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El espacio público: ¿libre o neutral?

El principal desafío de nuestras sociedades con relación al tema que nos ocupa es la creciente privatización del espacio público, la conversión de la ciudadanía en meros consumidores, y su vaciamiento de significación y potencial político

Carles Ferreira 22/08/2018

<p>Estelada humana en la plaza de Crist Rei de Manresa el 7 de julio de 2013.</p>

Estelada humana en la plaza de Crist Rei de Manresa el 7 de julio de 2013.

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Hace ya unos meses que una polémica creciente ocupa titulares en los noticieros de Cataluña: la de los símbolos antirepresivos en el espacio público. Centenares de lazos, cruces y otros artefactos amarillos cuelgan de las farolas y de los árboles, se deslizan por las paredes y se tumban en la arena de las playas catalanas. En los últimos dos meses, sin embargo, se han detectado unos 200 casos de incidentes contra estos símbolos políticos, la mayoría de ellos pacíficos –retirar lazos también es una forma de ejercer las libertades públicas– y otros pocos de carácter violento. En ciudades como Canet de Mar, Verges o Mataró grupos de encapuchados con navajas han protagonizado enfrentamientos con activistas independentistas, auspiciados por las arengas del PP y de Ciudadanos. De hecho, el mismo Albert Rivera reivindicó hace unos días una acción contra una pancarta de `libertad presos´ en el ayuntamiento de Reus, retirada por militantes del partido naranja.

Ciudadanos no sería la primera fuerza en Cataluña sin una buena dosis de frentismo: toda distensión política es también, para ellos, distensión electoral

A mi entender, un error en la estrategia del soberanismo –inundar el espacio público de amarillo de forma exagerada quizá genere más anticuerpos que adhesiones– está siendo aprovechado por aquellas organizaciones políticas interesadas en mayores cotas de tensión en la calle. Ciudadanos no sería la primera fuerza en Cataluña sin una buena dosis de frentismo: toda distensión política es también, para ellos, distensión electoral. Por supuesto, las autoridades catalanas son también las primeras interesadas en impulsar la instalación de lazos, enzarzándose unos y otros en una polémica veraniega que va a durar hasta que los juicios de octubre sobre el referéndum aparezcan como nueva fuente de tensión.

La neutralidad es imposible

Los rifirrafes callejeros de quita-y-pon lazos vienen acompañados de una ofensiva ideológica por parte de los líderes constitucionalistas: bajo el mantra de la “neutralidad” del espacio público, han pedido repetidas veces que se retiren los símbolos amarillos tanto de la calle como de los edificios públicos. Esta idea tiene algo de perverso por dos motivos: el primero, porque la neutralidad es políticamente imposible. El segundo, porque saca la política de la calle y de las plazas, que sería sin embargo su lugar natural.

Por un lado, se produce muchas veces una confusión interesada entre la idea de neutralidad y la de oficialidad. En este sentido, no es más neutral la bandera española que ondea en los ayuntamientos catalanes que los lazos amarillos que cuelgan de una farola pocos metros más allá. Es más, en muchos municipios, este segundo símbolo es más representativo de su población y está menos problematizado que el primero. Sostener la neutralidad del espacio público como un valor deseable implicaría la retirada de todos los emblemas políticos, ya fuesen los que produce el Estado como manifestación del llamado nacionalismo banal, como los defendidos por las identidades minoritarias dentro de ese Estado. Es evidente que los líderes constitucionalistas no se refieren a esto.

Si por “neutralidad” entendemos que solo serán válidos los símbolos y las prácticas oficiales del Estado y de su identidad mayoritaria, entonces se está sosteniendo un argumento que me atrevería a calificar de grave: el de una democracia que sólo tolera las manifestaciones políticas que provienen del poder. Algunos autores definen la democracia como un sistema de oposición institucionalizada, o como afirma John Berger, una forma de resistencia que se justifica por la posibilidad de revisar el statu quo. En este sentido, por su carácter minoritario, las identidades periféricas tienen pocas posibilidades de modificar el presente estado de las cosas. Ver socavada su libertad de expresión, aunque en algunos puntos sea de mal gusto, no sería una buena señal para el sistema democrático –dicho sea de paso, tampoco es una buena señal el encierro de políticos pacíficos en las cárceles.

