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“Yo estoy aquí porque mi hijo desapareció tratando de atravesar fronteras”

Relatos desde el interior de la Caravana Abriendo Fronteras. Voces de migrantes, madres de desaparecidos, activistas y rescatadores en el mar

María González Reyes Frontera Sur , 24/07/2019

<p>Marcha hacia el paso fronterizo de El Tarajal en Ceuta el pasado 16 de julio.</p>

Marcha hacia el paso fronterizo de El Tarajal en Ceuta el pasado 16 de julio.

Caravana Abriendo Fronteras

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Comienza el viaje. Los autobuses que forman la caravana salen de distintos lugares. Personas diversas. Lugares diversos.

El viaje es largo. Se levantan del asiento y cogen el micro, una a una, y se van presentando.

Somos un montón de voces pequeñas que nos vamos de viaje para escuchar a las voces grandes, que son las que están allí, tratando de atravesar fronteras:

“Mi hijo está desaparecido, se fue para tratar de llegar a otro país”.

“Cuando no tengo palabras siempre recurro a la música”.

“Es mi cuarta caravana, siempre han sido necesarios estos espacios, ahora todavía más”.

“Para mí es la primera, gracias a todas las personas que habéis participado en la organización de todo esto”.

Llegan al primer destino. Abrazos. Música. Palabras. Y unas gotas de lluvia.

Roxana: 

“Al entrar a este espacio he visto un cartel que pone ‘Ninguna persona es ilegal’. Yo durante mucho tiempo me sentí así, ilegal, que es otra manera de decir invisible. 

Ahora ya no.

Primero nos juntamos mujeres bolivianas para compartir los ratos de descanso, para acompañarnos, para no sentirnos solas. Luego comenzamos a hacer también otras cosas. Todas trabajamos en el sector de los cuidados. Y ahí nos fuimos dando cuenta. Somos trabajadoras. Sin derechos. Explotadas. Infravaloradas. Invisibilizadas. Pero trabajadoras.

Nadie puede vivir sin cuidados. Nuestro trabajo es cuidar.

Ahora sabemos que trabajar de interna en una casa no significa no tener derechos. Aunque no tengas papeles.

De estar juntas salió la fuerza para pelear por nuestros derechos. Salió la fuerza, también, para contar los abusos sexuales que muchas de nosotras sufrimos trabajando de internas.

Ahora nosotras nos vemos, nos reconocemos como personas con derechos, valoramos la importancia de nuestro trabajo. 

“Estamos aquí poniendo nuestra voz para que también dejemos de ser invisibles para ustedes”.

Las camisetas de las personas que viajan en la caravana se llenan de pegatinas. Son pequeños carteles que indican los idiomas en los que cada persona puede comunicarse. Así las palabras traspasan los lugares de procedencia.

Cada cual trae su plato y su vaso y sus cubiertos. Luego los lavan. Quieren generar menos residuos en los sitios que visitan.

Se preguntan: ¿qué significa la frontera sur para las personas que llegan?

Souad: 

“Necesito encontrar las respuestas. Tengo muchas preguntas. Pero una es la que me golpea cada día.

¿Dónde está mi hijo?

(Se parte en llanto)

¿Dónde está?

Yo era fuerte. Estaba sana. 

Mi hijo desapareció en el mar. Ningún gobierno me ayuda a encontrarlo”.

El auditorio entero alza la voz. Un solo grito: “No estás sola. No estás sola. No estás sola”.

Playa. Miras al mar mientras te das crema para el sol. El mismo mar. Frío. Oscuridad. Pateras. Concertinas. Sufrimiento. Sangre. Crema para el sol. El mismo mar.

Los ojos del lado donde se construyen los muros son testigos de las muertes en el mar.

Hay algo que se repite. Constante. Macabro. Azul. La indiferencia de los que sí pueden atravesar fronteras.

Miguel: 

“Tienes que elegir quién vive y quién no. En el mar me convierto en juez.

Soy bombero, nadador de rescate.

Si nado a la derecha de la patera los de la izquierda mueren. Si nado hacia delante no llego a auxiliar a los de atrás.

Tienes que elegir quién vive y quién no. En el mar me convierto en juez

Me convierto en juez sobre la vida.

Vienen desde Libia. Hacia Lampedusa.

Es una obligación prestar ayuda en el mar, intentar salvar vidas. 

También desembarcar a las personas rescatadas en un puerto seguro.

Salvamos solo a algunos. 

Después recogemos los cuerpos de los muertos. 

Hay muertos flotando por todo el Mediterráneo.

No soy un activista, pero frente a esto no me queda otro camino que la desobediencia.

