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Relato de Verano

El concejal extraviado (y V)

Miguel Pasquau Liaño 30/08/2017

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RESUMEN:  Gracias a algunas filtraciones del atestado y del sumario que consiguió a través de un inspector de policía jubilado y a otras averiguaciones, el periodista Antonio Castromil se ha ido acercando a la verdad, o al menos a una verdad probable, sobre las causas de la muerte del concejal Manuel Pérez de la Malta el día en que se celebraba el debate sobre la moción de censura del Alcalde de la ciudad de Nazaria, que no fue aprobada por la ausencia de dicho concejal. Mientras el periodista ata los últimos cabos, la radio informa de que la policía ha entrado en un conocido establecimiento de citas situado a un kilómetro del lugar donde fue hallado el cadáver.

Hacia las nueve de la tarde del miércoles cinco de julio, la edición digital del periódico Nazaria Hoy ha colgado la tribuna de Antonio Castromil que estábamos esperando. Nos ha sorprendido, después de un día en que todo parecía aclarado una vez que nos informaron de que Juan Antonio del Mármol, probablemente el hombre más poderoso de Nazaria, estaba declarando en el Juzgado. Ya teníamos al asesino de nuestro relato de verano. Ya se había convocado una manifestación ciudadana para mañana, a la que íbamos a asistir todos. El Alcalde había anunciado una rueda de prensa para mañana a las doce, sin turno de preguntas, en la que según todos los rumores iba a comunicar su dimisión. Pero Castromil ha reabierto el caso. O lo ha cerrado.

Transcribimos la tribuna de Antonio Castromil, titulada No me pregunten cómo lo sé.

No me pregunten cómo lo sé

Antonio Castromil

Juan Antonio del Mármol, roca dura y sostén de las peores corruptelas de la política municipal, es mala persona. Compra voluntades, vende influencias, parasita al Ayuntamiento, manda porque sí, sabe latín, se va de putas, caza especies protegidas y es rico y de derechas. Pero este hombre ha sido detenido por error. Más bien por un cúmulo de errores. El primer error fue no detenerlo hace siglos, desde que comenzó su largo curriculum delictivo, acaso porque en la cuenta de beneficiarios y víctimas, el saldo es positivo para quienes tienen las pruebas. El segundo fue creer que es tonto y que no se le ocurre otra cosa que ordenar un asesinato de forma ológrafa, con firma y fecha. El tercero ha sido la impaciencia de la policía y de quienes la dirigen. Su detención era el camino más fácil. El atajo. Ya me dirán ustedes: aparece muerto en “extrañas circunstancias” el concejal del que dependía el éxito de la moción de censura contra el Alcalde que lo mantiene en el puesto de mando; Del Mármol es la respuesta a la clásica pregunta qui prodest; la ciudad quiere saber y necesita una detención para irse con tranquilidad de vacaciones; las casualidades no existen; un rato antes del momento de la muerte del concejal, Del Mármol comunicó por teléfono con él desde un lugar situado a un kilómetro de la curva en la que se extravió para siempre; no hay otra explicación sobre las razones por las que a pocos minutos del comienzo de la sesión del pleno municipal, el voto decisivo sale de su casa vestido con traje y corbata y se dirige a ese lugar, situado a ocho kilómetros de la ciudad; y todos hemos visto películas sobre mafias, asesinatos y accidentes. ¿Qué más haría falta para detener a una persona? Y, sin embargo, Juan Antonio del Mármol, culpable de tantas cosas, es inocente de la muerte de Manuel Pérez de la Malta.

