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ANÁLISIS

Vox, la extrema derecha de siempre

El programa electoral del partido de Abascal es comparable al de las formaciones de derecha radical que irrumpieron en Europa a finales de los años ochenta: autoritarismo en lo moral y neoliberalismo en lo económico

Guillermo Fernández Vázquez 24/04/2019

<p>La entrada de vox en al política española. </p>

La entrada de vox en al política española. 

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A lo largo de los últimos meses se ha debatido intensamente acerca de la naturaleza ideológica de Vox. Una pregunta ha obsesionado en este tiempo tanto a rivales políticos como a analistas y académicos: ¿es Vox una simple escisión del PP? ¿Es una formación homologable a los partidos de la derecha radical europea? O lo que es lo mismo: ¿a quién se parece más Vox: al Partido Popular de José María Aznar y de Esperanza Aguirre o al grupo de partidos que lideran Matteo Salvini y Marine Le Pen?

Una cierta interpretación del complejo nacional ha subrayado una vez más la excepcionalidad de España respecto de Europa, afirmando que Vox no es sino una versión adulterada de los partidos de derecha radical europeos; y que, en consecuencia, la comparación entre ambos resulta forzada, engañosa y en último término halagüeña para la formación de Santiago Abascal. Desde este punto de vista, Vox no pasaría de ser una copia descolorida, un duplicado sin sello, una versión típicamente española (o sea, estrafalaria y cutre) de la extrema derecha europea.

Sin embargo, en este artículo voy a defender que Vox no es una completa anomalía dentro de la derecha radical europea, sino que es comparable a otras formaciones de esta familia política; especialmente si tenemos en cuenta que estos partidos neofascistas han atravesado diversas fases en su desarrollo ideológico. Eso me conducirá a una nueva pregunta que dejaré abierta para el debate. Para llevar adelante esta tarea voy a examinar primero brevemente una teoría sobre las diferentes ofertas programáticas de la derecha radical europea en las últimas décadas para después centrarme en el examen de las “100 medidas para la España Viva” que Vox propone de cara a las elecciones del domingo 28 de abril.

Las diferentes fórmulas ganadoras de la derecha radical  

En un estudio seminal publicado en 1995, el politólogo Herbert Kitschelt escribió junto con Anthony McGann un artículo titulado The Radical Right in Western Europe: a Comparative Analysis en el que se preguntaban por el modo en el que la derecha radical había irrumpido en sistemas de partidos tan consolidados y al mismo tiempo diferentes como el francés, el belga, el noruego o el italiano. En dicho artículo, cuyo éxito académico fue rotundo, ambos politólogos afirmaban que la derecha radical había logrado emerger con fuerza en varios países europeos porque en términos programáticos había encontrado una fórmula ganadora que le permitía acceder a un electorado “libre”, en proceso de desafiliación de los grandes partidos.

Esta fórmula ganadora consistía en una peculiar combinación de autoritarismo en asuntos de “moralidad y estilo de vida” (integración de minorías culturales, legislación respecto a los métodos anticonceptivos, el aborto, el divorcio o la unión de parejas homosexuales) con neoliberalismo en cuestiones económicas. Analizando los programas de los años ochenta del Frente Nacional francés, la Liga Lombarda, el Vlaams Blok flamenco (hoy Vlaams Belang) o el Partido del Progreso noruego, ambos politólogos observan que las propuestas de la derecha radical son marcadamente más neoliberales que las de la derecha clásica y significativamente más autoritarias que las de los partidos conservadores.

Si la fórmula ganadora había tenido éxito es precisamente porque era una respuesta a los movimientos ideológicos de los grandes partidos socialdemócratas y conservadores que, según Kitschelt y McGann, habían comenzado a parecerse demasiado, tanto en cuestiones económicas (aceptando ambos un modelo de economía social de mercado) como en asuntos de “moralidad y estilo de vida” (donde los conservadores habían ido aceptando cada vez posiciones más progresistas). Por eso la derecha radical había encontrado un hueco político atacando a la derecha por “estatista” (subiéndose al carro de Margaret Thatcher y Ronald Reagan) y zarandeando a conservadores y socialdemócratas por ser demasiado “laxos” en cuestiones de seguridad, moralidad y orden público.

Sin embargo, a comienzos de este siglo, esa fórmula ganadora parece comenzar a no poder dar cuenta de las transformaciones en la oferta programática de algunos de los partidos más exitosos de la derecha radical europea. Concretamente, el primer modelo de Kitschelt y McGann no recoge el viraje hacia posiciones más “estatistas” en economía que habían emprendido formaciones como el FPÖ austríaco, el Partido del Progreso noruego o el Frente Nacional francés. De pronto, aquellos partidos a los que les iba mejor electoralmente habían abandonado el prurito neoliberal; hasta el punto de que podía decirse que en muchos sentidos eran menos neoliberales que sus rivales de la derecha clásica.

