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Tribuna

Género sin feminismo

No es posible entender qué sucede en la esfera productiva sin ver qué está sucediendo en la esfera reproductiva

Paula Moreno / Alberto Tena 11/04/2018

Pixabay

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Hace algunos días se publicaba en CTXT un extenso artículo que, a grandes rasgos, venía a cuestionar la manera en la que hasta ahora se ha hablado de la brecha salarial. A partir de una crítica a este otro artículo de eldiario.es, se cuestiona el hecho de que se pueda decir que existe “discriminación” de las mujeres, en tanto que mujeres, en el mercado de trabajo. Haciendo hincapié en la complejidad de la información que nos transmiten los datos, la autora pone en duda una idea central: la brecha salarial es un síntoma de una desigualdad estructural entre hombres y mujeres derivada del valor desigual que damos a los roles de género y a la propia división sexual del trabajo. Esto es, según el feminismo, la causa que estaría generando una discriminación sistemática de las mujeres en toda la sociedad y que observamos en el mercado de trabajo a través de lo que denominamos brecha salarial. La autora se dirige directamente a poner en cuestión esta relación causal, buscando otras explicaciones.

La autora juega con el modelo del mercado de trabajo y sus conceptos, pero sin incorporar ni una sola herramienta de las que ha desarrollado la economía feminista

La idea que trataremos de desarrollar en este artículo es que los cuestionamientos que se hace la autora provienen esencialmente de tratar de analizar el género como un variable que es posible controlar independientemente de las otras variables que la rodean, es decir de su contexto institucional o de relaciones sociales. Esto es un sesgo en el análisis que proviene de utilizar el acercamiento ceteris paribus propio de la economía ortodoxa. La autora juega con el modelo del mercado de trabajo y sus conceptos, pero sin incorporar ni una sola herramienta de las que ha desarrollado la economía feminista; esa rama de la economía crítica que lleva décadas preguntándose sobre los determinantes de la brecha salarial entre hombres y mujeres y que parte del presupuesto de que solo con un cambio radical de paradigma epistemológico en la ciencia económica clásica es posible comprender las causas de esta brecha. Para aclararnos, la brecha salarial existe y en eso tendríamos un consenso, el debate consistiría en indagar sobre sus causas y esto no es baladí porque afecta directamente al problema de fondo sobre qué políticas públicas son las más deseables para acabar con las desigualdades de género en el mercado laboral.

La ausencia de este enfoque en el análisis, como si se pudiera analizar la realidad en sí misma sin marcos teóricos que sostengan las relaciones entre variables, termina obligando a la autora a repetir el mantra de la economía tradicional: las diferencias en los salarios se explican por diferencias en la productividad. Incluso si seguimos el modelo neoclásico, este marco analítico es inconsistente y poco rentable analíticamente. La discriminación del entorno y los roles de género de la sociedad patriarcal serían causas que median entre los comportamientos y los incentivos y por lo tanto en todo caso estarían también en el origen último de la productividad.

El análisis de la brecha de género se reduce a una cuestión de productividad

En este modelo que presenta el artículo sólo se analizan las causas inmediatas y no las causas últimas, que es lo que trata de discutir en el fondo este artículo. Se presenta a la economía como una esfera separada del poder, de la política pública y de los roles sociales (definidos como “estereotipos”). El análisis de la brecha de género se reduce a una cuestión de productividad entre sexos en el mercado de trabajo. Las condiciones de partida no cuentan, las decisiones legítimas tomadas por las mujeres y hombres sobre cuidados y reproducción son parte del problema de su baja productividad. Las razones de que un empresario decida pagar menos a Susan Sarandon que a Gene Hackman no tiene que ver con su diferencial de talento (o productividad), ni siquiera con su capacidad de atraer a más o menos público. Simplemente con el hecho de que Gene Hackman tiene mayores oportunidades en guiones para hombres de su edad, y con que las mujeres de la generación de Susan Sarandon no tenían guiones con historias protagonizadas por mujeres maduras. Es decir, el coste de oportunidad (el riesgo de dejar plantado al estudio) de Susan Sarandon era menor, y por tanto también lo era su salario de mercado. Su caché era independientemente de su talento (productividad). En otras palabras, aquí estamos hablando el poder y la capacidad de negociación que otorga el contexto a cada uno de ellos.

