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TRIBUNA

El colectivo LGTBI y el mercado: entre emancipación y dependencia

El capitalismo rosa está articulado alrededor del hombre blanco de clase media

Pablo Castaño / Félix Hernández 26/06/2019

<p>Manifestación del Orgullo crítico. 28 de junio de 2018. </p>

Manifestación del Orgullo crítico. 28 de junio de 2018. 

Willy Veleta

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Como todos los años, Madrid celebrará el Día del Orgullo LGTBI con un multitudinario desfile de carrozas, patrocinado por empresas privadas como Idealista, Air Europa o Coca-Cola. Ya hace 15 años de la implantación de este modelo de Orgullo, en el que la manifestación política queda eclipsada por la impresionante celebración callejera, que ya es la fiesta mayor de facto de la capital. Sin embargo, como ha explicado Nuria Alabao, este año se ha reabierto el debate sobre el contenido político del Orgullo, a raíz de los pactos de Ciudadanos con Vox, que han llevado al comité organizador a rechazar que el partido naranja cuente con carroza propia en el desfile. En este contexto, un amigo planteaba en Twitter la propuesta que motiva este artículo: “Igual después de echar a la extrema derecha de la manifestación del Orgullo, el siguiente paso es echar a las empresas que nos utilizan para hacer pinkwashing mientras vulneran los derechos de lxs trabajdorxs, especulan con nuestras viviendas y destruyen nuestros barrios”.

No es nueva la crítica al protagonismo de las empresas privadas en el Orgullo y, más en general, de la mercantilización de las identidades LGTBI y el llamado “capitalismo rosa”. Desde hace 14 años, unos días antes del Orgullo oficial tiene lugar el Orgullo Crítico, una marcha inequívocamente política, con un discurso anticapitalista, feminista y antirracista. Sin embargo, esta manifestación y otras similares pasan desapercibidas para la mayoría de la población, y en ningún caso pueden competir en participación con el Orgullo comercial, que en 2017 atrajo a más de dos millones de asistentes. Iniciativas como el Orgullo Crítico, el Orgullo Vallekano y la semana de movilizaciones del 28J Autònom en Barcelona son necesarias, porque desvelan y denuncian la complicidad de las entidades LGTBI más institucionalizadas con empresas privadas que atentan contra los derechos y las condiciones de vida del colectivo LGTBI. Sin embargo, la crítica frontal al Orgullo no consigue explicar el éxito del capitalismo rosa. Sin entender cómo funciona la mercantilización de lo LGTBI, no podremos plantear una estrategia para superar esta realidad, que es lo que pretendemos con este artículo. 

Por qué triunfa el capitalismo rosa

La crítica anticapitalista a la mercantilización de lo LGTBI –que incluye tanto la parasitación del Orgullo por empresas privadas como la expansión de un mercado directamente orientado a las personas LGTBI– suele pasar por alto la contradictoria relación que existe entre dicho mercado y la construcción histórica de la comunidad y las identidades LGTBI. A lo largo del siglo XX, el mercado rosa ha sido, para muchas personas LGTBI, un espacio de identificación con una comunidad, así como un medio de visibilización ante otros sectores de la población. Dentro de este mercado, los bares han tenido y siguen teniendo un papel fundamental como espacio de socialización para el colectivo. En España, donde hasta los años setenta la LGTBIfobia era hegemónica tanto en la sociedad como en el Estado –la Ley de Vagos y Maleantes seguía vigente cuando se aprobó la Constitución de 1978–, los llamados bares “de ambiente” fueron uno de los primeros y pocos espacios para hacer vida en común, espacios seguros en los que, principalmente hombres gays pero también lesbianas, bisexuales y trans, podían establecer relaciones sociales y crear una comunidad en la que expresarse con relativa libertad. En algunos de estos lugares se experimentaba con el género y la sexualidad en formas que más tarde adquirieron legitimidad académica y política a través de la teoría queer. Por ejemplo, en Barcelona, locales como El Cangrejo o el Gambrinus se convirtieron en los años setenta en una meca del travestismo frecuentados por gente de las clases populares.