En ese momento, varios trabajos en ciencia política sugieren la posibilidad de estar asistiendo a una nueva fórmula ganadora de la derecha radical. Este segundo modelo exitoso consistiría en una combinación de un programa ligeramente socialdemócrata desde el punto de vista económico con una posición rígida respecto de la inmigración, y autoritaria en lo concerniente a los asuntos de “moralidad y estilo de vida”. Es decir, la derecha radical habría abrazado el modelo del Estado del Bienestar chovinista al tiempo que mantenía una posición muy crítica con el multiculturalismo, el matrimonio homosexual, el aborto o la eutanasia. También continuaba haciendo gala de un marcado carácter punitivo en política penal.

Lo interesante de esta segunda fórmula ganadora es que es también una adaptación a los cambios programáticos del resto de partidos. Allí donde los partidos socialdemócratas y conservadores convergían en políticas económicas orientadas cada vez más a la desregulación, la derecha radical iba alejándose progresivamente de esas posiciones, hasta proponer medidas que años atrás hubiera firmado la izquierda. Del mismo modo, según se aproximaban el centro-izquierda y el centro-derecha en lo concerniente al liberalismo moral, la derecha radical asentaba su programa en posiciones cada vez más inflexibles y autoritarias. Con ello, esta nueva derecha ha logrado crear un espacio político propio adaptado a la oferta política del resto de formaciones.

La cuestión ahora es saber dónde está Vox: si se aproxima más al primer modelo o al segundo; o si, por el contrario, no tiene nada que ver ni con uno ni con otro.  

El programa de Vox

Por ahora, para evaluar el posicionamiento ideológico de Vox, el documento más preciso con el que contamos es el programa titulado “100 medidas para la España Viva”. Este documento consta de diez apartados: “España, unidad y soberanía”, “Ley electoral y transparencia”, “Inmigración”, “Defensa, seguridad y fronteras”, “Economía y recursos” (con diferencia el más extenso), “Salud”, “Educación y Cultura”, “Vida y familia”, “Libertad y justicia” y, finalmente, “Europa e internacional”.

En el primer apartado destacan medidas como la supresión de la autonomía catalana; la ilegalización de partidos independentistas; el blindaje de los símbolos nacionales por vía penal; la supresión de los conciertos económicos vasco y navarro; la derogación de la Ley de Memoria Histórica; la transformación del Estado autonómico en un Estado unitario, y la devolución de Gibraltar a la soberanía española. Es significativo que el primer apartado del programa de Vox esté consagrado plenamente a la cuestión de una identidad nacional que se estima en peligro por la conjunción de tres factores: 1) la acción de los partidos independentistas, 2) el Estado de las autonomías y su arquitectura institucional, y 3) la interpretación de la historia de España que promueven las formaciones de izquierdas. A este respecto, el apéndice de Gibraltar no es sino un modo de señalar que la plenitud de la identidad nacional española no se logrará hasta que el peñón dependa soberanamente del gobierno central. Al mismo tiempo, el hecho de que éste sea el primer apartado del programa confirma la idea de que el partido de Santiago Abascal se autopercibe fundamentalmente como un movimiento nacionalista que se alimenta políticamente del sentimiento de ultraje a una identidad española que aspira a reformular en términos esencialistas.

La “dictadura feminista”

El segundo apartado es el más corto del programa y se limita a anunciar una reforma del sistema electoral para dotarlo de una mayor proporcionalidad, así como “la supresión de las cuotas (por sexo o por cualquier otra causa) en las listas electorales”. Este es uno de los lugares, junto al apartado de “Vida y familia”, donde Vox incluye medidas para luchar contra lo que denominan “dictadura feminista”. El tercer apartado, dedicado a la inmigración, tiene como principal leit-motiv facilitar las expulsiones y deportaciones y, al mismo tiempo, dificultar los procedimientos para adquirir la nacionalidad española bajo el espíritu de querer hacer de la identidad española algo preciado y difícil de conseguir. Marine Le Pen repite en sus mítines que la “nacionalidad francesa se hereda o se merece”. Vox se adecúa perfectamente a este mensaje.

Las palabras clave del cuarto apartado son un adjetivo, “infranqueable”, y un sustantivo: “protección”. Es en esta sección donde Vox introduce dos de sus medidas más polémicas: levantar un muro en Ceuta y en Melilla, y suspender el espacio Schengen. Entre medias, el partido de Abascal incluye, a semejanza de otras formaciones de derecha radical europea, menciones al fundamentalismo islámico como proyecto ideológico que pretende implantarse en nuestro país y como gran antagonista a nuestra forma de vida.

