EL SALÓN ELÉCTRICO
Madrid: la ciudad de las batallas
La capital resiste bien y sus destrozos siempre resultaron fotogénicos: hasta muy entrado el siglo XX el cine español –con brillantes excepciones– fue el de esta ciudad
Pilar Ruiz 22/05/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar puede leer la revista en abierto. Si puedes permitirte aportar 50 euros anuales, pincha en agora.ctxt.es. Gracias.
El poblachón manchego. La villa y corte. La ciudad moderna y a la vez castiza, con río pero sin él, la del urbanismo locoide en la que sus habitantes son “de fuera” y sin embargo “de aquí”. La patria sin patria del cocido y de la porra dominguera, de las noches de fiesta y el Orgullo más verbenero, del “No pasarán” y el “Ya hemos pasao”. La ciudad más odiada o envidiada de norte a sur: hay lugares donde decir “madrileño” es casi un insulto. A veces, merecido. “¿Tu ciudad no tiene metro? Pues es un pueblo.” (Dicho madrilé)
Con la campaña de las elecciones municipales y autonómicas plantada en plenas fiestas de San Isidro, la clase política afila sus armas en el centro del centro y a ritmo de chotis –baile de origen vienés y escocés, otra prueba de esencia foránea–, bailando todos en una sola baldosa. Mientras, los medios repiten sin cesar que estamos ante “La batalla de Madrid”. Ya sabemos que ganar la capital supone apoderarse de un poder simbólico que transciende lo institucional, pero la referencia no es inocente: se abre paso en la memoria hasta alarmas antiaéreas, bombardeos y obuses, sangre, fuego y Chaves Nogales.
Madrid resiste bien y sus destrozos siempre resultaron fotogénicos: hasta muy entrado el siglo XX el cine español –con brillantes excepciones– es el de Madrid. Las imágenes de sus calles, plazas y monumentos, sus arrabales y su demencial desarrollo urbanístico reflejan la historia visual del país entero, en una identificación reduccionista y útil, sinécdoque fiel a un centralismo real. Aun hoy la mayor parte de empresas productoras de cine y televisión y una enorme cantidad de profesionales de la industria audiovisual viven y trabajan en la capital. Además, una larga tradición la avala como ciudad del cine desde la proyección primigenia: 20 semanas después de que el cinematógrafo fuera presentada por los hermanos Lumière en 1895, su socio Alexandre Promio ofrecía la primera proyección de su invento en un hotel del número 34 de la Carrera de San Jerónimo, a unos pasos del Congreso de los Diputados. Casualidades.
El misterio de la Puerta del Sol (1929)
El ojo-espejo retrata la ciudad termómetro de todas las convulsiones políticas y sociales del siglo. Una vez, hasta existió aquí un cine anarquista; como la excelente Carne de Fieras (Armand Guerra, 1936) rodada en los jardines del Retiro, interrumpida por el inicio de la Guerra Civil y perdida hasta 1991.
Antes de la guerra y después de la guerra, Madrid muestra el rostro de un país marcado por todas las derrotas: Rojo y negro (Carlos Arévalo, 1942) el Romeo y Julieta de la Guerra Civil, espantó tanto al mismo Franco que nada más verla –en el Pardo se veía casi todo– la prohibió de inmediato. A pesar de los intentos de los vencedores la ciudad nunca lució victoriosa, quizá por su estirpe galdosiana: el espíritu del escritor canario más madrileño y diputado líder de la conjunción Republicana-Socialista (el baile de siglas es antiguo) tiñe las imágenes cinematográficas de corralas, chulos y chulapas y ese invento del habla castiza salido de los sainetes: ¿qué fue antes Arniches o el chulo madrileño? La moda de hablar como los chulos de las comedias “de alpargata” triunfa hasta el punto de atravesar la ficción para hacerse realidad. Y no es de extrañar: en pleno siglo XX lo que distingue a la capital del reino es carecer de tradiciones ancestrales o folclore propio, de ahí la necesidad de inventarlo.
Edgar Neville, conde de Berlanga del Duero y el más hollywoodiense de nuestros directores, es un madrileño militante desde ese costumbrismo histórico que llevará al género policíaco e incluso al fantástico, no hay más que ver Domingo de carnaval (1945), El crimen de la calle Bordadores (1946), El último caballo (1950), La torre de los siete jorobados (1944) o Mi calle (1960). También autor del documental La Ciudad Universitaria (1938) donde toma partido por los vencedores en la batalla más famosa de Madrid. De las películas de Neville surge Fernando Fernán Gómez, chamberilero famoso y actor-director-autor imprescindible en la Historia del cine español por mil motivos, como la recién recuperada de los destrozos franquistas El mundo sigue (1963), rodada en los barrios de Maravillas y Chueca mucho antes del arco iris.
