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RICHARD J. EVANS / HISTORIADOR

“Hobsbawm hubiera odiado a Jeremy Corbyn”

Sebastiaan Faber 22/05/2019

<p>Richard J. Evans.</p>

Richard J. Evans.

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Durante muchos años, Eric J. Hobsbawm (1917-2012) fue el historiador académico más famoso del mundo. La mayoría de sus más de treinta títulos, traducidos a más de cincuenta idiomas, nunca han sido descatalogados. Solo en Brasil, sus libros han vendido cerca de un millón de ejemplares. Conceptos acuñados por Hobsbawm —el bandido social, el largo siglo XIX, la invención de la tradición— se han convertido en frases hechas, engendrando campos de investigación propios. Su trilogía magistral sobre el período de 1789 a 1914, La Era de la Revolución, La Era del Capital y La Era del Imperio, aún hoy plasma nuestra comprensión de la época. Su Historia del siglo XX, que publicó cuando tenía 77 años, consolidó su fama mundial.

Nacido como ciudadano británico de padres judíos en Alejandría, Egipto, Hobsbawm se crió en Viena y Berlín. Su padre murió cuando Eric tenía 12 años; dos años después, perdió a su madre. Después de mudarse a Inglaterra en 1933, en 1936 entró a King’s College, Cambridge, para estudiar Historia. Pasó la Segunda Guerra Mundial como oficial del ejército británico. Su primer gran libro, Rebeldes primitivos, que trataba sobre bandidos sociales a lo Robin Hood y otras formas de lucha de clases primitiva, apareció en 1959. En los años 50 y 60, combinó su trabajo académico con una prolífica actividad como crítico de jazz, publicando bajo el seudónimo de Francis Newton.

Hobsbawm escribía para un público lector lo más amplio posible, en un estilo ameno de alta calidad literaria. Pocos historiadores han igualado su capacidad para combinar la síntesis magistral con detalles reveladores, o para condensar la esencia de una era en una metáfora brillante. Muy influenciado por la escuela de los Annales, fue un marxista comprometido que durante toda su vida combinó su labor académica con la militancia política. Entró a las juventudes comunistas cuando era un adolescente en Alemania, donde fue testigo directo del ascenso del nazismo. Mantuvo el carnet del Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB) —eso sí, como militante crítico y cada vez menos entusiasta— hasta su desaparición en 1991.

Menos de siete años después de la muerte de Hobsbawm, el historiador Richard J. Evans, antiguo colega de Eric en el Birkbeck College, ha publicado Eric Hobsbawm: A Life in History (Una vida en la historia), un retrato íntimo, simpático y exhaustivo de 750 páginas dibujado a base de una amplia colección de diarios, cartas y entrevistas, así como un grueso expediente del MI5, el servicio secreto doméstico de Gran Bretaña, que durante muchos años vigiló con suma atención al que veían como un propagandista subversivo. Irónicamente, si algo dejan en claro las grabaciones secretas que realizó MI5 de las conversaciones en la oficina central de la CPGB, es que los propios líderes del partido de Hobsbawm tampoco se fiaban de él. (De todos los partidos comunistas en Europa occidental, el británico fue quizás el menos hospitalario hacia los intelectuales).

Evans (Woodford, Essex, 1947), quien se jubiló en 2014 de la Cátedra Regius de Historia de la Universidad de Cambridge, es un eminente historiador de Alemania; su historia monumental de la Europa del siglo XIX, The Pursuit of Power, apareció en 2016. Tardó cinco años en terminar el libro sobre Hobsbawm. “Me di cuenta que escribir una biografía es mucho más fácil que escribir historia”, me dijo cuando hablamos por teléfono en marzo. “En historia te toca inventar el tema, decidir dónde están sus límites y estructurar tu argumento. En una biografía, todo eso te viene dado. Además, tuve que trabajar rápido, porque quería que la viuda de Hobsbawm, Marlene, que ahora tiene 86 años, pudiera tener el libro en manos. Felizmente, el plan ha funcionado”.

