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EL ALA IZQUIERDA DEL PARLAMENTO

De tramas, mociones y sueños

No es casualidad que desde hace treinta años no se registre una moción de censura en el Parlamento. Ahora, seis años después del 15M, toda aquella fase de impugnación renueva sus energías

Víctor Alonso Rocafort 7/05/2017

Pedripol

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Pensemos en ese avance en forma de moción que tímidamente levanta la mano entre tanta crítica y desencanto por la incomparecencia, a estas alturas, de la democracia real en nuestras vidas, por la continuidad de un gobierno corrupto, mezquino y duro con los más débiles. Utilicémoslo para tomar nuevo impulso en las calles, engrasar los ardides institucionales que tenemos a mano y ayudar a aterrizar nuestros sueños de un mundo mejor.

Hace seis años nos reunimos por miles en las plazas de todo el país para demostrar que teníamos mucho que decir, que deseábamos escucharnos, que queríamos construir juntos una alternativa a este régimen que tantas dificultades nos ponía a la hora de llevar a cabo una vida digna. Esas jornadas asombraron al mundo, plantaron la semilla de tantas movilizaciones aquí y allí, abrieron la oportunidad a un ensanchamiento deliberativo de la política que sin duda nos enriqueció. Pero de manera efectiva, nos recordaban con sorna y cierta razón algunos, en realidad no lográbamos nada. Éramos ágora y no asamblea, anhelo antes que poder.

Hoy un grupo parlamentario confederal donde confluyen en alianza la izquierda renovada con ecologistas, feministas, sindicalistas, populistas y demás herederos de todo aquello, tiene la posibilidad de hacer algo efectivo, aquí y ahora, para que se vayan quienes defendiendo la ganancia inútil de sus amos y oligarcas bloquean el mejoramiento de nuestras vidas. Las movilizaciones decayeron, las mareas se recogieron calmando las aguas, las injusticias prosiguieron con la complicidad imprescindible de los nuevos mercenarios y de quienes, amamantados por el régimen, se resisten al vacío de volar sin privilegios.

Se transformó sin embargo el hondo sentido de lo político en España, emergió para quedarse una ética que previamente solo se cultivaba en los márgenes, un nuevo carácter cada vez más general desde el que idealmente modelarnos a nosotros y los nuestros. Y finalmente, tras dos confusas tandas reflejo de una era de grandes confusiones, se lograron dos veces 35 diputados.

Es así ya posible no solo clamar en las calles porque se vayan, sino que ahora se les puede intentar echar con todas las formalidades bien selladas. Hasta dos veces por periodo de sesiones. En este preciso instante, al calor de las enésimas revelaciones sobre la podredumbre de la vieja vida pública, podemos censurarlos a la vez que plantear alternativa. He aquí el avance.

No es casualidad, en este país nuestro pocas cosas lo son, que desde hace treinta años no se registre una moción de censura

El Parlamento puede ser entendido de muchas formas. Una de ellas es como una máquina inútil, burocrática y teatral, de expeler mociones. Cada día se registran unas cuantas. En los Plenos y Comisiones se aprueban de vez en cuando algunas. Ya sabemos, hemos aprendido, que de poco sirven. Declaraciones simbólicas, un modo de presionar y controlar al Gobierno, poco más. Y sin embargo, además de las leyes, allá en el fondo del Reglamento y la Constitución, se salva de la irrelevancia un instrumento parlamentario que el régimen apartó, que dejó en desuso quizá por su naturaleza explosiva, desequilibrante. No es casualidad, en este país nuestro pocas cosas lo son, que desde hace treinta años no se registre una moción de censura.

Los lemas del 15M, fruto de la protesta y de una alegre sabiduría colectiva, expresaban verdades profundas de nuestra política, demandas y rabias que han estado muy presentes estos años. “No somos mercancías en manos de políticos y banqueros”, “No nos representan” o “No es una crisis, es una estafa” han sido quizá de los más populares. Cada uno de ellos comunica esencialmente una tesis sobre la que se podría discurrir sesudamente en cientos de páginas. Son lemas de una sola frase, capaz de multiplicarse en cada esquina, que nos han permitido mostrar y sostener la base material de la protesta frente a la desregulación financiera, la mercantilización de la vida, la corrupción o la representación oligárquica.

