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Harvey J. Kaye / Historiador

“Para salir de este momento oscuro, EE.UU. tiene que profundizar la democracia”

Álvaro Guzmán Bastida Nueva York , 21/02/2017

<p>El historiador americano Harvey J. Kaye.</p>

El historiador americano Harvey J. Kaye.

Sean Sime

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Harvey J. Kaye es un historiador que escribe pensando en el presente y en el futuro. Por eso mismo, se muestra preocupado por el “momento oscuro” al que se enfrenta su país con el ascenso al poder de Donald Trump. Kaye, autor de quince libros, entre ellos La educación del deseo (Talasa, 1993) y Los historiadores marxistas británicos (Prensas Universitarias de Zaragoza, 1999), se ha erigido en los últimos años como un gran experto en la Revolución Americana y lo que llama “la tradición progresista estadounidense”, que transcurre desde la Guerra de Independencia hasta los movimientos sociales de nuevo cuño, pasando por los años sesenta y el New Deal de Roosevelt. En concreto, Kaye ha centrado gran parte de su trabajo en la figura del periodista y escritor Thomas Paine, autor del panfleto Common Sense, texto fundacional del espíritu igualitario de la Revolución estadounidense. Kaye atiende la llamada de CTXT desde Wisconsin, donde imparte clase en la Universidad de Wisconsin-Green Bay, para hablar sobre los riesgos que acarrea el ascenso de Trump y el ala ‘ultra’ del Partido Republicano, y cómo la “promesa” de libertad articulada por Paine en 1776 debe seguir alumbrando el camino de los progresistas que busquen resistir y derrotar a Trump.

Lleva escribiendo sobre la necesidad de plantear resistencia a Trump desde antes de su investidura. ¿Por qué se le antoja tan importante?

Aunque mi candidato era Sanders, me decepcionó mucho que ni Hillary ni –en especial— Bernie intentasen enraizar sus campañas en la historia estadounidense y las conectasen con los diversos movimientos sociales que hemos visto los últimos años. Estados Unidos se estaba dinamizando muchísimo políticamente con el crecimiento de movimientos como el Fight for 15 y el movimiento anti fracking, el Black Lives Matter y toda una serie de grupos que estaban introduciendo en la agenda pública cuestiones clave relativas a la libertad, la igualdad y la democracia. Parecía el momento justo para que el Partido Demócrata, que durante décadas no ha estado a la altura de sus mejores tradiciones, recuperase su conexión con la historia de EE.UU. para construir una política que fuera más allá del cortoplacismo electoral. La mayor desgracia de la campaña fue que no sucediera eso, porque, mientras Donald Trump hablaba en términos nostálgicos de “devolver la grandeza a América”, los demócratas actuaban como si no hubiera una historia progresista, radical, ni siquiera liberal en la que enraizarse.

La idea de ‘resistir’ a Trump es consecuencia natural de darse cuenta de lo mucho que había en juego, no solo en lo relativo a las elecciones inmediatas, sino en la dirección de la Historia estadounidense. Tiene que ver con recuperar y redimir las mejores tradiciones de América. Empezando por la Guerra de Independencia, los estadounidenses han demostrado a lo largo de su historia que eran radicales y revolucionarios. Una generación tras otra, ese espíritu revolucionario renace a través de diversos movimientos sociales que buscan hacer realidad la promesa de la revolución americana.

Empezando por la Guerra de Independencia, los estadounidenses han demostrado a lo largo de su historia que eran radicales y revolucionarios

Usted es experto en Thomas Paine, el gran escritor, panfletista y revolucionario estadounidense. ¿Qué hay en su vida y obra que pueda servir de ejemplo a los estadounidenses para la era Trump?

Aunque no conozcan con profundidad la figura de Paine, los estadounidenses tienen una memoria cultural profunda, de modo que cuando se habla de la “estúpida brutalidad” del Rey de Inglaterra, los estadounidenses captan el mensaje. Saben que lo que tenemos ante nosotros es una figura política que intenta reposicionarse. Es un rey ‘quiero y no puedo’, un aspirante a rey. Paine nos sirve para volver a prender en los estadounidenses la mecha de su espíritu fundacional, que les dice que nadie que no sean ellos mismos puede gobernarles.

