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Tribuna

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La oleada reaccionaria ante la decadencia de la clase media

Gonzalo Velasco 12/09/2018

<p>Trabajadores de la mina Bessie, Birminghan.</p>

Trabajadores de la mina Bessie, Birminghan.

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Han pasado ya seis años desde que Chavs se convirtiera en uno de los fenómenos editoriales más inesperado de los últimos años. El éxito de este ensayo, firmado por el joven activista británico Owen Jones, resultó sorprendente porque sus tesis se basan en el análisis de fenómenos sociales y mediáticos específicamente británicos. Siguiendo la tradición de los estudios culturales del mejor Stuart Hall, Jones trataba de diagnosticar una de las principales secuelas del thatcherismo: el odio hacia la clase obrera, diseminado a través de las factorías de opinión y entretenimiento de las clases medias.

Su tesis principal, defendida mediante el análisis de tabloides y programas de entretenimiento, es que la cultura neoliberal del thatcherismo acompañó la financiarización de la economía y el abandono de la producción industrial con una ideología basada en el individualismo competitivo, el imperativo del éxito y la adquisición del estatus a través de la propiedad. En ese nuevo marco mental, que según Jones habría aniquilado la cultura de la cooperación propia de las ciudades obreras, los beneficiarios de las ayudas estatales son vistos como chabacanos, depravados morales y vagos incapaces de asumir el reto de formarse y pugnar por estar a la altura de los tiempos. Lo paradójico de todo ello, y esta es la aportación que querría rescatar, es que según Jones, esta clase media que reniega de su origen trabajador sí toleraría a los excluidos de otros orígenes culturales. El imperativo moral de la tolerancia y la multiculturalidad tendría como consecuencia que los mismos privilegiados que reniegan de las víctimas de la desindustrialización de Birmingham o Sheffield aceptarían, en cambio, al trabajador pakistaní, indio o árabe. 

Dicho en otros términos, la tesis principal de Chavs es que la clase media en Reino Unido habría perpetuado la lucha de clases al hegemonizar un discurso que naturalizaba su dominio sobre los trabajadores nacionales. Aunque la conclusión pueda parecer tautológica (la clase media funciona como una clase social), si lo pensamos detenidamente no lo es es tanto. La clase media nació, precisamente, para neutralizar los antagonismos de clase heredados por el primer tercio del siglo XX. La historia ha sido ya muchas veces contada, de modo que no merece la pena recrearse: el consenso de posguerra cimentó la reconstrucción en un incremento del gasto público y de la protección social que garantizase a amplios estratos de población una capacidad adquisitiva suficiente para dinamizar la producción a través del consumo. La tendencia al pleno empleo, las garantías estatales y el acceso a la propiedad tendría como resultado la disolución de la división de clases decimonónica. En lo que no se incide tanto, es en que esta política económica keynesiana fue acompañada por una universalización de la racionalidad liberal. Pese a que a los aculturados en el último tercio del siglo pasado nos cueste pensarlo, la educación en un formalismo ético basado en el respeto recíproco de la autonomía individual, en los derechos humanos y la tolerancia de la diversidad es un logro relativamente reciente en nuestra historia. Un sistema de ideas que avaló la globalización del comercio y de los movimientos de población, además de preparar para la posibilidad de sociedades interculturales.

El acierto del libro de Owen Jones, motivo por el que a mi juicio su éxito pudo exportarse a países como España, consistió en que fue el primero en diagnosticar que esa racionalidad liberal y universalista funcionaba como una ideología de clase. Su ensayo no niega que esas ideas tengan en teoría una legitimidad universal. Más bien explica cómo, de facto, han llegado a funcionar como un mecanismo de exclusión. Habrían servido, por ejemplo, para que las reclamaciones de protección para la economía local y los derrotados por la globalización neoliberal pudieran ser etiquetadas como injustificados arrebatos  nacionalistas, proteccionistas, incluso xenófobos.

Desde la distancia de estos años, podemos decir que Chavs podía leerse como una advertencia: ojo, que en esta postrera guerra de clases, el contraataque podría manifestarse en un odio a las clases medias. O lo que es lo mismo, al discurso con el que han buscado perpetuarse. La diferencia es de matiz, pero la consecuencia que de ella se deriva es relevante para entender el enorme apoyo popular a los partidos reaccionarios: ¿y si los votantes del Front National, de la Lega o de Alternativa por Alemania rechazan a los inmigrantes solo como derivación del odio que experimentan hacia el discurso que privilegia preceptos formales como la tolerancia y los derechos humanos, en lugar de atender a la precariedad de sus condiciones materiales? Dicho de otro modo, no se trataría tanto de xenofobia como de clasemediofobia.