Sin estos lemas, sin toda esa valentía que nos insuflaba el mayo español, posiblemente se hubiera hecho más difícil repetir como se hizo en las radios y televisiones de todo el país, de manera franca y con coraje, aquello de que el Partido Popular era “una trama de corrupción que se presentaba a las elecciones”. Surgían así parresiastas en los centros de trabajo y en las organizaciones políticas que decían de manera pacífica, pero directa, las verdades al poder; no solo al cacique de la tele sino al próximo y cotidiano, al que se podía tocar con solo estirar la mano. Rebeliones cercanas que buscaban ir más allá en un tiempo de recortes y precariedad, de miedos y angustias desconocidos para muchos; conexiones políticas y económicas que nos aclaraban el mundo, aquello que rechazábamos y aquello que de verdad queríamos. Así surgió el concepto de trama que, posteriormente, sería intelectualizado, pensado, en artículos de prensa para que finalmente el poderoso agitprop aliado lo pusiera de nuevo en primer plano.  

Toda aquella fase de impugnación que fue el 15M seis años después renueva sus energías. Algunos lo hacen con un autobús a golpe de ingenio mediático para multiplicar sus efectos. Otros, junto a colectivos de base, plantean querellas criminales contra los culpables concretos de los desfalcos. Cada uno en su estilo, saber y fortuna, de manera complementaria, pues lo importante es que la fase impugnatoria coja nuevos bríos en un momento judicial de extraordinaria relevancia, por lo revelado y por lo que vendrá.

Y sin embargo no estamos en 2011; a esta impugnación le faltan los sueños.

“Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. Otro gran lema del 15M que, en este caso, no ha tenido el desarrollo que necesitábamos. Posee todo el germen de la protesta frontal, de los escraches y los cortes en las calles, de los parresiastas y querellantes. Pero también posee, fijémonos bien que encabezando además la frase, un elemento imprescindible para toda transformación. “¡Hay que soñar! —exclamaba Lenin en ¿Qué hacer?—. Si el hombre no poseyera ninguna capacidad para soñar, no podría tampoco traspasar aquí y allí su propio horizonte”.

A esta impugnación le faltan los sueños. “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. Otro gran lema del 15M que, en este caso, no ha tenido el desarrollo que necesitábamos

También se pudo leer en la Puerta del Sol: “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”. El desafío al modelo representativo de la democracia liberal, concepto más cerca del oxímoron que de la realidad, se coronaba así con un lema de la misma familia. Y para cerrar la tríada otro que aclaraba que soñábamos, sí, pero que estábamos lejos de cualquier amodorramiento: “Dormíamos, despertamos”.

La comprensión de la letargia como un componente humano fundamental, sin el cual no seríamos más que pobres insomnes presas del cansancio, las alucinaciones y la locura, ha sido una resistencia habitual en la política y su teoría a lo largo de siglos. No solo es que necesitemos descansar por completo durante aproximadamente un tercio de nuestra existencia, es que al dormir se activa otra forma de pensar y de vivir, como también sucede en las ensoñaciones de la vigilia, en los llamados sueños diurnos a menudo entrelazados con las inspiraciones nocturnas.

Ya cuando Aristóteles en la Política identificó la función primigenia de esta a través de la palabra, lo justificó porque nos convertía en seres políticos capaces de expresar, además de lo justo y lo injusto, los proyectos de ciudad. Un logos imbricado en el ethos y el pathos, pero también en la phantasía. Esas imágenes proyectadas al futuro se comunicaban en la plaza pública para colaborar en el mejoramiento de nuestra vida en común dentro de la ciudad. Palabra y sueño, por tanto, en los orígenes de la vida política.

No hay seguramente momento más pacífico y creativo en el ser humano que el del sueño. A diferencia de la vigilancia, encumbrada a la luz de la vigilia y tan necesaria al juez, al contable o al espía, no hay mayor momento de libertad para la persona que cuando sueña en la noche. Entonces, careciendo de soberanía sobre uno mismo, funcionan a pleno rendimiento la libertad de asociación, de reunión y de expresión; se quiebran los grandes principios lógicos de identidad y no contradicción; maduran las memorias, se destejen olvidos genuinos que nos permiten seguir viviendo. Se imaginan nuevos mundos.

Es por ello que el sueño y la ensoñación resultan tan propios del político. En ese mito fundacional surgido del Mediterráneo que es la historia de José y sus hermanos, ampliada considerablemente en la excelente tetralogía escrita por Thomas Mann entre 1926 y 1943, se narra cómo al primer político del viejo Israel se le llamaba precisamente “el soñador”. A la vera de un pozo y bajo la luz de la Luna, en ese abismo interior que a la vez se piensa hacia adelante contemplando el firmamento, José sueña con lluvias por venir y gavillas que se le inclinan. Con ello despierta la envidia de sus diez hermanos, esa primera gran horda fraterna que exceptúa a la chica, Dina, y al Benjamín. Una hermandad siniestra que acabará con José el vanidoso en el fondo de un pozo, golpeado y humillado, para ser vendido a unos mercaderes nómadas. José el político, interpretará Filón de Alejandría, por ser eso mismo se convertiría en esclavo de pueblos, en “intérprete de ensueños”.

