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Islandia, remota y próxima

Impresiones tras tres semanas de periplo por la última fantasía de los viajeros y aventureros clásicos

Felipe Nieto Reykjavic , 5/09/2018

<p>Playa de Reynisfjara. </p>

Playa de Reynisfjara. 

Felipe Nieto

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De las regiones de la hermosa tierra
que mi carne y su sombra han fatigado
eres la más remota y la más íntima,
Última Thule, Islandia de las naves…
(J. L. Borges, «A Islandia», El oro de los tigres, 1972)

¿Cómo es posible que Islandia, el pequeño país europeo de 103.000 km² –la misma superficie que tienen las comunidades de Asturias y de Castilla y León–, poblado por unos 350.000 habitantes, no se haya hecho acreedor al derecho de ser nombrado en ninguna de las más de 1.200 páginas de la monumental historia contemporánea europea, Postguerra, del no menos gran historiador británico, Tony Judt? ¿Cómo es posible que ni siquiera haya merecido figurar en los mapas de las guardas interiores del libro, ni en el de la Europa de 1947 ni en el de la Europa en la actualidad del año 2006?

Probablemente esta ausencia pretenda responder a un supuesto papel irrelevante de Islandia en el tablero político internacional, ni siquiera el de un mero peón. Pero, aun si esto fuera cierto, que no lo es, debería prestarse cierta atención a esta isla emergida en el Atlántico septentrional, al borde del Círculo Polar Ártico, a medio camino entre Europa y América, con voluntad de ser puente entre ambos continentes, como demanda su geología y resulta de su historia. Prueba elocuente de ello es el hecho de que algunos de sus hijos, al comando de Leifr Eiricsson, en torno al año 1000, fueron los primeros europeos en llegar a Vinland, tal fue el nombre que dieron al territorio americano descubierto. Sin embargo, no se establecieron en la nueva tierra, sino que, fieles a su origen, apostaron por la vuelta a casa y por la continuidad como parte del pueblo vikingo del Norte de Europa. 

Si el pasado no es razón de peso suficiente, vengamos al presente. Los movimientos de masas de nuestro mundo globalizado, con origen en todos los continentes de la tierra, dirigen hoy sus pasos en número creciente hacia Islandia, interesados por sus lejanos movimientos telúricos y sus paisajes únicos. Pero interesan tanto o más sus tradiciones e instituciones singulares y los vaivenes de su historia reciente, la de un país que desde la pobreza y el atraso seculares ha alcanzado, no sin contradicciones, niveles de desarrollo humano y de bienestar a la altura de sus congéneres escandinavos más adelantados.

Como uno más de esos atraídos a la Isla del hielo y del fuego, a la última Thule de las fantasías de los viajeros y aventureros clásicos o de los poetas de tiempos recientes, trataré de referir, sin ánimo de exhaustividad, algunas de las impresiones recibidas tras tres semanas de viaje 

1.- Madrid

Este viaje podría comenzar en Madrid, en la casa del barrio de La Latina que el escritor islandés Guðbergur Bergsson compartió con su gran amigo Jaime Salinas y ahora, desaparecido este en 2011, sigue conservando y habitando por breves temporadas todos los años. Guðbergur –seguiremos la costumbre islandesa de usar preferentemente el nombre propio– irrumpió en Barcelona en 1956 sin saber una palabra de español. Pronto en la universidad, pero sobre todo en los bares y antros de los bajos fondos de la ciudad, dio con una generación de poetas y editores, de la que se hizo un miembro más. Jaime Gil de Biedma, en su Retrato del artista en 1956, recuerda aquellos días, y noches sobre todo, de vino y rosas y evoca a personaje tan peculiar bajo el apodo de Han de Islandia. Con el tiempo Guðbergur, además de uno de los novelistas y poetas más importantes de Islandia, se convirtió en el introductor en su país de la literatura en español con traducciones del Lazarillo, Don Quijote, Platero y yo o Cien años de soledad, entre otros clásicos. 

Guðbergur, nacido en 1932 en Grindavik, en la costa sudoeste, me habla de su infancia, de un país extraordinariamente pobre en recursos naturales, tanto del suelo como del subsuelo, atrasado, cerrado en su insularidad y condenado por los siglos de los siglos a las actividades económicas tradicionales: la agricultura, la ganadería y la pesca. Una sociedad fuertemente clasista, una minoría dominadora de los medios económicos, políticos y culturales, hacían imposible por la época que jóvenes como Guðbergur llegaran a escolarizarse y menos acceder a la universidad. Aprendió a leer gracias a su hermano mayor y solo en los años 50 podría asistir a unos cursos de magisterio que no llegó a completar. Por el contrario, hizo un gran carrera en el desempeño de numerosos oficios desde la infancia, empezando por la pesca –la seca del bacalao– y siguiendo por el trabajo en granjas campesinas en régimen de semiservidumbre. En los años 50 trabajaría para los americanos como cocinero, y ejercería otros oficios, como tejedor o guarda nocturno de hotel. Cuando dispuso de unos ahorros suficientes, cortó amarras con todo y se marchó de su casa rumbo a lo desconocido, a Barcelona.

– Porque Islandia, me espeta a bote pronto, es un país sin imaginación, ¿sabes?, una opinión, por cierto, que luego me repetirán diferentes interlocutores islandeses. 

