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Lectura

‘La política en el ocaso de la clase media’

Extracto del libro de Emmanuel Rodríguez sobre ‘El ciclo 15M-Podemos’

Emmanuel Rodríguez 2/02/2017

<p>Imagen de la Puerta del Sol el 15M.</p>

Imagen de la Puerta del Sol el 15M.

Anita Botwin

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Emmanuel Rodríguez López es uno de los ensayistas más determinantes de su generación. Es autor, junto a Isidro López, del pionero Fin de ciclo (2010), que en parte verbalizaba en periodo de percepción de fin de casi todo, iniciado en 2011, de Hipótesis Democrática (2013), o de ¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el Régimen del 78 (2015). Acaba de salir su La política en el ocaso de la clase media. El ciclo 15M-Podemos (en la misma editorial que los anteriores, Traficantes de Sueños. Madrid, 2016), del que publicamos un extracto. Se trata de un libro breve, conciso y ágil, en el que, con criterios antes historicistas que periodísticos, explica el ciclo iniciado con el 15M --que se dibuja, a su vez, como la consecuencia de un fracaso económico y político más lejano--, hasta su formalización política a través de Podemos. El libro es una valoración del recorrido por "el campo de experimentación política más importante de la UE", una sociedad y unos partidos centrados en algo que ya no existe. La clase media.  

El 15M en las instituciones: primeras conclusiones (págs. 134-138 )

El ciclo electoral se había agotado a una velocidad trepidante. En poco más de dos años y medio, la ola que provenía del 15M había dado lugar a distintos experimentos políticos, destilando una secuencia de éxitos electorales sin precedentes. En cierto modo, el 15M —o al menos una parte sustancial del mismo— había llegado a las instituciones. En todos los parlamentos del país y en casi todas las ciudades existía representación de un grupo reconocible bajo la marca de la "nueva política". Y sin embargo, tras el éxito electoral parecía que había poco más que proponer.

Más allá de la consigna que marcó época —"ganar, ganar, ganar"—, apenas había ideas, un proyecto político

Desde su estallido en mayo de 2015, la ola de movilizaciones elevó la improvisación a condición de virtud política. Los nuevos partidos, la "nueva política" no escaparon a la lógica de la urgencia y de la velocidad. Tras el éxito de Podemos en las europeas, en el filo de un año y medio que se prometía frenético, la estrategia política se redujo a conquistar el máximo de cuota de representación institucional. Sin embargo, más allá de la consigna que marcó época —"ganar, ganar, ganar"—, apenas había ideas, un proyecto político, y lo que es más grave, una intuición de que otras máquinas y motores resultaban necesarios para sostener a largo plazo las posiciones institucionales.

El vacío se intentó rellenar con una retórica protagonizada por las apelaciones a la "gente", a la "ciudadanía", al "pueblo". Las sucesivas elecciones produjeron una nueva generación política que prometía honestidad, transparencia, respeto al mandato popular. Pero lo cierto es que frente a la riqueza de contenidos políticos que se expresó en los momentos que podríamos llamar de "asamblea" —como en el "proceso constituyente desde abajo" que se dio en los primeros meses del 15M, o incluso en la elaboración colectiva de los programas municipalistas—, la "fase institucional" sufrió un rápido desgaste.

La pérdida de "contenidos" se justificó primero en la necesidad de "incluir a los que faltan" y después en la de "gobernar para todos". El movimiento de cuestionamiento de la "representación" y la prevención de la "institucionalización" se había disuelto ante los requerimientos de una nueva política que terminó por parecerse demasiado pronto a la vieja. Al fin y al cabo, la ilusión democrática, de la cual el 15M nunca terminó de desprenderse, se transformó en las instituciones en una afirmación impotente de la "autonomía de lo político". Quizás fuera un resultado inevitable de la concentración del esfuerzo en la construcción de "maquinarias electorales", al tiempo que languidecían las iniciativas de movimiento. La "autonomía de lo político" proclamaba el privilegio de la política institucional, desatada de los poderes efectivos y de la relación de fuerzas que atraviesan la sociedad. El gobierno y el Estado se convertían en palanca autónoma de los procesos de cambio: "Las cosas se cambian desde arriba". La ficción no tardaría en disiparse convertida en desencanto, apatía, al tiempo que se imponían las inercias de la autorreproducción de la nueva clase política.

La tendencia se acusó a lo largo y ancho de todo el frente institucional.  En las siete u ocho grandes ciudades con gobiernos protagonizados por las candidaturas municipalistas, los llamados "ayuntamientos del cambio" se toparon, una y otra vez, con los límites materiales del gobierno formal. La falta de competencia, la financiación escasa, la inexperiencia de los nuevos equipos, pero sobre todo el rápido contramovimiento de los viejos partidos políticos, de los medios de comunicación y de los grupos económicos puso rápidamente a la defensiva a los nuevos consistorios. Una política de gestos, aplicada a los temas más variopintos —retirada de retratos del monarca, de símbolos del franquismo, declaraciones municipales a favor de los refugiados de la guerra de Siria, campañas contra las agresiones homófobas, etc.— se convirtió, en demasiadas ocasiones, en el sucedáneo de una transformación institucional para la que había pocos recursos y para la que había que asumir batallas mucho más duras. Pero incluso en el terreno de los gestos, los ayuntamientos, singularmente el de Madrid, tuvieron que retroceder ante las ofensivas de una derecha neocon bien pertrechada para ganar ventaja en las batallas culturales.

los llamados "ayuntamientos del cambio" se toparon, una y otra vez, con los límites materiales del gobierno formal

De acuerdo con un guión, que en ningún caso se puede considerar único, y tampoco exento de excepciones, el retroceso de los nuevos gobiernos, siempre con escaso apoyo de Podemos, se expresó en el retorno a un lenguaje de la responsabilidad institucional. La consigna "gobernar para todos" acabó por justificar políticas concentradas en una gestión honesta, pero sin capacidad de ofensiva sobre las élites económicas que durante décadas depredaron sin control en los presupuestos públicos. La crítica acabó por acuñar el término "gobernismo” para definir la parálisis de la transformación institucional. Tras más de año y medio de gobierno, la única línea de transformación institucional, tibia y trabada por las ingenuidades de la "democracia procedimental" era la que apuntaba a la extensión de los mecanismos de participación física y digital, aplicada principalmente de presupuestos participativos.En casi todo lo demás, los ayuntamientos se mostraron notablemente parcos. La reinvención de la democracia local, que había sido el proyecto último del municipalismo, y que obviamente comprendía cambios sustanciales de la ley de Bases del Régimen local e incluso de la propia Constitución, se quedó en el camino de las reformas tibias y de la gestión honesta.

