DEBATES CTXT
¿A quién pertenece el antifascismo?
La invocación de una afinidad electiva entre nacionalismos y antifranquismo no encuentra aval histórico
Martín Alonso Zarza 29/05/2019

Abogados del Proceso de Burgos.
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Las palabras vienen hacia uno rodando,
hay que tener cuidado de que no te atropellen.
Alfred Döblin. Berlín Alexanderplatz
A la vista de la magnitud del daño que produjo y dada la proliferación de quienes hoy se sitúan en su estela en el mapa europeo, debería imponerse una cierta claridad conceptual en torno a la definición y atribución de fascismo. Y, por consiguiente, a la de antifascismo. En un acto celebrado el pasado 4 de mayo en Mauthausen en memoria de los españoles muertos en los campos de exterminio nazis, un estudiante que acudió acompañando a la comitiva oficial del gobierno catalán consideró que los allí presentes representaban la lucha antifascista, que “es un poco como nuestro movimiento independentista”. Aunque se ha utilizado el término banalización para describir esa celebración independentista, no lo es en absoluto que la delegación estuviera presidida por la directora general de Memoria Democrática. No lo es porque precisamente la pedagogía de los campos es el soporte moral de la arquitectura política que asociamos con los derechos humanos y con la proclama del ‘Nunca más’. ¿Se trataría de un dato aislado? No parece, porque episodios parecidos se reprodujeron en febrero –aunque sin presencia institucional–. Entonces, grupos de independentistas llamaron “fascistas” a miembros de la Fundación Antonio Machado, que rendían homenaje al poeta con motivo del 80.º aniversario de su muerte, a la vez que coreaban consignas a favor de los “presos políticos”. Pero no era la primera vez que el nombre de Machado se había convertido en objetivo del purismo independentista. Ni tampoco es la primera vez que desde el ámbito institucional relacionado con la memoria se produce una instrumentalización poco respetuosa con los fines pedagógicos. La deriva del memorial se refleja de forma subliminal en el tratamiento de su exposición dedicada a conmemorar precisamente el 80º aniversario de la Guerra Civil (inaugurada el 18 de julio de 2018): el título, Víctimas, tiene una poco disimulada resonancia presentista, al estilo de la representación de Mauthausen. El objetivo manifestado de “reflexionar sobre la diversidad de significados del concepto de víctima”, no deja muchas dudas sobre las intenciones de los promotores.
Con objeto de elucidar el fundamento de la atribución, este escrito se divide en cuatro bloques. Los dos primeros abordan los procesos de condicionamiento de la memoria en los casos catalán y vasco, el tercero remonta el curso de la historia para establecer la secuencia de nacionalización del antifranquismo desde el final de la Guerra Civil, el cuarto aborda la cuestión de la elaboración pendiente de la memoria del franquismo –con su núcleo fundamental en la insoportable realidad de las fosas comunes–, por un lado, y la necesidad de hacerse cargo sin discriminaciones partidarias de los episodios oscuros de la historia reciente, por otro.
1. Victimismo y atribución de intenciones genocidas desde el nacionalismo catalán
El campo semántico del victimismo se ha convertido en clave de bóveda del discurso secesionista. Así Oriol Junqueras ha repetido una y otra vez que ERC es el partido más represaliado. Pero la vindicación victimista no es privativa de ERC, más bien se trata de una sensibilidad extendida y común en todos los credos nacionalistas. Citaré una anécdota más elocuente que mis frases. Cuando un Carod-Rovira exultante informa desde el gobierno a Jordi Pujol de que el contencioso de los “papeles de Salamanca” se encamina en la dirección deseada, el expresident le objeta: “A nosaltres sempre ens convé mantenir les ferides obertes”.
Entre mantener e inventar no hay más que un paso. Josep Benet fue el artífice de la campaña Pujol-Cataluña en el momento de la detención de Pujol por los Sucesos del Palau, que le valieron la cárcel durante el franquismo. La cárcel no fue una invención; ni el maltrato tampoco. Pero la identificación de Pujol con Cataluña, con miras a robar el crédito del antifranquismo a los militantes de la izquierda que más habían combatido contra el dictador, lo fue. Y la atribución de una intención genocida –“un genocidi com ja havien practicat a Amèrica”, escribe el abogado Enric Vila Casas[1]– contra Cataluña, más aún. Pero el requiebro más notable de Benet consiste en asignar a Cataluña como tal la condición de derrotada en la guerra. Con independencia del bando a que se hubiera adscrito cada cual, sentenció: “Tots els catalans, vençuts”, porque “la desfeta de 1939 afectà a tots els catalans”.[2] En la misma dirección pero con más ambición apuntó Albert Manent al establecer que “La República, Catalunya i Euskadi van perdre la guerra civil”.[3] De modo que el Tercio de Montserrat, los prelados Gomá, Plá y Daniel, Juan Tusquets y la Iglesia católica en general, el general (y marqués) Andrés Saliquet –artífice del levantamiento en Valladolid y pieza central del desfile de la “Victoria” el 19 de mayo de 1939–, o los Catalanes de Franco, por no alargar el elenco, caen en la nómina de los vencidos. Las falacias de Benet no empañaron su crédito, más bien al revés si tenemos en cuenta que Pujol le nombró director del Centro de Historia Contemporánea de Cataluña.
