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Contra la ultraderecha: luchar en tiempos de las identidades oscuras

Prólogo del libro ‘La emergencia de Vox’ del eurodiputado Miguel Urbán

Nuria Alabao 8/02/2020

<p>Santiago Abascal.</p>

Santiago Abascal.

Malagón

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Durante la sacudida del 15-M decíamos: “Mientras las plazas estén en erupción no habrá ultraderecha en España”. Y a nuestra manera teníamos razón. Por un tiempo habitamos el interregno del “asalto institucional”; nacía de la revuelta, contenía a parte de los sectores que lideraban las protestas y parecía en el camino de alcanzar el gobierno e inventar nuevas posibilidades. Cuando esta ilusión se desvaneció, llegaron los monstruos.

Las relaciones entre esta desilusión y el despegue de Vox, por supuesto, son complejas. Quizás los motivos principales que están detrás no son exactamente aquellos que imaginamos. Hay que desgranar los elementos que componen este partido, elaborar su genealogía, su relación con la historia, sus continuidades y discontinuidades con otros grupos de extrema derecha y analizar su discurso para entender cuál es la función que ha venido a ejercer en la política española; y en definitiva, para saber cómo confrontarlo. Eso es lo que hace Miguel Urbán en su trabajo: dibujar los contornos de nuestra ultraderecha local para conocer mejor aquello que queremos combatir.

El espacio político que representa Vox ya existía de alguna manera contenido en el propio Partido Popular hasta la creación del nuevo partido en el 2013

Es imprescindible definir a Vox ya que los partidos que hoy englobamos bajo el nombre genérico de extremas derechas o postfascismos son bastante diferentes entre sí y muy dependientes de sus contextos locales, aunque compartan algunos rasgos comunes no siempre fáciles de identificar. En este trabajo se trata de ubicar a nuestra ultraderecha en ese mapa ya sea en relación a la historia de sus precedentes españoles o a la realidad compleja y en movimiento de su ecosistema actual. Por ejemplo, se explica claramente que Vox es en muchas cosas, diferente de sus homólogos europeos que se crearon en los márgenes de las formaciones de las derechas “oficiales”. El espacio político que representa Vox, sin embargo, ya existía de alguna manera contenido en el propio Partido Popular hasta la creación del nuevo partido en el 2013. Una de las causas centrales de su emergencia reside pues en la propia descomposición del partido nodriza. Pero aunque sus propuestas pretendan una actualización de los postulados conservadores y ultracatólicos, su guerracivilismo, su historicismo trasnochado, y probablemente, su antifeminismo –en el país de la revuelta feminista– son la causa que el partido heredero del “franquismo sociológico”, como lo describe Urbán, huela todavía demasiado a naftalina para alcanzar grandes mayorías. Esto lo emparenta más con los proyectos autoritarios ultras del Este de Europa o con Bolsonaro en Brasil que con sus homólogos europeos que han sabido renovar mejor sus discursos para ir al encuentro de los consensos sociales en cuestiones como el feminismo o los derechos LGTBIQ, aunque sea solo un hábil trampantojo. Para entender estos arcaísmos de Vox es imprescindible, pues, profundizar como se hace aquí en las fuentes políticas e históricas de las que se alimenta.

Como tampoco se comprende su apuesta económica si no se revela su genealogía; el hecho de que se haya desarrollado como una intensificación de los postulados neocon que ya anidaban en el PP ayuda a encajar su ideología ultraneoliberal –más próximo a un Bolsonaro que a una Le Pen en su vertiente social o a un Salvini en su estatismo aparentemente proteccionista–. “Vox no pretende fundar un espacio político propio a caballo entre la izquierda y la derecha”, explica Urbán. Sin duda tenemos que verlo como una oportunidad para quienes queremos combatirlo, porque Vox por ahora no es un partido “del pueblo”, ni de los desengañados con el 15M o Podemos, apenas sí de la protesta. (El campo existe; no olvidemos que todas las encuestas del CIS evidencian todavía una gran desafección de la población respecto de la política y los políticos. El sustrato de la crisis de representación permanece. Esto supone tanto como un peligro como una oportunidad). 

Murió el 15M pero las causas que le dieron lugar se mantienen latentes. No está de más recordar que durante la toma de las plazas gobernaba José Luis Rodríguez Zapatero. A su primer mandato llegó como consecuencia de la gran mentira sobre los autores del atentado del 11M –el “ha sido ETA”–. Aznar, por aquella época ya estaba a la altura de cualquier Trump del mundo. El primer gobierno de Zapatero fue el gran escenario de las guerras culturales en España. Hitos como la ampliación del derecho al aborto, el matrimonio igualitario o la memoria histórica dibujaron las coordenadas de la política española de esos años, mientras las apuestas económicas de los dos polos del bipartidismo no fueron sustancialmente diferentes entre sí*.

El 15M –y las movilizaciones desencadenadas por la crisis– hicieron estallar esas claves “culturales” de la política española. Se habló entonces de condiciones económicas, de expectativas vitales, de la situación de los servicios públicos, de recortes y sus consecuencias en las condiciones de vida y nos movilizamos por todo ello. Se colocaron en el debate público también las causas profundas de la crisis, se señalaron incluso al capitalismo financiero y a los bancos, y las imposiciones de la Unión Europea y de la Troika. Un marco sin el que no se puede, no solo interpretar lo que sucede a nivel político y económico en la España actual, sino también intentar cambiarlo.