Postrado ante Faraón, José dará sentido al sueño de las vacas y las espigas revelando los siete años de abundancia y siete de carestía por venir. Se pondrá solidariamente en lugar de otro, de sus sentimientos y visiones más profundas. Astrólogos y magos habían pasado por la Corte de Amenhotep IV y su esposa Nefertiti sin suerte alguna, detalla Mann en su versión, pues cada interpretación no hallaba eco en el corazón de Faraón. Tan solo cuando mandó llamar a José y este empezó a hablar, Faraón pudo decir: esto es lo que soñé.

¿Están interpretando correctamente los representantes del cambio los sueños de ese pueblo que tanto mientan?  

Para quienes trabajamos allá dentro en este mismo proyecto, entre la cocina de Palacio situada en el antiguo Hospital de Italianos de la calle Cedaceros y el propio Hemiciclo de San Jerónimo, podemos decir que al menos se intenta. Entre errores, precipitaciones y cierta inmadurez que por fuerza se va corrigiendo, se avanza también en esto. Las reuniones con los colectivos prosiguen y la conexión con el sentir de la calle —veamos también cómo sale la moción— no se quiere perder.

De momento se ha obligado a subir el SMI, se han creado comisiones de investigación cruciales y allá que va esta moción de censura. Y no se hace más porque reaparecen las envidias contra los soñadores, que como es habitual desembocan en vergüenza y sentimientos de culpa, en sospechas y desconfianzas, un terreno habitual para la vieja política que la nueva no debería pisar.

Es así que el Gobierno realmente existente de PPSOE y C’s ha embestido contra una ley que despenaliza la eutanasia o contra otra que pretendía recuperar la soberanía financiera y democrática para los municipios. Es por ello que no se logran derogar las reformas laborales y todo está aún en el aire con la ley mordaza. El Gobierno además, sacándose de la manga un mecanismo de dudosa constitucionalidad, está vetando la posibilidad de tramitar leyes que apuntan hacia la ineludible transición energética —autoconsumo eléctrico, cierre de nucleares y prohibición del fracking— o que al fin harían realidad los permisos de paternidad y maternidad iguales e intransferibles.

El Gobierno está vetando la posibilidad de tramitar leyes que apuntan hacia la ineludible transición energética o que al fin harían realidad los permisos de paternidad y maternidad iguales e intransferibles

En los ayuntamientos, entre innúmeras pugnas y frustraciones, se avanza sin embargo algo más, como no podría ser de otra forma pues se gobierna. Se remunicipalizan servicios como el agua, se planta cara al fin a la contaminación urbana, se introducen cláusulas contra la pobreza energética en concursos públicos y se reduce la deuda auditada en cientos de millones de euros para emplearlo en gasto social.

Pero hay que seguir soñando, hemos de interpretar con la oreja pegada al asfalto qué es lo que sueña toda aquella gente que, sin creer la mayoría ya en la vieja representación, nos votó. Los sueños de nuestra generación han de aterrizar de manera concreta, palpable, y aquellos de nuestros mayores han de hacerlo con más urgencia si cabe. Gran parte del PSOE y C’s lo miran con recelo, no se unen quizá porque se olvidaron de soñar, se burlan y lo envidian; quizá también porque creen que si logramos lo que nos proponemos están perdidos. Por eso lo impiden, por eso sostienen un gobierno corrupto.

Un plan de desarrollo sostenible y rural que vaya trazando ese otro país que queremos; una ley integral de vivienda para que se acaben los desahucios y las familias en la calle; otra que defienda el agua como bien público; leyes que honren la memoria de los luchadores de la democracia, un país sin mordazas. El fin de los CIE, la defensa innegociable del asilo. Otra Unión Europea. Un Parlamento más democrático al que transformar por dentro y por fuera, en sus normas y símbolos. Sueños de un trabajo digno y de un ocio no forzado, de una verdadera cultura popular y musical. El adiós a la LOMCE. Una salida ecológica y socialista a la crisis del capitalismo. Todo esto es lo que ha de ir aterrizando junto a la fuerza impugnatoria que denuncie cada trama. Y, más allá, nuevas formas de vida y de política radicalmente democráticas que rompan desde abajo las inercias y cobardías institucionales.

Decía Ernst Bloch al comienzo de El principio esperanza que esta debía ser concreta y auténtica. “Lo nuevo exige su concepto combativo”, escribía. Con ello apelaba al “pathos del cambio” inscrito en el corazón de la obra de Marx, a esos “procesos de alumbramiento” que poco a poco —proseguía— hemos de desarrollar en la teoría tanto como en la praxis. Apelaba Bloch también a los pasados vencidos comprendidos de alguna manera como semillas de futuro, tal y como desarrollará ese admirador de su obra que fue Walter Benjamin.