En su introducción, escribe: “Eric era un hombre que amaba la vida y la vivió plenamente”. Y agrega: “Cuanto más he leído sus escritos ... más he llegado a admirarlo y respetarlo no solo como historiador sino también como persona, y me encantaría haberlo conocido mejor en vida”. Durante los últimos cinco años ¿el fantasma de Hobsbawm ha sido un miembro de familia?

Sí, para la gran irritación de mi esposa. A ella realmente no le gustaba la actitud de Hobsbawm hacia las mujeres, y puedo ver por qué.

Como historiador de Alemania que es, ¿hasta qué punto investigar a Hobsbawm le enseñó cosas que no sabía de su propio país?

Aprendí mucho sobre la insignificancia extrema del Partido Comunista de Gran Bretaña, por no mencionar su estalinismo dogmático. Y leer los archivos del MI5 fue una experiencia extraordinaria. ¡Los agentes eran tan perdidamente incompetentes! Se empeñaron durante años en perseguir a Hobsbawm, que era un intelectual completamente inocuo. Pero mientras se afanaban en escudriñar la correspondencia de Hobsbawm, personajes como Guy Burgess, Kim Philby, John Cairncross, Donald Maclean y Anthony Blunt, sin que nadie se diera cuenta, pasaban importantes secretos de Estado a los rusos. Si los “Cinco de Cambridge” pasaron desapercibidos durante tanto tiempo, fue porque eran good chaps que lucían credenciales impecables del establishment británico. Hobsbawm, en cambio, era un raro.

En su libro, habla con admiración del estilo de Hobsbawm, relacionándolo con su afición por la literatura, que desde joven leyó con auténtica pasión en varios idiomas. Su talento estilístico, ¿llegó a enmascarar otras debilidades?

No, más bien al contrario. Precisamente porque sus argumentos siempre son tremendamente claros, te invitan a desafiarlos. Es una de las razones, creo, por la cual su trabajo ha sido tan ampliamente utilizado en la enseñanza. Después de todo, uno pretende que sus estudiantes debatan y discutan las ideas y los argumentos sobre los que leen, en lugar de simplemente ingerirlos de manera acrítica. Hobsbawm es perfecto para eso. Los estudiantes pueden leer sus argumentos y decir: “Espera, no sé si estoy de acuerdo con esto”.

Su omnipresencia continua durante más de cincuenta años, en el campo y en las aulas, ¿no ha servido como un factor de inercia?

De ninguna manera, y por las mismas razones. Las ideas de Hobsbawm han sido tan fructíferas que se siguen debatiendo y discutiendo hoy. Incluso sus contribuciones más tempranas —su idea de la crisis general del siglo XVII, por ejemplo, que expuso a principios de los 50, o la noción de bandidaje social, de finales de esa década— continúan impulsando el campo de una manera u otra.

Se podría decir, entonces, que ha sido seminal más que hegemónico.

Esa es una buena manera de expresarlo, sí.

Hablemos del marxismo de Hobsbawm. En última instancia, ¿le parece que su compromiso político fue un factor positivo en su obra como historiador?

Bueno, primero hay que distinguir entre su marxismo y su comunismo. Escribo en mi libro que Hobsbawm era comunista con una ‘c’ minúscula. En realidad, nunca fue muy leal al Partido Comunista como tal. De hecho, en términos prácticos, rompió con el Partido después de la invasión soviética de Hungría en 1956, aunque tenía profundas razones emocionales para seguir siendo militando al menos en términos formales.