¿La elección de las mujeres de tener hijos y cuidarlos o dedicar tiempo a la familia o compartirlo con los hombres debería cambiar quizás con una mayor formación? La evidencia muestra que solo una parte de la brecha salarial se puede reducir cambiando la brecha formativa. Esto ha ocurrido en España, donde la brecha se redujo en el pasado y actualmente la convergencia se ha completado y superado, existiendo un mayor nivel educativo de las mujeres en relación a los hombres. Las repercusiones sobre la brecha salarial a favor de las mujeres han sido positivas pero moderadas. De hecho, la brecha salarial se ha incrementado en los grupos de edad más jóvenes (también entre mayores) durante la crisis.

Todos los datos muestran claramente cómo la brecha salarial se sigue incrementando con el primer hijo y se amplía en los siguientes años. La percepción de los empresarios sobre la profesionalidad futura de las mujeres y su dedicación al trabajo limita sus ascensos y las mejoras salariales, todavía hoy, de forma significativa: los hombres siguen sin tener hijos aparentemente. La Comisión Europea ha publicado un estudio recientemente avisando de que esta relación entre salarios y productividad está cada vez más lejos de ser cierta, ni siquiera para el mercado laboral en su conjunto, en nuestro país estos últimos años. Aún así, podemos resumir que la principal conclusión del artículo es la siguiente: la brecha salarial, en sí misma, es más pequeña de lo que pensábamos y la causa principal de esa brecha es que la actividad laboral de las mujeres se concentra en sectores poco productivos.  

La primera lección que ha dado la economía feminista a la ciencia económica ha sido precisamente que no es posible entender qué sucede en la esfera productiva sin ver que está sucediendo en la esfera reproductiva. Y además, a pesar de que para la autora “los atributos y preferencias de uno u otro sexo” sean aspectos “muy difíciles de medir y, por lo tanto, no podemos saber con exactitud qué papel juegan”, tenemos indicadores que permiten medir qué pasa con el trabajo en esa esfera: son las encuestas del uso del tiempo, que nos permiten conocer las actividades y los comportamientos que desarrollan los individuos y su distribución en el tiempo; tanto respecto al trabajo, al uso del transporte, a las actividades de ocio como a los hábitos de consumo.

Así podemos ver que la significativa diferencia entre hombres y mujeres en términos de participación en el mercado laboral y en el salario está causada por las dificultades que las segundas tienen para combinar vida familiar y vida profesional. La última encuesta de usos del tiempo que disponemos es de 2009-2010, y señala que los hombres ocupados dedican 8 horas y 19 minutos al trabajo remunerado mientras las mujeres pasan 6 horas y 55 minutos. Respecto al trabajo doméstico, vemos que los roles se invierten y que las mujeres dedican 3 horas y 46 minutos al día frente a las 2 horas y 21 minutos que dedican los hombres ocupados. Esta diferencia en la distribución del tiempo tiene efectos evidentes en la presencia de las mujeres en el mercado laboral. Las mujeres asumen mucho más trabajo doméstico, por lo que no pueden en muchos casos acceder, aunque lo deseen, a jornadas completas, y tienen que optar por jornadas parciales. A estas alturas nos resulta sorprendente que no se mencione ni una sola vez, que para explorar las causas de la brecha salarial es necesario adentrarse en lo que sucede en el interior de las familias. Desde este punto de vista, paradójicamente, la autora podría estar contribuyendo a perpetuar la brecha salarial, ya que mantiene totalmente invisibilizada en el análisis la esfera reproductiva. Esto no es una acusación, sino una advertencia: cuidado con pensar que el feminismo ha venido a trastocarlo todo menos el conocimiento académico y económico que quedaría a salvo como saber neutral y científico. No es así. Cuando las feministas decimos que lo personal es político, apropiándonos la frase de Kate Millet, es justamente para sacar a la luz como problema político todo lo que queda en la esfera reproductiva. Y por eso pedimos que la búsqueda de la soluciones al reparto desigual de los tiempos sea conjunta y universalizable.

