí a pesar de ser uno de los estados más progresistas del país. Tal y como proyectaban las encuestas, Sanders domina en el oeste, aunque con un margen menor de lo esperado. Otra de sus derrotas más comentadas fue en el estado de Minnesota, donde sin embargo consigue doblar sus resultados de 2016. Esto sin embargo no le ha servido de mucho debido al empuje de Biden, que se ha beneficiado de la presencia de mucho votante de barrio residencial en el estado y, sobre todo, por el apoyo que le aportó la senadora Amy Klobuchar al retirarse de la competición.

A todos estos resultados hay que sumar 1.300.126 votos para Warren y 1.271.490 votos para Bloomberg. El multimillonario neoyorquino anunció su renuncia a la carrera presidencial tras el supermartes, el 4 de marzo, en el que puede considerarse como el fiasco electoral más caro de la historia por la inversión infructuosa de 500 millones de dólares en su campaña. Warren renunció un día después.  Sin embargo, a 13 de marzo aún no ha declarado a quién va a apoyar (Bloomberg ha apoyado oficialmente a Biden), y se estima que un tercio de sus votantes irán a Biden y los dos tercios restantes a Sanders. Tomando estas estimaciones como ciertas, tenemos que el bloque moderado y pro-establishment obtuvo en las primarias 5.087.841 votos (Biden + Bloomberg), mientras que el campo progresista y transformador sumó unos 4.016.700 votos (Sanders + Warren), esto sin contar el estado de California, que aumentará significativamente los votos progresistas. La distancia entre ambos bloques sigue siendo de un millón de votos.  Es de esperar que no todos los votos de Warren vayan a Sanders, mientras que el grueso de votos de Bloomberg sí que irán a parar a Biden.

Una semana después del supermartes ha comenzado el primero de los “minimartes”, en el que ya han votado seis estados y los demócratas en el extranjero. En 2016 los demócratas en el extranjero y tres de estos estados fueron muy favorables a Sanders (Washington, Idaho y Dakota del Norte), mientras que uno de ellos se decantó por Clinton (Mississippi) y otros dos ofrecieron resultados muy disputados: Missouri (cuyo empate lo ganó Clinton por pocos votos) y Míchigan, que Sanders arrebató a Clinton por un margen estrecho, pero suponiendo una victoria simbólica para su campaña por lo simbólico que resulta este estado como representación del voto obrero de los Grandes Lagos, históricamente demócrata, y que en  2016 dieron la victoria a Trump sobre Clinton. En 2020 la votación de estos estados ha terminado de hundir las posibilidades de victoria del senador de Vermont. Sanders solo ha conseguido retener el estado de Dakota del Norte (insignificante en votos para los demócratas, y profundamente republicano), ha perdido Idaho, se encuentra empatado en el estado de Washington (pero con Biden tomando la delantera), y el vicepresidente ha ampliado su victoria en Mississippi y Missouri con respecto a los resultados de Clinton de 2016. Míchigan ha sido la estocada final en la campaña de Sanders, pues el mismo valor simbólico que jugó a su favor en 2016 es el que ha terminado con sus opciones presidenciales en  2020.  

Míchigan ha sido la estocada final en la campaña de Sanders, pues el mismo valor simbólico que jugó a su favor en 2016 es el que ha terminado con sus opciones presidenciales 

El voto obrero de los Grandes Lagos se caracteriza por ser profundamente católico, debido a que sus habitantes provienen principalmente de colonizadores polacos y alemanes del sur. Esto les hacer ser conservadores con respecto a los derechos de la mujer, de las minorías sexuales y raciales. Pero también es un voto que históricamente ha sido fiel al partido demócrata, por la importancia que han tenido los sindicatos entre una población con grandes grupos de obreros industriales, entre los que predomina la industria del motor de Míchigan. En  2016 Sanders consiguió su victoria en Míchigan gracias al voto de la clase obrera y al apoyo de los funcionarios de la educación y de la sanidad. Pero en 2020 (con el 99% del voto escrutado) Sanders ha obtenido 24.000 votos menos (574.600 votos en 2020 frente a 598.943 en 2016) mientras que Biden ha conseguido un espectacular aumento de votos con respecto a los resultados de Clinton con 250.676 votos más (832.451 votos en 2020 frente a 581.775 en 2016).

Los resultados del minimartes de Míchigan son fundamentales porque arrojan información de un cambio de tendencia de voto que estaba sugerido en el supermartes, pero no plenamente consolidado. La base electoral de Sanders sufrió una transformación en el tránsito de 2016 a 2020, experimentando un juego de suma cero. En  2016 se vio beneficiado por un voto anti-Clinton que no se ha mantenido en 2020 por la ausencia de esta candidata, y que explica su caída de apoyos en muchos estados sin minorías raciales (especialmente en los Grandes Lagos, el Medio Oeste y Nueva Inglaterra). Esto, sin embargo, lo ha podido contrarrestar en la suma total de votos gracias a que ha integrado a nuevos actores a su coalición electoral, con los latinos ocupando un lugar relevante dentro de las nuevas incorporaciones a su movimiento. Pero en el tránsito de 2016 a 2020 Sanders no ha sido capaz de consolidar su apoyo entre el voto obrero de los Grandes Lagos, que era una de sus grandes bazas de campaña contra los candidatos moderados, y uno de sus grandes argumentos sobre su carácter competitivo frente a Trump. 

