Los reveses del Rey Sol
Los problemas se acumulan en Macronía. El levantamiento popular de los chalecos amarillos resiste desde noviembre y conserva la aprobación del 50% de los franceses, pese a las trampas lanzadas desde el Elíseo
María Luisa Gaspar París , 15/05/2019
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El “Gran Debate Nacional” que Emmanuel Macron organizó durante tres meses por toda Francia para atajar el malestar no ha dado el resultado deseado. Se le criticó por servir de precampaña a cargo del erario público para las europeas del 26 de mayo, y porque su desenlace era previsible de antemano. El jefe de Estado participó en algo más de una decena de las 4.000 reuniones celebradas con notable esfuerzo: se le veía de pie, encorbatado pero en mangas de camisa, predicando durante horas y horas ante cargos electos y público afín seleccionado. Ya en París, al resumir sus conclusiones, el presidente de los ultrarricos, como se le identificó desde el inicio de su mandato, prometió algunas medidas para mejorar la suerte de las clases desfavorecidas. Pero dijo sobre todo estar seguro de no haberse equivocado de ruta y de que debía acelerar sus reformas. Las mismas que soliviantan a buena parte de la población desde hace dos años.
En esa rueda de prensa final sólo convenció a un tercio de los franceses que la vieron, escucharon u oyeron hablar de ella, y a punto de empezar el mes de mayo, días después del gran maratón mediático, el 65% de los encuestados por BVA decía estar descontento con la acción del presidente.
Heridos y mutilados
La primera vez que Macron intentó contentar a los menesterosos del país fue en diciembre, poco después de que el llamado impuesto del carburante empezase a sacar cada sábado a cientos de miles de personas a calles y rotondas, un movimiento incontrolable, sin líderes, ni partidos, donde se condena pero también se aplaude la guerrilla urbana de los black blocks, cuya violencia ha hecho sin duda más audible su voz. La anulación de aquel impuesto de origen oscuro, según los MacronLeaks, llegó demasiado tarde para los ‘chalequistas’, que dentro de su inmensa diversidad ya estaban consolidando objetivos de justicia fiscal y social, democracia directa y política medioambiental.
Como en el conmemorado Mayo del 68, la estrategia de criminalizar el movimiento, tachado de extremo, fascista, izquierdista, inculto o brutal, se acompaña ahora de un sorprendente número de heridos y de la negación de la violencia policial, cuya legitimidad defienden las autoridades sin fisuras.
El realizador David Dufresne documenta hasta principios de mayo 788 personas heridas, de las que 24 han perdido un ojo, cinco una mano y más de 284 han resultado seriamente heridas en la cabeza, frente a los imprecisos 2.200 manifestantes y 1.500 policías heridos que cifra el Ministerio del Interior hasta marzo.
Su recuento incluye la muerte de la octogenaria Zineb Redouane, en el quirófano al que llegó tras recibir una granada cuando cerraba las ventanas de su casa, un sábado de diciembre en Marsella.
Miles de personas han ido reuniéndose en colectivos de cirujanos y personal sanitario, de profesores y universitarios y, aunque con cierto retraso, de artistas también, para brindar su apoyo a la maltratada fuerza amarilla.
En el exterior, instancias como el Parlamento Europeo, la Unión Europea, el Consejo de Europa o la ONU han condenado el aberrante número de heridos y su gravedad, así como el uso de armas de guerra no letales pero demoledoras, como las granadas defensivas y el Lanzador de Balas de Goma LBD.
París no podía recibir con entusiasmo esas intromisiones. Según Macron, no se puede hablar en Francia de represión o de violencias policiales, “palabras inaceptables en un Estado de derecho”.
El 1 de mayo y la fábrica de falsas noticias
Según Macron, no se puede hablar en Francia de represión o de violencias policiales, “palabras inaceptables en un Estado de derecho”
Del lado de las víctimas han surgido también colectivos, como los Mutilados por el Ejemplo o Los 34 de La Pitié, que pasaron una noche bajo custodia por intentar desfilar en la manifestación de la Fiesta del Trabajo, después de que el ministro del Interior, Christophe Castaner, inventase a las puertas de la La Pitié-Salpêtrière que “se había atacado” ese hospital, “agredido a su personal” y “herido a un policía que lo protegía”. Sus declaraciones en un telediario de máxima audiencia, corroboradas en un tuit personal y retomadas de inmediato sin verificación alguna por el resto de grandes medios y por autoridades políticas y hospitalarias, sembraron la alarma. Un anestesista jefe del establecimiento supuestamente atacado amplificó el suceso con la noticia –igualmente falsa– de que la sala informática del servicio de cirugía digestiva había sido saqueada.