2.- Llegan los americanos e Islandia se independiza 

A continuación, nos introducimos en los vericuetos de la historia islandesa que en pocos días espero conocer de primera mano. Islandia ha asistido, resume Guðbergur, a dos “revoluciones” en los últimos tiempos, la de la llegada de las tropas norteamericanas en 1941 –desplazando a las británicas llegadas el año anterior para impedir la expansión nazi desde la invadida Noruega–, y la actual, la oleada invasora del turismo de la última década.

En esta primera época los norteamericanos trajeron a Islandia, además de la seguridad militar que garantizaba la integridad del territorio y lo dejaba al margen de la guerra, posibilidades nuevas de trabajo, infraestructuras, servicios y otro tipo de cambios duraderos, desde la dieta hasta las costumbres, lo que aceleraría la disolución de la sociedad tradicional islandesa. En dos palabras, con América llegaron riqueza y diversidad. Y una vez asentada la presencia americana llegaría el cambio fundamental, la independencia definitiva de Dinamarca –ya se había pasado por etapas de amplia autonomía–, aprobada en plebiscito popular el 17 de junio de 1944. Desde que comenzara esa etapa de lento alejamiento de la metrópoli danesa, los islandeses recuperaron y revitalizaron sus no totalmente olvidadas instituciones tradicionales, la más importante el Alþingi o Althing, el parlamento más antiguo del mundo, que tuvo su apogeo entre los siglos X y XIII. Tenían lugar sus sesiones en el paraje llamativamente hermoso, hoy parque nacional, conocido como Þingvellir o Thingvellir. Aunque se ha intentado ver en esta institución arcaica una primitiva asamblea democrática de las que hubieran entusiasmado a J. J. Rousseau, parece más cierto que la reunión anual de dos semanas de duración de todos los clanes y tribus con sus jefes prominentes, venidos de los cuatro puntos cardinales de la isla, serviría, –según me explica el profesor de Historia Medieval Sverrir Jakobsson, con quien me entrevisto en el Museo Nacional en una mañana, ¡cómo no!, incesantemente lluviosa–, para llegar a acuerdos que una vez aprobados adquirían rango legal (a falta de escritura, un notable con categoría de segundo en la jerarquía política memorizaría las leyes aprobadas y las recitaría para convertirlas en acervo común) y para resolver negociadamente los litigios de todo tipo planteados. Según esto, el Althing tendría al mismo tiempo funciones legislativas y jurisdiccionales propias de un tribunal o corte suprema. Es de notar que en la Islandia de este tiempo no habría existido un poder ejecutivo para hacer cumplir las leyes aprobadas y aplicar las sentencias en todo el territorio.

Campo de lava, cubierta de musgo, en cercanías de Reykjavic. F.N.

Campo de lava, cubierta de musgo, en cercanías de Reykjavic. F.N.

Un acuerdo transcendental se tomó en el Althingen torno al año 1000. Ante la división religiosa que estaba a punto de acabar en guerra, el depositario de la memoria legal propuso, y así fue aceptado, la conversión de los islandeses a la nueva religión cristiana que ya había ganado muchos adeptos en la isla. No obstante, quedaba autorizada la posibilidad de continuar la práctica de los cultos paganos. Es uno de los pocos casos, si no el único, de conversión oficial a una nueva religión de todo un pueblo no impuesta por la fuerza del poder político o de las armas.

Si dejamos de lado el legado inmaterial de las sagas, la mayoría de ellas escritas a partir del siglo XIII, el Althing es la única institución, bien que transformada, que llega a nuestros días desde los tiempos medievales. En vano se buscará en Islandia otros vestigios, sean románicos, góticos o renacentistas repartidos por el paisaje urbano o rural. Se habrá de recurrir a los no muy nutridos museos, el Nacional y la Casa de Cultura de Rejkjavic, para contemplar una suerte de “arte mueble”, religioso fundamentalmente, formado por imágenes –curiosos los Calvarios con el Cristo crucificado tocado con larga melena rubia–, retablos, altares y objetos sagrados diversos, salvados de los pequeños templos antes de ser totalmente destruidos por la furia iconoclasta luterana o las catástrofes naturales. Este es un país de historia reciente, reducida en comparación con cualquier país de la vieja Europa, sobre el que, además, una naturaleza poderosa puede introducir sin previo aviso profundas modificaciones.

Acabada la Segunda Guerra Mundial, la Islandia independiente afianzó su alianza con los Estados Unidos. Con ello selló su integración en el bloque occidental, abandonando su tradición neutralista. Culminaría con la firma del Tratado de Washington y el ingreso en la OTAN como país fundador, en marzo de 1949. Al mismo tiempo, Islandia se aprestaría a solicitar la ayuda del Plan Marshall –pese a no haber sido país beligerante ni escenario de acciones bélicas–, a lo que los americanos responderían favorablemente. De hecho, Islandia sería el país más favorecido de cuantos aceptaron el programa de reconstrucción americano. La relación bilateral remataría con la firma del Tratado de Defensa de 1951 que daría pie al establecimiento de la base militar aero–naval norteamericana en las cercanías de Keflavik, 40 kilómetros al oeste de Reykjavic. En este enclave los norteamericanos construyeron el aeropuerto internacional de Islandia –el único existente hasta la fecha–, además de satisfacer económicamente el arrendamiento. La base, se recordará, ha sido de gran importancia durante la Guerra Fría, pero no terminó con ella. Permaneció en suelo islandés hasta 2006. Nunca faltaron movimientos ciudadanos y mociones parlamentarias contra la base, todos finalmente derrotados. Esta presencia militar exterior ha eximido a Islandia de tener ejércitos propios. A cambio, debe entregar, según algunas fuentes, un 2% de su presupuesto. Tampoco sus fuerzas policiales deben de ser muy importantes, a juzgar por su prácticamente nula presencia en los espacios públicos. 