Hobsbawm era comunista con una ‘c’ minúscula, nunca fue muy leal al Partido Comunista como tal

En su trabajo como historiador, por otra parte, su marxismo le permitió ordenar y organizar el caótico material con que los historiadores siempre nos vemos enfrentados. Esto creo que lo hizo con mucho éxito y de forma provocadora, aunque no siempre de manera persuasiva. Con el tiempo, su marxismo se diluyó cada vez más en su obra. Siempre que había un conflicto entre la teoría y la evidencia, acababa ganando la evidencia. Precisamente por eso, creo, nunca dejó de ser un gran historiador. También es importante recordar que siempre fue más que un mero marxista. Desde el comienzo fue muy influenciado por los Annales, la escuela francesa de historia social y cultural. De hecho, una obra temprana como La era de la revolución representa en realidad una fusión de las dos escuelas.

Hobsbawm evitó durante mucho tiempo escribir sobre el siglo XX. En su reseña de The Age of Extremes, su libro sobre ese siglo, Tony Judt sugirió que esta reticencia se debía en parte a que escribir sobre su propio siglo aumentaría esa tensión que acaba de describir entre la teoría y la evidencia.

Allí me parece que Judt tiene razón.

¿Esto hace que The Age of Extremes, que en español se publicó como Historia del siglo XX, sea una obra diferente o más débil que su trilogía del siglo XIX?

Si bien fue su libro más popular y más vendido —fue traducido a 30 idiomas— creo que, en efecto, es más débil. En él, Hobsbawm hace un esfuerzo por asumir el fracaso de la causa comunista en que militó a lo largo de su vida. Y no estoy seguro de que tenga éxito. Además, es un libro en que se manifiestan muchos de sus prejuicios. No hace justicia a la historia de las mujeres y el feminismo, por ejemplo, un defecto que, creo, es debido en gran parte a su mirada marxista. Lo mismo le pasa con la cultura moderna, particularmente con el arte modernista, contra el cual tenía bastantes prejuicios.

Historia del siglo XX no hace justicia a las mujeres y el feminismo

Estas limitaciones suyas, ¿Hobsbawm las pudo asumir como parte de su propia ideología, en un sentido marxista?

No lo creo. En La era del imperio, por ejemplo, que salió en 1987, se siente obligado a incluir un capítulo sobre las mujeres; pero se puede ver que lo hace desganadamente. Es claramente el capítulo más débil del libro. Desde luego, reconoció sus limitaciones hasta cierto punto. Pero la verdad es que no estaba muy empeñado en superarlas.

Para un marxista y anticapitalista, el Hobsbawm que surge de su libro era un individuo bastante emprendedor, por no decir empresarial. Estaba muy interesado en la promoción de sus libros, por ejemplo, y, especialmente en las últimas décadas, logró negociar contratos y avances bastante lucrativos.

No hay que olvidar que se crió en Viena y Berlín en lo que podríamos llamar genteel poverty, una pobreza elegante. Los hombres de su familia eran todos empresarios fracasados, por lo que no es de extrañar que Eric pensara que el capitalismo estaba condenado a desaparecer. Cuando era un adolescente, la pobreza de su familia era una fuente de vergüenza. Tenía una bicicleta de segunda mano que era tan vieja y decrépita que intentaba llegar antes a la escuela para poder esconderla a la vuelta de la esquina sin que sus compañeros la vieran. Sus zapatos estaban tan llenos de agujeros que, en invierno, entraba la nieve. Esa sensación de precariedad financiera nunca lo abandonó. Nunca dejó de ser frugal y de preocuparse por el dinero, incluso cuando lo ganaba a caudales.

Para comentaristas liberales y conservadores como Michael Ignatieff, el compromiso vitalicio de Hobsbawm con el comunismo ha supuesto un enigma si no, directamente, un defecto moral. La cuestión vuelve a surgir en algunas de las reseñas de su biografía. Como usted muestra, la verdad es que, como historiador, Hobsbawm se alejó gradualmente de los esquemas netamente marxistas. Al mismo tiempo, en la vida política británica, se involucró mucho más con los laboristas que con el CPGB. En sus memorias, Años interesantes (2002), Hobsbawm explica su compromiso duradero con el comunismo como una forma de lealtad a la persona que él era en Berlín a principios de los años treinta. Usted, en cambio, ofrece una explicación algo diferente.

