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Jair Bolsonaro, el nuevo hijo de Brasil

Lula ya no es el único "filho do Brasil" que crea consenso entre regiones y clases dispares. El candidato ultraderechista ha tejido una heterogénea alianza entre élites, clases medias y clases populares en todo el país

Bernardo Gutiérrez 17/10/2018

<p>Jair Bolsonaro.</p>

Jair Bolsonaro.

Beto Oliveira

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El pasado 4 de octubre Jair Bolsonaro, líder del Partido Social Liberal (PSL), plantó al resto de candidatos presidenciales en el último debate televisivo antes del primer turno de las elecciones. Su excusa fue que estaba recuperándose de la cuchillada que sufrió durante la campaña. Sin embargo, Bolsonaro dio una entrevista en el mismo horario en la TV Record, la segunda más importante de Brasil, dominada por la evangelista Igreja Universal do Reino de Deus. Mientras el resto de candidatos debatían con solemnidad y chaqueta en la Rede Globo, Bolsonaro conversaba con vaqueros y camisa. Un detalle revelaba que hablaba para otro Brasil: criticó a los artistas de la Lei Rouanet (ley de mecenazgo) y defendió recursos para la música sertaneja. El ecosistema izquierdista no tardó en reírse públicamente del “mal gusto musical” de Bolsonaro, ese tosco excapitán del Ejército.

La música sertaneja, muy popular en el interior de São Paulo y en la región Centro Oeste, es considerada de poco valor por los músicos más internacionales de Brasil. La estética de cowboys de sus cantantes y su temática amorosa no encaja con la música for export financiada por la Lei Rouanet. En la Amazonia, otro estilo musical, el tecno brega, provee una jerga para lo que es considerado cutre: brega. Los barcos que surcan los ríos de la Amazonia escupen “cutre” tecnobrega. Y los artistas del brega tienen millones de fans en el norte del país, a pesar del ninguneo del circuito cultureta progresista. La élite cultural, unida históricamente al lulismo, tampoco respeta el estilo más popular en las favelas de Río de Janeiro, el funk carioca, una ecléctica mezcla de miami bass y batidas electrónicas. El voto a Bolsonaro se ha disparado en las tierras de la música sertaneja (Centro Oeste), del tecnobrega (Amazonia) y del funk carioca (Río de Janeiro). ¿Casualidad? ¿Por qué Jair Bolsonaro acabó dirigiéndose al Brasil brega en el final de su campaña?

 

Bolsonaro ya había conquistado el voto de su núcleo duro. Los primeros estudios sobre el votante del excapitán revelaban un perfil de “hombre blanco, de clase media, con estudios superiores y de las regiones sur y sudeste del país”. El discurso del Bolsonaro inicial, radicalmente antipetista y anticorrupción, con declaraciones protortura o insultos a minorías funcionó para su núcleo duro. Bolsonaro sabía que nadie puede gobernar Brasil sólo con los votos del sur. Necesitaba una fórmula transversal para conquistar a las clases populares. Y una alternativa para conectar el sur con el norte sin pasar por el nordeste, bastión de la izquierda. Nadie, desde el fin de la dictadura, lo había conseguido.   

En los últimos dos meses, Bolsonaro elaboró un paquete de discursos, algunos contradictorios entre sí, para consolidar su plan hegemónico. Su desparpajo anti establishment ha seducido a los jóvenes (el 60% de sus votantes tiene menos de 34 años). Hablar de seguridad le ha granjeado la confianza de quienes ganan entre 2 y 5 salarios mínimos, muchos de los cuales viven en las periferias urbanas. Su tema estrella, la familia, ha sido el talismán que ha unido al país contra el PT. Los votantes de centro-derecha han emigrado en masa del Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB) y el Movimento Democrático do Brasil (MDB) hacia Bolsonaro. Y usar a Dios en todos los discursos ha sido otra variable del pack Bolsonaro. Lula llegó a pactar con la bancada evangêlica del congreso, pero ignorando la cosmovisión y las prácticas sociales de los treinta millones de evangelistas de Brasil. A una semana de las elecciones, Edir Macedo, jefazo de la Igreja Universal do Reino de Deus, exaliado de Lula, pidió el voto para Bolsonaro, que se define a sí mismo como “un católico que frecuentó durante diez años una iglesia baptista”.