Biden, por el contrario, ha sido capaz de establecer, en muy poco tiempo y sin apenas hacer campaña, una coalición de votantes que ha sido letal contra Sanders. Con la ayuda del establishment demócrata ha movilizado y afianzado a la mayoría silenciosa del partido compuesta por trabajadores de cuello blanco y clase media, junto al voto mayoritario de los afroamericanos. Pero junto a estos dos grupos demográficos (sobre los que también dominó Clinton), el vicepresidente ha conseguido arrebatar a Sanders parte del voto obrero industrial del Medio Oeste y de los Grandes Lagos, algo del voto blanco rural y poco cualificado, así como a nuevos votantes de los barrios residenciales provenientes de la base moderada del partido republicano, que en esta ocasión han preferido registrarse como demócratas para acabar con el poder que ejerce Trump sobre su partido. De esta manera, Biden pierde el voto latino que había apoyado a Clinton en 2016, pero a cambio ha ampliado su base incluyendo voto de blancos pobres de zonas rurales y postindustriales, así como sectores moderados del partido republicano. Esto sitúa a Biden en una mejor posición que Clinton para intentar combatir a Trump, transformándose en el candidato por antonomasia del establishment americano y de los barrios residenciales. Sin embargo ¿bastará esto para vencer en la carrera hacia la Casa Blanca?

Los claroscuros de la victoria de Biden y el futuro de Bernie Sanders

Los resultados del supermartes sentenciaron la suerte de Sanders y Míchigan ha supuesto el tiro de gracia para su campaña. En su discurso del 11 de marzo en Burlington el senador de Vermont explicitó que su candidatura había ganado la guerra ideológica al establishment demócrata, pues muchas de sus propuestas son las preferidas por la mayoría de los votantes demócratas sin importar a qué candidato apoyen. Sin embargo, Sanders también reconoció que su campaña estaría perdiendo la batalla por las primarias. El senador de Vermont continuará con la campaña y anunció que asistirá al debate electoral del 15 de marzo contra Biden para obligarle a retratarse sobre todos los temas que importan a sus votantes. Esta declaración trae implícita el reconocimiento de su derrota, así como la voluntad de seguir en la campaña para empujar a Biden a escorarse lo más a la izquierda posible (táctica que también utilizó exitosamente contra Clinton en 2016) o, en el peor de los casos, para que Biden se retrate por su falta de compromiso ante el ala izquierda del partido. Sea cual sea el resultado de su estrategia, la jornada del 10 de marzo supuso una gran victoria para el establishment demócrata y una gran derrota para el movimiento de base capitaneado por Sanders. Sin embargo, y en términos globales ¿ha salido fortalecido el partido demócrata con todo este proceso? La respuesta a esta pregunta es mucho más compleja de lo que puede parecer a primera vista, ya que el peor enemigo para Biden (y para las opciones de victoria de los demócratas) no radica en Sanders, ni tan siquiera en Trump, sino en el mismo Biden, un candidato al que el núcleo del partido está anunciando como una apuesta segura, pero que cuenta con numerosos defectos que pueden arruinar su candidatura ante Trump. 

El 10 de marzo supuso una gran victoria para el establishment demócrata y una gran derrota para el movimiento de base capitaneado por Sanders

No hay que olvidar que en 2019 el vicepresidente partía también como favorito y fue anunciado por los medios de comunicación como la apuesta ganadora contra Trump. Pero a lo largo de su precampaña, Biden nunca llegó a convencer ni a sus potenciales votantes ni a los líderes del partido, y su candidatura se hundió en aquellos estados en donde los votantes tuvieron contacto prolongado y directo con él (Iowa y New Hampshire), mientras que ha obtenido muy buenos resultados en aquellos estados en donde apenas ha tenido exposición pública. Y esto plantea una pregunta insoslayable de cara a considerar la fortaleza de su candidatura frente a Trump ¿Puede Biden resistir un escrutinio público prolongado y bajo presión sin volver a arruinar otra vez sus opciones de victoria? 