Esta lectura de la historia reciente ha sido calificada con tino por el historiador Antonio F. Canales Serrano como “El robo de la memoria”.[4] Es el resultado de un “pacto simétrico en la transición, en virtud del cual los herederos de los derrotados no sólo renunciaron a la petición de responsabilidades en aras de la acción política revestida de civismo unitario, sino que además asumieron la matriz ideológica del catalanismo conservador”. Lo que se suma al hecho de que la condena insistente del franquismo “no se acompaña de la denuncia de sus bases políticas, sociales y culturales”. De las últimas forma parte el victimismo, responsable de un revisionismo histórico que duplica el operado por los historiadores revisionistas y filofranquistas. De modo que, estrujando el argumento de Manent, se llega a la identificación de catalanismo y República, de un lado, y españolismo (en realidad no catalanismo) y franquismo, de otro; en consecuencia, se concluye la incompatibilidad apriorística de franquismo y catalanismo. Una operación exitosa de posverdad.
Pujol había inaugurado el ciclo convirtiendo una conducta delictiva –el fraude de Banca Catalana– en un título de crédito tras un juicio no precisamente modélico: “A partir de ahora, de ética, moral y juego limpio hablaremos nosotros”, proclamó desde el púlpito de la Generalitat hace ahora 35 años. Se le olvidó añadir al final: “y de Historia”. Pero el Simposio España contra Cataluña da fe de cómo y dónde se produce la Historia en Cataluña. Canales Serrano subraya la paradójica consecuencia resultante de este relato mítico. Una distorsión conceptual construye una identidad colectiva amparada en la memoria de los derrotados; los protagonistas del relato, vencedores en la guerra, se metamorfosean en vencidos, y sus propuestas, que habían sido desautorizadas por los vencidos antes de serlo y cuando podían expresarse, se legitiman luego como recuperación de una supuesta tradición truncada. Un prodigio de ingeniería. De este modo, la franja más conservadora del catalanismo consigue reactivamente a la sombra de la dictadura franquista lo que nunca pudo conseguir antes: la prerrogativa de definir las características del sujeto político (el pueblo) y su perfil ontogénico (su historia).
Una distorsión conceptual construye una identidad colectiva amparada en la memoria de los derrotados; los protagonistas del relato, vencedores en la guerra, se metamorfosean en vencidos
Es acaso una coincidencia que el episodio de Mauthausen haya alentado a Gregorio Morán a desarrollar esta misma línea argumental, bien manifiesta desde el título de su columna: Ladrones de pasado. Vale la pena transcribir uno de sus recomendables párrafos: “Nos han robado las referencias del pasado convirtiéndolas en un trágala. El levantamiento militar de 1936 fue contra Cataluña; los lugares emblemáticos de la Batalla del Ebro tienen una placa que homenajea a los que lucharon por la libertad de Cataluña… […] Ahora se estila llamar ‘fascistas’ a los opositores en el más desvergonzado ejercicio de transferencia de comportamientos. Nunca escuché la palabra ‘fascista’ tanto como ahora, pronunciada por quienes ni saben ni entienden qué quiere decir, ni lo vivieron. Ha devenido un producto más, de fácil adquisición en el animalario ideológico”.
Si hacemos una aproximación cabal a la gramática del franquismo no será difícil dictaminar quiénes, entre los acusados de fascistas o destinatarios de calificativos profundamente xenófobos, y los acusadores, están más cerca del prototipo. Y por tanto menos autorizados para lucir la vitola de antifascistas.
2. El discurso del conflicto y la nación impedida
Si el victimismo constituye el filón inagotable del proceso secesionista catalán, no le va a la zaga el ‘conflicto’ abertzale (las comillas, que suprimiré en adelante, porque el término no se corresponde con la geometría semántica sino con la psicología política partidaria). La detención del exdirigente de ETA José Antonio Urrutikoetxea, alias Josu Ternera, ha reactivado esta vena en la que no podía faltar el saqueo simbólico del antifascismo.
Si el victimismo constituye el filón inagotable del proceso secesionista catalán, no le va a la zaga el ‘conflicto’ abertzale
Empecemos por señalar que Josu Ternera, con el historial conocido que carga, ha sido objeto de homenaje en su pueblo natal a la manera en que otros excarcelados de ETA gozan del rito de recibimiento a través de la ceremonia del ongi etorri. Algo que no puede sino reabrir las heridas de las víctimas. Porque, conviene decirlo, el que ETA haya desaparecido no repara las ausencias ni los traumas.[5] A la vez, la respuesta desde la cúpula de Bildu replica la usual de Batasuna cada vez que se producía una detención: son contraproducentes; ese no es el camino; es una muestra del afán de venganza o de la baja calidad democrática del Estado, “sabotaje contra el proceso de paz” (Mediabask, 16/05/2019), por citar el último… Un Estado, por cierto, en el que alguien como Josu Ternera pudo sentarse en un Parlamento y, por si fuera poco, en la Comisión de Derechos Humanos. Una foto de entonces (enero de 2002) muestra a Ternera y Arnaldo Otegi en ese parlamento riendo a mandíbula batiente. Lo cual no tiene nada de particular ni objetable, a pesar de que ambos comparten un historial de pertenencia a ETA. Sin embargo, es Otegi el que en una sesión en esa institución increpó a los representantes del PP llamándoles ‘fascistas’ y criticó la detención de 11 miembros de Batasuna por su pertenencia a ETA. El presidente, Juan María Atutxa, le retiró la palabra.