Manuel Pérez de la Malta es uno cualquiera de nosotros: un hombre débil. Se equivocó al prestarse como taco de madera para equilibrar, con su abstención en la investidura, la mesa del Alcalde Pepe Sebastián, que cojeaba. El hombre tenía ya amortizada su culpa y podía permitirse encabezar una moción a favor de la supresión de los aforamientos o votar alguna pequeña enmienda con la oposición para no parecer el concejal nº 12 del PP. Luego salta lo de los papeles de Panamá y lo de la lista Falciani y todos le miramos para ver si tiene valor de apoyar una moción de censura. No quiere hacerlo, entre otras cosas porque tiene que pagar una hipoteca, porque ha pedido favores a Del Mármol que ahora no vienen al caso, porque está en muchos grupos de WhatsApp que mandan chistes de derechas, porque lo que con más convicción había dicho siempre es que  “con Podemos no se puede ir a ninguna parte”, y porque en Nazaria eso de quitar la alcaldía a Pepe Sebastián es como quitarle el patronazgo de la ciudad a la Virgen de las Angustias: algo contra natura. Pero tiene que hacerlo, porque está muy feo eso de la offshore en Panamá y lo de la cuenta en Suiza, porque hay que demostrar que se está por la regeneración, y porque Susana Díaz se lo ha pedido a su jefe Juan Martín como una de las partidas del paquete de intercambios. Pérez de la Malta está perdido, y ya sabe que se va a equivocar haga lo que haga. Es lo que nos pasa a tantos de nosotros que no tenemos criterio, que no sabemos qué significa fundamento, y que ni siquiera somos cínicos, porque los cínicos como Juan Antonio Del Mármol no están preocupados por su imagen pública, sino por sus intereses.

Manuel Pérez de la Malta maldurmió la noche del domingo día 2 al lunes 3 de julio.  A alguna hora de la madrugada estuvo tentado a presentar su dimisión para que la tierra se lo tragase por un tiempo. Un mal trago cuando tuviera que explicárselo a Baltasar de la Oliva, a quien en su día le dio garantías por no saber negárselas, pero así quedaba a salvo de otros males que por la noche se agigantan. El principal problema de esa huida es que era demasiado tarde, porque dimitir en la sesión de votación de la moción de censura era una deslealtad con sus compañeros de oposición, con su propia firma del documento de censura, y probablemente también con su partido, y eso lo convertía en un traidor. El propio Albert Ribera lo llamó la víspera seguramente para decirle “sé fuerte, ya lo arreglaremos”. ¿Quién de nosotros querría quedar como un traidor? Ya no había tiempo. Manuel Pérez de la Malta se levantó la mañana del lunes decidido a asistir a la sesión del Pleno, a ser fuerte, y a votar a favor de la moción de censura, aunque al cabo del tiempo cualquier excusa le permitiese apoyar también la moción de censura contra el nuevo Alcalde Francisco Teruel. Así que desayunó en su casa, se duchó, se afeitó, eligió su traje gris, se anudó la corbata verde oscura, resistió la última invitación de Del Mármol por teléfono, y hacia las nueve de la mañana accionó la llave de arranque de su ciclomotor para asistir a la sesión municipal, no sin antes comprar un boleto de la Primitiva en el quiosco de siempre.

