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Todas las generalizaciones son falsas, incluida esta.
Mark Twain
Dicen que los gallegos caemos simpáticos, pero eso es tan cierto como la enorme audiencia que tenían los documentales de La 2 hasta que aparecieron los audímetros. En realidad, ustedes y yo lo sabemos, tenemos fama de raros, no demasiado espabilados –dejémoslo ahí– y en los escasos casos contrarios, listos, pero no inteligentes. No hay más que repasar los clásicos del Siglo de Oro, o el diccionario de la RAE hace no tanto. Incluso Luís de Camões hablaba en Os Lusíadas, de "galegos, duro bando", pese a que sus antepasados lo eran. Sabemos lo que parecemos porque estamos todo el día haciéndonos las preguntas clásicas que se hacían Siniestro Total en Menos mal que nos queda Portugal: Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Estamos solos en la galaxia o acompañados? Y nos da lo mismo, porque ya en el himno –el único del mundo que empieza con una pregunta, y además sobre qué dicen los árboles– reza que "non nos entenden, non". Lo que nos molesta es que no reconozcan el carácter pionero de la política gallega. No hace falta ninguna Magic Town que prediga los resultados electorales o las tendencias políticas. Lo que pasa aquí, pasará, más temprano que tarde, ahí.
En una de las obras de Chévere, un grupo de gamberros que se llevaron el Premio Nacional de Teatro en 2014, un Miguel de Lira caracterizado, pese a la diferencia de tamaño, como Juan Manuel Sánchez Gordillo, viajaba a Ferrol para enseñarle a los sindicalistas del naval como hacer la revolución desplumando supermercados. Después de la experiencia formativa, resolvían que la estrategia más adecuada no era la revolución, sino la devolución: derribar el sistema a base de continuas devoluciones en los centros comerciales, aunque desgraciadamente hubiese que pagar las bolsas. Pues en la historia reciente de España pasa lo mismo.
Por remontarnos al pleistoceno de la Transición, en Galicia fue en el primer sitio donde AP dio el sorpasso a UCD. Manuel Fraga, una vez confinado al exilio del noroeste, fue el primero de los tiranosaurios –o el único– del franquismo que se apeó un poco de la burra ideológica, y en vez de intentar que el país se pareciese a él, asumió que era él y su partido los que se debían parecer al país, hasta que las maneras de Aznar y los años (los de Fraga) le deshicieron el tenderete. También aquí, en las elecciones autonómicas de 2012, se constituyó algo llamado Alternativa Galega de Esquerdas (AGE), una coalición de los escindidos del BNG encabezados por Xosé Manuel Beiras, grupos independentistas y Esquerda Unida, que de la nada pasó a ser la tercera fuerza en el Parlamento gallego. Dos años después, el jefe de campaña de AGE que había aportado IU, Pablo Iglesias Turrión, promovía Podemos y sus coaliciones/confluencias. No lo vean como un aviso a navegantes, o sí, pero los líos internos de AGE acabaron con ella antes que finalizase la legislatura y se transformó (o no, hay teorías) en En Marea.
En la misma época, pero en la otra acera ideológica, UPyD era la estrella emergente en el firmamento estatal. Debería haber reparado que en Galicia su mayor logro fue un concejal en Baiona (que tampoco acabó la legislatura). No es por señalar, pero Ciudadanos no tiene ahora mucha más representación. Volviendo atrás y sin cambiar de acera, en 2009, cuando nadie daba un duro por Mariano Rajoy como candidato del PP a la presidencia, con Esperanza Aguirre haciendo de Cersei Lannister, fue Alberto Núñez Feijóo quien le salvó la cabeza ganando por sorpresa la presidencia de la Xunta. Lo hizo inaugurando dos métodos que quizá les suenen: la apuesta descarada y beligerante de los medios, más allá de los tradicionales apoyos de las líneas editoriales, y el todo vale.
Los medios airearon valientemente la corrupción de la Xunta de coalición PSOE y BNG: la renovación del despacho presidencial había salido por un pico y se habían comprado unas sillas muy caras. Tirando la casa por la ventana, se habían feriado varios Audis, uno de ellos blindado (la mayoría se adquirieron durante el gobierno de Fraga, y el propio denunciante, en su calidad de vicepresidente, los había usado, pero en fin). Valió también la foto del vicepresidente nacionalista en el yate de un constructor que dos años más tarde resultaría adjudicatario (él y otros, claro) de unas concesiones eólicas que después resultaron ser legales. Una muestra de tener valor, sabiendo Feijóo como sabía que, en materia de fotografía náutica, él tenía otra anterior con un narcotraficante en situación de bastante más intimidad.
El tercer elemento pionero fue la alarma de la imposición del gallego, de la que Fraga –estamos hablando de Fraga Iribarne, por mucho que visitara a Fidel Castro y a Gadaffi–no solo no se había dado cuenta, sino que había refrendado en una ley adoptada por consenso. Una de las excusas fue introducir en un tercio de las materias la enseñanza en inglés –cuyos profesores lo saben, o no– medida que después adoptaron en Valencia y en Madrid. Lo del castellano como especie lingüística en extinción es ahora de nuevo tendencia en la moda político-mediática. Ya saben, si quieren saber qué va a pasar, permanezcan atentos a esta pequeña pantalla. Llega el dolor.
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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