¿Dónde tiene que estar la política, si no?

El hábitat natural de la política es el espacio público. Este aparece como una esfera de libertad respecto de las instituciones y del poder, el sitio donde ciudadanos libres e iguales pueden reunirse, formar movimientos políticos, expresarse e incluso producir ciertos desórdenes como herramienta de cambio social. Esta visión es antagónica a la de aquellos que ven el espacio público como algo planeado, ordenado y previsible: la calle es mía, afortunadamente, pertenece ya a tiempos pretéritos. La concepción democrática del espacio público necesariamente se ajusta a la primera visión, con unos mínimos límites para la convivencia que en ningún caso se han cruzado en la polémica de los lazos amarillos.

Hubo un momento en que lo que ocurría en Cataluña, antes de convertirse en una caricatura de sí mismo, se parecía mucho más al 15M de lo que comúnmente se piensa ahora

Durante los días previos y posteriores al 1 de octubre, muchos catalanes gritaban “las calles serán siempre nuestras”, que lejos de apelar a un Nosotros étnico o excluyente, tenía cierto valor performativo para una comunidad política que quería decidir libremente su futuro –ya fueran, sus integrantes, partidarios o detractores de la independencia. Hubo un momento en que lo que ocurría en Cataluña, antes de convertirse en una caricatura de sí mismo, se parecía mucho más al 15M de lo que comúnmente se piensa ahora.

De hecho, el principal desafío de nuestras sociedades con relación al tema que nos ocupa es la creciente privatización del espacio público, la conversión de la ciudadanía en meros consumidores, y su vaciamiento de significación y potencial político. Sin embargo, esta cuestión no parece preocupar demasiado a los adalides de la Sacrosanta Unidad de la Nación Española. La proliferación de lazos amarillos, más allá de ser excesiva y de molestar a algunos, no es en cambio ni un problema ni por supuesto ninguna ilegalidad. Sí lo es, por cierto –un problema y una ilegalidad–, que comandos ultra se paseen por nuestras calles encapuchados y con navajas, retirando lazos e intimidando a la ciudadanía, amparados por el discurso oficial de la neutralidad.

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Carles Ferreira es profesor asociado de Ciencia Política en la Universidad de Girona. @carlesferreira

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8 comentario(s)

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  1. David

    Exceptuando algún caso, es reconfortante leer comentarios contrarios a la independencia de Cataluña que no se basan en el insulto, sino en el razonamiento intelectual. Creo que ello se debe al hecho de que este artículo se ha publicado en un medio cuyos consumidores son personas con educación y supongo que mayoritariamente de izquierdas. Lo cual me lleva a la conclusión de que probablemente el problema a la hora de juzgar el independentismo sea más bien de enfoque. Insistís en verlo como una cuestión identitaria, cuando debería enorgulleceros, seáis catalanes o no (e independentistas o no) asistir al empoderamiento del pueblo, igual que os satisface asistir a empoderamientos como el feminista. No es una lucha de banderas, es una lucha entre el poder y quien no acepta ser subyugado. Por eso el grito de "Els carrers seran sempre nostres" es justo lo opuesto al "La calle es mía" de Fraga. Éste es un clamor del poder advirtiendo al ciudadano que no es tal sino súbdito. Aquél es una invitación a quién quiera, piense como piense, que las calles deben ser el ágora pública, la cual no debe ser reprimida por instrumentos del poder como la policía (sobre todo cuando las reivindicaciones han sido, son y serán siempre pacíficas). Lo que me lleva a la cuestión del espacio público y los lazos amarillos, donde discrepo en un solo punto con el autor del artículo: para mí, quitar lazos amarillos no es el reverso de la misma moneda de la libertad de expresión que ponerlos, puesto que al quitarlos silencian mi voz y, por lo tanto, mi libertad de expresión se ve coartada. En todo caso, que pongan sus propios símbolos sin quitar los de los demás. Los primeros beneficiados en Cataluña cuando llegue la independencia serán los mismos no independentistas. Se podrán aplicar leyes sociales ahora impugnadas por el TC por el mero hecho de ser catalanas, de modo que su nivel de vida mejorará, y podrán seguir sintiéndose españoles o como les dé la gana sin que nadie les pregunto aquello tan tonto de "qué pone en tu DNI". Los primeros beneficiados fuera de Cataluña serán los españoles. Habrán descubierto que es posible enfrentarse pacíficamente a las arbitrariedades del poder y cambiar las cosas. Quizás el primer paso sea deshacerse de una monarquía postfranquista, por ejemplo. A favor de todo. En contra de nadie.