Pues bien, en el repertorio iconográfico sobre Josu Ternera antes de darse a la fuga, aparece en un acto en Vitoria debajo de una enorme cruz gamada coloreada en sus cuatro extremos con las banderas francesa y española. El mensaje es transparente: Josu Ternera contra el fascismo, es decir, antifascista. Una respuesta pavloviana emparejada con el “algo habrá hecho”. Por eso, con la misma facilidad con que unos disparan balas, otros o los mismos disparan ¡fascistas! a quienes convierten en blanco. El etarra Daniel Pastor, Txirula, asesino de Eduardo Puelles, tildó de ‘fascistas’ a los jueces que le juzgaban. De nuevo en el parlamento vasco, el presidente de Sortu, Hasier Arraiz, llamó ‘fascista’ a Borja Sémper, presidente de un partido que había visto asesinar a varios de sus miembros. La presidenta del parlamento, Bakartxo Tejeria, no vio motivo de aviso. La lista podría alargarse ad nauseam.
Veamos en cambio un par de variantes. Políticos de Ciudadanos han sido objeto de diferentes formas de intimidación dirigidas a impedir sus mítines en el País Vasco y Cataluña. Para rematar simbólicamente la faena, en Navarra un grupo de personas autodenominado “Brigada de desinfección de fascistas” fumiga la calle de Estella por la que pasó el líder de Ciudadanos. Imitaban lo ocurrido en Cataluña.
Fascistas y antifascistas. Recordemos, por ejemplo, a José Luis López de Lacalle, que sufrió la cárcel de Franco por antiespañol, pero fue asesinado por ETA por españolazo. O sea por fascista, según el diccionario de sinónimos del nacionalismo vasco radical. Era miembro del Foro de Ermua.
Las credenciales democráticas de los asesinos de ‘fascistas’ son bien conocidas. Acaso el mejor ejemplo de ello son las antimovilizaciones para neutralizar las concentraciones pacíficas de Gesto por la Paz, es decir, para impedir unas acciones simbólicas contra la violencia de ETA. Protagonizadas aquellas antimovilizaciones precisamente por quienes no dejan de blandir la bandera de la libertad de expresión. Impedir la libre expresión de la crítica, especialmente cuando se trata de criticar acciones que tienen que ver con la conculcación de derechos fundamentales, es algo que se parece mucho al fascismo. Hacerlo además mientras se acusa a terceros a renglón seguido de impedir la libertad de expresión es cinismo.
Impedir la libre expresión de la crítica, especialmente cuando se trata de criticar acciones que tienen que ver con la conculcación de derechos fundamentales, es algo que se parece mucho al fascismo
Cabe reiterar las preguntas: ¿quién se ajusta más a la matriz totalitaria, el asesinado o el asesino?, ¿el que protesta contra el asesinato, el secuestro o la extorsión o quien impide que se proteste contra el crimen?, ¿cómo se interpretaría una acción parecida en una protesta contra un crimen machista o de la extrema derecha? La ausencia de una crítica de las esquirlas totalitarias del nacionalismo vasco radical es una afección grave de la cultura política, particularmente de ciertos sectores de la izquierda por lo que denota de ceguera intelectual e inhibición moral.
Pero si hay un dato que define el carácter del movimiento de liberación nacional vasco es la purga. El asesinato es la fase final; antes de ella, periodistas, intelectuales, académicos y profesionales tuvieron que huir para salvar sus vidas. Una solitaria monografía se ocupa de ello.[6] Con su impacto en términos de la lucha por el relato: los que se van, como en el exilio republicano, no alimentan las venas de la memoria. No está de más recordar que miembros de ETA, alguno de los cuales obtuvieron sus titulaciones de maneras poco ortodoxas –nada de eso ha salido a colación en las diversas historias de másteres y tesis sospechosas–, están ahora contribuyendo a dar forma a la Deutungshoheit –la interpretación– de la historia reciente del País Vasco y a crear una memoria conveniente y blanqueadora. Como los revisionistas del franquismo.
Por otro lado, la ‘normalidad’ de ver a cientos de personas escoltadas es otra muestra de que los acusadores de fascistas cumplieron la regla que denunció Primo Levi: donde se maltrata a las personas, antes se maltrata al lenguaje. Y no olvidemos las vísceras en los buzones, las calaveras en las mesas del despacho y otros signos análogos difícilmente asimilables a la pureza antifascista. Las listas negras de la otra esquina de los Pirineos no apuntan en otra dirección.
