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Supongo que la existencia de tanto sector definido en un partido nuevo ilustra que los sectores, en buena medida, son anteriores al partido. Tanto grupo con cosmovisión propia, en fin, ilustra que hay aspectos en Podemos más viejos que el mismo Podemos. Algo sorprendente, pues Podemos nació en una liguilla contra lo viejo. Lo viejo, a su vez, no era una palabra. Era, es, un campo semántico amplio y acotado. Se acotó entre 2011 y 2012, en la calle, o casi, donde era más probable pillar un constipado que acotar un pijo. Y se acotó. A lo bestia y a pelo, sin medios de comunicación en los que intercambiar ideas. Lo viejo era, en fin, un Régimen --un sistema institucional y de partidos, unos medios, una cultura--, que no había podido percibir una crisis social y económica sin precedentes. Que no había visto venir, llegar y quedarse --aún no lo ha visto-- el fin de la democracia tal y como la conocimos --que, por cierto, no era para tirar cohetes--, a instancias de instituciones no democráticas y deslocalizadas, que son las que hoy detentan lo que antes se llamaba soberanía.
Había una agenda. Precaria. Quizás, no obstante, la menos precaria del mercado político --se troncharían si les explicara, por ejemplo, cómo hacen PP o PSOE o CiU o El País sus agendas--. Y esa agenda se planteó llegar al poder. Podría no habérselo planteado. No sé si era una buena idea. Y lo digo sin cinismo o ironía. No lo sé porque ignoro, esta mañana a primera hora, dónde está el poder. Es posible que en el Estado haya muy poco. ¿Cuál fue el fallo? No tengo ni idea. Pero deduzco que tuvo que ser, a su vez, un fallo también viejo. Tal vez, confundir poder con responsabilidad. El Estado, en fin, no es responsable. Es, literalmente, un irresponsable. Los datos estadísticos desde 2007 hasta esta mañana a primera hora lo demuestran. Las nuevas formas y núcleos de soberanía, nebulosos y carentes, incluso, de nombre, ni te digo. Quizás el fallo fue centrarse, responsabilizarse, adoptar un discurso que no era el nuestro, sino el del Estado, ese piernas. Asumir palabros y deberes como gobernabilidad, o comisión de estudio. Olvidar que esto no es una partida de póquer. Sino la vida, varias generaciones que, de pronto, entre 2011 y 2012, descubren que la vida es breve y que casi todo es viejo. Y que el futuro no depara nada nuevo.
El futuro, por cierto, no depara nada nuevo. El ciclo de crisis no se ha ido, sino que se intensificará. Hay millones de personas que, ya científicamente, no somos ni mercancías en manos de políticos y banqueros. Quizás hay que volver a lo nuevo. Lo nuevo tal vez sea adanismo, pero lo contrario es matusalenismo.
Una idea que no se organiza, muere. Pero una idea que sólo se organiza en las instituciones, está muerta. Lo viejo, de hecho, sólo se organiza en las instituciones. Muerde, pero está muerto. Como un zombi. Que no nos muerdan.
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de 'Caja de brujas', de la misma colección.
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