reflexiones de una lectora de best-sellers, I
¿Es éste un buen lugar para hablar de los “best sellers”?
Leonor S. Martin 20/01/2018
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Empiezo a escribir con el temor en el cuerpo, como si estuviera a punto de decir Jehová, es decir, de morir lapidada. Hablar de best-sellers en según qué foros se me antoja un deporte de riesgo. Y sin embargo, me parece que puede tener sentido hacerlo. Debatir, aclarar algún término, quizá tender algún puente.
Mi primera reacción al pensar en escribir sobre ellos fue ponerme ácida, sarcástica, levantar la ceja. No sé qué instinto catalizaba mi reacción, pero mi primer impulso era clarísimo: debo hablar mal de estas novelas.
Pero resulta que trabajo como lectora editorial (adivinen qué tipo de libros publican los sellos para los que leo) y que coordino un taller de escritura (adivinen de qué tipo de novelas), y además intento ser una persona leal, y también coherente. Así que me descubro a mí misma inventándome argumentos de todo tipo, incluso falsos, para organizar una buena defensa del género.
Por suerte caigo en la cuenta a tiempo de que esto no es ningún tribunal. Suena bastante ridículo pensar siquiera que una tiene poder para defender un género que se defiende por sí solo: basta echar un vistazo a la apabullante realidad de su existencia en ciertas librerías.
No voy a meterme en jardines que me sobrepasan, como definir qué es Literatura, o cultura. Fíjense que yo misma, en lo poco que llevo escrito, ya he divorciado a los best sellers (en adelante, BS) de la Literatura. Pero partiré de la base de que la Literatura es algo mucho más grande que los gustos y tendencias de los escritores mismos, de los críticos, incluso de los lectores. Parece que nos empeñamos en hacerla pequeña al querer encajarla cada uno en su horma. Me viene al pelo aquí, lo que no hace tanto dijo el último Nobel de Literatura, Kazuo Ishiguro, en su discurso de aceptación del premio: “Debemos poner mucho cuidado en no resultar en exceso estrechos o conservadores en nuestra definición de lo que es la buena literatura”.
El quid de la cuestión puede que esté en el adjetivo "buena". Entiendo que para poder calificar a una novela de buena o mala convendría definir unos estándares previos de calidad literaria, aplicables a los géneros populares o mainstream. También para empezar, estaría bien señalar las características literarias de este género, más allá de sus cifras de ventas. Matizar estos aspectos y aplicar los resultados al estudio de las novelas en concreto nos procuraría, creo, bastantes sorpresas. Para empezar, la de que el género extiende sus tentáculos a sellos y obras que, a priori, no se consideraban parte de la familia. También – no oculto que soy optimista y algo ingenua– que las fronteras marcadas por los prejuicios desdibujan los límites del género BS y chocan con la realidad: el éxito es caprichoso y a veces encumbra obras cuya calidad algunos aceptan a regañadientes, o cuyo justo reconocimiento incluso escatiman. Quizá los BS no existan, y sólo nos quepa hablar de buenas y malas novelas.
Así pues, y por ir entrando de una vez en esta escurridiza materia, parece que hay dos puntos centrales en este debate: la calidad y el dinero.
A mi juicio la calidad literaria, el rigor de una narración, puede establecerse con criterios bastante objetivos, cuasi-científicos. Tengo la fantasía de que llegará un día en que se podrá pedir la devolución del importe de una novela cuya mala calidad pueda justificarse con argumentos objetivos, y no sólo con opiniones. La calidad puede observarse en el empleo básico de la técnica general (aspectos como, por ejemplo, el manejo del punto de vista o de la temporalidad), pero siempre de dentro a fuera. Es decir, que su análisis debería realizarse desde la comprensión del contenido de la obra. Es la historia en sí la que pide la forma de ser contada. Otra cosa es que el escritor posea la habilidad, el talento o la paciencia para dar en el clavo. Y otra más que el crítico la mida con raseros que no le corresponden y, en base a ellos, emita sentencias torcidas.