El vicepresidente se ha caracterizado durante el último año por cometer numerosos fallos, olvidarse de fechas, nombres (ha llegado a olvidarse en varias ocasiones del nombre de Obama, a pesar de haber sido su vicepresidente, y que su legado representa el centro de su campaña); Biden ha mezclado frecuentemente el nombre de personas, e incluso llegó a confundir a su mujer con su hermana durante su discurso de la victoria del supermartes. A lo largo de 2019 su discurso y forma de hablar se fueron volviendo cada vez más incoherentes e ininteligibles, al punto de alarmar a la prensa y a sus seguidores. Por otra parte, Biden ha sido muy criticado por inventarse constantemente historias que nunca ocurrieron, como la historia de que en los años 70 fue detenido en un viaje a Sudáfrica durante el apartheid al intentar visitar a Nelson Mandela, cuando en realidad simplemente fue retenido unos minutos en el aeropuerto cuando iba acompañado por miembros afroamericanos del Congreso. Todo esto ha llevado a que Biden sea objeto habitual de bromas y gags en los programas de televisión, reforzando la imagen inconsistente del vicepresidente. Trump y la cadena Fox no han perdido ocasión y han instrumentalizado estos casos para extender la idea de que Biden no  tiene la vitalidad para asumir responsabilidades presidenciales, ni estaría cognitivamente preparado para tomar decisiones trascendentes sobre economía o seguridad nacional. 

No debería extrañar que este se convierta en uno de los principales puntos de ataques de los republicanos durante la campaña presidencial. El Comité Nacional Demócrata es muy consciente de que Biden es un candidato con una gran debilidad como comunicador por sus numerosas pifias y por su discurso confuso e ininteligible. Ests le llevó a intentar cambiar sobre la marcha las reglas del debate del 15 de marzo para que, en vez de ser un debate a dos, fuera el público quien hiciera las preguntas a ambos candidatos sentados y, de esa manera, rebajar la presión sobre Biden, ayudándole a estar centrado e intentando evitar que Sanders deje en evidencia su debilidad como candidato. La amenaza del coronavirus ha obligado al establishment a tener que renunciar a su idea de incluir público en el debate. Este probará la fortaleza del candidato en un cara a cara con un rival, una prueba en la que se juega parte de su credibilidad como candidato presidenciable. Pero por mucho que el partido demócrata intente manufacturar el mejor escenario posible para Biden en las primarias, esto no resuelve un problema muy real que afecta críticamente a sus opciones de vitoria sobre Trump. Si este comete muchos fallos y se muestra tan incoherente como hasta el momento, puede poner en peligro sus opciones de victoria, ya que en las elecciones de noviembre el partido ya no tendrá el control absoluto del proceso electoral para compensar sus pifias. 

Trump y la Fox han extendido la idea de que Biden no tiene la vitalidad para asumir responsabilidades presidenciales

Otro de sus puntos débiles sobre el que se lanzarán Sanders y Trump es su historial político y legislativo, pues Biden se ha destacado por apoyar todas las medidas políticas que hace veinte años eran parte del sentido común de Washington, pero que en la actualidad se encuentran desacreditadas: Biden votó a favor de todas las guerras en las que los Estados Unidos se ha visto envuelto desde la Administración Clinton; ha votado repetidamente a favor de recortes en la seguridad social; ha sido abanderado de los tratados de libre comercio que han provocado la pérdida masiva de empleos industriales en muchas zonas de los Estados Unidos; se ha opuesto repetidamente al Medicare for All y a cualquier extensión de la sanidad pública sobre los seguros privados; se ha visto involucrado en un escándalo por su legislación favorable a las compañías de tarjetas de crédito, creando un contexto jurídico abusivo contra el consumidor, y también ha levantado mucha polémica por su relación con las mujeres, ya que durante mucho tiempo se ha opuesto al aborto, y a principios del 2019 tuvo que hacer frente a una polémica por su costumbre de manosear a mujeres, incluidas menores de edad.  

Pero uno de los mayores problemas para Biden lo representa su hijo menor, pues además de algunas dificultades con el alcohol y las drogas, Hunter Biden se vio envuelto en un escándalo por su incorporación a la dirección de la compañía ucraniana de gas Burisma. Esto ocurrió en un contexto en el que Biden era el encargado de supervisar las relaciones estadounidenses con el nuevo Gobierno ucraniano surgido del Euromaidán, lo que dio lugar a que desde muy pronto surgieran alegaciones de posible conflicto de intereses por el nombramiento de su hijo como miembro de la dirección de Burisma. Años después, esto animó a Donald Trump a coaccionar al nuevo presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, para que investigase si existía realmente un caso de conflicto de intereses de cara a utilizarlo contra Biden. Esto dio lugar al impeachment lanzado por los demócratas que se saldó con la absolución de Trump por un Senado controlado por los republicanos. Para Trump la resolución del impeachment a su favor ha sido muy beneficiosa de cara a las elecciones de noviembre, pues ha servido para movilizar a sus seguidores y activar a su base electoral, lo que además le permite utilizar el caso de Hunter Biden como un tema de campaña, e instrumentalizarlo de manera muy efectiva contra el vicepresidente Biden, alegando que los demócratas intentaron sacarle del poder cuando pretendía desenmascarar un supuesto caso de corrupción política protagonizado por su rival.