Creo que este viraje interpretativo es crucial si queremos entender el éxito de los Bannon, Trump, Salvini, Le Pen, Farage o Wilders. Esta lista de nombres funciona como metonimia de un mal endógeno que buscamos cercar mediante conceptos heredados de otro tiempo: fascistas, populistas, racistas, xenófobos. A mi juicio, nos equivocamos al emplear odres viejos para fenómenos nuevos. ¿De verdad hay tantos fascistas en Italia? ¿Está tan extendido el suprematismo en Dinamarca u Holanda? ¿Casi un tercio de los franceses es racista? ¿Son todos los brexiters fervorosos e irracionales nacionalistas? Razonablemente podemos atrevernos a responder que no es así. Pero sí podemos apostar que lo que tienen en común todos estos militantes de la reacción conservadora, es la desconfianza en un discurso que otrora aceptaron como universal, y ahora asocian al establishment que cercena sus expectativas de seguridad y protección.

Desde esta nueva premisa, sería muy tentador interpretar la oleada reaccionaria como una alianza entre los excluidos y los poderosos. El obrero de la metalurgia de Pittsburgh y el multimillonario Trump, unidos contra el buenismo irresponsable de la clase media californiana o neoyorkina. No podemos negar que este diagnóstico es en buena medida acertado, si atendemos al éxito de estos partidos en las poblaciones alejadas de las grandes capitales económicas y culturales, así como en las zonas desindustrializadas (sirvan de ejemplo las manifestaciones neonazis en Sajonia, o la pregnancia del Front National en las provincias mineras de Pas-de-Calais). Sin embargo, tampoco podemos obviar que muchos ciudadanos que en clave socioeconómica se encuadrarían en la clase media, están impugnando el discurso liberal que hasta ahora legitimaba su posición. La piedra de toque de esta tendencia es el rechazo de la “ideología de género”, que los nuevos reaccionarios (y aquí el aprendiz Casado) retratan como una frivolidad de las vanguardias “progres”, en lugar de entenderlo como una avance para la consecución de la igualdad universal. Por consiguiente, nos equivocaríamos al interpretar exclusivamente este giro conservador como una reacción errada pero comprensible de los desempleados y los desfavorecidos por la estructura económica. En las circunstancias actuales, la batalla discursiva contra lo políticamente correcto (que no es más que un modo de designar una ideología liberal que ahora se identifica como un discurso de clase) es anterior e independiente de las condiciones económicas en las que pueda arraigar. Y esta es la novedad específica del fenómeno: como la apelación formal a los derechos humanos y a la libertad individual ya no parece tan natural como el aire que respiramos, como ahora el Trump o Salvini de turno pueden decir que eso es el discurso con el que los privilegiados ocultan la desigualdad y perjudican frívolamente a los desfavorecidos nacionales, es posible posicionarse como oponente, con independencia de que el que así se posiciona padezca esa desigualdad o pertenezca a las propias clases medias. O lo que es lo mismo, no hace falta sufrir o haber sufrido penalidades materiales para, por resentimiento o deseo de cambio radical, posicionarse en contra del discurso de la tolerancia. Ahora, una vez la posición universalista ha perdido su hegemonía, la contraria es una opción entre otras tantas, con la que mucha gente se puede identificar sin que sea necesaria una experiencia previa de precariedad, injusticia y rabia. . 

La aporía a la que lleva este cuadro de situación, en la que en la actualidad estamos atrapados, es que cualquier intento de defender ese proyecto civilizatorio ilustrado refuerza los motivos de su oposición. Quizás Trump sea el que mejor haya entendido esa lógica: si 300 periódicos estadounidense se asocian para defender la libertad de prensa, para él y sus seguidores es síntoma de que el establishment se rearma para defender sus privilegios. Por consiguiente, de nada sirven nuestras loas a la sociedad abierta frente a sus enemigos, ni mucho menos la división entre racionalistas ilustrados e irracionalistas autoritarios, de nuevo reciclada de otras coyunturas históricas. La campaña de propaganda en favor de valores democráticos básicos solo tiene como efecto lo que se quiere evitar, a saber, que estos resulten desnaturalizados y aparezcan como el discurso de una facción. Cuando la propia identidad es el problema, es imposible escapar siendo uno mismo.

