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TRIBUNA

Chalecos amarillos: aproximaciones desde la izquierda

Pilar Aguilar Carrasco 19/12/2018

<p>Manifestación de los chalecos amarillos en Belfort, el pasado día 1 de diciembre.</p>

Manifestación de los chalecos amarillos en Belfort, el pasado día 1 de diciembre.

Thomas Bresson

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El movimiento chalecos amarillos tiene características complejas e inusuales. Y, por ello, al menos en un primer momento, desconcertó no solo a la derecha (aunque la extrema derecha “se apuntó” rápidamente) sino a la izquierda.  Desconcertó por su espontaneidad, su ausencia de estructuras o de “cabeza dirigente” y también por el desconocimiento total sobre quiénes eran: su perfil socio-demográfico, edad, sexo, profesión, categoría socio-profesional, ideología política... 

Seguro que pronto llegarán los estudios sociológicos exhaustivos, pero, por ahora, el único sondeo –serio pero limitado– es el que realizó el instituto de opinión Elabe con una muestra de 1.000 personas representativas de la población francesa mayor de 18 años. 

- De los 1.000 entrevistados, un 20% se considera chalecos amarillos, lo que en proyección daría un resultado de casi diez millones de franceses que se identifican como tales.

- Otro 54% no se considera chalecos amarillos pero apoya sus reivindicaciones. Lo que supone, pues, que el movimiento cuenta con la simpatía del 74% de la población.

Entre los que se consideran chalecos amarillos abundan los empleados y los obreros (un 26% y 29% de esas categorías respectivamente se consideran tales, frente al 13% de funcionarios y profesiones intelectuales). 

También entre los que se reivindican chalecos amarillos abundan proporcionalmente más los habitantes de zonas rurales o periurbanas.

Y, lógicamente, un 27% de las personas que confiesan tener dificultades para llegar a fin de mes se declaran chalecos amarillosmientras que, entre las que no tienen ese problema, solo 13% se reivindican como tales. 

También resultó algo desconcertante que una movilización tan potente y decidida estuviera provocada por la subida de la gasolina. Las organizaciones sindicales se decían: “Con las que llevamos aguantando sin conseguir una movilización contundente y, ahora ¿por esto?”. 

Qué quieren los chalecos amarillos

La subida de la gasolina fue la gota que colmó el vaso pero no se debe olvidar que es una gota que afecta a amplias capas populares, sobre todo en zonas rurales, en poblaciones relativamente pequeñas o periféricas pues es ahí donde es necesario desplazarse en coche privado, sin alternativa ni elección posible. O dicho de otro modo: en muchos lugares de Auvergne resulta casi imprescindible tener vehículo propio mientras que en París se puede vivir perfectamente (e incluso mejor) sin él. Pero ¿quién vive en París? Pues dado el precio de la vivienda, fundamentalmente y cada vez más, clase media-alta. Sin olvidar que muchas revoluciones (la francesa sin ir más lejos) se iniciaron en revueltas populares de indignación ante una subida de tasas o impuestos puntuales. 

Dicho eso, debemos constatar que el movimiento ha afinado y ampliado sus reivindicaciones, concretadas, hoy en día, en 42. La mayoría de ellas siguen girando, como es lógico, en torno a sus condiciones de vida y tienden no a hacer la revolución, pero sí a reajustar siquiera someramente el abismo que separa los más de los menos favorecidos.   

El movimiento chalecos amarillos encarna lo que E. P. Thompson llamó “concepto de economía moral”, un fenómeno fundamental en todas la movilizaciones populares desde el siglo XVIII, una moral económica que la mayoría de la población tiene interiorizada, una especie de “tabla de mínimos” que incluye evidencias tales como que el precio de los productos debe ser proporcional al coste de su producción, que los más débiles han de estar protegidos, que quien más gana tiene que aportar más al bien común, que los que roban y timan has de ser castigados, que el trabajo se tiene que remunerar adecuadamente, etc. 

Los chalecos amarillos encarnan un profundo descontento ante la arbitrariedad y la injusticia, pues esa “tabla de mínimos” –que tan evidente resulta– viene siendo pisoteada persistentemente y con total descaro por las tremendas políticas de austeridad. Es lógico que los afectados no soporten ya más gravámenes para sí mismos mientras siguen viendo pasar suculentos manjares y prebendas hacia la mesa de los ricos.  

Además de explotadas, las clases populares se sienten olvidadas, despreciadas y ninguneadas. Piensan que quienes manejan el cotarro, atentos a cuestiones y divertimentos propios, viven en otra esfera, enredados en sus asuntos y que solo en periodo electoral los miran para lanzarles mítines viejos y panfletarios. Y por eso, también, algunas de las 42 reivindicaciones de los chalecos amarillos exigen una mejora de la democracia, una participación más directa del pueblo.