Tienen números de teléfono y direcciones. Los plastifican y se las atan a las muñecas a modo de pulseras. Es el elemento más valioso para las personas migrantes en su viaje.

El mar acoge y entierra los cuerpos que los humanos de los países enriquecidos dejan a la deriva”.

Las caravaneras gritan: “No más muertes en el Mediterráneo”.

Marta: 

“En Turín, en Italia, la sociedad civil bajó a la calle a dormir en señal de protesta.

Surgió de manera espontánea. La fuerza de la sociedad civil.

Queremos que las personas migrantes sepan que les damos la bienvenida, que queremos que se queden.

No se puede detener al viento, se puede, en todo caso, entretenerlo.

Eso pasa, también, con las personas migrantes cuando deciden iniciar su viaje hacia otro lugar”.

Paola: 

“La primera llamada desde la patera fue a las seis de la mañana. Avisamos inmediatamente a las autoridades españolas y marroquíes de que había una patera con trece personas a la deriva. No tenían motor. Estaba entrando agua. La última llamada que recibimos desde la patera fue a las 13 horas. Nadie fue a rescatarlos.

Los testimonios de que esas personas trataron de llegar están en el cementerio. 

Tumbas sin nombre. Sin epitafio.

Blanco anónimo que invita a olvidarlos.

Testigos incómodos.

Si el olvido se impone dejaremos de preguntarnos quién les empujó al mar”.

Mario: 

“Busco a mi hermano que fue asesinado en México.

Quiero verlo por última vez.

Optamos por la vida y es la vida la que defendemos.

Queremos justicia, verdad, reparación y no repetición”.

Las voces gritan: “Porque vivos se los llevaron. Vivos los queremos”.

Leticia: 

“Las personas migrantes nos muestran lo peor de los seres humanos: dejar que otras personas mueran en el mar, en el desierto, en el tren, detrás de las rejas de las cárceles.

También muestran lo mejor: la sociedad civil desobedeciendo las leyes injustas, las redes poniendo en el centro a las personas migrantes, defendiendo su derecho a vivir y migrar con dignidad.

México. Trenes con migrantes en el techo. Viaje hacia el norte. Emergencia. Muerte. Dolor. Sangre. Y la gente del camino que presta su ducha a los que viajan. Unos zapatos. Comida. Un abrazo. 

Abrazar a los migrantes en México es un ejercicio de desobediencia civil. Pones tu vida en peligro.

Pero del abrazo sale la lucha conjunta. Migrantes y no migrantes. 

Luchas que se tejen desde abajo.

A un lado, políticas antimigratorias.

Al otro, personas valientes. Colectivos valientes. Y desobedecer a las leyes equivocadas.

Salvar vidas no es un delito”.

Assane: 

“En mi país, en Senegal, existe la tradición de que a las personas que llegan hay que darles y ofrecerles, aunque se tenga poco. La persona que llega no pone, recibe. 

Y esa manera de acoger la hacemos también en España. Las personas que conseguimos atravesar la frontera acogemos a las que van llegando. Redes formadas por familiares, formadas por amigas y amigos. Las acogemos en nuestras casas. Compartimos la comida, el que llega no pone, recibe.

Cuando estás vivo quieren deportarte. Cuando estás muerto, no

Y luego, cuando ya pueden, las personas acogidas pasan a ser  personas que acogen a las que van llegando. Siempre siguen llegando. La red se agranda. 

También hacemos un fondo común cuando alguien muere. Cuando estás vivo quieren deportarte. Cuando estás muerto, no. Los muertos senegaleses sí tienen derecho a quedarse en España, lejos de la tierra que les vio nacer”.

Ciudadanía organizada que acoge. 

Personas de ambos lados de las fronteras.

¡Ongi Etorri Errefuxiatuak! ¡Bienvenidxs Refugiadxs!

Marwan: 

“Todos nos buscamos la vida, pero hay gente que tiene fácil encontrarla. Hay gente que no.

Algunos amigos me dijeron que hay otras vidas en otros lugares.

Había días que no podía aguantar el hambre. No sé si alguna vez habéis pasado hambre. El hambre es mucho más que tener ganas de comer.

Yo llegué porque tuve suerte, no como el hijo de Berdai, que se subió a una patera porque en Argelia no le daban el visado para ir a Europa. No como otros amigos míos que no llegaron.

Llevo cuatro años sin ver a mi madre.

Hace dos días os vi y decidí sumarme.

Solo nos separan catorce kilómetros de mar”.