El cine del desarrollismo hace suya la ciudad en forma de postal: Las chicas de la Cruz Roja (Salvia, 1958) o El día de los enamorados (Palacios, 1959); pero el neorrealismo italiano acecha tras los colorines para retratar el blanco y negro –muy negro– de la posguerra: Surcos (A. Nieves Conde, 1951), Mi tío Jacinto (L. Wadja, 1956) El pisito y El cochecito (M. Ferreri, 1959 y 1960) y por supuesto, El verdugo (Luis García Berlanga, 1963). También Cielo negro de Manuel Mur Oti (1951); el travelling más famoso del cine clásico patrio es madrileño: la caminata de la suicida Emilia bajo la lluvia y en tiempo real desde el Viaducto –en pos del “vuelo liberador” que decía Valle-Inclán– hasta la iglesia de San Francisco el Grande.
Madrid también se convierte en escenario de batallas ajenas como las de Doctor Zhivago (David Lean, 1965) y Espartaco (Kubrick, 1960). Batallas dentro de otras batallas: aunque les parezca una exageración, hacer cine es como ir a la guerra, quién lo probó lo sabe.
Tras la Segunda Guerra Mundial los “peliculeros americanos” llegan a la capital y además de borracheras en Chicote dejan su legado: las cenizas de Samuel Bronston, el sobrino de Trotsky huido a EE.UU. que hizo un documental sobre el Valle de los Caídos para conseguir facilidades del Régimen, descansan en las madrileñas Rozas, allí donde levantó sus afamados estudios. Sobre Bronston corren mil anécdotas por los mentideros del cine madrilé, como cuando Franco quiso pasar revista en el acuartelamiento de Hoyo de Manzanares y tuvo que ser un ministro el que le informara: "Lo siento Generalísimo, no puede ser. El ejército está haciendo una película para Samuel Bronston". Ese Hollywod dorado fue la escuela de toda una generación de técnicos cinematográficos dueños de un prestigio internacional ignorado por la mayoría de españoles: Perico Vidal, José López Rodero, José Luis Escolar, Gil Parrondo o Emilio Ruiz del Río, nombres grandes fuera y dentro de los títulos de crédito.
También la muerte metafórica del franquismo aparece con la cara de Madrid: el atentado a Carrero Blanco de Operación Ogro (Gillo Pontecorvo, 1979) y todas las nuevas formas expresivas que trae consigo la libertad. Es el epicentro de la democracia naciente en el cine de la Transición, en la filmografía castiza-pop de Pedro Almodóvar -manchego y madrileño al cuadrado- y en la crítica que late dentro del corazón del “cine quinqui”. José Antonio de la Loma lo cuenta desde de una Barcelona no tan bella y le responde Eloy de la Iglesia a caballo de las barriadas matritenses: Navajeros (1980), Colegas (1982), El Pico (1983) o La estanquera de Vallecas (1987). La sombra se extiende, no está solo: Deprisa, deprisa (Saura, 1981), Maravillas (Gutiérrez Aragón, 1981) e incluso el Almodóvar de Entre Tinieblas (1983) y Qué he hecho yo para merecer esto (1984). La mujer de la limpieza maltratada, adicta a las anfetas –“hija” de la suicida de Cielo Negro- que sobrevive a la batalla diaria en el barrio de la Concepción y en la piel de Carmen Maura representa muy bien la dureza con que Madrid trata a su prole.
¿Qué hemos hecho nosotros para merecerla? Nunca será elegante como París ni bella como Roma ni poética como Lisboa, sino la ciudad sin himno ni bandera, la del bullicio y la contradicción, toda presente, de personalidad rabiosamente impersonal. Su fuerza es su gente; ese “vulgo municipal y espeso” al decir de los modernistas; la humanidad colosal reunida por San isidro en la Pradera del Santo remedando el Jardín de las Delicias del Bosco y el Infierno del Dante: de haberlas conocido el poeta hubiera cantado a esas multitudes que “pecan masivamente” (el experto Rouco Varela dixit) entre humaredas de entresijos y gallinejas.
Ese infierno castizo aparece en la visión hiperbólica y alucinógena del “gato” bilbaíno Alex de la Iglesia, capaz de sacar del cubil de la imaginación a los peores monstruos de la realidad para hacerlos pasear frente a las torres Kio o junto al Lucifer caído del parque del Retiro: en El día de la Bestia (1995) un cura vasco perdido en el caos de la capital encuentra el Mal encarnado en unos neonazis empeñados en “limpiar” la ciudad.
El poder adivinatorio del cine: quién nos iba a decir en los 90 del siglo pasado que esa caricatura de apóstoles del fascismo saldría de la pantalla muchos años después, que las imágenes de una comedia satánica cobrarían vida encarnadas en un partido ultraderechista que hoy se sienta en el Congreso buscando aliados para ganar la próxima batalla y aplastar, como siempre, a los vencidos. Así es Madrid: tan grande que cabe hasta el Diablo.
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar...
Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí