Lo que ha conseguido Simeone relevando estrategias y trucos, tan capaz del avance como del repliegue a los cinco minutos o de prescindir del ingenio individual, es enfadar a algunos aficionados grotescamente exquisitos (a veces pienso qué se les ha perdido aquí) y equilibrar con la táctica lo que es más difícil de compensar con el talento genérico del equipo (por ejemplo, recordemos los empates ante el Madrid 0-0 y el Barcelona 1-1 de esta temporada, duelos de altísimo voltaje). Es fácil de entender y muy visual que ahora estos dos colosos no son esos leones tan fieros como los que nos pintaban la cara en el año 1, 2, 3, 4, 5… antes de Simeone. No, eso ha cambiado. Ahora la cara nos la pinta el Sant Andreu en un partido de Copa con una primera parte demencial del Atleti para luego resolver el partido en siete minutos de aceleración (al Atlético o le metes presión o no carbura, sería último en la liga islandesa), o el Girona cuando un día nos da por intentar jugar bien al fútbol, aunque la tónica general y el logro de Simeone sea: donde antes había un títere ahora hay un rival más o menos hostil. Pero un enemigo, no un colega al que acabas despidiendo del partido con dolencia pseudo-ficticia antes de la pizza y la cerveza del vestuario. Al final esto es bastante sencillo, ser superior exige una demostración. De poco valen los pretextos. Ser mejor significa ganar el partido. Hola Luis. Lo demás son excusas. Hola Alavés, bienvenido. 

La propia historia de Simeone como entrenador en el Atlético se basa en echar por tierra toda aquella cháchara y palabrería que exhibían con pretensiones sobrevaloradas otros entrenadores y jugadores, como si fueran fumadísimos de marihuana a las radios y los periódicos, y luego teníamos la Navidad de Tim Burton, la tétrica, The Nightmare Before Christmas, no la del charme y gente con suerte y talento de Frank Sinatra. Hablábamos flipados en las radios, salíamos asustados a los partidos y acabábamos bailando: la danza de la muerte.

El Alavés, cuarto en la clasificación, a un punto del Atleti, no salió bailando pero tampoco asustado, sino peleando en una discoteca con Savic y Kalinic, cuando todavía no llevaban ni medio cubata, y con una estructura defensiva de bloque proletario y entrenador obstinado y cabezota (ah, Abelardo). Esperaba muy atrás al Atleti, intentado contrarrestar sus impulsos con un trasnochado axioma del fútbol, el contraataque, y el mayor protagonismo lo tenía Thomas Partey (no hay parcela del campo donde no aparezca, el jugador moderno total) tocando siempre con criterio o abriendo en proyecciones largas a las bandas, y precisamente por uno de los costados,  el derecho del colombiano Arias (hoy encomiable) llegó el gol de Kalinic tras  un centro perfecto al corazón del área  rematado a estomagazo limpio por el croata. La alegría duró poco, no porque marcara el Alavés, sino porque a Lucas le hizo clac la rodilla mientras se peleaba con Calleri en la puerta de la discoteca, y salió Giménez dispuesto a la batalla de chavales porque el fútbol parecía distorsionarse con la lucha libre americana. Kalinic, activo en las refriegas, no parecía dispuesto a desaprovechar la coyuntura de La Pantera en rehabilitación. Así fue.

En la segunda parte salió el Atlético a buscar de nuevo la portería de Pacheco, y Giménez avalaba con un remate de cabeza al palo. Savic estaba en todas, las luchas y las jugadas, y dilapidaba todo intento vitoriano.

Cambiada la decisión de tener el balón por la contrarrevolución  (justo cuando el Alavés crecía en verticalidad con Borja Bastón) de aguardar, ahora el Atleti buscaba la contra, y a diez minutos del final llegó el segundo, cuando Griezmann culminaba una jugada de contragolpe iniciada por Vitolo con pase al espacio, a quemarropa con la derecha tras rebote del balón en el palo izquierdo, y siguiendo con la misma tónica del Cholo de renovar las estrategias según avanzan las necesidades del equipo (el verdadero medio de ganar mucho consiste en no querer ganar demasiado), Rodri recogió un rechace de Pacheco tras disparo de Correa y fusiló exhibiendo la praxis de la superioridad. Ser mejor exige una demostración, justo cuando te vas a casa con una aureola de The Chairman of the Board. Frank Sinatra y a echar la siesta de colíderes.

Nadie debería enfadarse. Vivir no es más que relevar estrategias para seguir en pie. Atacamos, defendimos, fuimos imprecisos, también rigurosos y detallistas, y ganamos. Luchando, eso sí parece innegociable.