
Pau Claris, Presidente de la República catalana en el S.XVII
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La primera revolución catalana fue, sin duda, la que llegó formalmente más lejos. Fue en el siglo XVII. La cosa empezó con el asesinato de virrey. Lo que, a efectos prácticos, equivalía a un regicidio. Es decir, lo más de lo más. En breve, se proclamó la República. La primera en la Europa moderna, anterior, por poco, a la de Cromwell. Como la de Cromwell -y quizás en un indicativo de que la libertad no es fácil; tarda en aprenderse varias generaciones-, pasó una etapa de fervor religioso, y otra de terror. Quizás, incluso, ambas etapas fueron la misma etapa. El Consell de Cent -el pequeño y antiguo parlamento barcelonés-, amplió en ese periodo su representación popular, si bien el 80% de los barceloneses seguían sin poder acceder a él. Suena espectacular, pero puede que hoy la brecha sea mayor. La República, para sobrevivir, pidió protección a Francia. Finalmente, fue incorporada al reino de Francia. Se sabe en verdad poco de esa república. El nacionalismo español nunca se interesó por esa traición. Y el catalán, tampoco se interesó por ese periodo francés. El republicanismo ibérico nunca vio a esa república como algo propio.
Lo curioso, y lo que resultaría único en la historia de por aquí abajo, fue su final. He empezado a escribir estas líneas, precisamente, para explicar el final de aquella pequeña y breve república de la que nadie se acuerda. Cuando el ejército del rey, inicialmente derrotado, volvió varios años después a Catalunya, a arrasarla, no la arrasó. Se esperaba eso precisamente. La República era, por sí misma y en el contexto de la época, la muerte del rey y, por lo tanto, de Dios. El traspaso de una frontera infranqueable. Un pecado que sólo se podía limpiar con sangre. Es más, sólo con mucha sangre. Sorprendentemente, y de manera inopinada, no hubo represión. No se tocó a nadie. No se invalidó ninguna institución. Nadie volvió a hablar de lo sucedido. En cierta manera, todo el mundo decidió olvidar, de modo que nadie recuerda hoy, en verdad, nada.
Fue la única ocasión. Posteriormente a ese perdón y olvido, nunca más se produjo el perdón y el olvido. En el siglo XVIII la represión fue atroz. Se valoró derruir la ciudad y sembrarla de sal. En el siglo XIX Barcelona, que había declarado el Estado, fue bombardeada dos veces por el Ejército. Los fusilamientos en plena calle fueron comunes tras el atrevimiento de la primera huelga general. A principios del S.XX se utilizó la artillería rasa contra anarquistas, a los que el Estado llamó separatistas y sediciosos. Posteriormente, en otras explosiones sociales y de libertad, se aplicó la ley de fugas, la aviación italiana, luego la alemana, los juicios sumarísimos y, en ocasiones, ni eso. Ahora, en el puerto de Barcelona, hay miles de policías esperando a desembarcar para restablecer algo que no ha desaparecido.
El diálogo y su primo, el olvido, dos formas básicas y civilizadas de resolución de conflictos, han ido desapareciendo como tendencia con el paso del tiempo, me temo. Lo que indica que el conflicto, lo excepcional, ha ido ganando normalidad. Quizás hoy sea ya un oficio.
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de 'Caja de brujas', de la misma colección.
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