BREXITEANDO (I)
¿Un segundo referéndum?
Es improbable que se convoque una nueva consulta sin un cambio de gobierno, ya sea por implosión del actual o por unas nuevas elecciones
Santiago Sánchez-Pagés Londres , 24/01/2018

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La semana pasada Nigel Farage, el político británico más parecido a Esperanza Aguirre y a las cucarachas por su capacidad de supervivencia dejó al Reino Unido y parte del extranjero boquiabierto al afirmar en un programa televisivo que consideraba una buena idea que se celebrara un segundo referéndum sobre la permanencia del país en la UE. El presentador no pudo evitar soltar un elocuente “¿otro referéndum?” antes de sumirse en el estupor más profundo. El exlíder del UKIP no tardó en justificar su respuesta: un nuevo referéndum acallaría a los que se protestan sobre el Brexit y sus consecuencias, los llamados remoaners (que podríamos traducir por “requejicas” en un juego de palabras con remainers, los partidarios de permanecer en la UE). “Un segundo referéndum callará todas esas voces y mandará a Tony Blair por fin a la oscuridad,” concluyó (seguramente quiso decir “a la papelera de la historia” pero la frase estaba ya cogida). ¿Qué trama Farage? ¿Habla en serio? ¿Ha perdido el oremus? ¿Ha vuelto a las andadas con la cerveza? ¡Hola! Les escribe el reportero más dicharachero de CTXT a esta orilla del Canal de la Mancha, inaugurando una serie de entradas sobre el Brexit que llevará el título de Brexiteando, y en las que me comprometo a contarles el culebrón político y social que le espera a Reino Unido de aquí a marzo de 2019, fecha en la que, se supone, se consumará el Brexit.
Dicen que las vacas son las más interesadas en que los humanos sigan comiendo carne. Algo así puede que explique la ocurrencia de Farage: el UKIP es un partido monotema condenado a desaparecer una vez el Reino Unido salga de la UE. Farage es además eurodiputado. Alargar el asunto con un segundo referéndum prolongaría unos cuantos meses su vida política y la de su partido, en encefalograma plano desde las elecciones de mayo. Aun así, resulta sorprendente que Farage haya recogido el guante lanzado por Tony Blair. El ex primer ministro salió de su ataúd una vez más hace unas semanas para proponer la celebración de un nuevo referéndum en el que los ciudadanos británicos tengan la oportunidad de ratificar o no el acuerdo final de separación entre la UE y su país. Propuesto por uno o por otro, no está nada claro cuál sería el resultado de esa eventual consulta. En octubre, los sondeos dieron por primera vez ganadora a la opción de permanecer en la UE. Poco a poco, va aumentando el porcentaje de británicos que responde en las encuestas que la salida de la UE será negativa para el país. Pero el ritmo de ese cambio de opinión es muy lento, pese al serio deterioro del poder adquisitivo que están experimentando los trabajadores: la inflación en 2017 llegó a casi 4%, el doble del objetivo del Banco de Inglaterra, sobrepasando así el pírrico incremento en los salarios nominales. Mark Carney, el gobernador del Banco, pronto habrá de dar explicaciones en el Parlamento sobre el asunto.
Una hipótesis más sensata es que Farage quiere movilizar a los brexiters, que perdieron por completo la iniciativa política desde el batacazo de los conservadores en las elecciones anticipadas. El Gobierno de Theresa May es ahora mismo más inestable que un flan encima de un pastel de gelatina. Se encuentra partido por las luchas internas entre los que buscan una oportunidad de medrar en el Brexit duro (sí Boris Johnson, te miro a ti) y los que tratan de contener y limitar los daños, como el ministro de Hacienda, Philip Hammond, un tipo tan anodino como inteligente que sabe perfectamente que el país se disparó al pie con el resultado del referéndum de 2016.