No creo que se trate solo de resistir a Trump. Es mucho más importante mantener viva la lucha contra los anhelos que los republicanos tienen desde hace cuatro décadas. Durante los últimos cuarenta años, el orden político y económico estadounidense ha estado marcado por una enorme lucha de clases desde arriba. Es una lucha de clases librada por los más ricos y por los políticos republicanos, que profesan una ideología que da cada vez más poder a los monopolios corporativos y a la concentración de la riqueza y el poder.

El presidente y la mayoría republicana en ambas cámaras del legislativo han dejado claro que su agenda consiste en desmantelar todos los avances progresistas desde el New Deal de Roosevelt hasta la Great Society de Lyndon Johnson. Obviamente, han empezado por la reforma sanitaria de Obama, que ni siquiera fue una medida socialdemócrata, pero supuso un gran avance para millones de personas que no tenían asistencia sanitaria. Su agenda no es simplemente conservadora, sino decididamente reaccionaria.

Es importante que nos demos cuenta de que no solo nos enfrentamos a Trump y todos los peligros que representa, empezando por su estupidez. Con toda su crudeza y vulgaridad, Trump es ante todo un oportunista. Vio una oportunidad de conseguir la presidencia como republicano, y ahora buscará la manera de conseguir ‘tratos’, como le gusta a él llamarlos, con los republicanos, con los que tenía bien poco en común, para lograr que su presidencia sea un éxito. Los demócratas pueden hacer bien poco más allá de ofrecer una constante resistencia y recordar a los estadounidenses que están ahí para hacer oposición.

Trump ya ha nombrado un gabinete plagado de multimillonarios, generales y extremistas, y su propia Casa Blanca está llena de asesores de extrema derecha. No puede haberlo dejado más claro: vienen dos años de grandes retrocesos.

Trump ya ha nombrado un gabinete de multimillonarios, generales y extremistas. Vienen dos años de grandes retrocesos. 

Ha mencionado el desequilibrio de poder. Dentro de la tradición progresista a la que viene refiriéndose, ¿dónde podemos encontrar esfuerzos para contrarrestar el control férreo que Trump y los republicanos van a tener del Estado en los próximos dos años, hasta las legislativas de 2018, y quizá hasta 2020?

Es difícil imaginarse a los demócratas ofreciendo un contrapeso. La única posibilidad que veo es que los legisladores ‘menos reaccionarios’ de entre los republicanos se vean forzados a recordar –mediante acciones políticas en las calles— que los estadounidenses no quieren lo que Trump y los líderes del Partido Republicano les ofrecen. Ya hemos visto algunas señales de eso.

Conviene recordar que hubo casi tres millones de estadounidenses más que votaron a la candidata demócrata de los que votaron a Trump. No debemos olvidarlo. Por otro lado, tampoco conviene olvidar que el orden político estadounidense es tal que en el medio oeste y el sur, los republicanos tienen mucho poder. Eso no siempre fue así, pero lo es ahora, y es difícil visualizar un vuelco en esos Estados. Yo vivo en un Estado, Wisconsin, en el que el gobernador es un republicano archiconservador y el legislativo es aún más de derechas. Ya han reducido drásticamente el presupuesto universitario. Han eliminado el derecho de asociación sindical de los empleados públicos, y dañado seriamente la posibilidad de sindicarse en el sector privado, entre otras muchas medidas. En cierta forma, mis conciudadanos de Wisconsin y yo llevamos un buen tiempo viviendo lo que puede suceder en todo el país en los próximos dos años. Plantamos cara, en lo que vino a llamarse el Wisconsin Rising …

Le iba a preguntar por eso. ¿Que sucedió en el Wisconsin Rising en 2011? ¿Puede servir como ejemplo del tipo de alianza entre grupos y movimientos que usted describe como necesario para plantear la resistencia dentro y fuera de las instituciones?