Las ayudas se concretaron también en el despliegue intensivo de los programas de becas Fulbright, que beneficiaron a muchos graduados islandeses entre los años 50 y 70

No sólo defensa, infraestructuras y alimentos trajeron los norteamericanos. Las ayudas se concretaron también en el despliegue intensivo de los programas de becas Fulbright, que beneficiaron a muchos graduados islandeses entre los años 50 y 70. Profundizaron en una práctica ya existente en Islandia: jóvenes universitarios que salen del país a completar su formación en universidades prestigiosas extranjeras. Anteriormente el destino preferente era Dinamarca; a partir de esta nueva ayuda serán los Estados Unidos y Canadá. Es posible decir que la cultura y los usos y costumbres americanos llegaron a Islandia más intensamente que a otros países europeos, empezando por la lengua –con resultado de un país prácticamente bilingüe en esta lengua en detrimento del danés, dominante en los periodos “coloniales”– y continuando por la música. Con ello se añade pábulo al tópico de una Islandia tan americana como europea. Pero, como si fuera para preservar el equilibrio, en la postguerra Islandia se integró asimismo en la Unión Parlamentaria escandinava y en el Consejo Nórdico junto al resto de países de su entorno que llevan la cruz escandinava en sus banderas.

3.- Modernización económica acelerada

Islandia aceleró su tránsito a la sociedad moderna y alfabetizada que hoy es, con la modernización de las actividades tradicionales –agricultura y pesca–, con una economía basada en los servicios, con un sector industrial especializado, que ha sabido desarrollar la energía geotérmica –muy abundante, aunque no inagotable como a veces se tiende a pensar– tanto para el consumo industrial como el humano. Cabe esperar en el futuro inmediato una expansión de las nuevas tecnologías en sus fases avanzadas, tecnologías de la información cuya creciente necesidad de energía no contaminante haría de Islandia el emplazamiento adecuado.

Los parámetros socioeconómicos de los últimos años sitúan a Islandia a la altura de los países más avanzados e igualitarios. Si su PIB per cápita es uno de los más altos del mundo, el sexto con 62.636 euros, también lo es el índice de salarios, con 73.781 euros de salario medio bruto anual. El desempleo en el último año ha sido del 2,9%. El país ocupa el puesto número nueve en el Índice de Desarrollo Humano establecido por la ONU. Su escasa población goza de una alta esperanza de vida, 82.5 años de media para ambos sexos, pero la de los varones es la más alta del mundo. 

En cuando al índice de igualdad de ingreso, según el coeficiente Gini, Islandia ocupa el primer puesto, el mismo que mantiene nueve años seguidos en cuanto a la brecha de género. También goza de los mayores permisos de maternidad-paternidad, iguales para ambos padres. No obstante, algunas activistas islandeses y estudiosas de estas cuestiones, me informaron de que todavía es posible constatar que en promedio las mujeres cobran un 7% menos que los varones en el desempeño de los mismos trabajos. Islandia es el cuarto país del mundo por número de parlamentarias; la cifra iguala casi la de los varones. Así que no resulta extraño oír a algunas mujeres reconocer que ser mujer en Islandia es un privilegio.

algunas activistas islandeses y estudiosas de estas cuestiones, me informaron de que todavía es posible constatar que en promedio las mujeres cobran un 7% menos que los varones en el desempeño de los mismos trabajos

En materia de inversión en educación, el gasto en 2013 llegó al 17,6%, una cifra que no ha crecido significativamente en los presupuestos de años posteriores. Un 6% de la población cursa estudios universitarios. Una gran mayoría recibe unas becas-préstamo que deberá devolver al final de los estudios. Aunque son suficientes para la vida de estudiante, son muchos los que prefieren realizar algún tipo de trabajo con el que contar con más ingresos, por ejemplo para disponer de vivienda independiente, para viajes, etc. Por su parte, el gasto sanitario alcanzó un 6,96% del PIB, es decir, 4.355 euros per cápita. Islandia tiene un sistema sanitario público universal con algunas excepciones, lo que tiene descontentos a sectores de población deseosos de un sistema sanitario público pleno. Desde los primeros años postcrisis se ha introducido el copago para las consultas con especialistas, para algunas medicinas, para los tratamientos especiales y para las enfermedades crónicas. No faltan los que hablan de intentos de los diversos gobiernos de la derecha de privatizar algún tipo de servicios sanitarios públicos.

El Índice de Desarrollo Democrático atribuye a Islandia una puntuación de 95 sobre 100, ligeramente inferior a la de otros países escandinavos. En materia impositiva finalmente, Islandia, con un 13,5% de su PIB, es el segundo país que más recauda de la OCDE. Sin embargo, la tributación indirecta, como el 25% del IVA, es de las más altas de ese grupo de países. Con ello, evidentemente, la renta disponible para los asalariados sufre una merma considerable.