Creo que, en cierto sentido, el comunismo con una pequeña ‘c’ lo llevaba grabado en su sentido de identidad: lo adquirió cuando tenía 15 o 16 años, en el período formativo de su personalidad. En Berlín ve con propios ojos que el movimiento comunista es el que con más pasión y eficacia se opone a Hitler y al nazismo. Además, como acabo de explicar, él se sentía pobre; y para los comunistas, la pobreza era una virtud.

También sugiere que, como huérfano a los 14 años, el Partido le dio una estructura, una comunidad y un sentido de pertenencia que su familia ya no podía proporcionarle.

Así es. De hecho, después de la muerte de su padre, mientras aún estaba en Viena, primero entró a los Boy Scouts. Cuando llegó a Berlín, el comunismo parecía tener más atractivo. Hay un momento maravillosamente introspectivo en sus diarios donde confiesa: “Soy un intelectual de cabo a rabo. Con todas las debilidades de un intelectual: inhibiciones, complejos, etc.”. Pero acto seguido se pregunta qué haría, como intelectual, cuando llegara la revolución. Le cuesta encontrar una respuesta. Lo único que se le ocurre es: “¡Estar preparado!”. Lo que, por supuesto, es el lema del movimiento Boy Scout.

¿Manifestó algún resto de su identidad de Boy Scout más adelante en la vida?

No, no tenía remedio en la mayoría de las cosas que los exploradores deben hacer, como atar nudos y ser prácticos. (Risas.)

La idea del comunismo como una familia sustituta suena un poco como la idea, promovida por ex comunistas como Arthur Koestler o François Furet, del comunismo como una fe secular. Para aquellos que luego escribieron contra The God That Failed (el Dios que falló), renunciar a su pasado político se convirtió en un acto de integridad moral. Para Hobsbawm, en cambio, la piedra de toque de la integridad moral parece fue precisamente en la lealtad a su propio pasado.

Es cierto que siempre se negó a repudiar a su yo anterior. No quería unirse a las filas de los ex comunistas, como Furet, que denunciaron el credo en el que alguna vez creyeron. Pero la verdad es que a Hobsbawm no le hacía falta. Nunca fue un comunista lo suficientemente dogmático. Nunca abandonó su independencia de pensamiento por el bien del Partido. Furet era un estalinista absolutamente dogmático, por lo que no es sorprendente que sintiera la necesidad de repudiar la época en que renunció a su independencia mental e intelectual. Eso Hobsbawm nunca lo hizo.

De hecho, el Hobsbawm que usted describe está siempre en el margen de las comunidades, nunca entra o sale del todo.

Le gustaba ser un insider, pero nunca del todo. Siempre fue un outsider en el movimiento comunista. Lo fue también en el mundo del jazz. Incluso lo fue con respecto al establishment británico, aunque terminó siendo miembro del Athenaeum Club, la British Academy y todo lo demás.

Algo así le ocurría en sus años de juventud...

Vivió como judío en una Viena que, en los años 20, que era un nido de antisemitismo. Tanto en Viena como en Berlín, se le conocía en la escuela como “el niño inglés”, der Engländer, porque era un ciudadano británico y su familia hablaba inglés en casa. Sin embargo, tenía un alemán perfecto, hablado, como descubrí más tarde, con un denso acento austriaco. En alemán, de hecho, sonaba muy de clase trabajadora.

Hablando de acentos, ¿cómo caracterizaría su inglés hablado?

Al igual que su francés, era bastante anticuado. Hablaba un inglés muy claro y recortado, pero sin ningún acento definible, realmente. Tenía la costumbre inusual de decir par-ti-cu-lahr-ly, por “particularmente”, donde decimos per-ti-cer-ly. Y terminaba algunas oraciones con una frase muy eduardiana, “what, what?”: “Tony Blair is a Thatcher in trousers, what, what?” (Blair es una Thatcher con pantalones.) Puede que haya sido una versión en inglés de la frase alemana “nicht wahr?” Pero sonaba muy extraño.