Los discursos prêt-à-porter de Bolsonaro llegan simultáneamente a un conductor de Uber, a una padre de familia en paro, a un universitario, a una empleada doméstica o a un agricultor. La gran incógnita era si la alianza norte-sur iba a funcionar. 

Bolsonarismo, una fórmula nacional

La taquillera película O filho do Brasil, estrenada en 2010, relataba la vida de Lula da Silva. Mitificaba el periplo de Lula desde su natal Pernambuco hasta Brasilia, pasando por el área metropolitana de São Paulo donde forjó su carrera política, que acabaría reforzando el eje político y cultural del lulismo. En 2002, Lula se convirtió en el nuevo presidente-mago interregional proveniente de la clase popular. Era el nuevo filho do Brasil. Hace dos meses, el analista político Marcos Nobre destacaba la gran fortaleza de Lula: su capacidad de unir el norte y sur.  En su artículo, Nobre ni citó a Jair Bolsonaro. No sospechaba que el excapitán ya estaba explorando una nueva ruta para atravesar Brasil de norte a sur. Y que tendría éxito.

En las elecciones de 2014 apareció una figura que disputaba el legado del lulismo y era competitiva en el eje norte-sur, Marina Silva. Y el Partido dos Trabalhadores (PT) la machacó. En estas elecciones, el centro izquierdista Ciro Gomes, otro aspirante histórico al puente interregional, sufrió el juego sucio del PT. “Lula no pretende dejar que le arrebaten su posición de puente norte-sur”, escribió Marcos Nobre.  

El tiro parece haber salido por la culata. Brasil ha descubierto de golpe, que a parte de su filho bonito, tenía un hijo bastardo. Y que este hijo –espontáneo, violento, machista, homófobo– quiere venganza. La osadía táctica de Bolsonaro, el nuevo filho do Brasil, ha sorprendido. Bolsonaro ha encontrado una fórmula interclasista que conecta el sur y el norte del país por el interior, evitando el izquierdista nordeste. La defensa de Bolsonaro de la música sertaneja era su último as bajo la manga. Una carta clave para consolidar su hegemonía territorial. Bolsonaro se dirigía a un Brasil inexistente en el relato oficial de las últimas décadas progresistas, que prioriza el nordeste y sudeste, la paupérrima tierra natal de Lula y los estados que moldean la industria cultural (São Paulo y Río de Janeiro principalmente).

Bolsonaro ha desplazado el tablero. En el Centro Oeste, corazón sertanejo, Bolsonaro arrasó: 57,24% en Goiás y 60,4% en Mato Grosso. En el estado de Pará, epicentro del tecnobrega, Bolsonaro obtuvo un histórico 36,19%, cifra que casi duplica la del petista nordeste. En la Amazonia, históricamente petista en las elecciones presidenciales, cuanto más distante es la región mejor resultado bolsonarista. En el Estado de Amazonas, Bolsonaro cosechó un 43,48% de los votos. Y en tres estados amazónicos, Bolsonaro superó el 60% de los votos: 62,97% en Roraima, 62,24% en Acre y 62,24% en Rondônia. El PFL de Bolsonaro coloca en el segundo turno para gobernador a candidatos en Rondônia (Coronel Marcos Rocha) y en Roraima (Antonio Denarium). Además, en Amazonas, el Partido Social Cristão (PSC), antiguo partido de Bolsonaro, se cuela en el segundo turno con Wilson Lima.

