Hace unos años, en una fundación de esta ciudad dedicada a la investigación para la paz, hablé precisamente de las bondades que se derivarían de la feminización de la sociedad. Hablé de que, al igual que las mujeres hemos adoptado características antes atribuidas a los hombres, digamos, estereotipadamente masculinas, los hombres también habrían de feminizarse. Un asistente a la conferencia, alto cargo en la ciudad, escribió al presidente de la fundación una carta sobre mi intervención. En ella se quejaba de que, literalmente, “esta señora quiere amariconarnos a todos”. Es una anécdota, para mí sabrosa, por la subversión implícita. Hoy, seguramente, ya no sería tan necesario que el presidente de la susodicha fundación tuviera que contestarle explicando la diferencia entre feminizar y afeminar, pero en cualquier caso la anécdota es un ejemplo de cómo nuestro país ha sido arena de un androcentrismo sin cuestionar, por ser suave, o de un machismo irredento si hemos de ser claras.  

Durante años hemos vivido entre chistes sexistas, piropos ofensivos, acosos en el trabajo y asaltos sexuales en los parques. Creo que ahí puede estar la clave del éxito en España del terremoto feminista de los últimos años. El caldo de cultivo estaba ahí: estaban las ofensas y agresiones, y estaba también un trabajo de más de cuatro décadas de movimiento feminista: de mujeres de barrios, sindicalistas, de partidos, académicas, estudiantes, pacifistas… Un movimiento plural y diverso, no exento de conflictos en su seno, pero con la fuerza de ser portadoras de una razón civilizatoria capaz de mejorar el mundo común. Faltaba un catalizador que hiciera saltar la furia contenida, acumulada y aprendida en los silencios de la historia y en nuestras propias vidas. Y lo tuvimos. Fueron las voces de las artistas de Hollywood, su visibilidad mediática y las nuevas tecnologías las que favorecieron y construyeron liderazgos múltiples, visibles, impactantes. Lo que necesitábamos. En este mundo globalizado el grito corrió como la pólvora por los medios y las redes sociales. En este país retomamos las voces de las valientes líderes y las convertimos en una marea emocionante, seguramente por esa unión del humus cultivado tantos años con el trabajo previo de tantas mujeres anónimas y destacadas y la fuerza de las jóvenes, educadas ya en la autoestima necesaria para pensar y sentir que el mundo les pertenece. No olvidemos nunca a nuestras madres, las biológicas y las que con sus escritos y su acción nos animaron a ser feministas.

Para mí feminizar la sociedad no es sólo reivindicar igualdad. Es poner de manifiesto que el feminismo en su pluralidad tiene mucho que ofrecer. Que las mujeres no somos sólo víctimas. Que en la paz y en la guerra, más que protegernos queremos que nos escuchen, que escuchen las voces de tantos grupos de mujeres que llevan proponiendo salidas negociadas a conflictos enquistados como el de Palestina-Israel, la guerra de Siria, la situación del Sahara Occidental… Que somos actoras con capacidad para pensar desde otro paradigma los problemas que nos afectan a todos. Que las mujeres en política, y en todo, podemos ser ‘un hombre más’, desde luego, ahí está nuestra libertad, pero, como dijo Alessandra Bochetti ante un millón de personas manifestándose contra la política de Berlusconi en una plaza de Roma, son más las que llegan ‘con las manos llenas’.

Lo que llevamos pidiendo a los hombres hace ya mucho tiempo es que se conviertan en objeto de análisis, que se piensen, que se reúnan en grupos de hombres-solo y que tras los análisis emitan mensajes sociales hacia otros hombres. Necesitamos que la cultura genere modelos diferentes de masculinidad. Queremos ver, por ejemplo, a futbolistas realizando tareas de cuidado, no exhibiendo sus conquistas de mujeres-trofeo. Hacer más visibles a los hombres que ya han cambiado. Ya hay muchos, pero continúa la fascinación por mostrar a los violentos, los duros…, en las películas, series, vídeo-juegos, fotos y memes.  

Esa fascinación por la violencia alcanza también a las mujeres y a ciertas líneas del feminismo. Todos los feminismos están contra la violencia hacia las mujeres, pero no contra la violencia en general. No todos los feminismos son pacifistas, y eso, de nuevo, muestra que el pacifismo es una opción libre, tanto para mujeres como para hombres. Personalmente, ante la reacción antifeminista, xenófoba y violenta que fomenta una cultura del miedo, creo que urge empujar la cultura de paz. Como feminista pacifista creo en el legado de las mujeres de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF), sufragistas pacifistas que, en medio de la Primera Guerra Mundial, mientras los hombres de sus países se estaban matando, fueron capaces de proponer bases para construir una paz permanente.

Feminizar la sociedad no es sólo preguntar por las mujeres. Es ir más allá. Glosando a la filósofa de la ciencia Sandra Harding, que propuso pasar de la pregunta “¿qué pasa con las mujeres en la ciencia?” a la pregunta ¿qué pasa con la ciencia?, amplío la idea y propongo pasar de las preguntas ¿por qué hay tan pocas? ¿Qué pasa con las mujeres (en los medios, en las instituciones...)?, a preguntar, ¿qué pasa con los medios, con las instituciones…? ¿Bajo el liderazgo de qué experiencia humana y con qué sesgos han sido construidas? ¿Cómo redefinirlas?

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Carmen Magallón es directora de la Fundación SIP y Presidenta de WILPF España.