Como explicábamos en un artículo publicado en este mismo medio hace poco más de un año, introducir el feminismo a la hora de analizar los datos de brecha es fundamental para comprender sus causas y la relación que tienen con muchos otros problemas. Por ejemplo, comprendiendo el lugar estructurador de la economía que tienen los roles sociales y la división sexual del trabajo se entiende cómo la brecha salarial tiende a mantenerse al perpetuar modelos donde el salario femenino es un salario complementario. Como ella cobra menos, entonces es mejor que se quede en casa cuidando a los hijos e hijas o a las personas mayores ya dependientes. Los hogares, como demostró Amartya Sen ya en los años 90, no son unidades armónicas, sino espacios de conflicto y negociación permanente que son interdependientes de lo que sucede en el mercado de trabajo. Y lo mismo sucede al revés, la pobreza femenina es determinante para entender dinámicas de violencia económica dentro del hogar. Del mismo modo, es lo que explica lo que sucede como reflejo en la brecha en las pensiones. Es completamente diferente decir que las mujeres tienen menos pensiones porque han sido menos productivas que decir que el sistema de pensiones está pensado para poner en valor exclusivamente un tipo de trabajo. No es lo mismo considerar lo que se ha venido llamando en la economía feminista segregación vertical y horizontal del mercado de trabajo como un problema estructural y por lo tanto de discriminación, que entenderlo como un problema que distribuye cualidades masculinas y femeninas de manera en que casualmente las femeninas terminan en trabajos menos productivos e intensivos.

El género no puede ser simplemente una variable más para mezclar con el modelo que queremos analizar

Es fundamental que aprendamos a hacer análisis de una realidad desigual desde el mainstream de género y con una perspectiva feminista. Es una herramienta clave sin la cual los análisis quedarán siempre pobres, y a la hora de implementar políticas públicas no estaremos enfocando nunca el problema en su conjunto. El género no puede ser simplemente una variable más para mezclar con el modelo que queremos analizar. Ha de ser una herramienta en sí misma de análisis transformadora. Si no analizamos las jornadas parciales, las bajas maternales, los salarios más bajos, las pensiones mínimas, los suelos pegajosos y los techos de cristal con una mirada feminista y desde la economía feminista, no seremos capaces de planificar un mercado laboral más justo y equilibrado y un Estado de Bienestar funcional a todos los tipos de trabajos que necesitamos para nuestro bienestar. Debemos pensar en un modelo de relaciones laborales donde las mujeres se puedan incorporar en igualdad de condiciones al mercado de trabajo y al resto de la vida pública; y para ello, es fundamental que los hombres, las empresas, las administraciones públicas y la comunidad asuman su parte en la responsabilidad con la ingente tarea que es el mantenimiento de la vida. Aún queda mucho que investigar y que explorar en esta dirección, pero para ello el primer paso es que la ciencia económica, en su propia retórica, deje de invisibilizar de manera sistemática la ingente actividad humana que se da en todo lo que se ha denominado trabajo de cuidados. Después del 8 de Marzo han cambiado muchas cosas en este país, y que no quepa ninguna duda: la economía es una de ellas. Nunca más análisis de la realidad económica de un país sin tener en cuenta qué sucede con el trabajo reproductivo.

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Paula Moreno es economista y feminista. Miembro de la Secretaría de Economía de Podemos.

Alberto Tena es politólogo, especialista en políticas públicas y sociales.

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