3. Diálisis de la memoria del antifranquismo
La publicidad de la Generalitat para el 1-O tenía una imagen expresiva: un cambio de agujas. En la reconstrucción de la memoria del antifranquismo no hay nada más cercano a ese cambio de agujas conceptual que lo que ocurrió y lo que dejó de ocurrir la mañana del 20 de diciembre de 1973. Lo que ocurrió fue el atentado de ETA contra Carrero Blanco; lo que quedó oscurecido, o algo peor, fue el juicio del Proceso 1001 previsto para ese día y que había concitado por razones sobradas el interés de la ciudadanía española y de la prensa internacional. Obviamente, esa presencia sirvió de infraestructura de resonancia para cubrir el atentado y, consiguientemente, realzar el perfil antifranquista de ETA que ya había consolidado el proceso de Burgos. Vale la pena subrayar este punto.
Burgos es el comienzo de la nacionalización del antifranquismo: ETA demuestra la desmesura de la opresión hecha a los vascos como tales, porque nadie, en caso contrario, se jugaría la vida por nada; simétricamente, por parte de los partidos de izquierda no nacionalistas, ETA es ocasión de intentar conquistar carta de ciudadanía vasca que rompiera el histórico foso entre nacionalismo y socialismo, y que posibilitara la ampliación del movimiento contra el régimen. En esa dinámica, la lucha emprendida desde organizaciones obreras (que en lo fundamental habían sido las únicas actuantes hasta entonces) se convierte en lucha de los obreros vascos, o sea, en lucha de los vascos, o sea, en lucha vasca contra el franquismo, o sea, en lucha que demuestra la vitalidad de los vascos contra la opresión nacional, o sea, de una opresión tan grave que ha dado lugar al nacimiento de ETA.[7]
Una crónica recuerda, por un lado, que el proceso TOP 1001-72 había despertado “en los medios sindicales occidentales pareja expectación a la que despertó el proceso de Burgos” y, por otro, que “este parecía ser el hecho más importante que iba a producirse en España en aquellos días. No fue así, y el proceso 1001, que terminó al cabo de unos días con severas sentencias para los encausados, pasaron a un segundo término”.[8] No parece exagerado postular que ese episodio contribuyó como ningún otro a situar al nacionalismo no solo del lado del antifranquismo sino a acaparar el capital político de la izquierda y el movimiento obrero que habían llevado el grueso muy grueso de la lucha durante esas décadas, como en la Guerra Civil.
Acaso convenga recordar que en la lógica del nacionalismo vasco (de una parte significativa de él), y siguiendo la estela de la Guerra Civil, la cuestión principal no era oponerse al fascismo o al franquismo. Así aparece formulado en la “Carta abierta de ETA a los intelectuales vascos” de septiembre de 1963: “Así podemos afirmar que la dictadura del General Franco está siendo para nuestro pueblo infinitamente más positiva que una República democrático-burguesa, que hubiera ahogado nuestras aspiraciones sin crear unas tensiones como las que ahora disponemos para lanzar al pueblo a la lucha”. De modo que el franquismo fue para ETA lo que se denomina un desastre productivo. El propio Arzalluz abunda en esta dirección al observar que cuando los gudaris “tomaron las armas no fue para defender una de las dos Españas”. Esta posición no fue óbice sin embargo para sostener después la tesis de que “la violencia de ETA no se explica sin el franquismo”, en palabras de José Antonio Ardanza.[9] Naturalmente, la dependencia de ETA respecto del franquismo torna difícil explicar su supervivencia con el advenimiento de la democracia. José María Garmendia está de acuerdo con la tesis original de Gurutz Jáuregui: si ETA se mantiene es porque siempre ha sido una organización nacionalista, no antifranquista, sino antiespañola. O como escribe José Antonio Pérez: fue antifranquista accidentalmente.[10] En definitiva, como señala este historiador devolviéndonos a la línea argumental de Canales Serrano sobre el catalanismo, esta elaboración “ha derivado en un relato mítico sobre el franquismo, el antifranquismo y la represión en el País Vasco que ha sido difundido con un extraordinario éxito por el nacionalismo”.
Resulta de interés observar cómo esta reestructuración memorialística viene a confluir con la construcción victimista y martirial de los nacionalismos respectivos
Resulta de interés observar cómo esta reestructuración memorialística viene a confluir con la construcción victimista y martirial de los nacionalismos respectivos. Y a ello contribuyeron entonces, como lo hacen ahora apoyando al separatismo, figuras destacadas de la intelectualidad de izquierdas. En su prefacio al libro de Gisèle Halimi sobre el proceso de Burgos, calificó Sartre al vasco de “pueblo mártir”. Asumía así –probablemente de forma literal– la tesis del genocidio, como paradigma de la represión de los vencidos, que había elaborado el nacionalismo vasco ya al final de la guerra, pero sobre todo en el exilio, propagando la figura de la Guerra Civil como una guerra de ocupación.[11]
¿Pero verdaderamente la Guerra Civil y el franquismo discriminaron negativamente a catalanes y vascos? Si empezamos por la Guerra Civil, la memoria nacionalista vasca recuerda con énfasis el bombardeo de Guernica pero olvida con más énfasis, además de otros bombardeos, el Pacto de Santoña y otros desplantes a la República, y en particular su contribución en el frente Norte, que evocan Negrín o Azaña, entre otros. Como parte de la reestructuración cognitiva se ha adscrito a los vascos un particular activismo en la dirección progresista; sin embargo esta percepción no es compatible con un hecho poco conocido, la excepcionalidad vasca por la que Argentina, que no aceptaba exiliados republicanos por el miedo al contagio, abrió sus puertas a naturales vascos por su acendrado catolicismo.[12] Significativamente, en Argentina a la filosofía de la revista Pensamiento Español le plantó cara la particularista de Galeuska, alentada por el lehendakari Aguirre y dirigida a “fortalecer la soberanía de las nacionalidades históricas”.[13] Frente a los obstáculos que afrontaron españoles como Alberti y que le impulsaron en última instancia a dejar Argentina, los vascos disfrutaron de una calurosa acogida que el lehendakari Aguirre se apresuró a agradecer en carta de 6 de febrero de 1940. Treinta años más tarde, Andrés María de Irujo agradecería al presidente Ortiz la acogida por lo que significaba de dar un “sentido de unidad” al pueblo vasco y reconocer “su propia personalidad nacional”.[14] El nosotros-ellos no es, como se ve, República versus Dictadura ni España contra Antiespaña.