En la sección de “Economía y Recursos” la expresión ‘política social’ rima con reducción de impuestos. Vox entiende la política social como un apéndice de la política fiscal, por lo que el apoyo a los colectivos vulnerables (desempleados de más de 50 años, autónomos, padres y madres de familias numerosas o jóvenes en búsqueda de su primer empleo) viene condicionado por esa bajada de impuestos cuya cuantía no se especifica. El programa habla de rebajar el tipo general del Impuesto de Sociedades al 20% y de una “reducción radical del IRPF”, sin mencionar si será progresiva o no. También la supresión del Impuesto sobre el Patrimonio y el Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones.

A estas propuestas que hacen de la fiscalidad uno de los principales problemas a combatir (como hacía la Liga Lombarda a comienzos de los años noventa o el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen en 1988), hay que añadir una serie de medidas como la liberalización del suelo (“convertir en suelo apto para ser urbanizado todo el que no deba estar necesariamente protegido por motivos de interés público convenientemente justificados”), la puesta en marcha de un nuevo Plan Hidrológico Nacional y una reforma del sistema de pensiones para convertirlo en un sistema mixto de capitalización y reparto.

Al lado de estas propuestas se sitúan otras dos que aspiran a dotar a España de mayor capacidad soberana. Son, por un lado, un plan para la reindustrialización del país, y, por otro lado, un plan de energía para “conseguir la autosuficiencia energética de España sobre la base de una energía barata, sostenible, eficiente y limpia”. Los guiños al soberanismo que recorre los planteamientos de otros grupos de la derecha radical europea se completan en otras secciones con la propuesta de “anteponer las necesidades de España y de los españoles a los intereses de oligarquías, caciques, lobbys u organizaciones supranacionales” y el deseo de recuperar la soberanía nacional “en la aplicación de las sentencias de nuestros tribunales” (en clara alusión a lo ocurrido con Carles Puigdemont, Meritxell Serret o Clara Ponsatí).

El apartado de salud es llamativamente corto y dice tanto como calla. Casi no habla de los graves problemas que atraviesa la sanidad pública. En cambio, apunta en sus medidas a tres de los grandes enemigos de Vox: 1) el Estado de las autonomías (proponiendo una tarjeta sanitaria única), 2) el feminismo (anunciando la supresión en la sanidad pública de intervenciones como el aborto o el cambio de género), y 3) los inmigrantes (planteando la eliminación del acceso gratuito a la sanidad para los inmigrantes ilegales y el copago a los residentes legales que lleven menos de diez años en España).

En educación, el partido ultraderechista centra sus esfuerzos en la promoción del castellano como lengua vehicular en las escuelas de todo el territorio y en la instauración del “cheque escolar” para garantizar “la libertad de los padres”. Las palabras clave son homogeneidad, centralización y libertad. Prácticamente no hay referencias a los problemas de la educación pública en sus fases pre-escolar, primaria, secundaria, bachillerato, formación profesional y universidad. En cuanto a cultura, el programa habla fundamentalmente de tradiciones, folclore, tauromaquia, caza, y del español como lengua global. A tenor de lo que muestra el programa, cultura es para Vox lengua y tradición, siguiendo el viejo lema de los partidos nacionalistas. Al final de este apartado, se incluye una mención a la “España vaciada”, en la que el partido se compromete a combatir “las desigualdades de oportunidades que separan a los ciudadanos del medio rural y del urbano”.  

Seguramente una de las secciones más interesantes del programa sea la que se titula “Vida y familia”, puesto que permite emparentar a Vox con otras formaciones de la derecha radical europea, en este caso con el partido Ley y Justicia del presidente polaco Jaroslaw Kaczynski. Al igual que está haciendo actualmente la formación polaca, Vox anuncia una “prestación universal por hijo a cargo de 100 euros al mes” que crecería a partir del tercer hijo y se actualizaría anualmente. Con dos especificidades: 1) las beneficiarias serán las madres, y 2) esta prestación sólo podrán recibirla las familias españolas (¿y las que tienen permiso de residencia?). Asimismo, aunque Vox no dice nada sobre el permiso de paternidad, sí propone ampliar el permiso de maternidad a 180 días, prorrogable en el caso de que los hijos tengan alguna discapacidad. La idea es fomentar la natalidad en un país envejecido (y potencialmente amenazado por su posición geográfica respecto de África) y facilitar que sean en general las mujeres las que se ocupen de las labores de cuidado y crianza.

Junto con estas medidas, también se muestra favorable a la creación de un Ministerio de la Familia y a la concesión de la custodia compartida como norma general. Como no sorprenderá al lector, este partido se posiciona en contra de la interrupción voluntaria del embarazo y de la eutanasia. Sin embargo, la medida estrella de este apartado seguramente ya la conocen: “derogación de la ley de violencia de género” y promulgación de una “ley de violencia intrafamiliar”.