Biden es a estas alturas la gran apuesta del partido demócrata, y no solo contra Trump, sino especialmente contra Sanders y sus seguidores, pues si el votante moderado se encuentra obsesionado con echar a Trump de la Casa Blanca, la principal prioridad del establishment demócrata radica en derrotar a Sanders, aunque esta decisión les suponga volver a perder las elecciones. Todo parece indicar que el partido se encamina a repetir la misma campaña y los mismos errores que cometieron en 2016. Su gran estrategia discursiva se está centrando en realizar una campaña de descrédito personal de su adversario, presentando a Trump como un sujeto inapropiado, incompetente y moralmente cuestionable para el cargo de presidente. Esta fue la misma estrategia que desplegaron en 2016 y que tan solo dio buenos resultados para movilizar al núcleo más convencido de los demócratas, pero que resultó manifiestamente insuficiente para desanimar al votante republicano, o para convencer al votante independiente. Fue una estrategia perdedora. Pero el establishment demócrata no ha aprendido nada durante este primer mandato de Trump, su odio al presidente y su negativa a realizar una autocrítica de sus errores pasados les sitúa en una posición de debilidad para combatirlo.

El establishment demócrata no ha aprendido nada. Su odio al Trump y su negativa a realizar autocrítica les sitúa en una posición de debilidad 

Pero a favor de Biden hay que resaltar que su figura levanta muchas más simpatías que las generadas por Hillary Clinton, pues mientras que esta transmitía una sensación de prepotencia y frialdad que causaba rechazo entre muchos votantes, Biden por el contrario está dotado de una (en ocasiones excesiva) cercanía en las formas, un carácter espontáneo y cálido que le hacen ser apreciado a un nivel personal, aunque no exista una particular conexión política con el candidato. En líneas generales Biden gusta, aunque no entusiasme. El hecho de ser varón también le otorga una cierta ventaja para apelar a cierto sector de votantes que desconfiaron de Clinton, tanto por su cercanía a Wall Street como por el hecho de ser mujer, pues entre ciertos sectores demócratas aún persiste una mentalidad machista, especialmente entre los varones con un bajo nivel educativo del Medio Oeste y los Grandes Lagos. La posibilidad de que pueda recuperar a los votantes de este perfil demográfico es de hecho el único reclamo serio sobre su elegibilidad, aunque esté por probar que estos le prefieran a Trump. 

Sin embargo, no tiene muchas posibilidades de vencer al actual presidente si persiste con sus constantes gazapos y cagadas, ni por su frecuente estado de confusión, ni debido a su historial legislativo, ni en virtud a su relación con el caso “Hunter Biden”, ni a través de su periclitada estrategia de campaña basada en un ataque moralista contra Trump; ninguno de estos elementos va a resultarle especialmente útil para imponerse al actual inquilino de la Casa Blanca, en especial si se tiene en cuenta que el centro de su campaña gira alrededor de la misma idea que ha enarbolado el candidato republicano: devolver a América a su grandeza pasada.

Solo que en el caso de Biden esta grandeza perdida sería la Era Obama, un momento idílico de la política americana interrumpido por un enorme error histórico representado en la persona de su adversario. El gran problema de esta cosmovisión de campaña es que ignora que la presidencia de Obama permitió que crecieran numerosos problemas internos, como el incremento de la deuda estudiantil o los costes sanitarios (a pesar del Obamacare). A través de su política de libre comercio estimuló la pérdida de puestos de trabajo industriales en el país y a pesar del intento de reorientación de la política exterior (sobre todo durante el segundo mandato), esto no impidió que Estados Unidos continuase basando sus relaciones exteriores desde una perspectiva belicista e imperialista. Obama sigue siendo un presidente muy popular, especialmente entre los jóvenes, las minorías raciales y el núcleo de la base electoral demócrata. Pero su presidencia está lejos de ser recordada como una edad de oro, ni siquiera tras tres años y medio de gobierno de Trump. Y en esto radica uno de los principales problemas de Biden, que, a un nivel programático, de propuestas de gobierno y de proyecto de futuro para el país, no tiene nada que ofrecer. Este no es un problema específicamente suyo, pues afecta al conjunto del aparato demócrata, cuya única oferta política se basa en derrotar a Trump, para luego perpetuar el actual statu quo sin escuchar las demandas de una buena parte de su base electoral, continuando con las políticas neoliberales de la Era Clinton barnizadas con una ligera retórica progresista como hiciera Obama. 