Si las razones de la acogida preferente son en principio ajenas al propio régimen franquista, no es el caso en las de la vuelta, ni en el trato a los que permanecieron en España entre los vencidos. Así, en lo que concierne al lado vasco, sabemos que el cofundador del PNV, Luis Arana Goiri, volvió del exilio en 1941 y prosiguió una vida tranquila;[15] y sabemos igualmente que desde 1943 ya no hubo presos nacionalistas en las prisiones franquistas; y sabemos, por último, que mientras estuvieron encarcelados, en el caso del penal del Dueso, disfrutaron de un régimen penitenciario privilegiado.[16] Del lado catalán tenemos constancia de un trato preferencial para los nacionalistas por alguien tan representativo como un tristemente famoso comisario franquista; según escribe Antoni Batista: “[A finales de los 50 Antonio Juan] Creix continuaba implacable con los comunistas, pero comenzó a bajar la guardia con catalanistas, estudiantes e intelectuales”.[17] Hay que recordar el doble vínculo que unía al franquismo con los nacionalismos catalán y vasco (sectores muy representativos de ellos, como ha estudiado Jordi Canal): catolicismo y carlismo, con su excipiente contrarrevolucionario correspondiente.
Estos elementos muestran que la invocación de una afinidad electiva entre nacionalismos y antifranquismo no encuentra aval histórico; de modo que la vigencia de tal percepción solo puede explicarse a partir del cambio de agujas señalado con motivo del Proceso de Burgos. Tras el paréntesis del periodo constituyente, a mediados de los 90, cuando el nacionalismo vasco percibió la imposibilidad de la victoria de ETA, declaró caduco el pacto transversal de Ajuria Enea y lo sustituyó por el pacto nacionalista (con la colaboración de EB-IU) de Estella/Lizarra, la narrativa victimista puso de moda el marco del ‘conflicto’, de donde se desprendería un supuesto derecho a decidir avalado por la ilegimitidad del denominado “régimen del 78” y la baja calidad de la democracia española. De aquí viene una instrumentalización de la Guerra Civil que no tuvo reparos en euskerizar nombres para realzar la condición de elegidos de la opresión de los vascos. Mientras, del lado catalán se convertía en canónica una visión de la historia pergeñada en torno al pujolismo.
Paradójicamente, fue Xabier Arzalluz quien de forma clarividente puso de manifiesto la impostura: “Parece una trampa antihistórica el que, tras haber casi monopolizado el PSUC la dirección política de los movimientos clandestinos bajo la dictadura en Cataluña, sea un tal Jordi Pujol, un nacionalista no socialista y, por tanto de derechas, quien dirija omnímodamente la vida política de la Cataluña autónoma”.[18] Veinte años después, el consejero de Justicia del gobierno vasco, el nacionalista Joseba Azkarraga, avalaba freudianamente el relato que se fraguó a partir del Proceso de Burgos: “La Guerra Civil […] es parte de nuestro patrimonio histórico colectivo […]. Las víctimas de la Guerra Civil, olvidadas, desterradas, enterradas en el anonimato de fosas comunes, son nuestras víctimas, las de todo nuestro Pueblo”.[19] No hay expresión más rotunda de la usurpación de la memoria de los vencidos. La contribución de la literatura historizante ha sido fundamental en la tarea, desde los antecedentes del publicista y líder mesiánico Telesforo Monzón a Euskal Memoria o, cambiando de escenario, al más solemne Centro de Historia Contemporánea de Cataluña, con su ápice en el Simposio España contra Cataluña que sirvió de apertura solemne a los fastos del tricentenario (a su vez, un caudal de literatura historizante).
