Nada más apropiado para esta fechas, que en el decaído calendario cristiano arrasado por Halloween se denominaban Día de Todos los Santos y de Fieles Difuntos, que hayan tenido lugar unos puntos de giro en el asunto de los restos de Franco (los físicos). El día 1, Todos los Santos, se conmemoraba no solo a los santos-santos o a los beatos en estado de merecer, sino a todos aquellos que se habían ganado el cielo. Los Fieles Difuntos eran la clase de tropa que esperaban en el Purgatorio que corriera el escalafón, cumpliendo condena. Pero esas, como muchas otras, son celebraciones cristianas superpuestas a otras paganas. En concreto, el actual carnaval Hallo-hollywoodiense tiene su origen en la tradición de las calabazas iluminadas en las ventanas y en los cruces de caminos que los emigrantes irlandeses y escoceses llevaron a Norteamérica. Y aquellas buenas gentes lo hacían, como en Galicia y en otras zonas de España, porque en estas fechas los muertos y los malos espíritus volvían a la tierra, como en una especia de apocalipsis zombi, y de lo que se trataba era de asustarlos. Aunque nuestros antepasados no tenían el problema de donde ubicar a los desenterrados, al revés de lo que nos pasa a nosotros ahora.

El principal obstáculo para desalojar el cadáver, o lo que haya, es que en realidad, nadie lo quiere. Está siendo muy útil como ariete contra el Gobierno, y como campo de minas para que sus integrantes las vayan detonando cada vez que dan un paso. Quizá haya servido también para que bastantes se hayan animado a salir del armario franquista, pero en realidad es un muerto, nunca mejor dicho. En realidad, le pasa lo mismo que al Azor, su barco. En 1992, en medio de una considerable polémica, el Ministerio de Defensa quiso deshacerse de él, pero para “preservar su dignidad” y evitar fines impuros, imponía al comprador que lo achatarrase. En la primera subasta no encontró quien pujase, y en la segunda se lo llevó por 4,6 millones de pesetas (unos 28.000 euros) un señor de Burgos que, en efecto, lo quería para dedicarlo a fines nostálgico-hosteleros y solicitó permiso para que el A91 (su identificación oficial en la Armada) volviese a navegar. Podía hacerlo, desde luego. En su despedida, a los periodistas nos dieron una vuelta por la ría de Ferrol, y pudimos estar en la cubierta que salía en el NO-DO y ver los camarotes, conservados tal cual habían sido usados. Cuando poco después, el empresario acudió a recoger el A91, se encontró con un enigma tipo “el misterio del cuarto amarillo”. Pese a estar atracado en el interior de una base naval dotada de férreos sistemas de seguridad, estaba completamente saqueado. Hasta las tazas de váter se habían llevado. Más que un barco al que había que conservar su dignidad, aquello parecía la embajada USA en la caída de Saigón. Todavía hoy se encuentran a la venta en internet “objetos originales del Azor”. (Al final, el barco acabó como atracción, vandalizada y derruida, de un asador, hasta convertirse finalmente en chatarra como pieza artística).  

Con los restos del usufructuario/propietario (con Franco nunca se sabía cuando acababa él y empezaba el Estado, o viceversa) pasa lo mismo. Su tumba, que hasta el momento permanecía en un más que discreto segundo plano porque no había nada que ver, pillaba a desmano y no compensaba el precio, se ha convertido en piedra de escándalo y en soporte de performances. Una vez que la televisión ha tomado posesión de algo, no lo suelta, igual que la Iglesia. La Catedral de la Almudena, con sus criptas particulares (¿son en concesión, como los plazas de parking, o a perpetuidad?) sería un destino pintiparado, porque completaría el círculo del horror entre continente y contenido, pero hasta que acabe o no acabe allí –apostaría a que no– tendremos tres o cuatro temporadas de polémicas, titulares y memes. La actualidad española tiene guionistas capaces de convertir una subtrama menor en Guerra y paz (con extras). Del culebrón Almudena, quizá derive el spin off de la cripta de El Pardo, en donde reposa Carmen Polo aka La Collares, sola y okupa, porque el sitio es propiedad de Patrimonio del Estado. Por no pagar, ni han pagado el panteón familiar del cementerio municipal de Ferrol.

Cuando gran parte de las familias españolas pagaban cuotas mensuales a seguros mortuorios para asegurarse un entierro en condiciones, los Franco se enterraban por la cara. Cuando hasta el viaje de bodas de Mariola, la nieta enrollada, lo pagó –700.000 pesetas– el Estado y no la familia, que sigan conservando como herencia legítima edificios como el Pazo de Meirás o la Casa Cornide en A Coruña, llenos de objetos de arte obtenidos en razzias de la matriarca, obtenidos mediante expolio y mantenidos con fondos públicos mientras pudieron, me parece más grave que a ver donde dejan arrumbado al abuelo. Si quieren mi opinión –que les voy a dar en cualquier caso– lo mejor sería embutir lo que quede del tipo, que físicamente tampoco era gran cosa en vida, en un paquete azul de Correos, o en una caja de envíos de SEUR y hacérselo llegar a la familia sin avisar, para que lo recoja el servicio, y que con su pan se lo coman.