En un artículo publicado en CTXT, Jorge Tamames planteó acertadamente que la competición en el Supermartes había sido una lucha entre tres factores del poder político: el partido, el dinero y la gente. Los resultados han ofrecido una respuesta sobre la correlación entre estos tres elementos. En primer lugar, con la derrota de Bloomberg se ha demostrado que la riqueza ilimitada sin legitimidad política no tiene por qué traducirse necesariamente en buenos resultados electorales, lo que hasta cierto punto es un alivio. Pero la relación entre el factor “partido” y el factor “gente” es un tanto complicada, sobre todo porque el establishment del partido demócrata no se encontraba solo en su contraofensiva, ya que tenía de su parte tanto a los medios de comunicación mayoritarios como al sentido común de su mayoría silenciosa, quienes también son gente, aunque no se manifiesten a menudo como tal. 

La gente movilizada, por otra parte, ha conseguido grandes avances en los últimos cuatro años, al punto de ocupar la centralidad discursiva del partido demócrata y marcar los debates políticos de esta organización. Ahora bien, una cuestión es ganar la batalla por el relato, es decir, conseguir enmarcar el discurso político de tu grupo de referencia para que tus temas dominen en la discusión pública, y otra cosa es vencer en la guerra por la hegemonía política, conseguir que tus ideas sean interiorizadas y aceptadas por la población, convirtiéndose en el sentido común de la sociedad, o al menos entre aquellos sectores de los que pretendes erigirte como representante. La relación del coronavirus con las primarias demócratas ejemplifica bien este problema.

Antes de que estallase la crisis del coronavirus el tema estrella de las primarias giraba alrededor del sistema sanitario y sus deficiencias, alentado por la propuesta de Sanders de extender la cobertura sanitaria pública a toda la población. La sanidad ha sido identificada por los electores como uno de los principales elementos para la orientación de su voto, siendo el tema más importante entre el 30% y el 40 % de los votantes. En el Supermartes, el coronavirus irrumpió con fuerza como un tema de campaña, haciendo que un 47% de los votantes se decidieran por Biden al considerar que iba a ser el candidato que mejor iba a controlar la epidemia. Paradójicamente, a pesar de que la sanidad había sido el tema principal de las primarias, la respuesta de los votantes al coronavirus no consistió en afrontarlo como un problema de salud, sino como uno de seguridad pública, favoreciendo de esta manera un voto del miedo que beneficio a la opción conservadora sobre el candidato que más había peleado por poner sobre la mesa las deficiencias del sistema sanitario. El hecho de que Sanders fuera capaz de imponer el marco de discusión en las primarias no ha prevenido que al final se impusiera la perspectiva hegemónica securitaria de carácter neoconservadora. Sin embargo, las denuncias de Sanders sobre las deficiencias del modelo sanitario estadounidense se basan en problemáticas reales y fundadas, y en el medio plazo el elevado precio de la atención sanitaria en los Estados Unidos, los abusos de los seguros médicos y de las farmacéuticas, así como por la ausencia del derecho a la baja por enfermedad a nivel federal, todo esto puede acabar provocando que el coronavirus cambie la perspectiva de mucha gente en los Estados Unidos hacia posiciones como las que ha estado defendiendo Sanders. Esto supondría un pequeño cambio hegemónico a su favor (y ya no una mera enmarcación discursiva), pero de ocurrir será demasiado tarde para beneficiarle en las primarias.

Bernie Sanders y su movimiento han protagonizado un cambio sin precedentes en la política estadounidense: han conseguido rehabilitar el término “socialista” en un país donde hasta hace poco era tabú, consiguiendo que en el proceso la mitad de los jóvenes se autoidentifiquen con este término, con todo lo que ello supone de realineamiento ideológico entre sectores muy importantes de la población. Aunque su modelo de referencia no se base en un horizonte revolucionario, sino en tratar de importar el Estado del Bienestar de los países nórdicos europeos, han conseguido sin embargo reformular un discurso sobre la lucha de clases que tiene un enorme potencial para promover políticas radicales de profunda transformación social que sobrepasen los límites del modelo del Estado social. Pero a pesar de estos logros, las expectativas formuladas de cara a estas primarias han teñido el momento político de fracaso, pues a diferencia de otras experiencias generacionales, el objetivo de este movimiento no era luchar por construir una utopía futura, sino abordar de manera urgente los graves problemas de índole económico, ecológico, racial, de género, sanitario y educativo que afectan a los colectivos implicados en la campaña por la elección de Sanders. 