En esos fastos jugó un papel determinante el Born Centro de Cultura y Memoria, entonces dirigido por el hoy presidente Quim Torra, que, afinando en el victimismo, calificó ese lugar como la “zona cero de los catalanes”. El mismo que ha llamado a los españoles “bestias con aspecto humano” y el mismo que con otros ochenta intelectuales, algunos de ellos ilustres como Hilari Raguer, Salvador Cardús, Elisenda Paluzié, Josep-Maria Terricabras, Oriol Junqueras, Ramon Tremosa, Josep Rull, Jordi Turull, Pere Aragonès, Joaquim Forn o Bernat Dedéu, pedía que se dedicara una calle a los filofascistas hermanos Badia. Ninguna de estas actuaciones ha empañado el eslogan “el catalanismo va de democracia” con su corolario implícito, cualquiera que disienta de sus tesis será calificado de antidemócrata o fascista. Desde el Foro Babel hasta Societat Civil Catalana, cualquiera que haya osado impugnar las tesis del supuesto consenso ha sido arrojado a las tinieblas del fascismo. Notables asimetrías. Como esta otra: uno puede escribir de la derecha española o de la ultraderecha o del GAL, sin mencionar a Puigdemont o, antaño, a ETA, pero no al revés, no se puede hablar de ETA sin mencionar al GAL o a Mayor Oreja. En el mismo registro puede desautorizarse la visita de Rivera a Ugao-Miraballes, a menudo silenciando que allí se produjo una manifestación de apoyo a Josu Ternera y no encontrando parecidos escrúpulos para el mitin de EH Bildu en Benidorm. Del mismo modo, se ha podido utilizar reiteradamente el argumento de que cada vez que hablaban Aznar o Rajoy se multiplicaban los independentistas, pero no se puede revertir el argumento para llegar a Vox.
si Torra y compañeros pronuncian exabruptos, ejercen la libertad de expresión, pero si lo hacen desde el otro lado, se les acusa de provocadores
En la misma dirección: si Torra y compañeros pronuncian exabruptos, ejercen la libertad de expresión, pero si lo hacen desde el otro lado, se les acusa de provocadores. Igualmente, si uno critica al nacionalismo catalán es nacionalista español pero si uno defiende tesis etnicistas catalanas no es nacionalista sino exquisito demócrata como no puede no serlo un catalanista. Lo mismo pasa con las banderas, la española es rancia pero la estelada pulcra. Desde luego es bienvenido el descrédito del nacionalismo español por su vinculación con el franquismo, pero no resulta fácilmente comprensible el crédito incondicional de otras variantes del nacionalismo. Un filósofo francés de izquierdas, Alain Badiou, declaró: “J’aime mon pays, la France, j’assume cette phrase”; es poco probable oír su equivalente de este lado de los Pirineos en esa sensibilidad ideológica, que para empezar muestras extrañas –y un tanto pueriles– dificultades para articular el nombre de su país sin perífrasis. El filósofo Reyes Mate ha dado cuenta así de esta paradoja: “Es un autoengaño relacionar izquierda y nacionalismo. Sólo es posible en España, además. Mi generación, yo tengo 75 años, se ha autoengañado. ¿Por qué? Porque el nacionalismo [periférico], al ser perseguido por el franquismo, pasó a ser considerado como una forma antidictatorial y democrática. Y eso es un grave error, porque el nacionalismo era efectivamente antidictatorial, pero profundamente antidemocrático. Pero como fue objeto de persecución, ha tenido esa vitola de izquierdas”.
De modo que, para volver al relato, los cientos de miles de personas que salieron a las calles de Barcelona en octubre de 2018 para mostrar su desacuerdo con la deriva del procés fueron inmediatamente tildados de franquistas por quienes se apropiaron de este elocuente eslogan y no precisamente antifascista: “Las calles son nuestras”. La empresa de depuración ha tenido expresiones que ilustran que el fenómeno de las listas negras no es un exotismo: citaré unos nombres propios como muestra y no precisamente de “la caverna”: Margarita Rivière, Joan Boada, Marina Pibernat, Gregorio Morán, Lluís Pasqual o Albert Soler. Víctimas de un acoso emprendido por los abanderados de la libertad de expresión y del “va de democracia”. La herramienta de la espiral del silencio es un poderoso instrumento para proceder a la uniformización aspiracional de “un solo pueblo” y el supuesto mandato popular consiguiente. La consideración de los no afectos como colonizadores, como hace el manifiesto Koiné sobre la lengua catalana, opera en el mismo cuadrante. Lo que no diferencia por cierto a estos autoproclamados antifascistas de la extrema derecha de Vox y asimilados. Franco y el fascismo parecen soportarlo todo: inventarse un enemigo a la medida es una tentación irresistible para amparar todos los abusos. Silenciar voces en nombre del antifascismo es una notable carambola.
En la perspectiva comparada, la historia de España del siglo XX tiene un elemento bien diferenciado: mientras Europa podía levantarse sobre las ruinas de la II Guerra Mundial en nombre de un relato antifascista, en España la larga noche del franquismo impidió esa tarea. Con el paso de los años, la invocación de la reconciliación, por un lado, y la confluencia de nacionalismos e izquierda, por otro, facilitaron la difuminación de la memoria del totalitarismo en pos de la tarea de la reconstrucción democrática. El tercer paso fue la apropiación de la resistencia antifranquista/antifascista por el nacionalismo, que hemos recordado en los dos apartados anteriores. Con la aquiescencia cuando no el embelesamiento de los desvalijados: recordemos posiciones como las de Vázquez Montalbán en torno a la incorruptibilidad de Pujol en el caso Banca Catalana.