En esta trampa está encerrada la clase media, incapaz de reaccionar a la pérdida de una hegemonía discursiva que no había sido nunca cuestionada. El atisbo de solución, por todo lo argumentado, debería pasar por tres vías. La primera sería una mejor redistribución de la riqueza que compense la desigualdad, que se manifiesta de manera creciente en la cesura entre grandes metrópolis y el resto del territorio. Pero no nos engañemos. Como con acierto suele advertir Jorge Moruno, la redistribución sin reconocimiento simbólico es inútil. No en vano, el auge de la derecha reaccionaria demuestra que puede haber reconocimiento sin redistribución. La segunda vía, por ello, sería una visibilización que dé carta de normalidad a otros modos y expectativas de vida, que dignifique los temores y demandas de los que consideran que la sociedad abierta les cierra sistemáticamente sus puertas. Si, como hemos defendido en este texto, la oposición al universalismo liberal no puede explicarse solo por la precariedad material, mejorar los mecanismos redistributivos no va a impedir mecánicamente que muchos ciudadanos se identifiquen con el discurso reaccionario. Es necesario, por ello, generar prácticas de reconocimiento, fundamentalmente desde las instituciones, pero también desde las factorías de nuestro imaginario colectivo, para que no haya países, ni regiones, ni profesiones ni identidades, que se sientan invisibilizadas por el discurso que les invita formalmente a participar en la deliberación colectiva.

Por último, la tercera vía, que sería la condición de posibilidad de las anteriores, tiene que pasar por una epistemología de la clase media, un ejercicio de autorreflexividad y prudencia que nos permita entender que el lugar desde el que producimos discurso ya no es (si es que alguna vez lo fue) neutral. Nuestro lugar de enunciación, el de la pretensión de universalidad válida para todos, es hoy un motivo para la reacción. Sin cambiar el contenido y el lugar de nuestra propia posición, por tanto, difícilmente podremos dejar de producir los efectos que buscamos prevenir. 

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Gonzalo Velasco es doctor Europeo en Filosofía de la Historia. Profesor de Humanidades y Pensamiento Crítico en la Universidad Camilo José Cela.

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5 comentario(s)

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  1. Casio

    Uno más: el tema es el siguiente: si la izquierda controla el Estado, de forma efectiva, no como lo ha hecho siempre el PSOE por ejemplo, tienes herramientas para plantear la batalla en el terrno de los intercmbios internacionales, en el terreno de la división internacional del trabajo. Es lo que ha hecho China por decadas, es lo que está planteando Trump, y ojo que no le defiendo y creo que está radicalmente equivocado. Pero vamos por pasos. Tomemo s primero los estados nacionales, luego planteemos alianzas internacionales que rompan la logica de la financiarización y los oligopolios multinacionales ¿ tienes mejor alternativa?