Pero la acumulación de fuerzas en la coalición electoral de Sanders no ha sido lo suficientemente potente para contrarrestar a la mayoría silenciosa que protege al establishment demócrata, lo que conduce a que en su lucha el sanderismo necesite replantearse como un proyecto a largo plazo, aunque tenga por objetivo dar respuesta a problemas sociales y económicos actuales. En este proceso va a ser fundamental considerar qué papel jugará Sanders en este movimiento tras la convención de Milwaukee, pues su figura es demasiado importante para desaparecer, pero es también muy mayor para plantearse unas terceras primarias dentro de cuatro años. Sanders va a tener que considerar que su nuevo papel será propiciar una transición de liderazgo hacia nuevas figuras más jóvenes del movimiento, como la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, si bien él podrá seguir ejerciendo de “agitador en jefe” del movimiento, pues su carisma es un valor insustituible por el momento para que este proyecto continúe. Y este es precisamente el gran reto al que se enfrenta el sanderismo, terminar con esta dependencia hacia su progenitor para poder seguir creciendo mientras se reinventan, y para ello necesitan superar la centralidad de su figura fundadora. Si esto es posible, o si todo se disolverá tras la convención de Milwaukee, es la gran prueba de fuego a la que deberán de enfrentarse los seguidores de Sanders, y nada es seguro en cuanto a su futuro.  

En caso de que el sandersimo sobreviva a Sanders tendrá por delante una difícil tarea: superar la inmensa barrera que supone la mayoría silenciosa de la base electoral demócrata de cara a completar su insurgencia populista sobre el partido. La tarea es complicada, pero no imposible, pues en realidad no necesitan conquistar a la totalidad de esa mayoría silenciosa, sino anular su capacidad de veto. 

Para ello Sanders y su movimiento necesitan diversificar su mensaje atendiendo a los grupos demográficos que habitan en cada zona del país: sus prioridades políticas, filias y fobias. No tiene mucho sentido que hayan presentado el mismo discurso ante la mayoría afroamericana del Sur (de tendencia más conservadora que el resto del país), que ante la base liberal izquierdista de las costas, o con respecto a su discurso ante los obreros de los Grandes Lagos, quienes pueden ser receptivos a un discurso económico de izquierdas, pero quienes van a resistirse a parte del ideario progresista de Sanders en el resto de cuestiones culturales. Esto no supone tener que renunciar a ninguna de las ideas expuestas durante la campaña, sino comprender que el acento se debe poner atendiendo a las prioridades del grupo de votantes que predomine en cada región. 

Otro fallo cometido por Sanders y sus seguidores ha sido el plantear su campaña como una insurgencia populista enfrentada contra el conjunto del establishment demócrata. Lo que ha resultado tremendamente contraproducente, ya que la etiqueta “establishment” es en realidad un paraguas conceptual poco sofisticado que engloba a políticos de muy diversas tendencias y de muy distinta valía personal. Ciertamente no tiene mucho sentido que Sanders y su gente se intenten ganar a la élite de la élite dentro del partido, es decir, a los miembros moderados del Comité Nacional Demócrata y a la vieja guardia del clintonismo. Sin embargo, el establishment está compuesto también por multitud de representantes públicos: Gobernadores, congresistas, senadores, alcaldes, representantes estatales…, todos ellos son figuras de muy distintas tendencias y suponen el punto de referencia cotidiano para miles de electores. De entrada, son figuras que van a favorecer posiciones institucionalistas como resultado de su situación de poder, pero su lealtad a la línea oficial del partido no es un hecho inamovible, sobre todo si el sanderismo consigue mantenerse como la parte más visible y activa de la base demócrata. 

Por ejemplo, el alcalde de Nueva York Bill de Blassio en 2016 apoyó corporativamente a su compañera del partido demócrata de Nueva York, la exsenadora Hillary Clinton. Pero en 2020 De Blassio ha sido una de las pocas figuras del establishment en apoyar activamente a Sanders, animado entre otras cuestiones por la popularidad de Ocasio-Cortez, miembro también del partido demócrata de Nueva York. Si el sanderismo fuera capaz de replicar más casos como este a lo largo de toda la geografía estadounidense podría alcanzar tres objetivos. En primer lugar, romper la unidad del oficialismo clintoniano, cuya cohesión fue clave para resistir la oleada sanderista de cara al supermartes. Si algo han demostrado estas primarias es que cuando los moderados se encuentran divididos las opciones de victoria de la izquierda se multiplican exponencialmente. En segundo lugar, si Sanders es capaz de atraer hacia sí más figuras del establishment podrá arrastrar hacia él a sus comunidades de referencia, aunque estas se definan de partida como moderadas. Finalmente, cuantas más figuras del establishment le apoyen, más superdelegados tendrá a su favor, y podrá ir mejorando sus posibilidades de triunfar en una convención sin que estos le roben la victoria. Esta no es una tarea sencilla, pero tampoco imposible, sobre todo si el sanderismo consigue realizar exitosamente una transición de liderazgo hacia una nueva figura que, personificando su mensaje, no sea considerada como un elemento ajeno al partido.

