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El salón eléctrico

Europa Babilonia

Británicos, alemanes, franceses seguirán contando historias sobre un siglo XX que nada tiene que ver con el presente, demostrando que la memoria se puede meter en una pantalla incluso con la convicción modesta de hacer solo y únicamente, entretenimiento

Pilar Ruiz 26/09/2018

<p>Fotograma de Babylon Berlin (Sky, 2016).</p>

Fotograma de Babylon Berlin (Sky, 2016).

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Crack bursátil y miseria post-bélica. Comunistas y protonazis. Policías y gobiernos conspiradores. Mujeres y hombres que bailan un charlestón inventado en un cabaret imposible, cada noche, para olvidar el hambre y la frustración. Es Babylon Berlín, la serie alemana de Sky que adapta las novelas policíacas del escritor y periodista Volker Kutscher, ambientadas durante los años 30 en la República de Weimar. Su creador, Tom Tykwer (Corre Lola, corre, 1998), resucita sin complejos a Fritz Lang con exquisita elegancia y referencias directas al expresionismo alemán -delicias para cinéfilos-. Pero BB no es una transposición fiel de una época histórica: elementos distorsionadores, ucrónicos, jalonan esta narración apasionante, radical y brillante para recordarnos con honradez creativa que no estamos entonces; estamos hoy. Es decir, en una Europa en plena crisis del capitalismo, con desigualdades y conflictos sociales, persecuciones raciales y ascenso de ultranacionalismos. 

Las similitudes entre el comienzo del siglo XX y el XXI se han convertido casi en un género en sí mismo ya sea en artículos, análisis, ensayos y manifestaciones artísticas. También en su hermano tonto: el entretenimiento. Así que la temática relacionada con las malignas consecuencias de la crisis –no, en chino no significa oportunidad– inunda el panorama cultural recordando que la propaganda de su supuesta superación tiene más vías de agua que el Costa Concordia. Oportunamente, Babylon Berlin se empeña en contar lo que pasó por esos lares y nadie se atrevería a espetarle a Tom Tykwer que qué se le ha perdido en la República de Weimar. Tampoco se cuestiona a los creadores de Hijos del III Reich (ZDF, 2013) o a los de Landesgericht (Redemption Road,también de ZDF, 2017), visiones alemanas del conflicto bélico que arrasó el mundo: los cineastas del lado aliado ya no tienen la exclusiva.  

Habrá quien diga que ya hay demasiadas series y películas sobre la Segunda Guerra Mundial o el Holocausto, pero lo cierto es que al gran público le siguen gustando, si no, no se harían: todos los guionistas saben que cualquier historia mejora en cuanto aparece una esvástica. Como en SS-GB, serie distópica marca BBC (2017), que con la novela negra como base y protagonista policial -igual que Babylon Berlin- descubre cómo sería el mundo si el Tercer Reich hubiera ganado la batalla de Inglaterra. 

Se trata del mismo esquema que la –fallida– adaptación a serie (Amazon) de la novela escrita por Philip K Dick en 1962 El hombre en el Castillo;demostrando que la distopía posfascista y neonazi resulta una tentación para los buscadores de audiencias globales.

Y eso a pesar de los centenares de ficciones sobre el auge y caída del nazismo & Cia que llevan dando guerra desde hace décadas y desde las más variadas perspectivas. Como en Los niños del Brasil (Franklin J. Schaffner, 1978) basada en una novela del best-seller Ira Levin, donde los nazis campaban por medio mundo intentando clonar al mismísimo Hitler, casi una metáfora sobre la existencia de un virus que espera durante décadas el momento propicio para extenderse por el mundo. O La caja de música (Costa-Gavras, 1989) donde se relataba la vida oculta de un genocida húngaro de la Cruz Flechada –partido pronazi antisemita liderado por Ferenc Szalasi– en unos Estados Unidos que ampararon durante décadas a ciertos criminales de guerra. Constantin Costa-Gavras, cronista político de todo el siglo XX en películas imprescindibles como Estado de sitio, Missing, Z y La confesión después de atizarle a la CIA, al ultraderechismo y al estalinismo –en realidad a cualquier política que vulnere los derechos humanos– volvería por sus fueros en Amén (2002) denunciando, con su elocuencia narrativa habitual, la tolerancia con el exterminio judío del Vaticano y la connivencia con los jerarcas nazis incluso tras la guerra. 