    Hace 5 años 6 meses

  2. Xose Lois Hermo Parrado

    Interesante artículo, me ha rechinado solamente lo de "Sacrosanta unidad". Yo vería también una "Sacrosanta independencia" por parte de un importante sector de catalanes (y declarado objetivo del President Torra, el presidente del 100% de los catalanes). No me parece lo mismo defender la celebración de un referéndum vinculante (la justa solicitud de ser reconocida abiertamente y tratada como nación) que defender directamente la independencia (una España prácticamente condenada a una derecha eterna, unos charnegos 2.0 finalmente extranjeros y más explotables).

    Hace 5 años 6 meses

  3. Eduardo

    yo creo que la actualización de la pagina web es uno de los mejores metodos de censura existentes hoy en día porque se te carga el discurso más complejo en un santiamen. En fin, abrevio: confundir interesadamente espacio institucional, representativo de todos, con una opción aprtidista, por mayoritaria que sea, es socavar los principios de la democracia. Nada nuevo bajo el sol, se lleva haciendo desde el principio de los tiempos. Los nacionalistas lo denunciaban con razón en la dictadura franquista y ahora lo hacen ellos sin rubor porque es una manera más o menos eficaz de imponerse por la vía de los hechos. Lo que provoca verguenza es que se quiera justificar intelectualmente.

    Hace 5 años 6 meses

  4. Pepe

    D. Carles, se le ve el plumero desde la meseta jajajajjajaa Intentar defender la idea de que unos lacitos en la calle, no hacen mal a nadie es no entender la igualdad y el derecho que tenemos TODOS los españoles de que en esas calles se nos respete, no invadiendola con propaganda política de un solo ideario. Y encima, los compara con que haya banderas españolas en los organismos oficiales... Manda huevos, como dijo aquel...

    Hace 5 años 6 meses

  5. gaspar

    mucho miserable opinando.

    Hace 5 años 6 meses

  6. David GG

    Estimat Carles, permítame refutarle sus respuestas: 1. El Estado español presenta una identidad plural que, en las regiones periféricas, está representada por los órganos de gobierno de esas comunidades autónomas. La Generalitat es parte del Estado y desde su gobierno, los centros de enseñanza o algunos medios de comunicación catalanes se produce un relato de nacionalidad. Como usted mismo reconoce. En este caso el relato insiste en las diferencias y es más excluyente que compartido. Pero es el Estado español quien produce ambos relatos. ¿Cuál es la actitud de los estados de nuestro entorno (Francia, Alemania, Italia…) respecto a sus identidades periféricas?- 2. Mostrar enseñas o símbolos no oficiales como los aludidos es reflejo de una actitud de oportunismo vacua (también se hace con clubes de fútbol victoriosos, visitas vaticanas, etc.) tolerada por ser aparentemente inofensiva. Cataluña tiene su bandera oficial que se muestra junto a la española, la europea y la local si es el caso. ¿Qué significa la estelada respecto a la senyera en términos de inclusión-exclusión?- 3.Sus hipotéticas cuentas consideran que el resto de la población del Estado estaría en contra de la propuesta de independencia. No tiene por qué ser así, se trata de argumentar y convencer de sus bondades a una mayoría por las vías legales. El resto de españoles no serían tan obtusos de rechazar algo que fuera conveniente. En otros estados, como los citados anteriormente, esta cuestión también se ha resuelto democráticamente con sentencias judiciales categóricamente opuestas a cualquier pretensión independentista. Por cierto, un apunte respecto a la proporción poblacional: Esos 7 millones frente a 47 (15%) es un dato variable; en el pasado fue menor (apenas un 8% en el censo de 1787 de Floridablanca) y se ha duplicado en dos siglos, lo que no está mal para una región oprimida. Si se mantuviera la tendencia, las previsiones para los independentistas serían halagüeñas.- 4. Lo de “las calles serán siempre nuestras” es como lo de Fraga, una pretendida apropiación de lo público que usted, quizá por pertenecer a ese “nosotros”, no perciba. ¿Quién se queda fuera de ese “nuestras”? Se lo diré sucintamente: Yo, por ejemplo.