Todo este panorama exitoso que sitúa a Islandia –con menos impuestos y ayudas sociales más reducidas– un ligero escalón por debajo de los países más avanzados, sus vecinos escandinavos, se produce como reacción inmediata a la gran crisis económico–financiera, pero también política y social de 2008, que como una más de sus grandes erupciones históricas amenazó con arrasar las instituciones fundamentales del país. Como repetidamente se ha escrito, este se vio arrastrado por las decisiones disparatadas de empresarios, convertidos en banqueros más bien aventureros. Sin regla ni control forjaron durante años una prosperidad fantasmal, como si el crecimiento y la riqueza estuvieran garantizados de por vida, hasta que la situación estalló estrepitosamente y el país entró prácticamente en quiebra con una deuda que equivalía a nueves veces su PIB.

Sin regla ni control forjaron durante años una prosperidad fantasmal, como si el crecimiento y la riqueza estuvieran garantizados de por vida, hasta que la situación estalló estrepitosamente

Las protestas populares, los cambios de gobierno, los juicios a políticos y empresarios, acusados de delitos graves y condenados con penas leves, recondujeron lentamente la situación con promesas de reformas profundas, entre otras la de la Constitución de 1944, pronto diluidas y llevadas a efecto solo parcialmente. Como ha dicho el novelista Jon Kalman Stefánsson, autor de la muy difundida Trilogía del muchacho, “las soluciones no fueron en profundidad sino para cuestiones inmediatas”. 

4.- Después de la crisis

Se diría que la Islandia postcrisis, con los datos positivos que acabamos de ver, se ha ido moviendo con pies de plomo, tratando de minimizar las heridas, afrontando los costes y buscando asentar el futuro sobre bases sólidas. Vale la pena recordar aquí el tópico de que el islandés, un pueblo pragmático, poco cultivador de la filosofía, tiene por norma “vivir al día”, sin planificación, como el campesino que, ante un clima tan cambiante como imprevisible, no puede decidir con antelación lo que hará al día siguiente. Así vendrían a ser los islandeses, optimistas improvisadores, convencidos de que al final, y es frase repetida, “todo se arregla”.

Dos tipos de salidas se van apuntando ocho años después. Por un lado, la vía del emprendimiento, la de la creación de todo tipo de empresas, de servicios fundamentalmente, muchas relacionadas con el turismo, o empresas tecnológicas, start ups de todo tipo –Islandia es ya el segundo país del mundo por el número de estas empresas–, la mayoría de pequeño tamaño pero con esperanzas de atraer a grandes grupos inversores, algunos datacenterspor ejemplo, que se beneficiarían de la abundante, barata y limpia energía disponible. Como me explicaban gráficamente a este respecto, muchos islandeses han decidido “sentarse en el asiento del conductor” y despegar.

La otra gran vía es el turismo, la “segunda revolución” islandesa de los tiempos recientes que descubría, más bien con horror, Guðbergur Bergsson, ante todo por el peligro destructor de la naturaleza que la invasión de turistas supone. Hoy el turismo es la primera industria nacional con un gran nivel de ocupación de la población activa. Es su pujanza la que de momento ha sacado al país de la crisis. Empezó como una pequeña corriente en la última década del siglo XX, pero la verdadera explosión se produjo a partir de 2010, por la acción combinada de dos fenómenos, en primer lugar la crisis y las protestas ciudadanas que siguieron a aquella –una marea revolucionaria que obligó a los nuevos gobernantes a tomar medidas que se situaban en principio en la antípodas de los “austericidios” que se impusieron en la Europa continental. El turismo, en segundo lugar, recibió un impulso definitivo cuando el volcán situado en el glaciar Eyjafjallajökull, cercano a la costa sur de la isla, entró en erupción –era la primavera de 2010– y lanzó a la atmósfera, entre otros productos, unos 250 millones de metros cúbicos de ceniza volcánica que alcanzaron más de 11 kilómetros de altura y en su desplazamiento hacia el Este europeo invadieron los cielos y obligaron a cerrar el espacio aéreo y a cancelar todos los vuelos de muchos países durante más de una semana. Millones de pasajeros europeos quedamos inmovilizados entonces, prácticamente al pie de las escalerillas.

La otra gran vía es el turismo, la “segunda revolución” islandesa de los tiempos recientes que descubría, más bien con horror, Guðbergur Bergsson, ante todo por el peligro destructor de la naturaleza que la invasión de turistas supone

Curiosamente este fenómeno, relativamente normal en un país con más de 130 volcanes, 18 con actividad en tiempos históricos, sirvió para atraer la atención hacia Islandia y poner en marcha desde entonces el movimiento de peregrinación actual hacia una país hasta entonces más bien ignorado. Como se repite todavía hoy, “el volcán Eyjafjallajökull puso a Islandia en el mapa mundial”. Desde entonces, las oleadas turísticas no han dejado de llegar, con un incremento año a año vertiginoso, hasta llegar a la abultada cifra de 2,2 millones de visitantes que se calcula habrán llegado a la isla en este 2018, repartidos en todos los meses del año, en los largos inviernos árticos, para perseguir las auroras boreales, y en los meses de verano para recorrer sus costas y fiordos, las playas únicas o, si se atreven a penetrar en el interior, para asomarse a las interminables masas rocosas vigiladas por glaciares y montañas eternos.