Finalmente, el sanderismo debe trabajar por recuperar a segmentos importantes de la clase obrera estadounidense que le han abandonado durante estos cuatro años. Para ello debería disputar a Trump el discurso antiglobalización con el que se identifican estos votantes, pero desde unas claves ajenas al nacionalismo y al racismo del actual presidente. En las primarias del año 2016 este tema estaba mucho más presente en su discurso y esta fue una de las razones para ganarse el apoyo de este colectivo. Por otra parte, Sanders cuenta con una tradición radical americana a la que puede acudir para construir un patriotismo (en el sentido cívico y no nacionalista del término) de carácter socialista y republicano, aglutinado a través de su discurso populista contra las élites. Su apuesta por el Green New Deal es un intento inteligente de apelar a esta tradición desde una óptica de los problemas políticos actuales con la ecología. Pero esta propuesta resulta por el momento demasiado académica para muchos votantes, y gusta más en las costas que en el interior, por lo que debería concretar de manera más gráfica en qué se traduciría este plan en términos de inversión económica y reconstrucción del tejido productivo para las zonas que se han quedado atrás como resultado de la globalización. Por otra parte, Sanders y su movimiento deberían escuchar al historiador Harvey J. Kaye y apostar por recuperar la idea de Roosevelt de la segunda declaración de derechos, pues esta idea les permitiría presentarse como la opción política que cumplirá la idea social más ambiciosa lanzada por el partido demócrata. Debiera ser prioritario para el sanderismo disputar al establishment demócrata las figuras y el legado de Franklin D. Roosevelt y Martin Luther King, pues si consigue arrebatar al establishment demócrata sus símbolos podrá apelar de manera más efectiva a su base de votantes. En las últimas semanas Sanders ha recibido el apoyo de históricos líderes del movimiento afroamericano como Jesse Jackson o Al Sharpton, quienes podrían ayudarle en esta tarea.

Sanders y sus seguidores no tienen una tarea fácil por delante, pero ya han logrado uno de los objetivos más complicados que tenían por delante: construir un movimiento político de referencia para millones de estadounidenses de diversas tendencias, grupos y zonas geográficas, así como ser el factor determinante que ha marcado el contexto de la campaña demócrata. Sobre esta base deben superar tres grandes desafíos: 1. Que el movimiento sobreviva a estas primarias, 2. Lograr realizar una transición de liderazgo de Sanders a otra figura sin que en el proceso todo se disuelva y 3. Desarticular la unidad del aparato demócrata y la cohesión de su mayoría silenciosa. 

Esto último trae a colación uno de los principales problemas que aqueja no solamente a la izquierda estadounidense, sino a toda la izquierda occidental, y es el bloqueo político producido por la brecha generacional que separa las prioridades públicas de la Generación X, los Millenials y la Generación Z, con respecto al inmenso peso político y demográfico de la generación del Baby Boom. Buena parte de los miembros de esta generación están actuando desde una perspectiva cortoplacista y egoísta como un auténtico lobby electoral, que tanto en los Estados Unidos como en Europa está bloqueando con su voto conservador y moderado que se atajen los profundo problemas económicos y la precariedad que azotan a la mayoría de las personas del resto de generaciones. La mayoría de los miembros del Baby Boom conforman esta mayoría silenciosas que, sin encontrarse tan movilizadas en el terreno militante, muestra una clara superioridad en su movilización electoral en comparación con el resto de las generaciones, y actúan como un rodillo inmovilista que, sin proponer nuevos proyectos de futuro al resto de actores sociales, se encarga sin embargo de detener cualquier alternativa al actual statu quo. Este veto político generacional no tiene fácil solución en el corto plazo, pues se sustenta en una bonanza y seguridad económica de la que no disfrutan el resto de los actores. Sin embargo, existen también diferencias de clase e ideológicas al interior de la generación del Baby Boom que posibilitan ir sembrando la idea de que la estabilidad y prosperidad de su futuro como jubilados depende del bienestar y de las oportunidades de las que disfruten las generaciones en activo que pagan sus pensiones. Esta idea tiene menos fuerza en los Estados Unidos por su sistema privado de pensiones, pero la idea de que el bienestar colectivo requiere de un nuevo pacto intergeneracional también puede prosperar allí, pues una sociedad atravesada por la precariedad y sin perspectivas de futuro da lugar a una mayor inestabilidad económica, lo que a su vez se traduce en un mayor riesgo para las compañías aseguradoras que cubren los planes de pensiones privados.

Es muy probable que Biden venza en las primarias, pero también que no convenza en las elecciones presidenciales. A su favor tiene la coalición de votantes que ha generado en su resurgimiento contra Sanders, la posibilidad de atraer hacia sí a una parte del voto republicano moderado, así como la simpatía que genera su figura. A su favor tiene también tanto la crisis económica que ha estallado, como la potencialmente catastrófica gestión de la crisis del coronavirus por Trump, que unido a un sistema sanitario y laboral inclemente con los desfavorecidos puede llegar a arrojar cifras de fallecidos sin precedentes en el resto del mundo desarrollado. Pero en su contra Biden tiene la persistente tendencia a generar pifias y declaraciones sin sentido, su carácter errático, su historial político, el escándalo de su hijo, una estrategia de campaña perdedora y el potencial de convertirse en una bomba de relojería que en el momento menos oportuno haga o diga algo que le haga quedar como un incompetente. 