La izquierda y los chalecos amarillos

Otro aspecto interesante para evocar aquí es el repelús que en un primer momento sintieron muchas personas de izquierda al ver cómo algunos chalecos amarillos enarbolaban banderolas y chalecos con lemas nacionalistas, xenófobos, homófobos, machistas… Pedían la expulsión de los emigrantes, “acusaban” a Macron de marica y a Brigitte Macron de puta, etc..

Parece lógico que, en un movimiento descentralizado, sin responsables, sin estructura y que surge, como es bien sabido, del rechazo a la subida de la gasolina, se oigan cosas así.  Pero sería absurdo deducir que esos lemas reflejan la ideología del movimiento. Y sería igualmente absurdo pensar que no están también en él (máxime teniendo en cuenta el porcentaje de votos que obtiene el partido de Le Pen entre las clases populares).

La izquierda no puede caer en dos necios excesos: uno, creer que “el pueblo” no sabe nada (o casi nada) y dos, creer, por el contrario, que “el pueblo” es clarividente y que sus posiciones son, per se, revolucionarias. 

¿Qué tienen que hacer partidos, sindicatos, gente de izquierdas? Pues implicarse y, desde esa implicación, lanzar debates, agitar, exponer, convencer, etc. Y ojo, la implicación no significa llegar y colgar las propias banderolas, ni menos aún enzarzarse entre sí (eso de “echarse muertos” unos a otros y ponerse zancadillas, cosas a las que tan proclives son las organizaciones de izquierdas). Ni puede tratarse de una implicación meramente verbal. Ha de ser, por el contrario, muy “corporal”, por así decir. Estar ahí, donde están los chalecos amarillos: en las calles, en las rotondas, en las plazas, en las permanencias.

O sea, la izquierda debe cumplir con su tarea de izquierda. Esa que se nos olvida: la militancia. La militancia dónde y cómo se pueda. Es la única manera de proponer horizontes ampliados a los movimientos populares. 

Y esto sirve para Francia y para España. 

Y en España

Yo no creo que en España se vaya a dar un movimiento como el de los chalecos amarillos. No lo creo porque no venimos de la misma cultura política, no venimos de una revolución, no tenemos colgado encima de todos los edificios públicos Liberté, Égalité, Fraternité. Que sí, que en Francia tampoco se cumplen esos lemas, pero aquí carecemos de una conciencia similar de ciudadanía, de ser sujetos de derechos y deberes. Venimos, por el contrario, de una tremenda derrota (la guerra civil) y del fascismo. Cierto que acabó hace cuarenta años, pero dejó profundas huellas.

En fin, por decirlo brevemente, creo que nuestra “economía moral”, esa que proclama las normas de una comunidad, es menos exigente.  Razón de más para que la izquierda anduviera militando con denuedo, igual que hizo (a pesar de la represión) digamos en los ocho últimos años del franquismo y en los dos o tres primeros de la democracia. Pero creo que, en este terreno, en el de acabar con la militancia y desmontar la vitalidad de las organizaciones de barrios, de centros de trabajo, de sectores laborales y sociales, fue donde realmente la derecha nos ganó la partida (con la colaboración de alguna izquierda y por agotamiento de muchos militantes). 

De hecho, creo que, hoy en día, solo el movimiento feminista sigue la dinámica de agitar constantemente, de interpelar sin descanso. Solo el feminismo desea, antes que nada, “contagiar”, hacer “mancha de aceite”, convertir en agitadora a cada mujer que se acerca a él.

Y sería tan esencial que la izquierda obrara así…

En España es urgente que las organizaciones y partidos de izquierda acaben con sus broncas internas y dejen de contemplarse el ombligo. Están ensimismados y, cuando salen de sí mismos, es para mirar con ira al oponente (es decir, a los de otras izquierdas).

La izquierda no gana las elecciones en campaña electoral. No digo que lo que ocurra en esos procesos no influya pero, si solo se trata de enfrentar publicidad contra publicidad, la derecha nos gana. Nos gana porque tienen más poder, más dinero, más voceros, más plataformas y porque la sociedad nos educa desde que nacemos en el conservadurismo, de modo que, ir a contrapelo siempre es un trabajo arduo, difícil y complicado.

Solo la izquierda puede evitar que la gente crea que la desaparición de lo público puede beneficiarle, que “más mano dura” arregla algo, que los delincuentes deben ser votados, que hay que resignarse ante la subida de impuestos indirectos (luz, gas, IVA…), y protestar por los directos (declaración de la renta, impuestos sucesorios, etc.), que los avances de las mujeres son peligrosos para la sociedad, que “cada cual tiene lo que se merece”, que quien no emprende es porque no quiere, etc. etc. 

Solo la izquierda y solo militando.  

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Pilar Aguilar Carrasco es ensayista y crítica de cine. Feminista.   

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Pilar Aguilar Carrasco

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