Si los nuevos ayuntamientos, siempre con excepciones, "degeneraban" rápidamente en el "gobernismo", empujados por la inercia y los límites de la institución, en Podemos el "estatismo" fue siempre elemento principal de la "hipótesis". De forma paradójica, sin embargo, en su constitución como "partido de gobierno", "partido de Estado", se ventiló la principal contradicción con el motor democrático del ciclo: el movimiento —masivo, multitudinario— que caóticamente se constituyó tras el 15M. En las claves "populistas" de proyecto esta contradicción se trató de resolver en términos de "sujeto" con la mágica invocación a la "construcción de pueblo". Podemos quedó así atrapado en un trilema con los nombres 15M, "pueblo" y "partido". Al convertirse y definirse, cada vez más, como partido, y menos como movimiento, Podemos tendió inevitablemente a comportarse según la lógica "de partes", de representación "intereses", con la que habitualmente son identificados los partidos. Para una parte del "movimiento" —a veces en términos puramente intuitivos, a veces de crítica consciente— Podemos se había convertido en "un partido más": la decantación vertical de la organización, las continuas luchas intestinas y el regate corto del giro táctico permanente no ayudaban a pensar de otro modo.

ni siquiera de acuerdo con su guión oculto de inspiración "bolivariana", Podemos supo traducir bien las enseñanzas de América Latina

Su constitución como partido, lo aislaba de este territorio amplio y difuso —de "movimiento"— que le había dotado de su fuerza irresistible de los primeros tiempos. El metabolismo de Podemos dirigido a convertir la "mayoría social" en "mayoría política" produjo un increíble despilfarro de energía política. En ningún otro punto la improductividad del partido resultó más evidente. Este había sido un coste asumido conscientemente pero que resultaba insoportable a medio plazo. La renuncia a construir organización, estaba contenida en el objetivo declarado de llegar al gobierno y desde el Estado actuar como herramienta de construcción política. Por ni siquiera de acuerdo con su guión oculto de inspiración "bolivariana", Podemos supo traducir bien las enseñanzas de América Latina. En la gramática del ciclo latinoamericano, el partido fue después —no en términos temporales sino políticos— del acto de constitución política del "pueblo". En Ecuador y Bolivia, también en Venezuela, los nuevos gobiernos progresistas vinieron de la mano de la demanda de una constituyente, no de un partido de Estado.

El 15M fue in nuce un movimiento político amplio en clave constituyente. Una traducción no estrictamente partidaria del movimiento tendría que haberse empeñado en la construcción de una plataforma electoral amplia, capaz de incluir a todo aquello que al final se escurrió en el proceso de decantación interna de Podemos, que se organizó en las candidaturas municipalistas o que no tuvo traducción política debido a una desafección rápida con el partido. Quizás sólo de este modo se podría haber alcanzado la mayoría electoral. Pero Podemos acudió tarde y mal a todas las invitaciones que se le presentaron como partido multitudinario del cambio: arruinó su base social (otoño de 2014), despreció los municipalismos (primavera de 2015), rechazó la confluencia democrática (verano de 2015) y finalmente sólo fue capaz de apostar por una coalición de despachos (primavera de 2016). Caso de haber optado por esta hipótesis de confluencia amplia, democrática y constituyente, seguramente, el movimiento abierto tras el 15M no se hubiera agotado en un nuevo proyecto de gobierno con todos sus rituales y límites (estabilidad, responsabilidad, reformas tibias). Y, probablemente, hubiera mantenido durante varios años las suficientes reservas como para llegar hasta la siguiente crisis con la posibilidad de formar una asamblea constituyente, dirigida a un cambio del modelo de Estado.

Al renunciar, debido principalmente a su "estatismo", a aquello que constituye por excelencia un "pueblo político" —el "acto constituyente", la redacción de un nuevo pacto, de una nueva constitución—, la dirección de Podemos precipitó contra sí todos sus límites: la incapacidad para hacer frente a Ciudadanos, de incorporar en un proyecto político constituyente a todo lo que se expresó en las candidatura municipalistas y de movilizar un abstencionismo reacio a los juegos partidarios. En última instancia, fue incapaz de entender la contradicción política entre constituirse como partido con aspiraciones de gobierno y conformarse como movimiento que impone electoralmente el debate sobre una nueva constitución. En la decantación hacia el primer término contribuyeron su escasa confianza en la propia madurez del 15M, de los movimientos sociales y de los sectores políticamente activos. Y por eso renunció a dar un salto de escala constituyente que condujera a otra forma del Estado: única situación —junto a las guerras y revoluciones— que constituye un "pueblo político".

Ciertamente, la bandera constituyente estaba lejos de animar un radical cuestionamiento del régimen social y económico. En el mejor de los casos, esta hipótesis habría chocado con los límites y ficciones del "acto constituyente" pero, a la hora de consolidar una memoria viva del "poder constituyente" y de dar cuerpo a los contrapoderes de un nuevo ciclo político, el avance hubiera sido gigantesco. Entre los muchos factores ya señalados, la urgencia por consolidarse como élite política y el incurable estatismo de la izquierda española, acabaron por decantar las opciones abiertas en la zonas pantanosa, y a la postre miserable, de la política institucional. 

[...]

La formación de la nueva clase política y la debilidad de la organización (págs. 160-171)

El otro proceso de separación política se produjo dentro del movimiento. Se realizó en la construcción de una nueva élite política, al principio reconocida como poco más que un puñado de portavoces de la ola de "cambio". A diferencia de la distancia entre minoría activa y mayoría pasiva reconocible en el 15M, aquí se fomentó una ruptura nítida que se justificó en términos de eficacia, de eficacia comunicativa. En principio se trataba de "personalizar" el discurso para llegar a "más", y de hacerlo a través de los lugares a los cuales se supone asiste esa mayoría: los grandes medios de comunicación.La cuestión es que para operar en los medios y alcanzar a la mayoría, se requiere, como hemos visto, de rostros, portavoces, personificaciones concretas.   

La lógica de la personalización resulta, sin embargo, contraria al consensualismo, e incluso a cierto anonimato político que dominó la fase de movimiento. Una parte del movimiento no participó en la fase institucional, no sólo gracias a una reflexión sobre el poder político, la lógica electoral, etc., sino de forma más visceral, por urticaria respecto de la construcción de "liderazgos". Baste decir, que en principio estos liderazgos sólo resultaron legítimos en la medida en que entraron en resonancia con el democratismo del 15M.