Son solo algunos ejemplos muy expresivos de la intención de sus autores: preocupaciones añejas, casi fantasiosas, puesto que los nazis, como todo el mundo sabe, ya no existen.

Lo que sí existe hoy día es un viscoso discurso de índole reconocible deslizándose por todo el Viejo continente: el xenófobo derechista Viktor Orbán en Hungría, Jaroslaw Kaczynski y su partido Ley y Justicia aprobando una ley que ilegaliza cualquier crítica hacia Polonia por los crímenes cometidos durante el Holocausto; Alternativa por Alemania (AfD) con su discurso anti musulmán y racista representado en el Bundestag; los ultranacionalistas del partido Verdaderos Finlandeses y los Demócratas de Suecia; el FPO austriaco –fundado por exoficiales nazis en los 50– y su petición de registro de judíos y musulmanes que consuman kosher o carne halal; o los griegos de Amanecer Dorado y sus consignas nazis. Ya no son cuatro frikis: véase el poderío del Frente Nacional en Francia. Algunos incluso gobiernan, como el italiano Salvini que, además de citar a Benito Mussolini sin pudor (“Muchos enemigos, mucho honor”), propone un censo de gitanos junto a deportaciones masivas de inmigrantes. 

No pasa nada: todos estos líderes poco demócratas tienen sorprendentes defensores en medio mundo, sobre todo aquellos que llevan el anticomunismo por bandera aunque en el planeta del capital global no parece que la expansión del comunismo constituya una amenaza: absolutamente nadie en el mundo cree que Corea del Norte sea Shangri-Lá. China, en cambio, representa para muchos conservadores ultraliberales un modelo jugoso por su combinación ganadora de dictadura totalitaria y capitalismo salvaje. Porque mientras todo esto ocurre, los grandes conglomerados financieros supranacionales duermen tranquilos; el mañana les pertenece. No van al cine y por eso desconocen esa genialidad llamada Cabaret (1972), del no menos genial Bob Fosse.

 “¿Seguro que podréis controlarlos?”

¿Y en España? Mientras se publica que Vox podría alcanzar 800.000 votos en las próximas elecciones y la politiquería de arrabal llena el prime-time, la falta de series dramáticas con temática política en el panorama televisivo español resulta sangrante. No hay más que darse una vuelta por Amazon, Filmin, HBO y Netflix para comprobarlo. Y eso que continúa vivo el manoseado tópico sobre ese cine español obsesionado por la guerra civil y la alargada sombra del dictador cinéfilo –todavía caudillo invicto para demócratas frágiles–.

También el “No a la guerra” que pagó la endeble industria cinematográfica de forma directa y muy cara –tan cara como una película bélica– con una campaña de difamación contra todo un sector económico y cultural que ha calado hondo en el sentir popular. Por no hablar de los feroces recortes impuestos tras la crisis en las subvenciones públicas, ya miserables comparadas con cualquier país de nuestro entorno. (Nota a modo de ejemplo: Subvenciones 2016 para renovación de vehículos de empresa: 225 millones de euros. Subvenciones 2016 para el cine español: 74 millones de euros. Fuente: BOE).