La reciente experiencia traumática de la crisis invita a algunos a actuar con prudencia, frente al optimismo desatado de una rápida vuelta a la prosperidad y a las alegrías inversoras, con la pregunta in mente de si las infraestructuras de un país tan escasamente poblado podrán soportar mucho tiempo tamañas invasiones humanas, si el aumento de precios incontenible no castigará más que beneficiará a sectores importantes de la población, si el turismo no desfigurará definitivamente la vida y las costumbres, el carácter nacional islandés, en suma, y si los daños que necesariamente infligirá a la naturaleza el turismo terminarán por ser irreversibles. Muchos temen el estallido de una burbuja inmobiliaria ante la fiebre constructora desatada. El puerto de Reykjavic es un bosque de grúas del que brotarán grandiosas edificaciones hoteleras. Así que hay muchas voces que claman por medidas reguladoras, antes de que sea tarde, aunque hasta ahora resulte difícil acordar cuáles y cómo llevarlas a efecto. 

5.- Una historia geológica previa

El viajero que se adentra en el paisaje islandés queda de inmediato capturado por la extraña y variada abundancia de estructuras y formas que no es frecuente encontrar reunidas en tan reducido espacio. Geológicamente Islandia, situada en el sector norte de la dorsal medioceánica atlántica, empieza a formarse hace unos 60 millones de años, a partir de los materiales que emergen del fondo terrestre entre dos placas tectónicas, la americana y la euroasiática, lo que está ocasionando el creciente alejamiento entre ambas placas a razón de más de un centímetro por año en una zona de actividad volcánica y sísmica muy acusada. Igualmente, la actividad tectónica de esta tierra joven se manifiesta en la numerosas zonas de emergencia de aguas sulfurosas en forma de surtidores que lanzan intermitentemente el agua a gran altura en un medio surcado de fuentes termales y emisiones des gases –fumarolas– a altas temperaturas. Los más conocidos, los de la zona de Geysir, dan nombre hoy, geiser, a fenómenos similares en todo el mundo. El espacio de divergencia entre las placas traza una a modo de “ese” que atraviesa toda la isla en sentido NE-SW. Se hace visible en superficie en numerosos puntos de la isla, lo que contribuye a hacer evidente el hecho de Islandia como ese territorio peculiar que se reparte en dos continentes por ahora unidos.

Skútustaðahreppur, línea de divergencia de las dos placas continentales. F.N.

En superficie, dada la latitud islandesa, ha resultado un paisaje de mesetas y montañas, estas últimas de 2.000 metros de altitud máxima, cubiertas de nieve la mayor parte del año. El glaciarismo ocupa las mayores extensiones de todo el continente europeo. Los bruscos deshielos del final de la primavera trazan valles profundos, gargantas por las que discurren con fuerza ríos y torrentes, abiertos muchas veces en saltos y cataratas estruendosas. Las costas recortadas son obra de los glaciares que al acercarse al mar dan lugar a numerosos fiordos por los que aquel penetra kilómetros tierra adentro.

La mayor parte de todo este territorio interior, más tres cuartos de la isla, es estéril. Ni árboles ni plantas tienen cabida en este gran desierto pedregoso impenetrable, salvo para la navegación aérea y últimamente para los ingenios motorizados, más bien diabólicos, por su capacidad disruptiva de lo que hasta hace poco solo era accesible a los esforzados y limitados medios humanos. Una carretera no asfaltada permite atravesar la zona occidental interior en los meses de verano si se cuenta con los permisos adecuados. De este inmenso vacío ajeno a la vida solo llega el silencio, un silencio cósmico, fruto del vacío absoluto que ningún ser vivo se atrevió a quebrantar durante siglos. Enmudece también el viajero, paralizado ante tan grandiosa, original e inacabada obra de la naturaleza, decidido a quedar así, inmóvil por horas, al fin y al cabo aquí el sol no desaparece nunca del horizonte. Se trata de una obra natural en bruto, sin depurar. Olvídese quien llegue hasta aquí de paisajes como los alpinos, desde esta perspectiva inevitablemente kitsch, o de los bosques boreales que orlan las zonas septentrionales continentales. Esto es un mundo único.

En torno a estas granjas ha girado a lo largo de los siglos la vida de la mayoría de los islandeses. “Aquí estaba mi paraíso” nos señalaba nostálgico Hallgrimur, un amable guía

Solo el área en torno a la delgada cinta periférica que bordea hasta el mar la meseta interior y circunvala como carretera asfaltada toda la isla es apta para el establecimiento humano. Pequeños núcleos urbanos –Reykjavic y su área metropolitana aparte, con unos 220.000 habitantes se llevan más de dos tercios de la población del país– han crecido en torno a puertos pesqueros tradicionales hoy modernizados, muchos acogidos a la protección de los fiordos. Entre ellos se dispersa el rosario continuo de granjas, aisladas, a distancia prudente para disponer, dentro del escaso suelo de cultivo –solo el 1% del total de la isla es cultivable y de mala calidad–, de la extensión suficiente para la cría de sus animales –vacas, ovejas, caballos…– y sus cultivos, forrajes, cereales y algunas hortalizas. Aquí o allá, generalmente alzada sobre una pequeña eminencia del terreno y rodeada de árboles que a impulsos de los gobiernos ha introducido la mano humana, destaca en solitario el perfil de una pequeña iglesia de madera de colores claros, una miniatura cubierta con tejado de pizarra y una torre campanario rematada con la cruz sobre la entrada.