Las músicas consideradas brega por una élite cultural que idolatra las músicas de raíz como el samba (sudeste) o el forró (nordeste) son la metáfora del abismo que se ha abierto entre el lulismo y el Brasil real. En la etiqueta Música Popular Brasileña (MPB) no caben las músicas que Bolsonaro considera populares, como la sertaneja o la caipira, típica del interior de São Paulo. En el lulismo, un afrodescendiente del nordeste es considerado parte de una minoría a ser incluída. Un indígena evangelista de la Amazonia está fuera de la foto. O es directamente estigmatizado. Aunque el cine evangelista domina la taquilla del mercado cinematográfico de Brasil, sus películas no entran en el circuito comercial. El lulismo fue perdiendo hegemonía en la medida en que se olvidaba de algunas minorías, como la evangelista, que acabaron siendo mayorías. El acordão macropolítico con los líderes evangelistas acaba siendo inviable cuando desprecias su cultura.

El bolsonarismo aspira a sustituir al lulismo como nueva hegemonía nacional. Apostar por las regiones y territorios con culturas bregas y estigmatizadas por la superioridad moral de la izquierda ha sido apenas el último movimiento táctico de Bolsonaro para conseguirlo.

Conquistar las periferias 

El fenómeno Bolsonaro tiene otro bastión: las violentas periferias de las grandes ciudades. En Río de Janeiro, Bolsonaro consiguió el 59,79% de los votos, arrasando en los distritos más pobres. Río de Janeiro, estado asolado por la violencia, es el gran laboratorio de Bolsonaro en el sudeste. Y metáfora perfecta de los habitantes de las periferias urbana, hartos de la violencia. Los gobiernos del PT y sus aliados regionales fracasaron en la erradicación de la violencia. En Río de Janeiro, las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) fueron un desastre. Después de las Olimpiadas, Río de Janeiro vuelve a estar en medio de la guerra entre traficantes, la dictadura de la milicia (paramilitares) y la brutalidad de las fuerzas de seguridad del Estado.

Los estudios de la socióloga Rosana Pinheiro Machado, que investiga en la periferia de Porto Alegre, revelan que buena parte de las favelas apoya a Bolsonaro. “Piden orden en medio del caos. El deseo de porte de armas es una expresión de un apelo por la seguridad pública”, afirma Rosana. La seguridad ha sido el verdadero epicentro de la campaña de Bolsonaro. Mientras valores progresistas como la diversidad, la inclusión o la equidad no han seducido a los votantes, el deseo de seguridad ha penetrado en los corazones de los brasileños. Y han aparecido bolsonaristas improbables, como youtubers negros, militantes LGTB o mujeres, atacados constantemente por el candidato ultraderechista. Bolsonaro, en la entrevista de la TV Record, afirmó hábilmente que los izquierdistas le acusan de homófobo, machista o racista porque no pueden llamarle corrupto: “Siempre pregoné la unión de todos en un único corazón verde y amarillo que la izquierda dividió”.

El imaginario predilecto de Bolsonaro ha sido “la familia”. Criticando la “ideología de género” que según él se enseña en los colegios brasileños, los mensajes homofóbicos y contra el feminismo han invadido los chats de WhatsApp familiares. Es verdad que el bolsonarismo navega sobre un océano de fake news contra sus oponentes. Pero el verdadero acierto de Bolsonaro ha sido escoger los temas sobre los que construir una sucia campaña subterránea y whatsappera esencialmente emocional. Los discursos de los partidos de izquierda pasaban de puntillas sobre la familia y la seguridad pública.

Contradicciones

El lulismo está tocado. Se parece menos al Brasil real que hace una década. El Brasil retratado en la película O filho do Brasil desentona en esta nueva era. La fórmula lulista que unió en los años ochenta a sindicatos y a las iglesias católicas, al interior y a la ciudad, al empresariado y a las clases populares, se resquebraja. Parte de las clases populares que salieron de la pobreza gracias a programas sociales se ha hecho conservadora. Muchos votan a Bolsonaro. En las periferias, los templos evangélicos son más influyentes que los programas institucionales o las iglesias católicas progresistas.   