Es decir, frente a la pasividad del miedo, la esperanza nos activa en pos de una vida mejor desde un presente situado de manera consciente entre el pasado y el futuro. No se trata de instalarse a la manera de pequeños dioses fuera del mundo, en la utopía (u-topos, no lugar) o como lunáticos encantados de habitar por siempre la Luna. Tampoco de delinear el porvenir sobre el papel para luego torturar la realidad, y con ella a nuestros conciudadanos, de manera que todo se adecúe a la cama de Procusto.

Se trata en cambio de actuar desde un presente extendido, con los pies en tierra y la escalera bien puesta hacia el cielo a la manera de Jacob, también de Miró pues en el arte de altura late también lo que vendrá, desde una actualidad que ya acoge —en palabras de Bloch— “un impulso y una ruptura, una incubación y una anticipación de lo que todavía no ha llegado a ser”. Desde la aceptación de que la política es contingente, tal y como recordaba también Filón, “algo complicado y multiforme, que sufre múltiples cambios según las personalidades, las circunstancias, las causas, las particularidades de los hechos, la diversidad de ocasiones y lugares”. Desde ahí llegará lo esperado como impredecible. Pero no lo hará solo, hay que actuar.

“Enamorada del triunfo, no del fracaso” —así abre Bloch su obra— la esperanza política del revolucionario “no permite la renuncia”. Nos saca del desencanto, de la rendición, de los sueños vulgares e individualistas que se recrean en la ambición profesional, en la aventura sexual, en la exclusiva alimentación de los hijos. ¿Cómo se sueña y se imagina en la época de la globalización neoliberal? Ricardo Malfé temía que no solo desde la soledad o el egoísmo sino también con cierto desapego a la verdad de los propios sueños. Por eso proponía:

La esperanza de una ciudad humana está cifrada en la posibilidad, aunque hoy parezca improbable, de que hombres y mujeres que duerman en paz sueñen bellos sueños y elijan perseverar durante el tiempo de vigilia en sus phantásmata, los propios de cada quien y los compartidos, para afrontar así, sin deshacerse, las contrariedades de lo real: en primer término, aquellos horrores que instaló en el mundo en los últimos siglos la razón insomne (la razón extraviada, por eso mismo), la que creyó poder prescindir de toda ilusión. No bastaría con eso sin embargo. Hubo ya phantásmata compartidos que condujeron a diferentes formas de catástrofe. Las narrativas que dieron forma a dichos phantásmata representaban versiones sucesivas del ad unum (…) como único molde concebible para la vida en sociedad. En lugar de ello, el costado auspicioso de la nueva sensibilidad sólo toleraría una narrativa en la que la philía que re-úne tenga por condición el despliegue de inacabables diferencias.

La esperanza en un mundo mejor ha de ir por tanto más allá de los vulgares sueños del sujeto constituido por el neoliberalismo así como bien precavida por las experiencias delirantes del utopismo totalitario; ha de resultar solidaria con quienes nos rodean, respetuosa, teniendo presentes a quienes fueron y quienes han de venir. Sueños para una vida plena y diversa en la ciudad.

Bloch descubre que tras los sueños de cambio anida “una fábrica de la felicidad”, aquella eudaimonía de los griegos, literalmente buen daimón, buen espíritu interior. De nuevo, también con José, el saber gobernarse a uno mismo como cimiento de la buena política. Y de nuevo la necesidad de instaurar las bases de la felicidad pública, de ese convivir en amistad junto a compañeros honestos con quienes llevar a cabo acciones de transformación social.

Este mes de mayo, seis años después, un grupo confederal de alrededor de 70 diputados presenta en el Parlamento la impugnación total a unos Presupuestos y a todo un Gobierno. No se hace con las manos vacías de propuestas. Se presentan a la vez unos Presupuestos Generales del Estado alternativos, con una memoria económica detallada que muestra que son perfectamente realizables, así como en connivencia con colectivos sociales y sindicatos se construyen las líneas generales de lo que habría de ser una alternativa de gobierno.

El 20 de mayo volvemos a Sol. Junto a la denuncia impugnatoria de las tramas volvemos con una moción que se quiere ciudadana allá donde empezó casi todo en este ciclo, para que aterricen más pronto que tarde todos aquellos sueños compartidos de un nuevo país más justo, solidario y democrático. Dormíamos, despertamos.

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Autor >

Víctor Alonso Rocafort

Profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus publicaciones destaca el libro Retórica, democracia y crisis. Un estudio de teoría política (CEPC, Madrid, 2010).

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