Repárese en la doble maniobra: usurpación de la memoria de la lucha contra la dictadura, primero, y desautorización de quienes la denuncian, tildándoles de fascistas por hacerlo, luego. Este es el secreto de algo peor que un malentendido. Por eso es necesario poner a la historia en su sitio. La vía testimonial sirve para ello.
“Después de casi cincuenta años, buena parte de aquellos militantes del movimiento obrero que participaron en las protestas que paralizaron las fábricas desde comienzos de la década de los años sesenta y llenaron la calles –y las cárceles– durante las protestas obreras, incluidas las que se organizaron en solidaridad con los procesados en Burgos, viven hoy con una evidente decepción y con un punto de amargura la apropiación de la memoria del antifranquismo a la que ha procedido el nacionalismo, presentándose ante la sociedad vasca como el gran artífice y protagonista de aquellos años en la lucha contra la dictadura”.[20]
Como hemos visto, no solo en el lado vasco. Este escrito es sobre todo una tentativa de devolver el crédito a sus protagonistas, iluminando las entretelas de la impostura. Sobre todo porque no podemos olvidar a los verdaderos fascistas ni desatender la memoria de sus crímenes.
4. La imputada obsesión de los ‘buscadores de huesos’ y la disociación de las memorias
El que ni la dictadura por razones obvias ni la Transición por otras permitiera con la elaboración de un relato antifascista una pedagogía del franquismo, explica otros hechos diferenciales de la experiencia española. En primer y principal lugar, la existencia de fosas comunes y de ese negativo obsceno de exaltación del mal que es la necrópolis del Valle de los Caídos. En segundo lugar, remedando la doble maniobra anterior, el empeño que consiste en descalificar a quienes combaten por acabar con esa anomalía tildándoles de buscadores o desenterradores de huesos, de vengadores o abridores de heridas, de revanchistas. Que sectores destacados de la derecha protagonicen estas posiciones resulta incalificable. Porque en términos exactos no se trata de una cuestión ideológica sino prepartidaria: de derechos humanos elementales; basta con acercarse a los textos jurídicos pertinentes para comprobarlo. Es lástima que sectores del espectro político y social español se resistan a aceptar esta premisa básica de la cultura cívica. Nadie debe estar en una fosa común, fuera cual fuera el color de su adscripción política, si lo tenía, cuando murió. Es triste por eso la soledad de las víctimas del franquismo. Quiere decir que en términos de cultura política, como sociedad, no hemos culminado la digestión de la memoria franquista (sin admitir reparos desde luego para reconocer lo que correspondiera en el momento bélico al bando republicano). Giovanni de Luna lo expresa con esta sencillez: “Atribuir una tumba a un cuerpo, y un nombre a una tumba, es un acto de recomposición de la comunidad, constituye el primer paso para que la pacificación individual que sigue a la elaboración del luto se convierta también en auténtica paz social”.[21]
Nadie debe estar en una fosa común, fuera cual fuera el color de su adscripción política, si lo tenía, cuando murió. Es triste por eso la soledad de las víctimas del franquismo
Como es triste la soledad de las víctimas del terrorismo etarra. Que no agota el repertorio de víctimas, pero ninguna de las otras categorías alcanza la significación de estas. Que se hayan pretendido ‘convalidar’ estas víctimas invocando el fantasma de Franco para blanquear la acción de ETA como respuesta, no es de recibo porque ETA es lo más cercano al franquismo que ha conocido la democracia española, con quien comparte la denominación de movimiento nacional y la cualidad de la intolerancia –la destrucción del otro por no conforme al molde de los titulares de la identidad–. Por eso resulta tan cívicamente desalentador que haya habido una especie de compartimentalización en el reconocimiento de las víctimas, que hace que no sea fácil ver al mismo público y las mismas reacciones según se trate de unas u otras. Que es lo que cabría esperar desde un enfoque de memoria democrática.[22] Por eso son tan instructivas las figuras de la izquierda –no porque valgan más ni merezcan más reconocimiento que las otras– que sufrieron la represión franquista y luego el acoso o las balas de ETA: López de Lacalle, Jáuregui, Buesa, Recalde, Onaindia, Uriarte –los dos últimos procesados en Burgos para realzar el simbolismo–. Y por eso mismo resulta ejemplar la labor del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, abordando desde una competencia histórica exigente el legado de ambas memorias.
Al respecto, con los ajustes necesarios, mantienen plena vigencia las reflexiones de Camus a propósito precisamente del movimiento de liberación argelino (que sirvió de inspiración y sustento a ETA):
“No me he cansado de repetir, como se verá en este libro, que estas dos condenas no podían disociarse. […] Para justificarse, cada uno se fija en el crimen del otro […]. Desde la derecha se ha tendido a avalar en nombre del honor francés aquello que era más opuesto a ese honor. Desde la izquierda se ha tendido a menudo a excusar y hacerlo en nombre de la justicia lo que suponía un insulto a toda verdadera justicia. La derecha ha abandonado así la exclusividad del reflejo moral a la izquierda, que, por su parte, le ha cedido la exclusividad del reflejo patriótico. El país ha sufrido dos veces”.[23]
La memoria del sufrimiento es un valioso nutriente cívico. Es la invitación pedagógica de Azaña, en aquellos momentos trágicos de 1938, siempre vigente: “Sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible”.