En la playa del Tarajal están construyendo otro muro de alambre. Ahora no se puede pisar la arena entre las dos vallas que marcan la frontera. No se puede pisar el lugar donde la policía española disparó pelotas de goma a las personas que trataban de llegar. Por el mar. Quince murieron ahogadas.  Ya no se puede pisar esa arena. Solo las gaviotas pueden estar. 

La caravana llega hasta la valla en una marcha larga bajo el sol. Un chico que viene de Marruecos coge una pancarta y se agarra a la mano de otro chico para hacer un círculo. Gracias, dice. Lleva una camiseta del Real Madrid.

Se nota mucho la falta de afecto y amor en los chicos que viven en la calle

Joana:

“Se nota mucho la falta de afecto y amor en los chicos que viven en la calle. Maakum en árabe significa estamos con vosotros. Eso queremos decirles a los chicos que son menores no acompañados. Estamos con vosotros.

Los chicos nos cuentan la violencia diaria que viven. Agresiones de las autoridades en el puerto. Brechas, heridas. Sueltan a los perros para que les muerdan. Devoluciones ilegales a Marruecos. Nadie ve lo que pasa en el puerto. Menos si es de noche. Un policía le tiró las zapatillas al mar. Vete por donde viniste si quieres recuperarlas. También hay grupos de personas civiles que van al puerto y les agreden. Cuando les meten en el centro de menores les rapan el pelo. Nadie les pregunta si quieren que se lo corten. 

Queremos que en la península sepan lo que pasa en Ceuta”. 

Un chico camina con una sola chancla. La otra la perdió o nunca la tuvo. Un pie sobre la goma. Un pie sobre el asfalto. No quiere perder la oportunidad de poder caminar por el centro de la ciudad. Si no fuera porque va con la manifestación no podría. El centro es solo para los que tienen dinero y papeles. Sonríe.

Ana: 

“Yo estoy aquí porque mi hijo desapareció tratando de atravesar fronteras. Quiero que entendáis por qué estoy aquí, por qué estamos aquí. La gente que tienen ahí retenida en ese centro de Atención Temporal de Extranjeros está sufriendo. Sus madres están sufriendo, como sufro yo. Quizás si su hijo hubiese desaparecido harían lo mismo que yo hago ahora, quizás me entenderían. 

(Pasaporte de Honduras y un hijo desaparecido. Voz de mujer. Voz de madre. Y se pone en primera fila frente a los policías. Que están nerviosos. Que tienen la porra en la mano).

No puedo quedarme callada ante esta injusticia. No puedo. Son personas las que están ahí metidas.

(Los policías no la miran, pero no les queda más remedio que escucharla)”.

Leen sus nombres y apellidos. Su edad. Avión. CIE zona franca de Barcelona. Comisaría en Madrid. Cárcel de Archidona en Málaga. CIE de Valencia…

Los nombres son de las personas que se suicidaron cuando estaban encerradas en esos lugares.

Las caravaneras gritan:“No son suicidios, son asesinatos”.

Mohamed: 

“A veces tienes que jugarte la vida para defender a los tuyos, por eso me subí a una patera. Quiero volver a mi ciudad, el lugar donde mis pisadas se reconocen con otras con las que construí una vida en común. Pero no puedo volver hasta que no haya democracia en mi país. Por eso me fui”.

En la foto se ve a mujeres portando bultos enormes, entre 60 y 90 kilos. Su trabajo es hacer filas inmensas para atravesar las mercancías por la frontera. Las fronteras son permeables para las personas que pueden ser explotadas económicamente. Hacen fila desde las dos o las tres de la madrugada. A veces se ponen pañales. En las filas no hay baño. Algunas mueren aplastadas.

Karima: 

Son siete mujeres. Están sentadas sobre la hierba del parque. Una de ellas colocó una tela en el suelo para resguardarse de la humedad. Sobre ella se sientan dos. La que habla francés y la que la traduce. Las demás, completando el círculo. 

Se presentan. Dicen sus nombres. Dicen de dónde vienen. Dicen dónde viven. 

Y Karima, la más negra de todas, sentada sobre la tela, comienza a hablar.

Les cuenta que tiene veinte años y que viene de Guinea Conakry. Que salió en diciembre del 2018 de su país. Que el viaje fue largo. Que no tenía madre ni padre. Que vivía con su tía. Que no se llevaba bien con ella. Que vive en el CETI de Ceuta. Que las mujeres ahí están unidas. Que a veces tienen problemas con los hombres. Que lo peor del viaje fue la espera en Marruecos, escondida con otras cuatro mujeres y diez hombres, esperando el momento para poder atravesar la frontera. Que cruzó el mar en una barca de plástico y pequeña.  Que iban cuatro personas. Que se quiere quedar en España pero que no conoce a nadie. Que tiene una amiga en Francia. Que le gustaría conseguir llegar. Que necesitará ayuda. Que quiere estudiar. Que tiene muchas ganas de aprender. Que le gusta haber llegado hasta aquí.