Llegando al final del programa encontramos el carácter punitivo de la política penal: Vox propone la restauración de la cadena perpetua y la ampliación del concepto de legítima defensa para, según se dice, poder defenderse en caso de ataque a la propiedad privada.

Finalmente, el apartado “Europa e internacional” sitúa al programa de Vox en la línea de los países del grupo de Visegrado y se suma a la petición de otros partidos de la derecha radical europea que reclaman un nuevo tratado europeo que devuelva soberanía a los Estados miembros para que estos puedan controlar mejor sus fronteras, actuar de manera autónoma respecto de la Comisión Europea y promover los valores de raíz cristiana que están en la base de la civilización europea. A este respecto llama la atención la propuesta de “crear una Agencia para la ayuda a las minorías cristianas amenazadas, imitando la iniciativa de Hungría”.

Desde la perspectiva de España, se trata de: 1) tener libertad para poder construir un muro en Ceuta y Melilla sin que la UE pueda prohibirlo, 2) tener capacidad para cerrar las fronteras con Francia y Portugal si el momento lo requiere, 3) poder juzgar a los independentistas catalanes en España sin que ningún tribunal europeo, ni de otro país ni como instancia supranacional, pueda entrometerse.

Por último, el programa realiza alguna mención a la idea de hispanidad y a los vínculos culturales especiales con Latinoamérica a través del catolicismo y la lengua española. El partido de Santiago Abascal quiere “impulsar un gran Plan Nacional de Cooperación Internacional con las naciones de la comunidad histórica hispana para la ordenación de las inversiones, ayuda a las empresas españolas, garantizar la seguridad jurídica en los países de acogida y ordenar el flujo inmigratorio”; es decir, básicamente para facilitar el trabajo de las empresas españolas en Latinoamérica y para controlar la inmigración. ¿Dónde queda la cooperación y la ayuda al desarrollo? Seguramente no había espacio para más. O la hispanidad no daba tanto de sí.       

¿Es Vox una anomalía?

Visto con perspectiva, el programa de Vox no es tan diferente al de otras derechas radicales europeas. No sólo porque algunos temas y algunas declinaciones expresivas sean exactamente las mismas, sino porque Vox responde ideológicamente al modelo de la primera fórmula ganadora. Se sitúa en posiciones claramente neoliberales desde el punto de vista económico, como la Liga Lombarda en los años ochenta o el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen. Para el partido de Santiago Abascal, el Estado es inequívocamente un agente disruptor del mercado. Por lo tanto, la mejor política económica es aquella en la que el Estado está prácticamente ausente; y, paralelamente, la política social se entiende exclusivamente como lucha contra la fiscalidad. Que las familias “como institución natural anterior al Estado” tengan la capacidad de invertir sus ingresos en lo que quieran. En este sentido, al igual que con el primer modelo de fórmula ganadora, Vox es más entusiastamente neoliberal que sus potenciales socios de la derecha clásica.

Al mismo tiempo, medidas como la cadena perpetua, la prohibición del aborto, la ampliación del concepto de legítima defensa o el rechazo al multiculturalismo sitúan a Vox en posiciones menos liberales que la derecha clásica. O, según el eje que utilizan Kitschelt y McGann, más autoritarias. Es decir: neoliberal en lo económico y “autoritario” en asuntos de “moralidad y estilo de vida”.

Con ello Vox huye del modelo del Estado del Bienestar Chovinista promovido por Matteo Salvini, Marine Le Pen y Heinz-Christian Strache, para abrazar un tipo de propuesta política que se parece mucho más a las de sus antecesores de los años ochenta y noventa del siglo pasado: Umberto Bossi, Jean-Marie Le Pen y Jörg Haider. Vox es, por tanto, comparable a las formaciones políticas de derecha radical que irrumpieron en varios países europeos entre finales de la década 1980 y comienzos de la década de 1990.

La pregunta que cabe entonces hacerse es: ¿por qué cuando irrumpen en la esfera pública la inmensa mayoría de las formaciones de derecha radical lo hacen con un programa que se adecúa a lo que Kitschelt y McGann denominaron “primera fórmula ganadora? Esto es: ¿por qué independientemente de la época en la que surjan toman generalizadamente este modelo?

Y, aún más: ¿podemos pensar a Vox haciendo una transición ideológica en los próximos años hacia el modelo del Estado del Bienestar Chovinista (o segunda fórmula ganadora)?

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Autor >

Guillermo Fernández Vázquez

Investigador en la facultad de Ciencias Políticas de la UCM. Especialista en política francesa, derecha identitaria, relato y comunicación.

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1 comentario(s)

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  1. c

    y mentiras en la propaganda - Si la gente ya no vota izda es por la continua traicion dl ppa$.e

    Hace 4 años 11 meses

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