Todavía hoy, cuando España destaca como uno de los países del mundo con mayor grado de aceptación social de la diversidad sexual y de género, los bares y clubes gays y lésbicos siguen siendo los espacios donde la mayoría de nosotros empezamos a explorar nuestra sexualidad. Además del riesgo de ser agredidos –que, a pesar de haberse reducido en las últimas décadas, sigue muy presente en nuestras vidas– los espacios de ocio no orientados al público LGTBI están de hecho dominados por las dinámicas heterosexuales, invisibles para ellos pero muy presentes para nosotros. Sigue existiendo cierta incomprensión por parte de la mayoría heterosexual respecto a los modos de relacionarse del colectivo LGTBI y una falta de sensibilidad respecto a las formas más sutiles de LGTBIfobia que sufrimos de forma cotidiana. Por todo esto, a pesar de que en los últimos años las aplicaciones de citas hayan proporcionado plataformas alternativas para la socialización, los espacios de ocio LGTBI siguen siendo tan necesarios como siempre. Y la mayoría de estos espacios son parte del mercado rosa.

Por eso, para poder hacer una crítica consecuente de la mercantilización de lo LGTBI, es necesario admitir que el mercado ha favorecido la visibilización de la diversidad sexual y de género, lo que ha ayudado a mucha gente a salir del armario y vivir con más libertad. Como dice David Bell y Jon Binnie en su libro The Sexual Citizen (2000), “no es tan simple como afirmar que los bares gays necesariamente combatan la homofobia, o afirmar que participar en la economía rosa siempre es venderse sin principios”. Tampoco hay que negar las graves consecuencias del capitalismo rosa. La construcción mercantil de la comunidad LGTBI provoca la homogeneización del colectivo alrededor de aquellos cuya posición económica es más ventajosa. No es casualidad que mucha gente, cuando lee las siglas LGTBI, piense en un hombre blanco de clase media: la construcción histórica de lo LGTBI a través del mercado ha ensalzado a este grupo (minoritario) como símbolo y aspiración de todo el colectivo. Esta imagen empezó a construirse en Estados Unidos a finales de los años 70, cuando se publicaron los primeros anuncios específicamente dirigidos al público gay. Como cuenta Dan Baker en el libro Homo Economics (1997), fue la marca Absolut la primera en anunciarse en una revista gay. Le siguieron muchas otras, animadas por una serie de estudios que afirmaban que los gays y lesbianas tenían un nivel educativo y de renta mayor que el resto de la población.

El problema es que estos estudios estaban sesgados, ya que solo incluían en sus muestras lectores de publicaciones gays y personas entrevistadas en desfiles del Orgullo. Como explica Baker, estas encuestas representaban de forma desproporcionada a los sectores más acomodados del colectivo LGTBI. Análisis posteriores demostraron que la población LGTBI tenía un nivel de renta similar a los heterosexuales, pero el daño ya estaba hecho: la imagen del hombre gay blanco como representante de todo el colectivo se había vuelto hegemónica y pronto se exportó al resto del mundo occidental. Esta homogeneización del colectivo ha tenido como consecuencia la expulsión simbólica y material de quienes tienen menos capacidad de consumo, que suelen ser mujeres y personas racializadas. Como explica Jeffrey Scoffier en Homo Economics, “el mercado gay, como los mercados en general, tiende a segmentar la comunidad gay y lésbica por ingreso, clase, raza y género”. Esta segmentación tiene manifestaciones muy concretas: en España, las personas trans sufren una tasa de paro superior al 80 por ciento y las lesbianas y bisexuales sufren una brecha de género muy superior a la de los gays. 

De la dependencia a la emancipación

Más allá del sector del ocio, el mercado rosa es en buena medida un mito. Es una construcción comercial basada en la idea (falsa) de que las personas LGTBI tienen unos hábitos de consumo radicalmente distintos del resto de la sociedad. Lo cierto es que el colectivo LGTBI sufre la precarización promovida por el neoliberalismo contemporáneo de formas específicas, pero en ningún caso en menor medida que el resto de la población. Sobran ejemplos de los impactos nocivos de la mercantilización de lo LGTBI y de la estrecha dependencia del colectivo respecto al mercado. Miles de lesbianas, bisexuales, gays y trans que han emigrado a las grandes ciudades en busca de una vida más libre se encuentran atrapados en una jungla de alquileres inflados por empresas como Idealista, una de las patrocinadoras del Orgullo de Madrid. Hasta hace relativamente poco, las personas LGTBI estaban atadas a barrios como Chueca, los espacios con menos homofobia dentro de las grandes ciudades. El grave proceso de gentrificación que ha sufrido Chueca muestra la vulnerabilidad a la que nos exponemos como colectivo al dejar que nuestros espacios de socialización y nuestra comunidad dependa tan directamente de las dinámicas canibalistas del mercado –alegremente explotadas por empresas gayfriendly. Otra compañía que intenta lavar su imagen en las aguas del Orgullo es Air Europa, que además de enriquecer a sus accionistas acelerando el cambio climático, se ha lucrado poniéndose al servicio del Estado para deportar a migrantes residentes en nuestro país. Seguramente los aviones de Air Europa han devuelto a solicitantes de asilo LGTBI a países donde sus vidas corren peligro. La hipocresía de estas empresas y la complicidad de las entidades LGTBI que colaboran con ellas merece ser expuesta y denunciada con toda su crudeza, como hacen los movimientos críticos con el Orgullo comercial.