La lógica de la personalización resulta, sin embargo, contraria al consensualismo, e incluso a cierto anonimato político que dominó la fase de movimiento

Por eso también, candidaturas y nuevos partidos aplicaron, sin excepción, el mayor número de controles formales sobre sus "representantes". Las primarias abiertas como forma de selección política, los llamados "códigos éticos" como mecanismos de selección y regulación de los mismos, la rendición de cuentas y los revocatorios como mecanismos de fiscalización y castigo de los representantes, fueron sólo los principales instrumentos para limitar la autonomía de los liderazgos. En algunos casos, estos sistemas llegaron a ser tan barrocos y sofisticados como para que puedan estudiarse como uno de los mayores experimentos de democracia electoral que se hayan probado en la historia política reciente de Europa.Y sin embargo, en su mayoría acabaran por ocupar el rincón reservado a las formalidades sin efecto político. La razón de este fracaso en la selección y control de la nueva clase política no estuvo en la letra de unos protocolos, a veces intrincados, complejos y capaces de prever toda clase de eventualidades, cuanto en la ausencia del sujeto capaz de imponer estas regulaciones. Ni los nuevos partidos, ni las nuevas candidaturas fueron capaces de construir organizaciones consistentes; difícilmente estas podrían actuar como contraparte de la nueva clase política.

Siendo claros, el criterio último de validación de los nuevos liderazgos descansó en términos propios: en su eficacia como máquinas "comunicativas". La forma de los nuevos liderazgos acabó por tener así un carácter esencialmente plebiscitario, o cesarista si nos referimos a sus figuras principales, como Pablo Iglesias o Ada Colau. Las primarias, las consultas de documentos, las preguntas que de cuando en cuando lanzaba Podemos a su censo, incluso la elaboración de listas por parte de la dirección tuvieron una función validatoria, de confirmación reiterada y a veces obsesiva de los liderazgos. Persistía aquí, no obstante, algo también heredado del 15M, y que correspondía con su radical democratismo, algo que podemos denominar "ideología participativa".

Primarias y consultas fueron, en efecto, legados del "participacionismo" del 15M, pero acabaron siendo poco más de un formalismo vacío en los nuevos partidos. Su función real consistió en servir como mecanismos de validación de liderazgos, que a la postre trataron de suprimir el conflicto inscrito en la construcción de las nuevas élites. Y lo hicieron paradójicamente de un modo que, por lo general, impidió la discusión política. En las llamadas listas plancha, en los avales oficiales a tal o cual lista o candidato, en las consultas de Podemos se desarrolló sin ambages una tecnología de validación plebiscitaria de la dirección.

En Vistalegre, Pablo y su equipo amenazaron con abandonar la dirección de Podemos si su documento no era aprobado en la fase de consultas

De otra parte, y al contrario de lo que pudiera parecer, esta insistencia en los mecanismos de validación no mostraba la fortaleza de una nueva élite reconocida por el movimiento —su carisma indiscutible—, cuanto su debilidad. Valga recordar los ejemplos más significativos. En Vistalegre (octubre de 2014), Pablo y su equipo amenazaron con abandonar la dirección de Podemos si su documento no era aprobado en la fase de consultas. En la modalidad organizativa de Podemos, se optó por la replicación del modelo presidencialista y elitista, con secretarios generales y consejos ciudadanos hasta en la última población del país. En la selección de "cargos", las direcciones privilegiaron la selección de amigos y fieles, sobre aquellos capaces de intervenir como organizadores sobre el terreno. En la negativa a la confluencia en los previos del 20 de diciembre de 2015, se mostró de nuevo el miedo de la élite de Podemos a medirse en primarias con otra élite: la de IU.

La modalidad de partido que resulta de esta doble separación —respecto del movimiento convertido en máquina electoral volcada en convencer a la "mayoría" y a la vez dirigida por una "minoría"— es la del partido-empresa. El partido-empresa responde todavía a la forma partido, de hecho en algunos de sus rasgos es, por exageración, su caricatura. Pero en ningún caso se asemeja a los viejos partidos de masas, a los que el primer Podemos pudo una vez aspirar. En los debates organizativos previos y posteriores a Vistalegre se reitera una renuncia explícita a la construcción de organización política. Ni el modelo propuesto según el patrón de la vieja socialdemocracia, ni la modalidad "espontánea" surgida de la coordinación de los círculos, ni la vaga idea de partido-movimiento consiguieron oponerse a la férrea verticalización prevista en Vistalegre. No obstante, acusar de verticalización a la cúpula de Podemos sería demasiado obvio. La verticalización todavía considera la necesidad de una organización, rígida, disciplinada, sometida a mandato. Lo que hay en Podemos, y también en muchas de las candidaturas municipalistas, es por contra un rechazo explícito a la consolidación de una organización formal. Esta se sustituye por la "comunicación" directa entre liderazgo y masa, esto es, por una particular forma de plebiscitarismo.

La renuncia a la organización es explícita, y está contenida en el significante "nueva política". Durante los previos a Vistalegre y en la tenue discusión sobre el modelo de organización, se argumentó cansinamente contra las modalidades clásicas de partido, en las que el elemento militante y activo se identificaba con lo "viejo", pero también con algo externo y ajeno a la "gente". La "militancia" aparecía como una actividad especializada y "separada". Se decía: las "con hijos", los "ancianos", los "sin tiempo" tienen que poder ser parte del proyecto político de "la gente". Y para ello, nada mejor que instaurar mecanismos de vinculación directa entre la emergente clase política y la "ciudadanía". La lógica plebiscitaria de la consulta digital sirve a este propósito; se apoya en la ideología de la "gente" pero también resulta funcional a la necesidad de validación de la nueva élite. La "organización" debe ser así tan abierta, tan de la "gente", como para que "cualquiera" pueda participar, obviamente de un modo tan laxo y delegado que apenas guarde similitud con los mecanismos de participación y democracia de los viejos partidos obreros.

Podemos se reclamó como un partido de inscritos (en el censo), no de militantes, ni siquiera de afiliados. A los participantes tan sólo se les pedía que pusieran su nombre en una base de datos y que dieran un "click" de vez en cuando. Ni cuotas, ni obligaciones, ni tampoco derechos. La "tecnopolítica" aportaba las herramientas técnicas (censos, sistemas de votación on-line, plataformas de discusión), pero también una justificación ideológica, el "participacionismo", como marco nuclear de la democracia interna del partido. No obstante, estos mecanismos de participación se establecieron de una forma tan destilada y con tampoco capacidad decisoria, que muchos de sus defensores—provenientes los entornos hacker y tecnopolíticos— acabaron por criticar el uso plebiscitario de las herramientas por parte de Podemos. El participacionismo elemental del 15M pareció confundirse con el plebiscitarismo, pero nunca llegaron a ser lo mismo. Y es que a la contra de buena parte de la sociología y la teoría política, que en Weber o Schmitt han hecho coincidir carisma y democracia —e incluso dictadura y democracia— democratismo y plebiscitarismo son elementos de raíz radicalmente distinta.