Sin embargo, las contradicciones de Jair Bolsonaro son profundas. Y pueden ser lo suficientemente grandes para que no se consolide a medio plazo. Por un lado, el bolsonarismo es un nuevo tipo de fascismo tropical que azuza, en palabras de la investigadora Esther Solano, un enemigo interior, “el izquierdista”. El odio no se dirige hacia el exterior (inmigrantes), sino contra casi la mitad del país, algo difícilmente sostenible en el tiempo. Además, los discursos de odio de Jair Bolsonaro están haciendo aumentar en las calles los ataques contra quien no es bolsonarista. En los últimos días se han registrado 50 ataques: a minorías, a mujeres, a capoeiristas, a indígenas, a activistas. Esa contradicción, hablar de seguridad y generar violencia, puede pasarle factura en los sectores más tradicionales y en las familias, católicas o evangelistas.   

Marcos Nobre habla de las elecciones de la venganza. Y Bolsonaro, el filho agressivo do Brasil, encarna todas las venganzas. La venganza contra el lulismo. La venganza de las élites. La venganza del Brasil brega. La venganza de los evangelistas. La venganza de los pobres incluídos por el consumo pero que siguen sin derechos. Aunque Fernando Haddad, candidato del PT, descendiente del filho do Brasil, sea presidente, el bolsonarismo llegó para quedarse. Cualquier guerra fratricida contra el nuevo hijo de Brasil será un suicidio para el país. Los hijos de Brasil, el lulismo y el bolsonarismo, tendrán que aprender a convivir. 

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Autor >

Bernardo Gutiérrez

es periodista, escritor e investigador hispano brasileño. Ha cubierto América Latina desde el año 1999, como corresponsal en Brasil la mayoría de ese tiempo. Es el autor de los libros Calle Amazonas (Altaïr), #24H (Dpr-Barcelona),  Pasado Mañana (Arpa Editores) y Saudades de junho (Liquid Books).

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3 comentario(s)

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  1. Bernardo Gutiérrez

    Thiago, el forró pé de serra (el raíz, para que nos entiendan los no brasileiros) cuenta con todo el beneplácito de la cultura de la izquierda y la petista. Lo que ocurre es que cuando viajas por el interior de Maranhão, por ejemplo, te das cuenta que la gente escucha un forro pop considerado brega, Aviões do Forró y grupos similares. La música sertaneja está bien considerada por la élite conservadora rural, no por la petista o los jóvenes urbanos del sudeste-nordeste, que la desprecia. Los resultados electorales, y los afinados discursos de Bolsonaro, confirman totalmente este ángulo. Es un fenómeno complejísimo, sin duda, con muchísimas capas y factores. Que hay una burbuja izquierda que no consigue escuchar y dialogar con lo que está fuera, también es cierto. Espero que poco a poco se vaya consiguiendo

    Hace 5 años 5 meses

  2. magomer

    Están faltando decididos misioneros antireligiosos, un montón de Voltaires.

    Hace 5 años 5 meses

  3. Thiago

    Relacionar el "bolsonarismo" con manifestaciones culturales parece un poco forzado. Presento unas ideas inconsistentes de esta formulación: 1- el forró no es considerado por la élite intelectual un ritmo musical más cultivado que el brega o el funk y la música sertaneja está bastante difundida entre la élite económica (rural y urbana); 2- hasta que la candidatura de Lula fuese suspendida, era él quien lideraba las encuestas. Así que Lula no está tocado; 3- Antes que el PT llegase al govierno ganaban los partidos conservadores. Además el número de congresistas conservadores y liberales siempre superaba a los de la izquierda. Así que no hay una confrontación entre izquierda y derecha de forma clara. No obstante, es verdad que Bolsonao supo conectar con distintos sectores de la sociedad brasileña.

    Hace 5 años 5 meses

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