Conversación entre mujeres. Voces suaves. Manos que acarician otras manos.

Las otras mujeres del círculo hablan. Le dicen gracias por compartir con nosotras tu viaje. Le dicen eres fuerte. Le dicen nos alegramos de que estés aquí, tienes derecho a estar aquí. Le dicen bienvenida. Le dicen no estás sola.

Y las siete mujeres se abrazan. Y las siete mujeres no ponen restricciones a las lágrimas. Y dicen palabras. Y se abrazan. Apenas se conocen. Y se abrazan.

Luego, las seis que pueden atravesar fronteras se van. Karima se queda.

Y en otra ciudad una mujer les cuenta que cuando el viaje dura pocos meses y que cuando tienen teléfono de contacto y que cuando nadie abusa sexualmente de las mujeres migrantes por el camino, puede ser porque van a ser víctima de trata.

Y las seis mujeres piensan que Karima cumple esas cosas. 

Y piensan ojalá no olvide nuestros números de teléfono. 

Karima tiene las orejas llenas de pendientes, color plata que reluce sobre el marrón oscuro casi negro de su piel.

Amanece en el polideportivo o en el gimnasio o en el campo de fútbol. Casi trescientas personas se mueven en un caos tranquilo. El campamento se recoge rápido. Son muchas manos y muchas piernas y muchas ganas de dejarlo todo igual que lo encontraron. Círculos de gente charlando. A veces en reuniones. A veces comentando lo que escucharon. A veces charlas sin más. Y tú ¿de dónde eres? Casi siempre con carcajadas que ayudan a descargar el drama de las historias que se quedan pegadas a la piel. A veces alguien está solo. Pero en la Caravana la soledad es elegida. En las manifestaciones a menudo se acercan personas migrantes: “¿Por qué es esta manifestación?” Y se suman emocionadas. Viajan en la caravana testigos. Personas que vienen con sus historias agarradas en las manos. “Nos sentimos arropados ahora que estáis aquí”, dicen los colectivos locales que pelean cada día contra el racismo y la intolerancia y los prejuicios y el miedo. Hay abrazos todo el rato. También un abrazo colectivo en la plaza. El abrazo de los pueblos. 

Y si hay alguna tensión con la policía saben que su camino es la acción directa no violenta. Actitud firme. Convincente. Pacífica. Bajar la voz. Sentarse. Manos en alto. De aquí no nos movemos. Las mujeres conocen bien cómo rebajar el nivel de tensión con la policía cuando es necesario. Saben cómo ser activista en un entorno colectivo. Cómo cuidar al grupo. Son más mujeres que hombres las que viajan en la caravana. 

Por la noche música en directo en la plaza. Gente de todas las edades. Los trayectos en autobús se aprovechan para hacer asambleas. También para dormir. Hay personas que traducen. Personas que colocan sillas. Personas que preparan el desayuno. Personas que limpian los baños. La palabra cuidados cobra sentido en cada momento. Y se juega un partido de fútbol. Y se habla de las mujeres  transfronterizas, que viven en la parte norte de Marruecos y pueden pasar todos los días a Ceuta y Melilla siempre que no pernocten. Son trabajadoras de hogar, trabajadoras sexuales y porteadoras. “Papeles para todas o todas sin papeles”. Se hacen filas para comer y para ducharse. Fosas comunes en el Estado español. Fosas comunes en México. Personas que pelean por desenterrar la memoria. Y poesía. El Guadalquivir se convierte en reivindicación para crear pasajes seguros para las personas migrantes. Las trabajadoras del campo en Huelva. Otra vez mujeres explotadas. La pobreza que se feminiza. Otra vez mujeres. Mujeres que analizan políticamente, que pelean, que no se conforman, que tienen la convicción, tenaz, de que se puede crear un mundo mejor. Se canta Bella ciao. Se canta Open the borders. Y Souad canta una canción en árabe para su hijo.

Se juntan. 

Diez días cambiando el orden establecido. 

Desobedeciendo. 

Construyendo organizaciones mediante una vida en común. 

Un mundo en común. 

Sin fronteras.

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María González Reyes es activista de Ecologistas en Acción e integrante de la Cuarta Caravana Abriendo Fronteras

Para más información: https://twitter.com/Caravana_AF

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Autora >

María González Reyes

Es escritora, activista de Ecologistas en Acción y profesora de Educación Secundaria.

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