El participacionismo elemental del 15M pareció confundirse con el plebiscitarismo, pero nunca llegaron a ser lo mismo

En términos organizativos, la máquina electoral requería únicamente de portavoces, de aparatos de campaña, aliados mediáticos, buena presencia en tertulias, organizadores de actos y quizás un ejército de fans que replicaran mensajes y, de cuando en cuando, pegaran carteles. Ese conjunto de funciones correspondía más con la estructura de una empresa de marketing, encargada de promocionar a una pop star, que con una organización política. En esta misma línea, ninguna profesión fue más premiada y reconocida en los nuevos partidos que la del expertos en redes, el community manager, el comunicólogo de profesión. Las plantillas de los nuevos partidos incorporaron a una enorme cantidad de este tipo de figuras relacionadas con los "saberes de la comunicación política". Dentro del paradigma comunicológico, la organización con sus voces incontrolables y casi siempre polifónicas, con sus irremediables debates públicos, con su maquinaria hecha grasa y metal oxidable, no parecía ajustada a las condiciones del lanzamiento de una marca electoral.

Tanto es así, que la preocupación obsesiva por la "marca" llevó a Podemos a decisiones drásticas, la principal: no ir con su logo a las elecciones municipales. La razón de esta renuncia estaba en la posibilidad manifiesta de que un buen número de círculos presentasen candidaturas propias, candidaturas incontrolables. Paradójicamente, el abandono de las elecciones municipales dio la oportunidad al municipalismo. Pero incluso entre las candidaturas municipalistas, la "marca" se convirtió en motivo de acaloradas disputas, operaciones de apropiación —por parte de IU y otros colectivos— y motivo de amenazas legales. En el juego electoral, la marca encierra la magia de unos significantes que connotan lo nuevo, el cambio, lo por venir, con independencia de la capacidad real de proyectar una discusión capilar en la sociedad. La centralidad de la marca es sólo la centralidad del paradigma "comunicológico".

Pero que la organización fuera considerada un "resto", resultara redundante o innecesaria, no quiere decir que, a pesar de todo, se construyese organización. Esta acabó por aparecer. Aunque sólo fuese porque desde el momento fundacional, la proliferación de los círculos de Podemos, su capacidad de generar espacios propios y autónomos de coordinación, generó organización. O porque, a pesar del vaciamiento de los círculos y del burocratismo competitivo y anticooperativo impuesto por las luchas de poder, la persistencia de aquellos círculos de Podemos que funcionaron autónomamente en asambleas locales, se mantuvo como un recuerdo de la experiencia 15M. La generación de organización se convirtió en un imperativo para Podemos cuando se vio obligado a "territorializarse" para participar en las elecciones autonómicas y en las confluencias municipales. Los grupos parlamentarios autonómicos, los concejales, los liberados de estas estructuras, al lado de la improvisada burocracia interna (hecha de consejos y secretarios) conformaron necesariamente "otro nivel" de organización.

la persistencia de aquellos círculos de Podemos que funcionaron autónomamente en asambleas locales, se mantuvo como un recuerdo de la experiencia 15M

Podemos terminó así por dar forma a una organización que subyacía al partido empresa, pero cuya modalidad distaba de ser coherente y homogénea. A falta de una hipótesis organizativa, que debía ser tanto el correlato del ejercicio "espontáneo" de autoorganización de los círculos como de una hipótesis estratégica, la organización "realmente existente" acabó por ser resultado de una combinatoria  improvisada que contenía elementos del 15M, de la estructura del partido-empresa y de las inercias heredadas de las tradiciones organizativas de la izquierda española. Una organización heterogénea y por eso rica en contrastes, que pueden ser reconocidos bajo la proliferación del sufijo "ismo": circulismo, burocratismo, participacionismo, plebiscitarismo. De todos ellos, el burocratismo fue sin embargo el elemento que acabó por determinar a todos los demás.

Uno de los aspectos más sorprendentes de la fase institucional del ciclo 15M reside en la velocidad del proceso de "institucionalización" de los nuevos partidos. La sorpresa no está en el fenómeno en sí, difícil de evitar sin la acción de contrapesos fuertes, cuanto en la rapidez y profundidad del mismo. Como se ha visto, el democratismo del 15M no consiguió establecer los diques éticos para detener o retardar estos procesos, seguramente porque el problema nunca fue ético, sino político. El único contrapeso eficaz —la construcción de organización— requería no sólo de tecnopolítica y voluntad, sino de la sedimentación, necesariamente larga, de una cultura política nueva. Así pues, lo que en la socialdemocracia de la II Internacional, con la construcción de gigantescos partidos de masas, llevó al menos dos generaciones; a los bolcheviques, en las duras condiciones de la Revolución Rusa y la economía de guerra, al menos cinco o seis años; o en el caso de los verdes alemanes también cerca de una década de duros enfrentamientos entre realistas y "fundis"; en los nuevos partidos apenas sí se cuenta en meses. Como en otros aspectos del ciclo político, el lenguaje de la traición o de la degeneración resulta inútil a la hora de entender el fenómeno, en tanto este aparece inscrito desde el primer momento en las hipótesis "estatista" de partida, en el paradigma comunicológico, en la renuncia a la organización y en la composición social de los actores políticos.

De todos modos, el proceso de burocratización de la nueva política no se puede entender a partir de una relación de determinación unívoca entre la composición social del movimiento y sus resultados, por resumir mucho, entre clases medias y política de clase media. Entre ambos elementos, media un proceso de subjetivación complejo y lleno de bifurcaciones, tal y como se reconoce en la experiencia de los movimientos sociales —nutridos mayoritariamente por las clases medias—, y que bascula entre la desconexión manifiesta de las "alternativas" y la ampliación de la democracia, por medio de la generación de derechos. La misma oscilación se encuentra en el 15M, que en todo momento apareció estirado por sus dos polos o, en términos más espirituales, por sus "dos almas": la propensión más "utópica" de la crítica a la representación y la más "realista" de la restauración de la meritocracia. Sobra decir que esta última acabaría por ser el elemento determinante de la fase institucional, pero en todo caso no fue un proceso sin conflictos, ni contradicciones.

el 15M apareció estirado por sus "dos almas": la propensión más "utópica" de la crítica a la representación y la más "realista" de la restauración de la meritocracia

Al tiempo que la aceptación de la democracia representativa comprendida como un juego competitivo entre élites electorales se elevó a determinante "objetivo" del proceso de institucionalización, la meritocracia constituyó, de facto, el motor "subjetivo". Este hubiera sido más lento y complejo, si el protagonismo hubiera descansado en una composición social más propensa al igualitarismo. En la contradicción interna de los regímenes democráticos, regímenes de clase, fuertemente oligárquicos, se reconoce siempre la promesa del "mérito" como elemento constitutivo de las clases medias que les sirven de soporte. Las oposiciones, la carrera funcionarial, las credenciales educativas —en tanto elemento constitutivo de la jerarquía administrativa— hacen del Estado y de los cargos prebendados, la institución por excelencia de la meritocracia. Quizás por eso en este terreno nunca son suficientes los estudios sociológicos que, una y otra vez, destacan la capacidad de los mecanismos de reproducción de clase para monopolizar los puestos medios y altos del Estado a determinados sectores sociales. La nostalgia de una restauración de la meritocracia ha constituido la promesa principal de la regeneración democrática, y como hemos visto ha estado inscrita desde el principio —de una forma ambigua y no exenta de contradicciones— en el 15M y en la nueva política.