El periodista Emilio Doménech, como parte de su excelente cobertura de las primarias demócratas, trajo a colación las declaraciones del Van Jones, antiguo oficial de la administración Obama, quien advertía a sus compañeros de partido desde la CNN que la derrota de Sanders era uno de los momentos más peligrosos a los que se enfrentaba el partido. Jones recordó a su audiencia que los seguidores de Sanders se iban a convertir en una insurgencia derrotada, un levantamiento protagonizado por multitud de jóvenes con problemas económicos y vitales reales que habían encontrado a un paladín que defendiera sus demandas y aspiraciones. Jones recordó que en el 2016 se dio por sentado que los derrotados en las primarias votarían disciplinadamente contra Trump, cosa que no ocurrió, y que, si el partido no se hacía cargo de las preocupaciones y de la frustración de su base derrotada, y hace un esfuerzo por intentar representarles, el partido demócrata habrá logrado una victoria pírrica con la derrota de Sanders.

En un artículo de gran interés, Vicente Rubio-Pueyo se refería a Biden como “uno de los síntomas mórbidos del momento”, la imagen decrépita de una élite partidista que ha quedado políticamente desfasada, pero cuyo sistema inmunitario, la mayoría silenciosa del partido, aún responde efectivamente como cuarentena efectiva de los cientos de miles de jóvenes militantes y simpatizantes demócratas, una masa patogenizada que amenaza con inocular el virus del cambio político y social al partido. Pero lo que subyace a este movimiento defensivo del Supermartes no es otra cosa que una reacción conservadora sin proyecto ni ideas alternativas. Para los votantes de la mayoría silenciosa demócrata la elección de Biden supone entregarse a la seguridad que ofrece una cara conocida en un momento de grandes cambios e incertidumbre. Para el establishment demócrata la derrota de Sanders supone asegurar una enorme red de intereses políticos y económicos, red que ha sido tejida y alimentada durante las tres últimas décadas, y que supone un lucrativo negocio de puestos de decisión política, think-tanks que consiguen muchos millones de dólares para producir pensamiento dominante y certidumbres hegemónicas con las que proteger el statu quo, y grupos de presión con los que hacer avanzar las agendas políticas del partido. Si vencen a Trump toda esta red se beneficiará del acceso a fondos que se adquieren al estar en el poder, pero sin son derrotados, el trabajo de oposición a Trump supone también un negocio muy lucrativo, como se ha demostrado con el aumento a suscripciones a periódicos anti-Trump durante toda su presidencia. En cualquiera de los casos, el establishment, como la banca, siempre gana.

Es muy probable que Biden venza, pero no tan probable que convenza y, de ser derrotado, el partido demócrata tendrá que afrontar su mayor crisis de identidad desde el fin de la Guerra Civil Americana, momento en que los demócratas tuvieron que hacer cuentas por su implicación pasada con la esclavitud. Una derrota por parte de Trump en noviembre les desarmaría ideológicamente contra la idea de que Trump ganó ilegítimamente las elecciones de 2016. En este contexto, será mucho más complicado para el partido justificar la ausencia de un proyecto social para atajar los problemas que aquejan a cientos de miles de sus seguidores, y la mayoría silenciosa demócrata tendrá que afrontar que el lema con el que Obama venció en su campaña del 2008 no fue con la consigna de “electavility” (elegibilidad) de Biden, sino bajo el lema de “hope” (esperanza) que une las campañas de Obama del 2008 con la de Sanders en el 2020. Un lema que los seguidores del senador de Vermont necesitan recordar en sus horas más oscuras para no perder la perspectiva de que las conquistas sociales que aspiran a lograr suponen una lucha en el largo plazo, y como recordó Sanders a sus seguidores tras su derrota en el 2016, la lucha continúa.

Cuando Donald J. Trump venció en las elecciones presidenciales de 2016 los italianos se apresuraron a reivindicar su invención con Silvio Berlusconi, ellos habrían sido pioneros en la novedad histórica que representaba el nuevo mandatario estadounidense. Con la victoria de Joe Biden en el supermartes y...

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2 comentario(s)

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  1. farlow

    Excelente articulo. Muy bien explicada la situacion.

    Hace 4 años

  2. minúscula

    Un análisis brillante. Dos notas (2) de cosecha propia: 1. Quizás falte alguna alusión al gap generacional; 2. Hay terreno abonado para un factor clave que puede producirse ( el "Black Swan" - Cisne Negro), bien para mobilizar voto que Bernie Sanders no ha conseguido mobilizar en los números masivos que pretendía, o bien para conseguir un trasvase de votos gananado la batalla de la 'electabilidad': ¿En base a qué?. Al #COVID19.

    Hace 4 años

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