Hoy, en el tiempo de la gran desilusión, todo eso ha vuelto a quedar en un segundo plano. La emergencia de Vox –ese hijo bastardo de Aznar y Aguirre– se da así como recuperación de las coordenadas simbólicas de las antiguas guerras culturales, las que les permiten, tanto apuntar a falsos culpables de los malestares sociales –migrantes, okupas, feministas, independentistas…–; como criminalizar la pobreza; soslayar completamente la lucha de clases, o desviar su significado hacia el soberanismo. La emergencia de Vox parece servir pues para reactivar las claves políticas del bipartidismo de forma intensificada y ampliada. (También acarrean un nuevo peligro muy concreto al situar la cuestión de las migraciones en un primer plano y afectando así de manera muy concreta las políticas migratorias o de rescate de refugiados en el Mediterráneo.) Estas nuevas/viejas coordenadas, aunque consistan en una exacerbación de las antiguas, son poderosas porque se producen en un marco de crisis económica y política todavía no superada, en un vacío de alternativas, en un contexto global donde una ola reaccionaria –como explica Urbán– inaugura un nuevo ciclo político de inciertas consecuencias. Este contexto puede proyectar a Vox, también le dota de un repertorio de argumentos y marcos discursivos de éxito probado en otros países capaces de, si no alcanzar el poder, conseguir al menos la “lepenización de los espíritus”. Esto implica la capacidad de definir la agenda pública, lo que es evidente que ya está sucediendo, pero también de derechizar de la sociedad, tanto los discursos públicos, como su reflejo en la creación de “identidades oscuras” que dice Daniel Bensaïd; el anidamiento de la microfísica fascista en lo social.

El monstruo parece ser funcional a una estrategia frentepopulista que fundamentalmente beneficia al PSOE –la alternativa más aparente– que como hemos dicho, de alguna manera reactiva las claves políticas del bipartidismo y vuelve a desviar el foco de las cuestiones sociales y la discusión sobre las condiciones de vida. Precisamente, aquellos elementos que es preciso activar políticamente desde las luchas de base para frenar la penetración de Vox. De momento este partido ha sido incapaz de tejer convincentemente los malestares identitarios y vitales relacionados con una sociedad donde la precariedad se enseñorea de todos los ámbitos –el fin de las narrativas vitales vinculadas al mundo del trabajo, los cambios de las costumbres impulsados por el feminismo o las luchas LGTBI, la inestabilidad vital, los problemas de vivienda, el paro, etc.–. Esta incapacidad de conectar con lo popular les aleja por ahora de las capas sociales más precarias aunque eso no tiene que ser para siempre. Ahí reside su verdadera oportunidad de crecimiento, pero es una oportunidad que tendría que derrotar primero a la propia historia del partido y su profundo vínculo con lo neoliberal. De momento no aparece en el horizonte.

Pero cerrar el paso de esa oportunidad pasa sobre todo por detener la infiltración de la microfísica fascista en los barrios y en las clases populares –el peligro real que es preciso conjurar–. Esa, que debería ser nuestra principal preocupación, implica necesariamente construir nuevas solidaridades entre los de abajo y reforzar las existentes. Si la crisis de representación ofrece una ocasión singular para Vox –que juega a ser exterioridad del sistema a partir de erigirse en portavoz de lo políticamente incorrecto– debería serlo también para la experimentación de formas de democracia directa capaces de crecer en esa indeterminación y crisis de lo instituido de los tiempos presentes. No se trataría aquí tanto de generar nuevos mecanismos de gobierno de la crisis como hace la ultraderecha, sino de construir un poder democrático real –de abajo arriba– que se manifieste en organizaciones, espacios de ayuda mutua y una miríada de movilizaciones diversas; en la expresión de esa democracia posible. Las extremas derechas que están emergiendo con fuerza en buena parte del planea son nuestro “doble terrorífico”, que diría Paolo Virno, un espejo oscuro que nos devuelve una imagen deformada de las posibilidades de libertad y comunidad que vislumbramos en las luchas sociales surgidas en momentos de inestabilidad. Para este autor, lejos de la política schmittiana definida por los enemigos compartidos, la política de emancipación deseable es la que parte de las “relaciones de solidaridad que se establecen en el curso de la fuga, por la necesidad de inventar juntos oportunidades hasta entonces no contabilizadas”. No hay atajos pues contra las fuerzas que alimentan las “identidades oscuras”, tampoco operar en el ámbito de la representación será suficiente. Solo podemos enfrentarles de forma efectiva en el día a día de las luchas, con las identidades luminosas que seamos capaces de crear en las movilizaciones que llevemos adelante y las solidaridades que podamos tejer en el camino. A las tonalidades afectivas de la desconfianza que los postfascimos promueven, responderemos con una verdadera política de la amistad, con la construcción de solidaridades concretas que vuelvan a poner las condiciones de vida en primer plano para conjurar así sus políticas del miedo, del resentimiento y de la escasez.

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Nota:

* A veces esta división material/cultural puede ocultar sus entrecruzamientos o se utiliza para minimizar lo segundo respecto de lo primero. No es mi intención aquí, no pretendo negar en absoluto la importancia de estas medidas u otras similares en las condiciones materiales de existencia de las personas afectadas por su promulgación.

Durante la sacudida del 15-M decíamos: “Mientras las plazas estén en erupción no habrá ultraderecha en España”. Y a nuestra manera teníamos razón. Por un tiempo habitamos el interregno del “asalto institucional”; nacía de la revuelta, contenía a parte de los sectores que lideraban las protestas y parecía en el...

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Autora >

Nuria Alabao

Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.

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