El reto es proporcionar una crítica de la mercantilización que sea sensible a las experiencias de muchas personas LGTBI para las que la única manera de asumir por completo nuestra identidad y percibirnos como parte del colectivo ha sido el consumo, es decir, participando en alguno de los sectores que forman el capitalismo rosa. Tradicionalmente la izquierda ha hecho una crítica general al consumismo que universaliza la experiencia del hombre heterosexual, ya que no tiene en cuenta el papel que el consumo “rosa” tiene en la vida de muchas personas LGTBI, debido en parte a la escasez de otras formas de integración y socialización. Por eso, crear espacios alternativos para la construcción de la comunidad LGTBI desde una perspectiva emancipadora debería ser una prioridad. 

El futuro ya está aquí: caminando hacia la emancipación 

La buena noticia es que esto ya está pasando. En ciudades como Madrid y Barcelona se están multiplicando iniciativas que pretenden proporcionar espacios de ocio y encuentro alternativos al capitalismo rosa, con discursos anticapitalistas, feministas y antirracistas. En Barcelona, colectivos como Atzagaia, La Fondona y las Marikes Llibertàries Transfeministes dedican gran parte de su actividad a organizar eventos donde el ocio y la política se entremezclan, como fiestas en la calle y batallas de divas. En Madrid, el festival antirracista organizado este mes de junio por SOS Racismo incluyó un voguing ball protagonizado por personas racializadas y, dentro del Orgullo Vallekano, se celebrará un festival de música LGTBIQ+.

Estos discursos críticos también se están abriendo paso en locales mainstream. Algunos ejemplos de esta tendencia son la fiesta Furia Queer, que sirve como plataforma para artistas LGTBI con identidades diversas, o Maricas, una fiesta techno queer organizada por mujeres en Barcelona. También hay ejemplos interesantes en otros lugares de Europa: el colectivo berlinés Lecken, que comenzó como un grupo de lectura queer, se acabó dedicando a organizar sex parties donde se lleva a la práctica la subversión de las categorías tradicionales del género y del sexo. En su web se puede encontrar una lista de textos que fundamentan su actuación política. Recurrir a locales con ánimo de lucro para organizar fiestas de este tipo supone mantener cierta dependencia respecto al mercado, pero también permite llegar a sectores del colectivo LGTBI que quizá no se acercarían a circuitos más explícitamente políticos, como el de los centros sociales. Además, estos espacios invitan a personas fuera del colectivo LGTBI a subvertir las normas que determinan el género y la sexualidad, contribuyendo a la desestabilización de las rígidas categorías que estructuran el heteropatriarcado.

Movimientos sociales como las Panteras Negras en Estados Unidos, el cooperativismo obrero y los movimientos por el derecho a la vivienda en España tienen en común una práctica política centrada en responder a las necesidades concretas de su base social. Atendiendo a demandas tan acuciantes como la seguridad y el sustento en el caso de las Panteras Negras, el empleo y la protección social en las cooperativas y el derecho fundamental a una vivienda digna defendido por la PAH y los sindicatos de inquilinos, estos movimientos consiguieron construir una alternativa concreta al mercado, además de discursos y organizaciones políticas poderosas. Estas experiencias pueden servir como ejemplo para los colectivos políticos LGTBI: la única forma de superar la mercantilización de lo LGTBI es crear espacios alternativos de socialización que respondan a la necesidad de encontrarse y establecer lazos entre las personas LGTBI, es decir, responder con una perspectiva emancipadora a las demandas con las que se lucra el capitalismo rosa.

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Félix Hernández

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