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La penicilina se descubrió por casualidad, el napalm no.
Jaume Perich
La muerte inesperada del fiscal general del Estado, José Manuel Maza, coincidió más o menos con la muy esperada apertura de la vista oral de la autodenominada “la manada” (y tanto), y también con la salida a la luz de esos municipales madrileños que tenían ínfulas, más que de los reguladores de tráfico y vigilantes de las ordenanzas urbanas que en realidad son, de SS-Hauptsturmführer. Unas cosas no tienen que ver con las otras, pero a mí la muerte y las amenazas me sumen en un estado de melancolía que, en lugar de conducirme a la conclusión habitual, “¡no somos nadie!”, me precipita en otra parecida: “¡En qué manos estamos!”.
Que entre el total de la plantilla de la Policía Local de Madrid haya tres nazis confesos entra dentro del cálculo de probabilidades, pero que los defiendan un par de sindicatos profesionales y que sea el denunciante el que tiene que ser protegido es ya de pararse a pensar
Quizás les haya llegado una lista de muertos, no exactamente libres de toda sospecha, relacionados con casos de corrupción. Están desde imputados que se suicidaron, como Miguel Blesa y Juan Pérez Mora (un comercial de productos dietéticos que se hizo pasar por juez de la Audiencia Nacional y le vendía a Correa, el de la Gürtel, informes de cómo iba lo suyo), a otros que murieron en circunstancias pongamos que raras, como el periodista de mano de Javier Arenas, Isidoro Cuberos, que salió de casa en moto y solo pudo ser localizado en un lugar lejano, días después, él y la moto, gracias a un helicóptero de la Policía. O María del Mar Rodríguez Alonso, esposa de uno de los portavoces adjuntos del PP en el Senado, imputada por prevaricación y malversación de caudales públicos, que murió después de haber sido encontrada inconsciente en un hotel. Bajas por enfermedad hay innúmeras, empezando por la de Rita Barberá, aunque de esa, según versiones, tenemos la culpa los periodistas. También están las muertes del otro lado, como la del joven fiscal jefe de Lugo, que llevaba el caso Campeón, también suicidado; del juez Antonio Pedreira, el que sucedió a Baltasar Garzón en la instrucción de la Gürtel; y ahora la del fiscal Maza. Con parecer muchas muertes, no son nada en comparación con los 43 suicidios que hubo en Italia a comienzos de los noventa, cuando aquello que se llamó Tangentópoli. Claro que en Italia también dimiten a la mínima, y el despachar gente tampoco es que sea infrecuente. O sea que algo que está a medio camino de las dos cosas no debe de ser extraño a sus usos sociales.
Son más preocupantes las otras manos. Que de cinco declarados imbéciles y malas personas ―en palabras de su propia defensa―, presuntos violadores, uno sea guardia civil y el otro militar no sé si se puede considerar coincidencia o casualidad, pero estadísticamente es asombroso. Al contrario, que entre el total de la plantilla de la Policía Local de Madrid haya tres nazis confesos entra dentro del cálculo de probabilidades, pero que los defiendan un par de sindicatos profesionales y que sea el denunciante el que tiene que ocultarse y ser protegido es ya de pararse a pensar. Pensar en aquello que decía Ian Fleming en Goldfinger: “Una vez es coincidencia, dos es casualidad y tres es la acción del enemigo”. Porque terceros ejemplos hay a patadas, o a porrazos.
Estos días se acaban de cumplir 25 años del considerado primer asesinato racista en España, el de la dominicana Lucrecia Pérez. El cabecilla de la banda que decidió ir a “dar un escarmiento a los negros” era agente de la guardia civil y por eso la patrulla de la policía local que los paró por saltarse dos semáforos en rojo los dejó seguir, pese a que los otros ocupantes del coche la increparon. Sin intención, y todavía menos ganas, de ser exhaustivo, en setiembre pasado tres miembros de la Benemérita fueron detenidos por un asunto de drogas en la sierra de Madrid. En abril de 2016, otro mató a un marroquí a balazos después de provocar un accidente de tráfico. También había uno entre una banda dedicada a asaltar casas de campo en Mallorca desarticulada en julio de aquel año, y dos meses después otro agente de A Coruña en la reserva, tres en activo, un vigilante de seguridad y dos empresarios fueron arrestados en La Rioja por robar a narcotraficantes.
Para no hacer distinciones entre miembros de las distintas Fuerzas etc., un agente de la Policía Nacional fue detenido a finales de septiembre en Barcelona después de haber amenazado con matar a todos los presentes en una cafetería. Tres días después, en la misma ciudad, un inspector era arrestado en un golpe a una red de tráfico de cocaína. En agosto, el detenido era un policía local de Don Benito (Badajoz) por abusos a menores, aprovechando que también era entrenador de fútbol juvenil. En abril comenzaba el juicio contra un agente acusado de matar a su socio en Salamanca. Un año antes, un inspector, F.J.L.B, era detenido por sus compañeros por violar menores y grabar los hechos. El año anterior ya había sido imputado por posesión de pornografía infantil. Y la relación de las aventuras del excomisario José Villarejo haría caer exhausto el servidor de este medio.
No pretendo instruir una inquisitio generalis. De entrada, conocemos esas fechorías gracias a la investigación de sus compañeros. Pero ya Voltaire proclamaba que a la casualidad se le atribuían cosas por encima de sus posibilidades: “Lo que llamamos casualidad no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido”. Los efectos, algunos, se los he contado, y ustedes recordarán otros. Y no se pueden ignorar las causas. Obviamente, matar con una pistola solo lo puede hacer quien tenga una, y en este país solo la poseen las Fuerzas etc., algunos delincuentes encallecidos y personas que pasan a serlo (delincuentes) porque logran hacerse ilegalmente con una. Los demás, si nos vemos en tal tesitura, tenemos que matar a mano. Así que no es excepcional la cantidad de muertos por disparos de los miembros de los etc. Pero también es verdad que tener una placa no solo debe de dar una cierta sensación de impunidad, sino que además realmente la genera (y más con la Ley Mordaza), de ahí por ejemplo los munipas con complejo de SS-Hauptsturmführer. Y por supuesto que ovejas negras hay en todas partes (en periodismo, rebaños enteros). Pero es obvio que algo falla en la formación de las Fuerzas etc., o en los filtros para acceder a ellas, que no impiden el paso a tipos con cierta proclividad al delito, de ahí lo de dos de cinco de la manada de San Fermín. A raíz del asesinato de Lucrecia y de un par de casos graves más que habían protagonizado agentes de la ley, en una lejana ocasión le pregunté a un bastante alto cargo de Interior algo como: “Ya sabemos que en todas partes hay excepciones, pero ¿no cree que algo está fallando en los controles internos de las Fuerzas etc.?”. “Como ha dicho usted, en cualquier colectivo hay manzanas podridas, y las Fuerzas etc. no son, desgraciadamente, una excepción”, me respondió más o menos Rafael Vera.
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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