En resumen: cualquier proyecto audiovisual con temática política resulta en España poco más que un bulto sospechoso. Entonces, ¿hay que pasar página, buscar la reconciliación y olvidar un pasado que “reabre heridas”? Pues a ver quién les dice a los norteamericanos que dejen de hacer películas y series sobre el genocidio judío, a los ingleses sobre el sufrimiento de la población civil durante los bombardeos de Londres, o a los alemanes sobre la República de Weimar. Ellos seguirán contando historias sobre ese siglo XX europeo que nada tiene que ver con el presente, demostrando que la memoria se puede meter en una pantalla incluso con la convicción modesta de hacer solo y únicamente, entretenimiento. Al fin y al cabo, el cine no es nada más que luz proyectada luchando contra las sombras. 

Crack bursátil y miseria post-bélica. Comunistas y protonazis. Policías y gobiernos conspiradores. Mujeres y hombres que bailan un charlestón inventado en un cabaret imposible, cada noche, para olvidar el hambre y la frustración. Es Babylon Berlín, la serie alemana de Sky que adapta las...

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Pilar Ruiz

Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).

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  1. Baturrico

    Desde la fundación de la República Federal de Alemania hubo de transcurrir un tiempo para digerir el jarabe marrón, no fue hasta los años 1970 en que se empezó a hacer inventario de culpas y a revisar la desnazificación "cosmética" que aplicaron los aliados. Desde entonces fue un país maduro consciente de las deportaciones (contadas en cualquier familia, relatos de atravesar el Báltico helado a pie, de vagones cargados desde Silesia o Pomerania abandonando la gente a su suerte en un montón de escombros y cenizas en Colonia, Berlín o Hamburgo) los crímenes (tratados en las escuelas con charlas de sus víctimas), de las injusticias cometidas. Hoy, desaparecida la generación con recuerdos de la guerra y con la herencia "apolítica" del socialismo real en el este del territorio, vuelven los errores antiguos, los identitarios, el atavismo del pueblo y la raza. Al menos la ficción y los documentales de la televisión pública recuerdan a la gente de donde vienen y donde se puede acabar de nuevo. En España se ve que vamos treinta años tarde: los que van de 1949 a 1978. En España los hijos de Goebbels, Himmler, Speer, HItler, etc. se sientan en el consejo de ministros o son nobles de alcurnia. En la ficción, los personajes de "Amar en tiempos revueltos", a diferencia de los de "Babylon Berlin", no viven en habitaciones subalquiladas rodeados de familiares andrajosos, viejos desdentados y dementes, niños destinados a ser carne de cañón y hombres doblados por el trabajo o la guerra recién terminada, eso es algo que se intuye en Ferreri o Berlanga, pero que ahora no se ve. Los personajes de la serie alemana sí que pertenecen al lumpenproletariado, trabajan o van a los burdeles, allí se muestran los contrastes y la injusticia social y la violencia latente que acabó en un fuego devastador. En España todo es la sonrisa de Ana Duato e Imanol Arias, símbolos endulzados de la transición contada para espectadores que no deben hacerse ciertas preguntas.

    Hace 5 años 5 meses

  2. Baturrico

    Muy buena reflexión sobre la política, la ficción y la historia. Desafortunadamente en España vemos como si se toca el asunto aunque sea indirectamente uno espetará "¿otra película sobre la guerra civil?", donde el éxito se transforma en folletín en "Cuéntame como pasó", o donde una serie ambientada en la II República y con ese título duerme el sueño de los justos en los anaqueles del archivo de RTVE. Cuando somos incapaces de abordar el pasado en asuntos sangrantes como las fosas comunes o como alguien incluso osa proponer que los restos del dictador sangriento sean inhumados en la cripta de la catedral de la capital del Reino, algo nos pasa. Es como la amnesia que queda después de una terapia de shock, o parafraseando a Labordeta (Banderas rotas), pero todo fue una amarga todo es "inútil desesperanza/ cuando vimos que las huellas/ de los grilletes dejaban/ duras marcas sin borrar." Las mentes están atadas y bien atadas.

    Hace 5 años 5 meses

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