El escritor y los particularismos
La irrupción del gremialismo de lo particular ha eclipsado las metas e ideales comunes que en su momento cumplieron roles de primera importancia
Mario Campaña 9/11/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El auge de los movimientos feminista, nacionalista, LGBT, migratorios, étnicos, animalistas, entre otros de hoy, produce diversos tipos de reconfiguraciones. Quisiera hacer unas consideraciones mínimas sobre ello, atendiendo también a la participación de escritores e intelectuales en los nuevos escenarios surgidos, poblados de presencias múltiples, para mencionar a las cuales me ha parecido oportuno utilizar el concepto histórico particularismo.
Con este menciono la actitud que dedica una atención intensiva a elementos particulares de la composición social, desconectándolos de lo general, obviando deliberadamente la universalidad del conjunto que los envuelve en una determinada unidad política, social o cultural. Los componentes singulares de lo social y cultural en auge han tomado tal distancia teórica y estratégica con respecto a cada una de las unidades sociales, que su práctica abiertamente aboga por abandonar el ágora y limitar sus metas al plano de sus reivindicaciones exclusivas, con lo que el particularismo se acerca de modo ambiguo al gremialismo, la tendencia conservadora a limitar un movimiento a los intereses propios y específicos de cada oficio, profesión, ramo o sector.
Es obvio que los particularismos y su desafecto por lo general-universal, por los Estados y hasta los países, tienen su origen en opresiones y pretericiones históricas, y es probable que en el plano teórico y práctico estén basados en: 1) la identificación de lo universal con el Estado y los países; 2) La estimación de lo universal o estatal como una estructura basada en la uniformidad, la uniformización y, finalmente, en la represión, en cualquiera de sus versiones: la jacobina (por ejemplo, la lengua y la centralización), la estalinista (por ejemplo, la política, el arte y la literatura), la cubana (por ejemplo, las sexualidades); y, 3) La constatación de que ese modelo, incluso cuando no llega a la represión material, perenniza la dominación sobre lo particular, las nuevas identidades de género, etnias, lenguas minoritarias, etc. Como consecuencia de todo ello, los particularismos se sublevan, voltean la espalda y, más allá de sus reivindicaciones, se limitan a observar con indiferencia la marcha de los Estados y la suerte de los países, con los cuales tienden a mantener solo una relación utilitaria.
La irrupción del gremialismo de lo particular ha eclipsado las metas e ideales comunes que en su momento cumplieron roles de primera importancia en el relativo progreso social alcanzado
En la vida social privada, en los movimientos críticos y en los reivindicativos públicamente perceptibles, algunos particularismos han ganado hegemonía y van alcanzando un consenso que, aunque a menudo solo superficial e interesado, se hace cada vez más amplio, fortalecido por una parte considerable de la izquierda que se ha empeñado en lo que se presenta como la gran batalla de esta época.
Me atrevo aquí a proponer la revisión del aparente consenso aludido. Para ello, no está de más recordar que el universalismo, liderado por la filosofía y la política, y al menos desde la Ilustración, no sólo se ha planteado como unidad y a veces disolución de lo particular, como supresión de todo lo que pudiera obstaculizar la unión o la avenencia, sino que también ha estado orientado, especialmente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y con más fuerza a partir de los años 70, hacia la totalidad del mundo de la vida, hacia la valuación de las interacciones sociales y de la intersubjetividad, concibiendo con ello, en sus versiones más avanzadas, la articulación creativa de lo particular con general. Los frutos principales fueron el Estado del bienestar –en cuya edificación participó decisivamente la izquierda socialista y la socialdemócrata– y las garantías postuladas y en algunos casos aceptablemente cumplidas para los derechos fundamentales de los individuos, incluyendo el de la libertad y su protección.
La irrupción del gremialismo de lo particular ha eclipsado las metas e ideales comunes que en su momento cumplieron roles de primera importancia en el relativo progreso social alcanzado –como el que acabo de mencionar– y deberían guiarnos no solo como fundamento externo sino también como base interna de la convivencia: la justicia, la solidaridad, el respeto (más que la mera tolerancia) y las libertades individuales. Por supuesto, no uso el concepto de “lo común” asociado a una comunidad que ya no existe: hace mucho que desaparecieron los vínculos que nos unían y nos ofrecían un sentido de pertenencia; lo común quiere decir en este caso lo que nos afecta a tirios y troyanos: la factura de la luz, la seguridad social, el presupuesto para las guarderías, etc. Pues bien: la preponderancia de la reivindicación gremial se vuelve conservadora al borrar los principios generales como los mencionados (la justicia, el respeto, la libertad), y al desconectarse de “lo común” así entendido; al ignorar, en fin, las bregas concretas y cotidianas de las mayorías que no están directamente vinculadas con sus reivindicaciones. El anhelo de un amplio cambio social, por ejemplo, antigua meta de los pobres, de los excluidos y subordinados, ha desaparecido del discurso público, posiblemente a favor de los particularismos, que en algunos casos conciben ese cambio con cotas situadas al nivel del mero interés personal o grupal. Por ejemplo: un periódico público del Ecuador titulaba de este modo un reportaje sobre las escritoras nacionales: “Sin un cambio social las autoras ecuatorianas seguirán en el anonimato”. Allí se ve cómo la meta (“cambio social”), por muy poderosa y amplia que parezca, se perfila de un modo que la aleja de lo común para convertirse en personal o grupal. Sin embargo, como meta y fundamento, los principios de justicia, libertad y respeto son más valiosos que el de perspectiva de género. Los primeros tienden a desaparecer, mientras el segundo lucha por imponerse sobre todo y a toda costa.