    Hace 5 años 6 meses

  2. cayetano

    Siendo muy distante a los análisis previos de las tres vías propuestas como formas de superación, doy más valor a dicha coincidencia final respecto a las tres acciones o caminos, que a las consideraciones que llevan a ella. Igualmente, recomendaría no usar argot o jerga particular (términos, expresiones), al caso fundamentalmente filosófica, ya que provocan incomprensión en receptores generales; más aun tratándose de debates intensos y afectados por las emociones, que de otra parte siempre intermedian las interpretaciones. Respecto de las vías el acuerdo lo es porque la Primera “…mejor redistribución de la riqueza que compense la desigualdad…”. Es medio para recuperar el sentido seguritario y solidario de comunidad, roto con la involución social de la Gran Crisis, disolución del sentido de comunidad que alumbra este contexto. Porque efectivamente la Segunda vía, realizar dicha redistribución en forma que quienes tienen miedo a la sociedad abierta y/o diversa, vean en ella más oportunidad que dificultad. Y por último la tercera vía “Nuestro lugar de enunciación, el de la pretensión de universalidad válida para todos, es hoy un motivo para la reacción. Sin cambiar el contenido y el lugar de nuestra propia posición, por tanto, difícilmente podremos dejar de producir los efectos que buscamos prevenir.” Y un elemento trascendental de coincidencia general, la universalización de un llamémoles “elemento” de trasposición que ha señalado al más pobre, débil y foráneo como responsable de la Crisis, aunque como a continuación veremos, no es una trasposición de odios entre clases medias y obreras…, aunque halla cuestiones parciales en lo que se dice al respecto . Pero sí, dicha coincidencia en un elemento de trasposición, y otros análisis no recogidos en el artículo (así como formar parte de las izquierdas), tienen como consecuencia la coincidencia en las respuesta sobre las acciones y sus sentidos propositivos, que al fin y la postre es lo importante, acordar acciones comunes en una misma dirección. Con lo que no partiendo del mismo punto se coincide también en la trascendencia de la Tercera Vía, para la realización de las dos primeras. Coincidiendo en que mantener los debates en el terreno de la maximalización universal, debatiendo no desde el punto de partida de la realidad política, sino sobre la bondad o maldad per sé, universal y atemporal de la migración, es colocarnos en el campo de juego de la ficción, ficción que permite el discurso pesadilla de la ultraderecha, que permite su fake rhetoric, y reforzar todos los temores seguritarios y de disolución de la comunidad. Por qué sea por la trasposición cultural expuesta en el artículo, o por la trasposición provocada por la impotencia/conformismo fundada además en el miedo a lo diferente y desconocido, el marco de lo universal está ya perdido, si es que alguna vez estuvo ganado, al respecto (la realidad nos dice que nunca lo ganamos, y siempre hemos tenido controles y obstáculos a la migración, aunque ahora sea cuando cobra auge el racismo y la extrema derecha) Por ello, aun compartiendo las críticas en comentarios a su clasemediocentrismo…, y siendo crítico con casi todos los análisis previos del artículo, resalto la coincidencia e importancia de las conclusiones sobre las tres vías. Pero no queriendo denotar todos los desacuerdos y remarcar más las distancias que la proximidad, creo necesario al menos, criticar el argumento de la alianza entre clases medias y poderosas, como algo singular en que apoyar una nueva singularidad (aunque no sea la única discrepancia del análisis previo). Y ello, ya que el apoyo de las clases medias (trabajadoras también) a los poderosos ha sido la tónica general, al menos en los países “desarrollados”, aunque los poderosos adopten distintas formas, incluso innovadoras como ahora cuya singularidad ha sido romper las distintas alternancias y/o sus formas (Trump es diferente, pero es el presidente republicano, la alternancia institucional no se ha roto formalmente). Sin embargo, si es posible que la impotencia de clases medias, trabajadoras y/o populares ante los poderosos, con su correspondiente conformismo, haya servido para facilitar al más pobre, débil y desconocido por diferente-foráneo-, como chivo expiatorio. Y al decir poderosos, pienso en la experiencia Griega, ante no sólo la UE, sino ante el auténtico poder, el Mercado financiero y sus instituciones, en este mundo financiarizado (al que como bien se dice, acompañaba la ideología Thatcheriana y de Reagan,la neoliberal que …). Es decir, cabe en parte la trasposición, pero no por alianza con los poderosos, sino por reconocimiento de la impotencia ante ell@s y conformismo. De forma que la trasposición de la responsabilidad por su mala situación o expectativa (de las menguantes medias y trabajadoras) a los foráneos, sería consecuencia de la imposibilidad de reclamar la redistribución que era la Primera Vía, y dada la necesaria vinculación de la Segunda. De forma que sólo tenemos la vía de resituar el debate en términos de redistribución y justicia social, sin que ello suponga abandonar los valores de tolerancia y derechos humanos, pero sí, traspasando la centralidad a los primeros. Por ello, la Tercera Vía, de situar el debate migratorio ante la realidad de hoy, política, es decir la ideología y la ética han de servir para informar nuestra acción política en el contexto actual, pero no para sustituirla en él. Y ello necesariamente pasa por abandonar cualquier tipo de maximalismo político, de traer la universalidad intacta al terreno de la política. Pues coincidiendo con el autor del artículo, flaco favor nos haríamos colocándonos en los límites de su campo de juego, campo de juego que permite el reconocimiento sin realidad material, es decir la pesadilla, el temor infundado a la pérdida, como dice el artículo “la derecha reaccionaria demuestra que puede haber reconocimiento sin redistribución”. Y precisamente la experiencia Griega nos remitiría en coincidir con la española y portuguesa, en la diferente pujanza comparativa de la ultraderecha en Italia, Francia, Europa Septentrional y Escandinavia, porque hasta ahora pese a la impotencia el discurso de la redistribución y justicia social se ha centrado sobre puntos de partidas concretos, existentes, previos. A diferencia de Italia o Francia, o…, en que ante la misma inseguridad de las clases populares, sus debates aun hoy cobran tintes maximalistas o universalistas.