Pero la moto no arrancó. No fue por culpa de Juan Antonio del Mármol. Fue un fallo mecánico de la batería de una moto que sólo tiene un sistema de arranque, que es el eléctrico. Una complicación inesperada. Quizás debió pedir un taxi, pero había una hora de margen, y optó por llamar a la Compañía de Seguros para que le mandasen asistencia. La Aseguradora le mandó con diligencia una grúa, y veinte minutos después un mecánico conectaba unos cables rojos y negros a la batería de la motocicleta y conseguía arrancarla. El operario, don José Ruiz, la última persona que vio con vida al concejal, un ciudadano de Huétor Vega que no reconoció al hombre de traje al que asistió y que no pudo relacionarlo luego con el concejal del que hablaban radios y periódicos, el testigo de descargo al que el Juzgado debe llamar a declarar de inmediato (su domicilio a efectos de notificaciones puede Su Señoría reclamárselo a Grúas Herrador, S.L.), le dijo que lo mejor es que no apagase la moto hasta después de haber hecho varios kilómetros para recargar la batería. Pasadas las nueve y media, nuestro concejal pensó que un par de carreras por la carretera de la sierra no le impedirían llegar a tiempo a la sesión municipal, que siempre comienza con algo de retraso sobre la hora prevista. A las nueve y treinta y ocho estaba saliendo de la ciudad. Aceleró hacia Cenes, pasó Cenes, y estaba disfrutando el aire amable de la mañana de julio golpeando su cara y despertándolo del insomnio pegajoso de la noche en vela. Decidió seguir hacia Pinos de la Vega y volverse. Así recargaba la batería de la moto y cogía fuerzas para el duro trance de esa mañana. Llegó a Pinos, dio la vuelta sin detener la moto, sin pararse con nadie, y se volvió a Nazaria, con dirección a la Plaza del Ayuntamiento. En el kilómetro 8, cerca del Lady’s, un lugar donde no se le conoce, pasado de velocidad por la batería y por la hora, Manuel Pérez de Malta toma mal la curva, o quizás está abstraído pensando en otra cosa. Quién sabe si se durmió un instante. El caso es que no controla la moto, rueda por el terraplén, se golpea en el pecho y en la cara con el tronco de algún pino y cae inconsciente al río Genil, donde muere el concejal extraviado, la moción de censura, la rescisión del contrato de Juan Antonio del Mármol, el miedo a que se levanten las alfombras. Y nos deja con nuestro estanque, con nuestro Alcalde de siempre, con nuestro Asesor de Urbanismo en su puesto de mando una vez que se acuerde su libertad sin cargos, bajo la advocación de la Virgen de las Angustias, y sin tren por los siglos de los siglos.

No me pregunten cómo lo sé. Yo no soy juez y no debo motivar mis sentencias. Yo lamento que dentro de pocos días don Juan Antonio del Mármol recupere su libertad para delinquir. Pero me pareció que debía esta explicación a la viuda y a los hijos de un hombre cualquiera, uno de nosotros que tuvo la pésima suerte de sufrir un accidente en la mañana en que todos los focos estaban apuntando a su escaño vacío. Al fin y al cabo, sus familiares tienen derecho a evitar que el muerto sea un asesinado por error policial. Juan Antonio Del Mármol es mala persona, pero la viuda y los hijos de Manuel Pérez de la Malta tienen derecho a llorar en paz y a saber que su marido y padre no murió asesinado por una mala persona, sino por el azar de un accidente.

La tribuna de Castromil ha merecido esta misma noche decenas de miles de entradas provenientes de toda España y demasiados comentarios alocados. A través del Telegram y del WhatsApp, el periodista ha recibido varios mensajes. Baltasar de la Oliva, portavoz del grupo socialista y amigo personal: tenemos que vernos. Marta González, portavoz de Podemos: tenemos que vernos. Juan Gómez Montañés, portavoz del PP: tenemos que vernos. Salvador Susaeta: No te olvides de lo de la estatua. Luis, el de la gasolinera: No das puntada sin hilo.

Juan Antonio Del Mármol ha sido ingresado en prisión con cargos por asesinato, probablemente porque al terminar su declaración y celebrarse la vistilla de medidas cautelares, ni el Fiscal ni el Juez Instructor ni el abogado de Del Mármol han leído la tribuna y no sabían aún por qué ha muerto Manuel Pérez de la Malta. Teresa Aranda ha conseguido el número de Antonio Castromil y le ha telefoneado: Le llamo únicamente para darle las gracias; no sabe cuánto bien me ha hecho, ni es fácil explicarle por qué, y Castromil le contesta: tenemos que vernos.

FIN

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Autor >

Miguel Pasquau Liaño

(Úbeda, 1959) Es magistrado, profesor de Derecho y novelista. Jurista de oficio y escritor por afición, ha firmado más de un centenar de artículos de prensa y es autor del blog "Es peligroso asomarse". http://www.migueldeesponera.blogspot.com/

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