De hecho, en ningún otro aspecto, el 15M y los nuevos partidos han mostrado mejor su naturaleza de clase, que en la asimilación de de la meritocracia como un elemento natural (ideológico) de su constitución interna. En el proceso de separación de las nuevas élites políticas del movimiento, el "mérito" se presentó, una y otra vez, como el principio de legitimación de su propia decantación como "nueva" clase política. Los procesos de selección a través de primarias, la restauración de eslóganes como el "gobierno de los mejores" o la centralidad concedida a los expertos, son sólo algunos de los elementos en la validación de la nueva clase.La frase "este es nuestro momento", que entre bambalinas han repetido sin descanso los representantes de la nueva política es sólo la forma chabacana y desnuda de lo que es, en los hechos, la "meritocracia" política. La fase institucional ha tenido un aspecto casi inconsciente —sólo casi— de sustitución de élites. Frente a las viejas élites de Estado, envejecidas, corrompidas, envilecidas; las élites de la nueva política "están ahí" por sus méritos, por su preparación, pero sobre todo por aquello que se identifica como la virtud del político: "la conexión con la gente". La ficción de la meritocracia y la ilusión de la democracia —el gobierno "representativo"— aparecen aquí reunidas. Desgraciadamente, la realidad se ha mostrado demasiado tozuda. 

Pero si la meritocracia ha servido como motivo ideológico para la validación de la nueva clase política, esto es, como motor de la institucionalización, la forma de su reconocimiento ha pasado invariablemente por la burocratización de los aparatos que pretendían la conquista del Estado. Burocratización es quizás un término excesivo para nombrar los procesos de jerarquización interna de los nuevos partidos, y desde luego tiene poquísima validez para describir el proceso de "institucionalización" de multitud de candidaturas en ciudades medias y pequeñas, todavía sostenidas por procesos más o menos abiertos, más o menos asamblearios. La propia dispersión y diversidad del municipalismo impide, afortunadamente, las generalizaciones. Sin embargo, burocratización constituye un término adecuado para describir y entender las dinámicas internas de Podemos y también la propensión de algunas candidaturas municipales a convertirse en partidos, especialmente en las grandes ciudades. Valga decir, que los nuevos partidos se han encontrado muy pronto con la realidad, que igual da Weber o Marx, Schumpeter o Togliatti, consideraron consustancial a la forma-partido cuando se convierte en prolongación del Estado, en nuestro caso cuando adquiere cierta cuota de poder institucional: el "reparto de cargos".

la propensión de la burocracia política consiste en convertir todo problema político en un problema de poder interno a la organización del partido

Un aviso preliminar: la burocracia política es muy distinta de la burocracia legal weberiana, ejemplificada también en España por el funcionario profesional. Esta última ha sido la consecuencia necesaria del proceso de racionalización del Estado; la constitución de un cuerpo de administradores, celosos de la independencia de su estatuto y especializados en el "cumplimiento neutral de la ley". En última instancia, la burocracia legal acaba engullendo todo problema político como un problema de administración. La burocracia política, la burocracia de partido es, por el contrario, de naturaleza distinta. Depende también del Estado, pero no de forma inmediata, cuanto mediada por el partido. A diferencia de la burocracia legal, la propensión de la burocracia política consiste en convertir todo problema político en un problema de poder interno a la organización del partido, o bien de la parte del Estado controlada por el partido.

Hacia finales de 2016, sólo en asientos en el Congreso y el Senado, diputados autonómicos y sus correspondientes equipos de asesores y expertos, además de los "liberados" de las secretarias centrales del partido, Podemos podía contar casi un par de millares de efectivos. Si a ello se añaden los concejales "con sueldo"y los cargos asociados, la cifra seguramente se multiplicaría por tres o por cuatro. En una escala más modesta pero relevante, los grupos municipales, los asesores y los liberados de Barcelona en Comú o Ahora Madrid sumaban cerca de un par centenares de efectivos cada uno. En conjunto la nueva política, ha generado un "nicho de empleo" para aproximadamente cinco o seis mil personas.En su inmensa mayoría, la financiación de este personal depende del presupuesto público, ya sea directamente, por medio de subvenciones a la representación, de los salarios establecidos para los representantes públicos y sus asesores y de las asignaciones a los grupos parlamentarios, ya indirectamente a través de la redistribución interna de los excedentes de estas partidas dentro de los aparatos de partido. La cuestión es que la asignación concreta de cada persona a un "cargo", es el resultado de una decisión discrecional dentro de cada organización, el resultado de un difícil juego político que acaba por dar forma a las plantillas de asesores, cargos de confianza, "secretarías", etc. Con independencia de que algunos de estos "nombramientos" hayan sido validados en primarias, la práctica totalidad responden a una lógica competitiva por el "reparto de cargos". De una forma más cruda, la perpetuación de la nueva "burocracia política" se ha convertido en la principal fuerza "material" de la nueva política, y probablemente en el principal obstáculo a su redefinición más allá del ámbito institucional. La nueva política, de nuevo por falta de organización, ha quedado sujeta a los elementos más nocivos y evidentes de la "industria de la representación".

La burocracia política no es, sin embargo, una invención de la "nueva política". Su formación se reconoce en los orígenes de la lucha competitiva por el control del gobierno en las democracias liberales; y de forma parecida a lo que sucede en Podemos, desde la constitución de las primeras organizaciones obreras de masas. El objeto del conocido libro de Michels sobre los partidos políticos fue el estudio de la burocracia política, a partir principalmente de la evolución de la socialdemocracia alemana.Las conclusiones del estudio se resumieron en su conocida ley de hierro de las oligarquías, que enunciada de forma sencilla venía a decir que toda organización tiende a evolucionar en una oligarquía y, por ende, que la política de masas es, al final, política oligárquica.

Aunque el principio de Michels tiene notables agujeros argumentales nos sirve para probar otra genealogía de la organización política. Se puede decir que la burocracia política es el resultado de una doble separación, de una doble "degeneración". Su origen lejano está en una figura arquetípica del movimiento obrero, y luego de los movimientos sociales, el organizador activista. Este es un militante vocacional y entregado, que normalmente destaca por sus capacidades para componer una comunidad en lucha. Cuando el organizador es cooptado (o se organiza) en las estructuras de partido pasa a ser un "cuadro". Y en tanto "encuadrado" le corresponde mediar entre los requerimientos concretos de la comunidad o colectivo en conflicto y las orientaciones estratégicas del partido.