    Hace 5 años 6 meses

  3. Uno más

    Casio, crees que solo compites con lo "inmigrantes" que están a su alrededor y no con los que trabajan en otros países. Imagino que lo de la división internacional del trabajo no lo has oido, si no es inexplicable tal argumento. En el capitalismo se compite siempre, todo el mundo. Y es un error pensar que te afecta más la competencia local que la internacional. Claro, esto lleva a conclusiones ilusorias y fantasiosas sobre regulaciones migratorias, soberanismo, estado, paralamentarismo, populismo, electoralismo, oportunismo, etc.

    Hace 5 años 6 meses

  4. Ricardo

    Podría ser un artículo interesante si no fuera tan clasemediocéntrico. Así siendo, sus argumentos parecen moverse más bien por wishful thinking que por objetividad e imparcialidad. La verdad es que su premisa está equivocada. Y el espejismo clasista sólo contribuye a embrollar la cosa todavía más. El horizonte del discurso liberal del multiculturalismo está muy lejos de ser universalista. Al revés, todo lo del "politicamente correcto" es fuertemente particularista, en la medida en que el identitarismo es tan sólo otro modo de traducir el individualismo utilitario. No hay dimensión social que trascienda las identidades cuando todo se trata de (à la Rawls) distribuir desigualmente las desigualdades. Lo que se perdió con el multiculturalismo neoliberal ha sido el sentido de ciudadanía. La tolerancia ha sido un falso regalo. Tan falso que ahora puede ser rapidamente desechado. El problema no está en la clase media (o en contra de ella). El problema es que el individualismo como término de realidad ineludible y de regulación ha ganado todo. Lo ha ganado porque el sentido de toda vida social se pasó a construir desde la satisfacción de consumir.

    Hace 5 años 6 meses

  5. Casio

    Maravilloso articulo, que pone el dedo en la llaga de la polemica surgida en los ultimos meses sobre el surgimiento de un movimiento en la izquierda rojopardo, Emannuel Rodriguez dixit, las criticas al articulo de Monereo en Cuarto Poder etc, En efecto, lo que está ocurriendo ahora es que el discurso tolerantem racional, globalizador de las clases medias neoliberales se está mostrando como lo que es , ideologia. Por muchos valores rescatables que tenga. Lo que pone de manifiesto su carácter ideologico es la creciente sensación en muchos actores sociales, sobretodo los olvidados de que esta antropologia liberal, otros dirian progre, se ha despegado de la realidad, se he sublimado y carece de raices en lo material. Cuando se propone una politica generosa de puertas abiertas a la inmigración basada e principios universales , o cuando se aboga por la “abolición” de la prostitución (es decir por su prohibición) partiendo de esos mismos principios eticos liberales y universales, se realiza desde una posición muy particular de sujeto. Es un sujeto libre, exitoso, abstracto, que no tiene que competir con los inmigrantes del tercer mundo por un empleo de camarero o cajera porque su formación y carrera profesional se lo permite, no está en esa liga. Ni tiene que competir con el uso de servicios publicos cada vez peor financiados con esos inmigrantes. Jamás se le pasará por la cabeza que la prostitución pueda ser una salida laboral que se tenga que plantear, y por tanto puede permitirse el lujo de extender su visión libre, global racional como una etica que debe, necesariamente, ser universal, y si no lo aceptas eres rojipardo, criptofascista, machista o amigo de los proxenetas. El problema es que como la clase media está en el camino de la destrucción, lenta pero segura, el sosten social de tan loable ética , el homo-progre que encarna esta antropologia, cada vez es mas escaso, menos dominante. Lo cual reconozco que es una mala noticia. Pero empeñarse en mantenerlo vivo cuando agoniza es una mala idea. Habrá que pensar en otra cosa. Y rapido, queridos intelectuales de izquierda. Me ofrezco para pensar con vosotros....

    Hace 5 años 6 meses

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