Tengo la fantasía de que llegará un día en que se podrá pedir la devolución del importe de una novela cuya mala calidad pueda justificarse con argumentos objetivos
Parece lógico concluir que en una novela de aventuras o en un thriller, por ejemplo, resulta tan inconveniente —al menos a priori—incluir grandes digresiones filosóficas, escritas con sintaxis muy compleja y léxico elevado, como acciones deslavazadas, realizadas a tontas y a locas por agentes sin ningún propósito ni humanidad pero, eso sí, con gran velocidad y efectos especiales.
Abogar por la calidad de las novelas iría antes en la línea de evidenciar esos fallos y, por así decirlo, subir el listón “educando criterios”, que de erradicar géneros enteros (los géneros que a la gente más les gusta leer, encima), como he oído decir con triste frecuencia.
¿No sería entonces responsabilidad de los gestores de la literatura –autores, editores, críticos…– que se pasearan por el mundo ciertas obras indecorosas?
Suena de una candidez abrumadora, lo sé, pero ¿no sería mejor para todos que la distinción desapareciera y la Literatura, en lugar de expulsarlo de su seno, abrazara al género BS y procurara contribuir a mejorar su calidad, a reforzar sus vínculos, desde las herramientas de las que dispone?
Cabría preguntarse qué sentido tiene, hoy por hoy, hablar de BS, de mainstream, desde páginas dedicadas a la crítica literaria o cultural, o desde este Ministerio. Es una obviedad que los prescriptores naturales de estas novelas no se hallan en tales lugares, sino más bien entre los compañeros de trabajo, en la familia, en las redes sociales. No parece fácil que el lector habitual de BS oriente su siguiente lectura en función de las críticas de ningún suplemento literario. Pero, claro, tampoco se les ha ofrecido esa posibilidad real, me temo.
Es muy probable que al lector de BS le dé igual la calidad literaria de la novela de moda. Pero dudo mucho que rechazara una novela porque estuviera bien escrita. Quiero decir que estoy convencida de que muchos lectores defienden ciertas novelas, indefendibles desde lo literario por su escasa calidad compositiva, porque son las únicas que abordan temas que les interesan, con unas formas que ellos pueden entender, o incluso sentir. Y eso les hace perdonar los defectos de forma, soslayarlos, o no reparar en ellos siquiera. ¿No hemos oído mil veces aquello de “como novela no es muy buena, pero…”?
Es muy probable que al lector de BS le dé igual la calidad literaria de la novela de moda. Pero dudo mucho que rechazara una novela porque estuviera bien escrita
Esa lectura ingenua les reporta disfrute, los entretiene y, muchas veces, les hace pensar. Y sentir. También refuerza su sentido de pertenencia a un grupo, y nutre su imaginario con referencias comunes. ¿No busca esto también, entre otros objetivos, la gran Literatura?
Tengo la loca teoría de que a estas personas les gustarían más, o acaso lo mismo, todas esas novelas si estuvieran bien escritas, además. ¿A qué me refiero cuando digo “bien escritas”? Por ejemplo, a que la narración emplee adecuadamente la técnica por la que opta; a que los personajes, además de correr aventuras, lo hagan desde unas personalidades construidas y no desde el yermo emocional y humano, desde una superficialidad que hasta resulta inverosímil; a que detrás de todo el tinglado haya un propósito, un contenido, que no sea simplemente el del lucro del grupo editorial. Y, puestos a pedir, que se deje caer alguna pregunta sanadora y no sólo respuestas circunstanciales y paliativas.
Y esto me hace regresar a mi duda anterior acerca de si es este el sitio adecuado para hablar de BS. No puedo evitar un pensamiento que sé que encierra no poco cinismo: como muchos afirman, pronto habrá más escritores que lectores. Llámenme ingenua, pero tengo fe en que sean precisamente ellos, los escritores, quienes acudan de vez en cuando a las páginas de crítica literaria, aunque sólo sea por ver si alguien los menciona. Quizá una sana y humilde pedagogía del BS debiera dirigirse al escritor, y no solo al lector, como tendemos a pensar. Dicho queda.
Pero llega el momento de hablar del dinero. Qué pereza, ¿verdad? Mejor lo dejamos para la próxima entrega.
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Leonor S. Martin
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