A diferencia de la burocracia funcionarial, el burócrata de partido no requiere de más aptitudes que la lealtad al líder o sublíder del cual depende

El paso siguiente implica una mayor separación de la comunidad de lucha. El "cuadro" pasa a convertirse en una figura "orgánica". El burócrata de partido es remunerado con los recursos que éste obtiene de sus afiliados o, más recientemente, a través de las subvenciones y cargos que resultan de la transformación de los partidos en prolongaciones del Estado. A diferencia de la burocracia funcionarial, el burócrata de partido no requiere de más aptitudes que la lealtad al líder o sublíder del cual depende. Su celo es puramente ideológico y se resuelve en el trabajo para el "partido" o la "fracción del partido". Por ello, sus rasgos característicos son el cinismo, del que sabe que lo que cuenta no son los "principios" sino la lealtad al cuerpo o líder al que se está asociado, y el oportunismo, del que está dispuesto a todo para aumentar el poder de su fracción. Es completamente contrario a esta figura la posibilidad de tener un pensamiento —y mucho menos una acción— propios y autónomos.

En Podemos, y también en las candidaturas municipalistas con mayor vocación de partido, el proceso de burocratización arrancó de los liderazgos más consolidados, aquellos arremolinados en torno a los núcleos fundadores. En progresivas ramificaciones éstos fueron colocando a "su gente" —por el único criterio de la confianza—, al tiempo que el partido se desarrollaba como una estructura de cargos y funciones. En torno al control de lo cargos, se fue imponiendo la lógica de clientelar del aparato, que acabaría por dar forma a una colección variable de capillas o fracciones, en continua alianza y enfrentamiento, para las que la fidelidad personal terminó por resultar mucho más importante que la diferencia política.

Debido a la dispersión de "aparatos", entre los municipalismos y Podemos, pero también dentro de Podemos, la nueva política no ha conseguido generar una burocracia única, al estilo de los viejos partidos comunistas. Su organización es plural, pero también a causa de su propia debilidad organizativa, la dinámica del poder interno se entiende mejor como un juego de "familias", al modo napolitano, en permanente competencia alrededor de los grandes líderes carismáticos: Pablo Iglesias, Ada Colau, Iñigo Errejón, pero también un sinfín de figuras de rango medio como Sergio Pascual, Teresa Rodríguez, Pablo Echenique y tantos otros. En la medida, en que esta lógica de "fracciones" —de burocracias políticas fragmentadas— se ha convertido en un rasgo estructural de la nueva política, a esta no escapan siquiera los sectores políticos más vocacionales, incluidos todos los nombres señalados. El resultado ha sido una colección organizaciones absortas en las conspiraciones palaciegas, en el who's who del nuevo belén político, condenadas a girar en torno a sí mismas y cada vez menos capaces de producir una discusión pública, abierta y masiva.

el poder interno se entiende como un juego de "familias", al modo napolitano, en permanente competencia alrededor de los grandes líderes carismáticos: Iglesias, Colau, Errejón

Paradójicamente, y de vuelta a Michels, el único antídoto a la ley de hierro de las oligarquías habría consistido en la articulación de organizaciones democráticas y porosas a un debate público permanente. La organización democrática constituye la única palanca capaz de romper la lógica clientelar interna, establecer controles sobre la "clase política" y comprender mecanismos de contrapeso que impongan las decisiones colectivas. El debate público se define, a su vez, como el elemento principal en la constitución de una inteligencia política propiamente dicha; sin este, la producción interna de decisiones apenas recibe más inputs y contrastes que los que provienen de la lucha por el poder dentro la organización. En la medida en que estos dos elementos sólo consiguieron existir en la "nueva política" en dosis escasas y casi siempre a pesar de las "direcciones políticas", se explica porque el proceso de institucionalización y de burocratización avanzó tan rápido; o en otras palabras, porque la nueva política se convirtió tan pronto en vieja.

Epílogo [págs. 196-199]

[…]

Quizás las lecturas que nos sigan, interpreten el 15M como el último intento de recuperar y restaurar unas instituciones en descomposición. Al fin y al cabo, aquí reside la principal contradicción del ciclo: desde el movimiento de las plazas, la nueva política ha sido tanto un intento de ruptura de los marcos políticos (la representación) y sociales (las clases medias), como de restauración de esos mismos marcos por medio de la "regeneración democrática". Dominante al fin, la "autonomía de lo político" ha respondido afirmativamente a la triple cuestión de que (1) era posible regenerar el Estado y recuperar su soberanía, (2) resultaba viable restablecer el equilibrio político sobre la base de las clases medias y (3) este proceso podía ser comandado por una nueva élite política. Tres premisas que se han demostrado sencillamente falsas.

En el terreno de esta ambivalencia, en la inclinación de la nueva política hacia una restauración del Estado democrático, de las las clases medias y de la renovación de las élites, debemos entender también la preferencia por la simplificación política, que se ha dado en todos los momentos decisivos. La renuncia a expresarse en claves políticas (proceso constituyente) durante los años 2011 y 2012, el rebajamiento de las demandas en favor de la anticorrupción y la transparencia, la decantación de Podemos y las candidaturas municipalistas por el gobernismo, antes que por la prefiguración de contrapoderes efectivos. Finalmente, la solución política al 15M ha acabado por pasar por el "gobierno" y no por la transformación  del Estado.

Y sin embargo, la autonomía de lo político ha tendido a girar cada vez más sobre el vacío. Tendencia y estrategia se anudan, en cambio, en la imposible restauración de los previos a 2007 y en la aceptación sin paliativos de la crisis de las clases medias, la creciente impotencia del Estado nación como monopolista de lo político y la correlativa liquidación de las élites de Estado. La política que viene tendrá que cabalgar la crisis, estirar la crisis, desear la crisis. Nada ideológico, ninguna presunción voluntarista; sólo la crisis.´

Finalmente, la solución política al 15M ha acabado por pasar por el "gobierno" y no por la transformación del Estado

La nueva política debería arrancar por eso no del llanto a los pies del cadáver de una formación social condenada, explotando una nostalgia que al final revertirá en el monstruo de la guerra entre pobres, cuanto de apostar a la tendencia, que desde hace tiempo anuncia su descomposición. Algunos materiales de esa política están en los movimientos por la creación de derechos sociales desligados de un trabajo (asalariado) vuelto cada vez más escaso, en las organizaciones parasindicales del movimiento de vivienda, en los movimientos de las "alternativas" que han experimentado con formas de vida y politización en éxodo de las clases medias, en el terreno abierto por la economía política ligada a las comunidades en lucha. Pero sin ninguna complacencia. Ciertamente, considerados en su práctica concreta, ninguna de estas experiencias resulta suficiente, siquiera para empujar la imaginación política que abrió el 15M, y que estuvo en la base de una impugnación general. Es justamente esto lo que nos devuelve a una de las formas habituales de la "dialéctica" política del ciclo, la de mayorías / minorías.