En torno a estas granjas ha girado a lo largo de los siglos la vida de la mayoría de los islandeses. “Aquí estaba mi paraíso” nos señalaba nostálgico Hallgrimur, un amable guía de aspecto vikingo, apuntando a la casa de sus abuelos, y era difícil hacerse a la idea de un paraíso en medio de aquel vendaval y de la nubosidad cerrada que nos cegaba a las cuatro de la tarde. Eran las granjas construcciones elementales, de un solo espacio interior con suelos de tierra y cubiertas con tejados de turba. En las interminables noches de los inviernos, después de compartir el miserable rancho cotidiano, mientras las mujeres tejen la lana, los campesinos dedican las veladas a leer, más bien recitar, fragmentos en prosa o en verso de las innumerables sagas, narraciones de dioses, héroes y personajes legendarios de los tiempos de los primeros pobladores de la isla, todo un patrimonio inmaterial, como ya se dijo, que se va conservando y transmitiendo de generación en generación.

¿Siguen siendo leídas y entendidas hoy en día? Las sagas y su lengua especial estuvieron muy presentes en la historia y en la vida de los islandeses, me dice el profesor de Literatura Medieval Armand Jakobsson. Eran muy populares en el siglo XIX y a comienzos del siglo XX. Sin embargo, no cree que sea el caso hoy en día. Su contenido fantástico tiene numerosos competidores en la industria del ocio. Fueron populares hasta la generación de nuestros abuelos, sentencia. No cree que los islandeses hoy sean conscientes de la riqueza que suponen las sagas.

6.- Por los caminos de Islandia

Una visita a los lugares sagrados del turismo islandés empieza por el llamado Círculo Dorado. Después de admirar cascadas imponentes, como la de Gullfoss, la más extensa y desbordante, y el campo termal de Geysir, con el rey de todos estos surtidores que eleva su chorro por encima de los 20 metros, se llega al parque nacional de Thingvellir, atravesado por la bien visible línea de fractura que separa las dos placas tectónicas. Toda la belleza de este amplio territorio, arbolado y regado por ríos y lagos de aguas tranquilas, puede admirarse desde la altura del gran corredor longitudinal protegido en su flanco occidental por el elevado murallón basáltico a cuyo resguardo tenían lugar las “sesiones” anuales del parlamento medieval, Althing, con diversas “salas”, simples espacios planos acotados para las reuniones, los discursos e incluso la ejecución de sentencias, a veces de muerte. Ahora es lugar que invita a la contemplación y el reposo. Aquí se celebran actos oficiales como la proclamación de la independencia, toma de posesión de presidentes o inauguración del curso parlamentario. También es posible, a título privado, la celebración de rituales como la llegada del solsticio de estío, sin prestar demasiada atención a la posible presencia de seres benéficos o menos, como los elfos y otros que, creen muchos islandeses, pululan a sus anchas por los campos y encrucijadas y más vale no importunar. 

Exterior de la Laguna Azul, con la central geotérmica al fondo. F.N.

Exterior de la Laguna Azul, con la central geotérmica al fondo. F.N.

El recorrido de vuelta a Reykjavic, apenas 40 kilómetros, parece el resumen de todos los paisajes de la tierras bajas islandesas, de las praderas y bosques septentrionales acotados por riachuelos y pequeños saltos de agua a los áridos campos de lava negra como recién solidificada, teñida de una áspera capa musgosa. Si se deja de lado Reykjavic, al oeste, se puede seguir en medio de este paisaje lunar a otro de los grandes nombres turísticos del país, el Blue Lagoon, la Laguna Azul, un estanque artificial nutrido de las aguas excedentes de una cercana central geotérmica que dispone de todos los ingredientes de un spa moderno. El toque un tanto hortera de los usos del lugar, las masas ruidosas que apenas dejan espacio en las dos piscinas y una artificiosa elegancia a precios siderales me dejaron más bien frío pese a los 38º de las aguas. De lejos, el azul de los arroyos que a través de las lavas llevan el agua a los baños dulcifica un tanto la impresión general. ¡Más vale acudir a la piscina del barrio, con sus diferentes servicios termales y muchas menos pretensiones! 

Al regreso, Reykjavic sigue siendo una ciudad bulliciosa, sus calles llenas y sus tiendas abiertas, seguro que la mayoría de los que invadimos el centro somos forasteros que nos disponemos a disfrutar de la novedad de los días sin noche. Es la hora de las cervezas y de degustar en las tascas del puerto, creadas de antiguo por los pescadores y en los restaurantes más refinados, algunos bien conocidos platos, la celebrada sopa de langosta o los guisos de abadejo y bacalao, digamos por ir a lo seguro. Después, desde los espigones, es el momento de disfrutar de un sol aún vivo, un tanto frío, que pronto pasará sin solución de continuidad del poniente al naciente para reanudar su eterno giro aparente sobre nuestro planeta.