El campo contrario ha ido acumulando victoria tras victoria política pese a que no tenga un líder claro ni a que exista una mayoría (aún) en favor de revertir el resultado del referéndum. En diciembre, los remainers obtuvieron su éxito más rotundo hasta el momento gracias al voto de 11 diputados conservadores que, por convicción democrática, votaron en contra de su partido (lloro al escribir esta frase pensando en el Parlamento español) consiguiendo así que se aprobara una moción que obliga al Gobierno a someter a votación en la Cámara de los Comunes el acuerdo final con la UE. El shock fue tal que, al día siguiente, el tabloide Daily Expressno dudó en acusarles de haber allanado el camino a la llegada de “una Gran Bretaña marxista.” Sin embargo, a día de hoy, no se sabe muy bien qué sucedería en el caso de que el acuerdo con la UE no fuera ratificado en esa votación. ¿Una renegociación con Bruselas? ¿Un Brexit duro? ¿Un segundo referéndum? Lo que sí es seguro es que Theresa May tiene hoy un margen de maniobra aún más estrecho que tras las elecciones. Es probable que Farage haya reaccionado contra esa desmoralización y haya intentado arengar a los suyos con una propuesta tan absurda, al menos salida de su boca.
Es improbable que se convoque una nueva consulta sin un cambio de gobierno, ya sea por implosión del actual o por unas nuevas elecciones
Pero entonces, ¿cuán probable es ese segundo referéndum? Ahora mismo es muy difícil saberlo. Es improbable que se convoque una nueva consulta sin un cambio de gobierno, ya sea por implosión del actual o por unas nuevas elecciones. Ahora mismo Theresa May continúa en el poder solo por miedo de su partido a los laboristas. La primera ministra es un cadáver político que sabe que la pifió al convocar elecciones anticipadas, y que por devoción al partido ha resuelto permanecer en el puesto para recibir todos los golpes que le propinen. Que han sido y están siendo muchos. Cada decisión suya la muestra más perdida e impotente. Pero al menos aún puede decidir. Si hubiera elecciones mañana, los laboristas tendrían bastantes opciones de victoria. Por eso mismo, es difícil que la primera ministra convoque elecciones y que ese segundo referéndum se produzca.
¿Qué piensan los laboristas al respecto? El partido sigue navegando en la ambigüedad y la tibieza. Ya sea por cálculo o porque Corbyn es un conocido euroescéptico. No abandera la permanencia en la UE porque sus bases trabajadoras no lo quieren. Corbyn representa la toma del laborismo por las clases obreras, y por eso ha espantado a la inteligentsiay a los académicos, que han ido a sumar sus modestos números, pero su gran influencia mediática, a los liberales demócratas, de momento con poco efecto. Sus temas de combate se centran en cuestiones más tradicionales como la crisis del sistema de salud. Sin embargo, los laboristas buscan obligar al Gobierno a que realice un estudio del impacto económico del acuerdo que se negocie con la UE y a que este se haga público antes de la esperada votación en la Cámara de los Comunes.
Esta línea de ataque tan oblicua podría tener más efecto en las bases laboristas que una súbita eurofilia. Los conservadores han reconocido no haber encargado ninguna evaluación del impacto de la salida de la UE. Es evidente por qué, especialmente en un país donde se practica este tipo de estudios con todo tipo de normativas (lloro otra vez al pensar en la casi total ausencia de evaluación de políticas públicas en ya-saben-donde): El gobierno sabe que los números le son desfavorables, es más, que son terribles. Y no solo eso. El Brexit constituirá un shock negativo más intenso en las regiones del norte de Inglaterra que son las que apoyaron el Brexit de forma mayoritaria. Un informe que calcule los costes de salir de la UE a solo unos meses de que el Brexit se produzca podría decantar del todo la balanza. O no. Seguiremos informando.
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Santiago Sánchez-Pagés es profesor de economía en la Universidad de Barcelona. Hasta 2015 fue también profesor en la Universidad de Edimburgo.
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Santiago Sánchez-Pagés
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