El anhelo de un amplio cambio social, por ejemplo, antigua meta de los pobres, de los excluidos y subordinados, ha desaparecido del discurso público
Ante esto, los intelectuales y escritores toman posiciones. Desde que se reconoció a la literatura una función pública y se otorgó al escritor el poder de proyectar sus ideas masivamente a través de los medios de comunicación pública y hoy de las redes sociales, sus artífices han sido objeto de una escucha eminente. Desde hace años vemos con qué expectación se leen las columnas periodísticas de Mario Vargas Llosa o Javier Marías, cuyos asuntos, que por su carácter liberal suelen enconar a cierta clase de lectores, son siempre de orden general, por mucho que en ocasiones pongan la lente en un detalle. Y es sano que así sea, que se postulen cuestiones generales o particulares de la más diversa índole, pero conectándolas con los intereses de todos. Respondiendo a la misma vocación por participar en la palestra pública, una parte del gremio literario se pronuncia a favor de los particularismos en redes sociales, periódicos digitales, blogs, cartas y pronunciamientos públicos colectivos; la mayoría se declara feminista y no solo respetuosos sino además defensores de los colectivos LGBT.
Otros rechazan los privilegios y la imposición a que en ocasiones tienden los movimientos más activos, manifestando un contundente repudio hacia lo que suelen llamar “lo políticamente correcto”: con menos exhibición, menos fuelle, menos respaldo colectivo público, incluso de manera silenciosa, aunque sin renunciar del todo a esporádicas expresiones públicas generalmente limitadas a pequeños círculos y a través asimismo de medios y redes digitales, mantienen modestamente el pulso. Aunque algunos discurran de manera reaccionaria, la mayoría está lejos de merecer la displicencia que se endilga a las reacciones idiosincrásicas. Limitados a la negación, carentes de un discurso asertivo, los ‘incorrectos’ no parecen oponerse al principio de justicia para las víctimas de segregaciones y postergaciones, pero rechazan lo que perciben como actitud censora, represiva y abusiva de las formas dominantes de lo particular. Insisto en que no estoy con esto aludiendo a posiciones contrarias a la igualdad de los derechos y la dignidad.
En todo caso, correctos e incorrectos rehúyen comprometerse con las causas generales, además de las propias
Al final, ambas posiciones son impugnables. Nadie puede rechazar la reparación de situaciones de injusticia denunciadas por los particularismos, pero cabe discutir sobre la legitimidad de ciertas pretensiones que van más allá de lo justo, y sobre todo la pertinencia y el interés de la desconexión de lo general, ese rechazo tan firme del ágora, como si fuera solo una plaza de encantadores de serpientes. No es congruente desdeñar, por absurdamente orgullosas que a veces parezcan, las posiciones críticas con lo “políticamente correcto” como meras versiones actuales de temibles ideologías del pasado. Y tampoco es legítimo que la defensa de la unidad de lo general sirva como mera estratagema para acallar vidas y grupos sofocados.
El resultado de todo esto tiene un haz alarmante: la deserción de lo general, el abandono de metas e ideales para todos y no solo para una parte, resulta en la mengua de nutrientes morales de la plaza pública, el lugar que más las necesita, porque es allí donde lo particular y lo universal pueden articularse, y al fin y al cabo se juega una parte considerable del destino de todos.
--------------------
Mario Campaña (Guayaquil, Ecuador, 1959) es poeta y ensayista. Colaborador en revistas y suplementos literarios de Ecuador, Venezuela, México, Argentina, Estados Unidos, Francia y España, dirige la revista de cultura latinoamericana Guaraguao, pero reside en Barcelona desde 1992.
Ya está abierto El Taller de CTXT, el local para nuestra comunidad lectora, en el barrio de Chamberí (C/ Juan de Austria, 30). Pásate y disfruta de debates, presentaciones de libros, talleres, agitación y eventos...
Autor >
Mario Campaña
Nacido en Guayaquil (Ecuador) en 1959. Es poeta y ensayista. Colaborador en revistas y suplementos literarios de Ecuador, Venezuela, México, Argentina, Estados Unidos, Francia y España, dirige la revista de cultura latinoamericana Guaraguao, pero reside en Barcelona desde 1992.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí