La CT no es lo que era. A ver nosotros
La cultura ha quedado fraccionada. Somos muchas comunidades humanas haciendo cultura, lo que dibuja muchas culturas en choque, en confrontación, en erosión entre ellas
Guillem Martínez 18/04/2019
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La CT no existe. Relativamente. Recordemos que la CT –básicamente un compendio de mecanismos, herramientas y dinámicas para crear cohesión social en torno a un proyecto político; una máquina para elaborar sentido común, el menos común de los sentidos; una reconducción apolítica de la cultura, de manera que la política quede en manos, únicamente, del político– era un lujo. Es decir, un superávit. Se podría haber optado por cualquier otro tipo de cohesión. Por ejemplo, por la violencia pura y dura. Pero no hubiera quedado mono y, además, teníamos pasta para hacer cosas mas cuquis. La CE78 establecía una serie de derechos no desarrollados o, al menos, no simétricos –educación, sanidad, trabajo, vivienda–, entre los que estaba la cultura. Es más, se especifica que, este derecho, la cultura, estaría garantizado y sería promovido por el Estado. Vamos, que el Estado haría cultura. De hecho, la hizo. Por un tubo. La CT. La mala noticia es que este derecho extraño, la cultura, fue el más trabajado. O, al menos, en tanto que derecho nuevo y novedoso, disfrutó de una formulación y promoción singular, al estar menos elaborado que derechos más antiguos y con mayor rodaje e implantación, como la educación o la sanidad. Hubo, en ese sentido, más cultura que vivienda. Era más barata y, con una buena cultura de Estado, no es necesaria, entre otras cosas, vivienda pública.
La buena noticia –entiendo que entenderán que es un chiste– es que eso ha cambiado. Con la contrarreforma del Estado iniciada por ZP –primeros recortes, y una reforma constitucional exprés, que elimina el tramo social del Estado; casi nada–, luego intensificada por Rajoy –recortes ya estructurales, y contrarreforma laboral y Ley Mordaza, por citar dos elementos que dibujan que ya estamos a por otras, que el concepto de democracia ha cambiado; vamos, que es más autoritario–, todo, zas, ha mutado. Y, en primer lugar, el Estado. Formalmente, ya no es un Estado del Bienestar. No tiene la obligación de garantizar “con todos sus recursos” –se decía antes de la reforma constitucional– el Bienestar, sino el pago de la deuda. La sanidad y la educación, como ya sabrán, se han ido al garete. Pero también, en contrapartida, la cultura.
El Estado, vamos, no tiene mecanismos, o no tiene muchos, o los que le quedan aún ya no los tiene afilados, para hacer cultura. Si se fijan, eso es patente en la falta de uso de las palabras mágicas de la CT. Hasta la crisis catalana, momento en el que el Estado lo ha tenido a huevo, no ha utilizado mucho los palabros 'democracia', o 'constitución', con las que antes hacía un todo. Aún así, desde la crisis catalana, esas palabras no se han intensificado como en sus glory days. El Estado, vamos, no se ha recreado en sus marcos porque, snif, no tiene pasta. Sí, va tirando, y muy bien y con mucho menos, tras las rebajas. Vía subvención –por lo general, mucha menos–, y vía pequeños –o, al menos, ya sensiblemente reducidos– sueldos, sigue disponiendo de artistas, de escritores, de periodistas, de medios de comunicación. Pero no está cachas, no brilla y –diría–, salvo en municipios y alguna comunidad autónoma, no ha vuelto a llegar a ser la sombra de lo que fue. En ese sentido, brillan con luz propia Madrid, ese emporio PP, partido muy sensible y solidario con los suyos. Y Catalunya, quizás el do de pecho y el canto del cisne de la CT, y el punto donde, en esta época desdibujada, el pago, la subvención, y el otorgamiento de honor y reconocimiento al intelectual fiel, han conseguido, en plena crisis social, democrática, económica y de Régimen, crear cohesión llamativa en torno a un Gobierno. Falta por ver cómo se lo montan los nuevos en Andalucía. Diría, no obstante, que no harán nada nuevo. La derecha local es, en todo caso, muy interesante cuando se pone a emitir CT. El PP, por ejemplo, es el único partido que ha podido emitir, a través de la CT, marcos llamativos cuando ha estado fuera del Gobierno, a través de recursos municipales y autonómicos.
Vamos, que la CT no es lo que era. Por pasta y porque –y esto es muy importante– se ha cambiado de motor de cohesión. Ya no es la cultura tanto como el autoritarismo. Es decir, la violencia, la penalización, según se percibe en el aumento de juicios por temas de libertad de expresión. Eso es anormal. Pero también normal en un momento en el que la democracia opta por el autoritarismo. No es la muerte –o agonía; tan larga que puede ser interminable– de la CT que yo, snif, hubiera preferido. Yo hubiera preferido que hubiera muerto de risa. De nuestra risa. Pero eso devuelve, en todo caso, la política a la cultura. La cultura ha quedado fraccionada. Somos muchas comunidades humanas haciendo cultura –las culturas feministas, en ese sentido, son un auge en sí solas–, lo que dibuja muchas culturas en choque, en confrontación, en erosión entre ellas. Y, a menudo, con el Estado, con lo que ha quedado de él. Y, por fin, la cultura ha conseguido cierta autonomía respecto de las instituciones. Supongo que las izquierdas sexys debemos potenciar esa autonomía respecto a la cultura. Garantizar su ejercicio. Y poco más. Dejarlas libres y a su bola, separando la cultura de la educación. Siendo conscientes de que no son lo mismo –la CT, en ese sentido, era una confusión sintomática–, e intentando no inmiscuirse, institucionalmente, en ella. Una cultura libre, ejercida por personas libres y con cosmovisiones diferentes, problemáticas, politizadas, obligadas a enfrentarse, a entenderse, a ignorarse o a conocerse, era nuestra propuesta en los años oscuros. Y debería seguir siéndolo, pues la cultura, o es Estado, o es eso, tal vez.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de 'Caja de brujas', de la misma colección. Su último libro es 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama).
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