La carretera del sureste lleva adosado y siempre a la vista el mar que inunda las costas bajas y se confunde con los lagos y ríos de las desembocaduras. En la margen interior se divisan cascadas de alto vuelo y algunos de los volcanes más conocidos por su actividad reciente y los glaciares que se asoman hasta los pies del viajero. Es un placer, pese a las masas que se agolpan en los puntos estratégicos móvil en mano, en el gesto quizá más universal de nuestro tiempo, acercarse a Reynisfjara y recorrer sus playas de gránulos negros brillantes procedentes de las enormes columnas basálticas circundantes. Reliquias de formas caprichosas se yerguen dentro del mar. Muchas sirven de hábitat para numerosas aves marinas, pero ¡ay! ya no para los tan anunciados y publicitados frailecillos.

La península occidental de Sneffellsnes, al norte de Reykjavic, debe de esconder encantos numerosos. No me fue dado disfrutarlos, tales fueron la furia de la lluvia incesante y la densidad opaca de las nieblas. El propósito de emular al tenaz profesor Lidenbrock, no para descender al centro de la tierra por el cráter del Sneffellsnesjökull según el relato de Julio Verne, sino para palpar sus laderas y observar el cráter nevado que más de una tarde había entrevisto desde Reykjavic, quedó plenamente frustrado. Me tendría que conformar con poder echar un vistazo al pequeño y vistoso Kirkjufell, de 463 metros, el que dicen es el más fotografiado monte islandés.

El norte de la isla, a pocos grados del Círculo Polar Ártico, es una línea de costa quebrada por fiordos profundos, entre ellos el más grande de Islandia, el de Akureyri, la segunda ciudad del país. La belleza radiante de sus pequeñas construcciones de madera que refleja el remanso del fiordo nos habla de pasados tiempos de prosperidad con su importante puerto pesquero y sus industrias, hoy todas en vías de transformación y recuperación. La cercana Siglufjörður, capital del arenque hasta los años 70 del siglo XX, recupera la actividad pesquera después de años de crisis por sobrexplotación, mientras los trabajos y las artes de pesca pasados son exhibidos en diversos museos. Los habitantes de toda esta lejana costa norte están empeñados en revitalizar su tierra, turismo y deportes de invierno aparte, mediante la puesta en marcha de selectivas nuevas empresas –por ejemplo farmacéuticas– o revitalización de las pesqueras, pero también museos, galerías de arte y proyectos de recuperación de la vida tradicional. El paisaje entorno se puebla de granjas que nutren incipientes industrias lácteas. Más al este, en las cercanías del lago Myvatn, prolifera la actividad volcánica en campos sulfurosos, zonas termales o paisajes de lava de formas caprichosas. Desde algunos puertos de la costa Norte se organizan excusiones para avistar ballenas realizando ágiles cabriolas a la hora de tomar aire. Esta es la cara amable de un país, porque la hostil se muestra con la autorización de la caza de estos cetáceos, incluso las especies más protegidas, mediante argumentos de fuerza y desprecio de todas las recomendaciones internacionales. Los intereses del lobby pesquero parecen ser demasiado poderosos. La defensa de sus prerrogativas, como el rechazo a una regulación del sector pesquero que venga de Europa, están en la base de la negativa de Islandia a la entrada en la Unión Europea, planteada varias veces sin demasiada convicción, sobre todo en los años inmediatos a la crisis.

La defensa de sus prerrogativas, como el rechazo a una regulación del sector pesquero que venga de Europa, están en la base de la negativa de Islandia a la entrada en la Unión Europea

Allá donde vaya el viajero encontrará siempre un paisanaje amable, abierto, dispuesto a prestar ayuda, directo, sin cuidado excesivo de las formas, tal vez menos sofisticado que sus parientes del resto de Escandinavia, mirados celosamente desde la isla. Como se acostumbra a subrayar aquí, los islandeses toman el café sin azúcar. A veces parece un pueblo proclive a la desmesura, sobre todo si las cosas se tuercen, en las alegrías como en las depresiones.

Lo que la escritora Alda Sigmunsdóttir denomina “la tierra de la simpatía”, (otros, por su parte, se refieren coloquialmente a los islandeses como “los escandinavos del sur”, otra manera de distinguir a los escandinavos isleños de los continentales), se presenta en la actualidad como tierra de oportunidades para el modo de ser primordialmente pragmático de sus habitantes, amantes del trabajo, de los trabajos habría que decir, porque el recurso al pluriempleo está muy extendido en todo tipo de profesiones y niveles. Esto no es óbice para que siga habiendo excedente de oferta de trabajo, el que no interesa a los nativos, que es cubierto con mano de obra inmigrante. Se dice que hay entre 30.000 y 40.000 inmigrantes, una cifra importante en un contexto poblacional tan reducido. La mayoría son polacos, varones. La integración se presenta difícil, la barrera del idioma parece insalvable, por lo que los extranjeros residentes, si no rechazados, sí pueden sentirse marginados y relegados.

7.- Cabos sueltos 

La Islandia de hoy, según lo comentan sus habitantes y observadores, no está exenta de volver a caer en los errores del pasado. La inclinación hacia el abismo, propia de las edades juveniles, de los individuos como de los pueblos, sigue amenazando. No obstante, los optimistas confían en que el temor a verse involucrados en una crisis económica y moral dolorosa alejaría en estos momentos el peligro.