[1] Delenda est Catalonia. Del tripartit al Estatut. Del Estatut a l’independentisme, Barcelona, Viena, 2008, p. 293.
[2] Josep Benet, Desfeta i redreçament de Catalunya, Barcelona, Crítica, 1978, p. 16.
[3] Serra d'Or, n.º 435, 1996, p. 158. También Josep Termes, De la revolució de setembre a a fi de la guerra civil, 1868-1939, Barcelona, Edicions 62, 1987, p. 420.
[4] Antonio F. Canales Serrano, «El robo de la memoria. Sobre el lugar del franquismo en la historiografía católico-catalanista», Ayer, 59, 2005, pp. 259-280.
[5] Manuel Reyes Mate, “Esperando a los presos o el reconocimiento de un capital moral y político que puede ser o no ser”, en Antonio Rivera y Eduardo Mateo (eds.), Víctimas y política penitenciaria, Madrid, La Catarata, 2019, pp. 15-30.
[6] Ofa Bezunartea, Memorias de la violencia. Profesores, periodistas y jueces que ETA mandó al exilio, Córdoba, Almuzara, 2013.
[7] Javier Corcuera, «De Guernica a Sarajevo pasando por Burgos», en Juan Aranzadi et al., Auto de terminación, Madrid, El País-Aguilar, 1994, p. 22.
[8] Rafael Borràs Betriu, El día en que mataron a Carrero Blanco, Barcelona, Planeta, 1974, pp. 154 y 160.
[9] Conferencia en el Club Siglo XXI, 17/11/1986.
[10] José María Garmendia, Historia de ETA, San Sebastián, Haramburu, 1995, p. 41. José Antonio Pérez, «Historia (y memoria) del antifranquismo en el País Vasco», Cuadernos de Historia Contemporánea, 2013, vol. 35, pp. 41-62. Cita en p. 56.
[11] Fernando Molina, «Afinidades electivas. Franquismo e identidad vasca, 1936-1970», en Seminario de Historia, Fundación Ortega y Gasset, curso 2011/12, Documento de trabajo, 2012/2. Del mismo autor, «Lies of our fathers: memory and politics in the Basque Country under the Franco Dictatorship, 1936-68», Journal of Contemporary History, vol. 49 (2), 2014, pp. 296-319. José Antonio Pérez, op. cit.
[12] Lidia Bocanegra, «La República Argentina: el debate sobre la guerra civil y la inmigración», en Abdón Mateos (coord.), ¡Ay de los vencidos! El exilio y los países de acogida, Eneida, Madrid, p. 226. También, D. Pla Brugat, «1939», en Jordi Canal (ed.), Exilios. Los éxodos políticos en la Historia de España. Siglos XV-XX, Sílex, Madrid, 2007, p. 267.
[13] César A. Núñez, «Una nota desconocida de Rafael Dieste, sobre Adolfo Pastor, en la revista Pensamiento Español (1942). Tensiones y conflictos en el exilio republicano en Argentina», Nueva Revista de Filología Hispánica, vol. 67, n.º 1, Ciudad de México, enero-junio 2019,.
[14] Juana Martínez, «Alberti en la Argentina: los primeros pasos del exilio», Revista de Filología Románica, 2011, anejo VII, pp. 255-266, ; Gonzalo Auza, «El Comité Pro Inmigración vasca en Argentina: ‘Gracias a usted estoy acá’», Euskonews & Media, 204, 21-28/03/2003,. Recordemos que Argentina acogió también con brazos abiertos a fugitivos nazis, daily/2018/08/20/silence-is-health-how-totalitarianism-arrives/>.
[15] La posición de Arana Goiri no desdice la percepción de las autoridades argentinas, como muestra esta nota respecto al papel de la mujer: «que a la mujer vasca que en nuestra Patria tuvo su misión cristiana y patriótica en el hogar y con el pobre desvalido, no se la saque de él por el modernismo que le haga perder su valor cristiano y vasco». Carta al Bizkai Buru Batzar, 24/07/1933,.
[16] F. Espinosa Maestre, «Sobre la represión franquista en el País Vasco», Historia Social, 63, 2009, pp. 59-75.
[17] Sàpiens, 20/04/2019, -civil-i-franquisme/antonio-juan-creix-el-gran-torturador-franquista_10386_102.html>.
[18] Xabier Arzalluz, Entre el Estado y la libertad, Bilbao, Iparraguirre, 1986, p. 221.
[19] «Hernani en la memoria», El Diario Vasco, 08/11/2006.
[20] José Antonio Pérez, op. cit., p. 42.
[21] Giovanni De Luna, El cadáver del enemigo. Violencia y muerte en la guerra contemporánea, Madrid, 451, p. 328.
[22] Martín Alonso, «Controversias en torno a la pedagogía política de la memoria democrática», en Martín Alonso (coord.), El lugar de la memoria. La huella del mal como pedagogía, Bilbao, Bakeaz, 2011, pp. 161-188.
[23] Albert Camus, Actuelles III. Chroniques algériennes, 1939-1958, Paris, Gallimard, 1958, p. 16.
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Autor >
Martín Alonso Zarza
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