Gran número de vídeos y testimonios demostraron en las redes sociales que, en realidad, varios cientos de manifestantes se refugiaron donde pudieron, aterrorizados por el lanzamiento de gases lacrimógenos y cargas policiales junto al recinto hospitalario. Hasta Castaner tuvo que desdecirse dos días después, en medio de crecientes demandas de dimisión.
El escándalo empañó la performance del prefecto de Policía de París, Didier Lallement, orgulloso de su reputación de duro entre los duros, que aplicó las nuevas directivas de detención preventiva de delitos y enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los violentos, sin que ese 1 de mayo se produjesen destrozos como los que el 16 de marzo en los Campos Elíseos costaron el puesto a su antecesor.
Camelia: en lo judicial también
En materia judicial, ningún policía ha sido juzgado, ni se prevé que lo sea en los próximos meses, pese a las cerca de 300 denuncias presentadas y las más de 220 investigadas, según Castaner. En cambio, sólo hasta febrero, 1.800 personas habían sido condenadas, más de 300 encarceladas y más de 1.400 esperaban juicio.
El recién estrenado arsenal legislativo antidisturbios y la reforma también reciente de la ley antiterrorista permiten detener, e incluso encarcelar, a alguien por la mera sospecha de que pueda tener la intención de cometer un delito.
Los tiempos de la presunción de inocencia terminaron, como pudo comprobar una joven hispano-marroquí que tras pasar 5 días privada de libertad acaba de recurrir una orden de alejamiento de dos años
Los tiempos de la presunción de inocencia terminaron, como pudo comprobar una joven hispano-marroquí que, tras pasar cinco días privada de libertad, acaba de recurrir una orden de alejamiento de dos años: Camelia había sido detenida camino de la manifestación del 1 de mayo con un parapeto protector que la policía consideró arma potencial, al igual que la máscara de gas hallada en su bolso. Quedó libre sin cargos al día siguiente, pero ni su nacionalidad española, ni su contrato de trabajo, ni su novio francés, ni sus 17 años de residencia en Francia, ni su proceso de interrupción del embarazo ya iniciado, impidieron que la prefectura de Lallement le considerase una carga excesiva para el Estado y una amenaza para su seguridad y le encerrase tres días más en un centro de retención para extranjeros.
Escándalos y más fake news
La aparición de los chalecos amarillos no puede ser ajena a los escándalos que salpican la era Macron, en especial desde que su guardaespaldas de confianza Alexander Benalla irrumpiese en la vida de los franceses el 18 de julio de 2018, maltratando a dos manifestantes disfrazado de policía. La imagen había sido captada el 1 de mayo anterior y no era nueva, pero casi nadie conocía su existencia y menos aún la de Benalla.
Protagonista ya de siete investigaciones judiciales por violencias, falsificación y abusos diversos, con insospechadas ramificaciones que hasta se acercan a Putin y rozan a la mafia moscovita y el secreto de defensa, el excolaborador del Elíseo abrió aquel día una profunda brecha en el poderío macroniano, destinado teóricamente a modernizar y sanear el país.
De momento, Benalla ha pasado una breve semana en prisión, pero en su caída, si se le puede llamar así, dado el tren de vida que se le ve llevar, ha arrastrado a numerosos amigos próximos del poder y altos cargos del núcleo presidencial.
Uno de ellos es el exconsejero especial del presidente, Ismaël Emelien, otra discreta figura clave de la sombra macroniana que sale a la luz. En su caso, por haber supuestamente traficado y difundido desde el Elíseo, en la noche del 18 al 19 de julio de 2018, un vídeo que atribuía a los manifestantes agredidos por Benalla el 1 de mayo actos violentos que no habían cometido.
Según publicó Le Monde el pasado marzo, el estratega de crisis de Macron había utilizado además imágenes de la Prefectura de policía obtenidas ilegalmente por Benalla, y el montaje final fue divulgado desde cuentas anónimas gestionadas por un dirigente y militantes del partido en el poder. Semanas antes de la noticia, Emelien había dimitido para dedicarse a sus proyectos personales. Por supuesto, nada que ver con Benalla.
Europa al fin
Poco importa todo esto. Macron concentra ya esfuerzos en Europa. Siempre lo hizo, cierto, con un sueño de refundación que sigue sin despegar, pero que es uno de sus grandes desafíos. Elecciones obligan, este presidente en quienes algunos ven la sombra absolutista y arrogante del Rey Sol acaba de retomar personalmente la campaña, viendo cómo los últimos sondeos dejaban en el aire su victoria. La economía, la protección fronteriza y el clima son el eje de su programa, pero, ante todo, el intento de conseguir un máximo de escaños en el Parlamento europeo pasa por agitar la bandera del miedo a la ultraderecha, que tan excelentes resultados le dio en 2017 a escala nacional.
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María Luisa Gaspar (@mluisagaspar) es periodista e historiadora del arte.
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