¿Se habrán hecho en todos estos años las reformas oportunas?, se preguntará más de uno. He ahí una cuestión clave. Las protestas populares, las manifestaciones y caceroladas de los días agudos de la crisis llevaron a la censura popular de los políticos y a la demanda de reformas profundas, la más ambiciosa de ellas la reforma de la Constitución de 1944, nacida hace muchos años con la impronta de las circunstancias del momento, la guerra, la invasión y el peso de la metrópoli. Se llegó a crear una comisión de expertos y políticos, de “voces justas” según la llamaron algunos, se redactó un proyecto con propuestas ambiciosas sobre una división de poderes más real, sobre la regulación de los derechos de pesca como bien nacional, entre otros asuntos. Hoy los papeles del proyecto reformista deben dormir en los cajones de los despachos de muchos parlamentarios. Mientras tanto, los partidos y sus jefes de fila responsables de la crisis volvieron al poder a los dos años y siguen en puestos clave, aunque desde hace un año ostenta la jefatura de gobierno una joven pero experimentada política, líder del partido de la izquierda verde, Katrin Jakobsdóttir, al frente de un gobierno en coalición con partidos de la derecha y del centro. Sus grandes propuestas reformistas tendrán unos claros límites, pese a las innegables capacidades de la jefa de Gobierno. Una sensación de endogamia político–económica que parece venir de muy lejos, desde los tiempos más remotos, y una percepción de continuidad oligárquica en la cúspide de los poderes políticos y económicos parecen dominar resignadamente las conciencias propias y ajenas. 

Manifestantes pidiendo una reforma de la Constitución el día de la celebración de la Independencia de Irlanda, el 17 de junio de 2018. F.N.

Manifestantes pidiendo una reforma de la Constitución el día de la celebración de la Independencia de Islandia, el 17 de junio de 2018. F.N.

¿Y la reforma constitucional? Sigue pendiente, en el recuerdo de unos pocos, entre ellos el Partido Pirata, el único partido que la incluye en su programa. El 17 de junio de este año, el día de la Independencia nacional, se rendía homenaje en el cementerio de Reykjavic, debe de ser tradición, al máximo impulsor de la independencia en el siglo XIX, Jon Sigurðsson. Discursos, bandas de música, himnos y mucho traje nacional patriótico embellecían el acto, como es de rigor. Al final, con los inevitables cientos de móviles registrando el momento, me sorprendió ver instalarse en el mismo estrado, ante el mismo micrófono, a tres personas embutidas en grandes cartelones con eslóganes y consignas tales como “¿Nación independiente? ¿Dónde está nuestra constitución? Pesca y energía, riqueza nacional”. A continuación, con todas las facilidades de la organización del acto oficial, leyeron un manifiesto en el que, como luego me explicaron, pedían la reforma constitucional, prometida y olvidada desde hace casi diez años.

Si sorprende el conservadurismo de la sociedad islandesa en sus decisiones de renovar la confianza política a partidos que han dado muestras de incompetencia y corrupción, si sorprende todavía más la renuencia a la reforma de un texto fundamental con más setenta años de antigüedad, me parece digno de encomiarse aquí el respeto democrático con que fue acogida la manifestación libre de la discrepancia política en día y lugar tan señalados.

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Agradecimientos:

Aunque la responsabilidad de este escrito es de quien lo firma, quiero hacer constar mi agradecimiento por las informaciones y ayuda prestada a las siguientes personas:

Guðbergur Bergsson (escritor); Alicia Gómez Montano (periodista); Aitor Yraola, (profesor, Reykjavik y Bergen); Birna Bjarnadóttir (Universidad de Islandia, Lengua Islandesa); Astvaldur Astvaldsson (Universidad de Liverpool, Lengua española y Antropología); Ángela Romero (escritora); Sverrir Jakobsson (Universidad de Islandia, Historia Medieval); Armand Jakobsson (Universidad de Islandia, Literatura Medieval); Hólmfríður Garðarsdóttir (Universidad de Islandia, Lengua y Literatura española); Elvira Méndez (Universidad de Islandia, Derecho Internacional y Europeo); Heida Björk Sturludóttir (profesora de Historia y guía); Unay Garrigo (licenciado en Derecho, cocinero en Reykjavic); Eric Lluent (periodista, editor de El faro de Reykjavic); Margret Jónsdóttir (Vicecónsul de España en Reykjavic); Anna Kristin Gunnarsdóttir (funcionaria, Casa de la Cultura); Francisco Rojas (Guide to Iceland, atención al cliente); Asmundur Alma Guðúnsson (Partido Pirata). 

Dos libros inspiradores: Alda Sigmundsdóttir, El pequeño libro de los islandeses, Reykjavic, 2017; Michael Booth, Gente casi perfecta. El mito de la utopía escandinava, Madrid, Capitán Swing, 2017.

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Felipe Nieto es historiador y profesor en la UNED, Madrid.

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Autor >

Felipe Nieto

Es doctor en historia, autor de La aventura comunista de Jorge Semprún: exilio, clandestinidad y ruptura, (XXVI premio Comillas), Barcelona, Tusquets, 2014.

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2 comentario(s)

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  1. jose

    Seguramente el british la está castigando (spanking) por aquella revolución fallida que todos quieren olvidar precisamente por ser revolución asfixiada. A no ser que no hayan obedecido alguna orden atlántica.

    Hace 4 años 8 meses

  2. Godfor Saken

    Recomiendo TERRAE, un impresionante libro de fotografías de Islandia, del artista Manel Armengol: http://www.turnerlibros.com/book/terrae-274.html https://www.flickr.com/photos/manel_armengol/albums/72157632759651524

    Hace 5 años 6 meses

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