"Ciudadanía" para el quincemayismo, "pueblo" para el populismo podemita, "clases populares" en una suerte de neolengua izquierdista, han sido fórmulas manidas con las que los protagonistas de la "nueva política" han tratado de dirigirse a la "mayoría", y superar las prácticas "minoritarias" de los movimientos sociales, por no decir de la izquierda impotente. No obstante, esta "mayoría" se ha representado como un "otro" social, imprescindible en el ciclo, pero al que únicamente se apela para pedirle adhesión, apoyo, voto. El problema reside en quién lo enuncia, y aquí no debemos apuntar a categorías como los "militantes" o los "convencidos", en cuanto a formas de politización de unas clases medias en descomposición. De hecho, la paradoja de estos segmentos de las clases medias desclasadas, que han protagonizado el ciclo, reside en su soledad política. Capaces de arrastrar a toda una sociedad en sus aspiraciones, incapaces de tejer una alianza real con capas sociales situadas más allá de la propia, la característica de la nueva política ha sido la de hacer tábula rasa con la "vieja política", incluso con aquello que de "política" quedaba en ésta.  

Pobremente armada, de politización tan reciente como el ciclo 15M, los nuevos políticos han imaginado la sociedad según un patrón hecho a su medida. Salvo el movimiento de vivienda, que pasó a un cajón secundario en la fase institucional, no ha habido en la "fase electoral" ninguna idea que vaya más allá de la política institucional. La nueva clase política se ha querido en comunicación directa con la mayoría: idea mística de la comunicación íntima e inmediata con las "masas", tan propia —tan históricamente propia— de las clases medias. Pero lo cierto es que la política, al menos la única que interesa, comienza justamente cuando la distancia entre minoría activa y mayoría pasiva se estrecha hasta el punto de hacerse irrelevante.

El plebiscitarismo, el populismo, el participacionismo vacío, son resultados del déficit de politicidad no de las masas, sino de sus nuevas élites. La estrategia comienza cuando se deja de considerar el "todo" social como un espacio informe pero manejable —gracias a la "comunicación política"—, cuando se reconoce en la sociedad una complejidad hecha de fracturas, de zonas de tensión, de formas variables de politización. Paradójicamente, de esta complejidad —en esto consiste el trabajo político— resulta la "unidad" que se reconoce en el sujeto político. Y es aquí también donde estrategia y sujeto, política y organización se presentan como modos de un mismo problema. No habrá política si esta permanece en las claves de sus nuevas élites, de esas mismas clases medias aisladas "recién politizadas y pobremente armadas".

En términos más concretos, si la estrategia compete siempre al problema del poder y de la organización, éste tiene hoy menos que ver con el acceso al gobierno y a las instituciones, que con reconocer y reunir todo lo vivo dentro de esta sociedad, entre los jóvenes desclasados, en los territorios migrantes, en el viejo campo de la clase obrera derrotada, en el nuevo precariado de los servicios, y en un sinfín de recovecos culturales y comunitarios capaces de servir de palanca social. Seguramente, sobre la base de este trabajo de organización de contrapoderes efectivos, conseguiremos que el ciclo que se abrió el 15 de mayo de 2011 se prolongue en un ciclo largo todavía apenas imaginable. Sólo así merecerá la pena estar en esas instituciones de Estado, que de una vez por todas empezarán a ser maleables.

 

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Emmanuel Rodríguez

Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y miembro de la Fundación de los Comunes. Su último libro es '¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978'. Es firmante del primer manifiesto de La Bancada.

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9 comentario(s)

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  1. Zasca

    Al final la solución del autor es esperar a que la masa devenga en sujeto político por arte de birlibirloque; la versión izquierdista de la mano invisible del mercado. Eso de tratar de dirigir a la gente está demodé. ¿Pero a estas alturas todavía alguien cree que la masa alguna vez ha sabido lo que quería? Salvo la del 15M, claro, que tenía muy claro su objetivo: recuperar el paraíso perdido por sus padres y hermanos mayores: un trabajo de 9 a 7, un dúplex y la última versión del iPhone. Y así estamos, de derrota en derrota hasta la hecatombe final. Mientras, en la derecha, nadie disecciona con tanta sutileza sus miserias, pero hacen panes con tortas, véase los Rajoys o los Trumps por mencionar irme a lo grotesco.

    Hace 7 años 1 mes

  2. Zasca

    Al final la solución del autor es esperar a que la masa devenga en sujeto político por arte de birlibirloque; la versión izquierdista de la mano invisible del mercado. Eso de tratar de dirigir a la gente está demodé. ¿Pero a estas alturas todavía alguien cree que la masa alguna vez ha sabido lo que quería? Salvo la del 15M, claro, que tenía muy claro su objetivo: recuperar el paraíso perdido por sus padres y hermanos mayores: un trabajo de 9 a 7, un dúplex y la última versión del iPhone. Y así estamos, de derrota en derrota hasta la hecatombe final. Mientras, en la derecha, nadie disecciona con tanta sutileza sus miserias, pero hacen panes con tortas, véase los Rajoys o los Trumps por mencionar irme a lo grotesco.

    Hace 7 años 1 mes

  3. Zasca

    Al final la solución del autor es esperar a que la masa devenga en sujeto político por arte de birlibirloque; la versión izquierdista de la mano invisible del mercado. Eso de tratar de dirigir a la gente está demodé. ¿Pero a estas alturas todavía alguien cree que la masa alguna vez ha sabido lo que quería? Salvo la del 15M, claro, que tenía muy claro su objetivo: recuperar el paraíso perdido por sus padres y hermanos mayores: un trabajo de 9 a 7, un dúplex y la última versión del iPhone. Y así estamos, de derrota en derrota hasta la hecatombe final. Mientras, en la derecha, nadie disecciona con tanta sutileza sus miserias, pero hacen panes con tortas, véase los Rajoys o los Trumps por mencionar irme a lo grotesco.

    Hace 7 años 1 mes

  4. Jesús Díaz Formoso

    Gracias Emmanuel; muy apetitoso el aperitivo; voy a repetir a menú completo. ¿Hay distribuidor del ensayo en Vigo?