    Hace 5 años 7 meses

  7. Carles Ferreira

    Apreciado Javier, Permítame una breve respuesta a sus reflexiones: 1. El Estado dispone evidentemente de una identidad mayoritaria -que sí, podríamos llamar la "española" si usted quiere- que muchas veces entra en tensión con las periféricas, de ahí la polémica. Des del gobierno, los centros de enseñanza o los medios de comunicación se produce un relato compartido de nacionalidad, basado en una lengua -la castellana-, unos símbolos -la bandera rojigualda, por ejemplo- o una historia y mitos compartidos -de los Reyes Católicos a la Constitución de 1978-. Esto lo hacen, por otra parte, todos los Estados -y las regiones con autogobierno como Cataluña también lo hacen-. Constato simplemente una realidad. 2. El 8 de marzo se suelen colgar banderas feministas en muchos "espacios de representación del Estado", o banderas LGTBi el 28J, que por otra parte me parece muy bien. El caso es que estos símbolos no generan controversia y son plenamente aceptados. No es el caso de aquellos símbolos que discuten las propias bases del Estado, como su integridad territorial. Estoy seguro, en este sentido, que el día en que haya una conciencia animalista fuerte y generalizada muchos ayuntamientos colgarán el símbolo pertinente en el día señalado a tal efecto, y no ocurrirá nada. 3. Las identidades periféricas pueden "jugar" a decidir sobre políticas concretas, pero no pueden negociar quién tiene la capacidad de decidir sobre estas decisiones. Me explico: aunque el 100% de catalanes y catalanas pidieran la independencia -espero que no ocurra nunca, el pluralismo siempre es una virtud-, ésta seguiría siendo imposible porque 7 millones de personas serán siempre minoría dentro de un Estado de 47. Por tanto, revisar el statu quo -la integridad territorial 'vigente' de España- les es imposible. En otros lugares como Escocia o Quebec se ha solucionado democráticamente esta cuestión, aquí no hemos tenido esta posibilidad.. 4. Lo de "las calles serán siempre nuestras" lo contrasto precisamente con "la calle es mía, de Fraga". Este "nuestras" es la sociedad civil pidiendo un referéndum frente al poder de un Estado que lo niega. Vamos, esta es mi visión.

    Hace 5 años 7 meses

  8. Javier RP

    Afirma el autor "Si por “neutralidad” entendemos que solo serán válidos los símbolos y las prácticas oficiales del Estado y de su identidad mayoritaria [...]" Evidentemente en el espacio de la "representación del Estado" -sus edificios públicos, sus actos, ceremonias...- sólo deben ser válidas esas prácticas "oficiales" porque, por definición, el Estado no posee una "identidad mayoritaria" -al menos desde una concepción tan elemental como la weberiana- Quizá estemos excluyendo a los Animalistas en la representación simbólica de la Generalitat, pero es lo que toca. Continúa el autor "por su carácter minoritario, las identidades periféricas tienen pocas posibilidades de modificar el presente estado de las cosas." Quizá haya que recordarle al autor el peso determinante que las "identidades periféricas" han tenido en el juego político español (ello sin entrar a considerar cuál es la "identidad central" que el autor está creando tácitamente: la "española" supongo, si es que algo así existe). Remata el autor " [...] muchos catalanes gritaban “las calles serán siempre nuestras”, que lejos de apelar a un Nosotros étnico o excluyente, tenía cierto valor performativo para una comunidad política que quería decidir libremente su futuro". Sería interesante que aportara los argumentos que sostienen esa tesis. Para los que tenemos cierta edad, la apropiación de la calle nos trae a la memoria a Fraga Iribarne: tampoco apelaba éste a un Yo étnico o excluyente. Más bien nos quería dejar claro otra cosa, ¿quizá la misma que esos catalanes -entre los que el autor suma, con alegría, a partidarios y detractores de la independencia?

    Hace 5 años 7 meses

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