 Incluso el llamado lexit, la versión izquierdista del brexit, propugna una especie de nacionalismo

El mes pasado, el periodista Eric Alterman escribió en The New Yorker sobre “La decadencia del pensamiento histórico”, señalando el “descenso pronunciado de graduados de historia” en las universidades de EE.UU., donde en algunos lugares se ha abolido la carrera de Historia. “Una nación cuyos ciudadanos no tienen conocimiento de la historia”, escribió, “pide que la lideren curanderos, charlatanes y patrioteros. Trump ha demostrado ser las tres cosas, desde el mismo momento que llegó a la prominencia política sobre la mentira del lugar de nacimiento de Barack Obama. Pero si ya no formamos a estudiantes de Historia, estaremos condenados a repetirla”. En la era de Trump y del brexit, ¿la muerte de Hobsbawm ha dejado un vacío?

No lo creo. Soy miembro del jurado del Premio de Historia Wolfson, que se otorga a historiadores que escriben bien y llegan a un amplio público lector. Cada año leemos una gran cantidad de obras de esas características y la verdad es que no he percibido ninguna pérdida de calidad. Pero me parece que la situación es algo diferente en los Estados Unidos, dado el auge en los departamentos de humanidades del posmodernismo y el postestructuralismo. Son corrientes escépticas de que se pueda conocer la verdad sobre el pasado. Pero si no puedes saber nada sobre el pasado, ¿por qué demonios te molestarías en estudiarlo?

En los años 70 y 80, Hobsbawm se convirtió en una importante voz pública en relación con la política británica y el Partido Laborista en particular. Si viviera hoy, ¿qué tendría que decir sobre Jeremy Corbyn y el brexit?

Los habría odiado a ambos. Y es que despreciaba el sectarismo. Creía en una izquierda amplia. Llegó a odiar a Tony Benn, por ejemplo [diputado laborista y líder del partido a principios de los 70], porque dividió el Partido Laborista. Y está claro que Corbyn también está dividiendo al laborismo. En segundo lugar, Hobsbawm detestaba el nacionalismo, y el nacionalismo es lo que está detrás del brexit en todas las esferas. Incluso el llamado lexit, la versión izquierdista del brexit, propugna una especie de nacionalismo. Corbyn lo que quiere es el socialismo en un solo país. No creo que Eric Hobsbawm hubiera estado de acuerdo.

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Autor >

Sebastiaan Faber

Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'

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3 comentario(s)

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  1. jose

    No, no es el único; está bien claro. Como siempre, el socialismo real es lo malo. El ideal, de fábula (por irreal)....

    Hace 4 años 6 meses

  2. jose

    Mantenía lealtad al pcgb porque, después de todo: ”. A mediados de los años 30, la Unión Soviética se convirtió en el primer país de Europa y el segundo del mundo en términos de producción industrial, justo detrás de los Estados Unidos, pero muy por delante de Alemania, Gran Bretaña y Francia. En tres planes quinquenales incompletos fueron construídas 364 nuevas ciudades, erigidas y colocadas en funcionamientos nueve mil grandes empresas, lo cual es un número colosal: ¡sobre dos grandes empresas por día!

    Hace 4 años 6 meses

  3. Buenaventura Oliver

    Conclusiones: - Hobsbawm se hizo comunista porque no siguió en los boys-scouts. - Aunque militó en el Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB) hasta su desaparición, en realidad era un comunistín, un comunista con "c" minúscula. - En los últimos tiempos se estaba quitando de la historiografía marxista. - Detestaría a Corbyn por defender los principios históricos del laborismo tras el periodo "tercera vía" de Blair, al que Hobsbawm sí que criticó en vida. ¿Soy yo el único que detecta cierto aroma anticomunista en las opiniones de Richard J. Evans sobre Hobsbawm?

    Hace 4 años 10 meses

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