En el Wisconsin Rising la cuestión tenía que ver con los derechos sindicales y de negociación colectiva de los trabajadores públicos. Durante semanas, cientos de miles de ciudadanos ocuparon edificios públicos y marcharon sobre la capital estatal. Perdimos, porque los republicanos tenían un control sólido del legislativo, pero mandamos una señal a todo el país que sirvió de ejemplo para los movimientos venideros, empezando por Occupy Wall Street. Esperemos que esos movimientos no solo encuentren más energía, sino que se aglutinen en torno a una visión más amplia de la política democrática. Hace un tiempo, uno se podría imaginar a los sindicatos como vehículo aglutinador, pero hoy en día son mucho más débiles que antes. Existe toda una serie de movimientos muy diversos. ¿Cómo aglutinarlos? En cierto modo, la Marcha de las Mujeres sobre Washington y otras movilizaciones que hemos visto pueden señalar el camino.

Hay que recordar que estamos donde estamos por el enorme y prolongado fracaso de los demócratas para articular lo que los estadunidenses quieren: medidas que limiten el poder de las grandes empresas, que defiendan los derechos de las minorías y su derecho al voto. Trump es una consecuencia no tanto de lo que los estadounidenses quieren, sino del hecho de que los demócratas han sido incapaces de aglutinar y movilizar a su electorado durante mucho tiempo.

Los demócratas no supieron articular lo que los estadounidenses quieren: medidas que limiten el poder de las grandes empresas y que defiendan los derechos de las minorías

Volvamos a Paine: Lleva un tiempo hablando de la necesidad de movilizarse para crear una fuerza que contrarreste a Trump. Por la manera en la que describe a Paine y su trabajo da la sensación de que fue capaz de lograr justamente eso. ¿Dónde pueden encontrar los estadunidenses a sus Paines del momento?

La verdad es que no lo sé. Hay voces políticas –Bernie Sanders, Elizabeth Warren o Keith Ellison en el Congreso— pero forman parte del establishment político liberal-progresista. Mi principal preocupación es que no tenemos el escritor necesario para articular todas esas necesidades, intereses y aspiraciones diversas. Por eso entiendo que mi labor ha de ser visitar las voces de nuestra historia que tienen relevancia: voces como la de Thomas Paine, principalmente, pero también voces como la de Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt, que son probablemente nuestros dos presidentes más grandes, por los cambios radicales que lograron implementar.

Usted escribe de Paine que “recibía con orgullo” a aquellos que le acusaban de ser un rebelde. ¿Cómo juzgaría Paine a Donald Trump y las fuerzas que representa? ¿Qué les diría a los estadounidenses que deben hacer?

En su panfleto Common Sense, su obra más famosa, Paine llamaba a los americanos a convertir su rebelión en una revolución. Les urgía a hacerlo cuanto antes porque, si dejaban pasar el tiempo, podrían dar lugar a que apareciese el Ejército británico y aplastase sus sueños, pero también porque si no lo hacían podrían terminar teniendo un rey propio, porque una figura emergería entre el tumulto para recabar apoyos entre los peores elementos y aspiraciones y hacerse con el trono. En un pie de página, dice que se refiere a un personaje en concreto, Masaniello, un demagogo que se aprovechó del desmoronamiento del orden establecido en el sur de Italia para que lo designaran como nuevo rey.

En cierta medida, Trump es un Masaniello moderno. Surge del desbarajuste, proponiendo su marca de nacionalismo de derecha, su populismo demagógico, y la gente le unge para que limpie el cenagal de Washington y haga que las cosas funcionen. ¿Que qué haría Paine? Para empezar, diría: “¡Ojo! Vean lo que hemos hecho: hemos permitido que un Masaniello se convierta en presidente”. Más allá de eso, reconocería que el peligro no es tanto Trump en sí mismo, sino Trump y el congreso controlado por los republicanos. Arremetería contra Trump personalmente, pero también nos advertiría de la amenaza que suponen los republicanos para la promesa de América.

Sobre la tradición progresista en EEUU, no puedo dejar de pensar en la conversación que tuve con su colega historiador Eric Foner unos días antes de las elecciones. Me dijo casi lo contrario: que Trump representaba la culminación de una tradición política estadounidense basada en el nativismo y la intolerancia, y no tanto una aberración. Si es cierto que existe esa tradición progresista tan potente, ¿cómo es que Trump es presidente?

Eric es un buen amigo. Lo primero, no debemos olvidar que Trump perdió el voto popular. Lo irónico es que el colegio electoral, que le hizo presidente, se creó en parte para impedir que un demagogo como él llegase al cargo. Pero, más allá de eso, los conservadores, los dueños del capital, los píos y los privilegiados llevan generaciones haciendo todo lo que pueden para suprimir, marginalizar y borrar de la memoria esa tradición de la que hablo. Pero si uno repasa la historia de EE.UU. se encuentra con un sinfín de grupos –como los free-thinkers, los abolicionistas de la esclavitud, el movimiento de los trabajadores a principios del siglo XIX, el movimiento feminista, las sufragistas, los sindicalistas, los socialistas—. Todos estos movimientos se fijaban en la Revolución Americana para encontrar inspiración. Y la figura en la que siempre la encontraban era Thomas Paine, porque Paine es el recuerdo de que la revolución era una verdadera revolución, y no el mero cambio de una clase dominante por otra.

Lo irónico es que el colegio electoral que presidente a Trump se creó en parte para impedir que un demagogo como él llegase al cargo

La voz de Paine es la voz de la promesa democrática. Eso es una verdadera tradición, mientras que figuras como Trump –reaccionarios que hemos visto emerger una y otra vez en nuestra historia— no representan una tradición: buscan ciertos elementos del pasado, pero a menudo eligen episodios de los que no saben casi nada, y los repiten hasta la saciedad.Los progresistas tienen que usar un lenguaje que hable a la gente que se ve a sí misma ante todo como ciudadana estadounidense, no tanto parte de ningún grupo

Ha mencionado las debilidades y errores del Partido Demócrata, que han llevado a Trump y los republicanos a acaparar casi todo el poder institucional. Dada esa fortaleza republicana, ¿qué se puede hacer para poner freno a su agenda?

En primer lugar, los progresistas tienen que empezar a usar un lenguaje que esté enraizado en la historia de Estados Unidos, que hable a la gente que se ve a sí misma ante todo como ciudadana estadounidense, no tanto como parte de ningún grupo. De este modo, se podrá atraer a la oposición a gente que ve que lo que está en juego en los próximos años es el futuro de América.

Debemos recordar que un estadounidense de verdad no abandona sus derechos; no da la espalda a los avances democráticos del pasado. Los intensifica. Walt Whitman dijo algo así como que debemos intentar expandir la libertad constantemente en este país. El periodista Henry Demarest dijo algo parecido: “Si quieres proteger los derechos que te dieron tus padres, no te limitas a defenderlos; debes crear nuevos derechos para tus hijos”. Dicho de otro modo: no basta con defenderse. Necesitamos una visión política que nos lleve a intensificar, expandir y profundizar la libertad, la igualdad y la democracia.

Es lo que hicimos al enfrentarnos a crisis graves, mortales, en las décadas de 1770, de 1860, o en los años 30, 40 y 60 del siglo XX. No trascendimos esas crisis abandonando nuestros principios, sino haciendo América más libre, igualitaria y democrática. Es lo que hizo Lincoln cuando la Unión se partió: respondió a los levantamientos de esclavos y abolicionistas firmando la Proclama de Emancipación. Lo mismo hizo Roosevelt con el New Deal en los años 30: no respondió a la depresión dando más poder a los capitalistas, sino creando un Estado que respondía a las necesidades de la gente trabajadora y empoderaba a los obreros y los sindicatos.

Si salimos de este momento oscuro de nuestra historia será, pues, no suspendiendo nuestros valores, sino poniendo por delante un proyecto político basado en profundizar la igualdad, la libertad y la democracia.

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Autor >

Álvaro Guzmán Bastida

Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.

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1 comentario(s)

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  1. explorador

    Mientras el pueblo estadounidense no salga en masa como contra Trump, contra las guerras e intervenciones exteriores de su país, no hay nada que hacer.

    Hace 7 años

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