    Hace 7 años 1 mes

  5. Jesús Díaz Formoso

    Elecciones. ¿A quién votar? ¿A quiénes conoces por su presencia constante en todos los informativos, o a desconocidos, permanentemente ignorados por los medios de manipulación informativa? Es la Nueva Política. Democracia Liberal Mediática. ¿Votamos por personas o por ideas? En este trabajo hablamos de la construcción mediática del relato político. De la farsa y el engaño. De los manifestantes utilizados como carne de cañón por los beneficiarios del fraudulento relato de un sistema que solo permite su sustitución por el mismo sistema, basado en la explotación del hombre por el hombre. Previniendo el estallido de grandes protestas sociales, dirigidas contra los responsables de la gran crisis del Capitalismo Financiero que ha hecho saltar por los aires la cláusula de Estado Social, y amenaza gravemente con hacer volar también la cláusula de Estado Democrático y de Derecho (Artículo 1 de la Constitución), amparándose en el monopolio informativo que detentan, que es de carácter Global, nos intentan convencer de que es posible un Capitalismo de izquierdas. Han promovido hasta la náusea unos “Movimientos Sociales” falsos, generosamente financiados por el mismo sistema al que dicen oponerse, mediante subvenciones públicas y privadas; pero sobre todo, mediante la perversión de nuestro Derecho Fundamental a las Libertades de Expresión (solo pueden acceder al gran público, construyendo liderazgos, las opiniones de sus “pupilos”) y a recibir Información Veraz, que convierten en impune manipulación informativa a favor de “sus” candidatos, cuyo liderazgo imponen por esta vía. Todos los medios de manipulación masiva del sistema han situado a “sus” candidatos al frente de la contestación social que se opone a los Poderes Globales Privados que nos gobiernan en la sombra; para desintegrar nuestras legítimas aspiraciones de libertad. Desde los medios –de los que son propietarios- que dicen dar voz a la derecha, los sitúan como los antagonistas –únicos- de las políticas Neoliberales, diseñando junto a los medios que se dicen de izquierdas –de los que también son dueños-, en los que Podemos es el eje de todas sus manipulaciones informativas, un fraudulento y falsario escenario en el que la oposición al Neoliberalismo está encarnada por … otros neoliberales. Alarma el silencio. Como acertadamente apostillaba una comentarista a un artículo de un destacado líder de la que denominan “Nueva Política”, “La culpa de todos nuestros males no la tiene la desigualdad económica ni la falta de libertad y de justicia, la tiene el “heteropatriarcado” ¿no, payaso?“. Esta es la clave: las reivindicaciones sociales promovidas por sus estrellas mediáticas, que pretenden ser políticas (en afortunada expresión de la Socióloga doña Ángeles Díez), en nombre de la “Nueva Política” (significante vacío), convertidas fraudulentamente por los Medios en “Opinión Pública”, no representan avances de la Libertad, sino nuevas cadenas que la atenazan todavía más. Son incluso beneficiosas para el sistema Ultraliberal que destruye nuestras vidas y el futuro de nuestros hijos. Para imponer este falso relato, el sistema precisa controlar los “Movimientos Sociales”. Y lo hace implantando a sus líderes. Para ello, ha de opacar por completo la misma existencia de cualquier otra alternativa. Denunciamos aquí la imprescindible colaboración de los lideres mediáticos, aupados por los Medios de Manipulación Informativa, a la dirección de las protestas sociales. Disidencia controlada (http://www.globalresearch.ca/fabricando-disidencia-globalistas-y-elites-controlan-movimientos-populares/21206). Estos perversos y falsos liderazgos, en realidad meras construcciones mediáticas, se aprovechan de nuestro dolor para imponerse a nuestras demandas de justicia social. Aupados sobre nuestro sufrimiento, nos utilizan para imponernos condiciones de vida todavía más duras, en un proceso/bucle de duración infinita. Son nuestros liderazgos quienes enmascaran a nuestros verdugos. Desde el poder en la sombra, desde el Poder Financiero Global, se pone en circulación un nuevo Mercado: El Mercado cuyos productos se podrían denominar “condiciones de libertad”; de servidumbre en realidad. En este Nuevo Mercado, que es el verdadero significado de la expresión “Nueva Política”, los únicos ofertantes han de ser los “productores oficiales de condiciones de libertad”. El propio Sistema organiza a sus opositores. Quienes desde el altruismo y la empatía, producen verdaderas “Condiciones de Libertad” han de ser silenciados y expulsados del Mercado. Porque el verdadero producto que se ofrece y demanda en este fraude es la creación de opinión pública. O lo que es lo mismo, el Control Social. Se instaura el más allá al Neoliberalismo; el Ultraliberalismo, con sus guerras por la paz y la división y compartimentación de las poblaciones de este mundo, que quieren convertir en su granja global. La potencia preventiva y reparadora del conflicto social, propia de los Derechos Humanos, ha de ser desactivada. Negando los Derechos Humanos a los que consideran “enemigos del Sistema”. Es lo que se ha venido a denominar “Derecho Penal del Enemigo“. Ciudadanos que ejercitan lícitamente sus Derechos Humanos como enemigos del sistema. Con la impasibilidad de los falsos líderes que nos han impuesto por medio de la Uniformidad informativa falsaria de las informaciones que recibimos de los grupos financieros globales, por medio de SUS Medios de Comunicación. Lo que Santiago Pedraz, Juez de la Audiencia Nacional, describió como “convenida decadencia de la clase política“, ha de ser completado con la referencia al también decadente Poder Judicial, gravemente afectado por el Corporativismo y la Politización. Y, sobre todo, con la monolítica Corrupción Informativa, que posibilita la obtención de nuestro consentimiento, de nuestra aceptación tácita de todo cuanto, fraudulentamente, se nos presenta como Opinión Pública, fruto de la pasividad que surge de la impotencia, de la imposibilidad del ejercicio efectivo de las Libertades de Expresión e Información por parte de la inmensa mayoría de nosotros, que sinceramente nos oponemos a la continuación del expolio de nuestros Derechos Humanos. La “opinión pública” reducida a “Opinión Publicada”. Que se define por enfrentarnos a los unos con los otros; enfrentando minorías se imposibilita la posibilidad de una mayoría capaz de poner fin a tanta miseria y corrupción. Discutimos airadamente sobre los medios, sin conocer los fines. Cuando a la corrupción política y a la corrupción judicial añadimos la Corrupción Informativa, empezamos a vislumbrar la realidad de un Sistema extremadamente perverso que se retroalimenta de las diferentes corrupciones existentes en su seno. La corrupción es un organismo vivo, una suerte de Hidra con muchas cabezas; cada una ampara el desarrollo de las demás. No nos ayudarán a superar este bucle paralizante los nuevos liderazgos artificiales, construidos por las mentiras oficiales travestidas de información veraz, amparados por la injusticia, la impunidad de estas perversas categorías de delincuentes y la criminalización del ejercicio de los Derechos Humanos. Este trabajo versa, en último término, sobre nuestro futuro. Que se está construyendo en estos mismos momentos como negación de los Derechos Humanos. En este caso, de los Derechos de Reunión y Manifestación, de las Libertades de Expresión y de Información, de la Libertad y de la misma integridad física, y todo ello mediante la vulneración del Derecho al Juicio Justo y la Presunción de Inocencia, que se ven afectados, en el caso analizado a continuación, por la ausencia de defensa material en el seno del proceso judicial entablado contra un ciudadano que se conceptúa como “Enemigo”. // http://puntocritico.com/2016/11/25/25a-fran-molero-contra-el-reino-de-espana-demanda-ante-el-tribunal-europeo-de-derechos-humanos/

    Hace 7 años 1 mes

  6. Sergio

    Espectacular, como siempre. Va siendo hora de lo que los análisis se conviertan en propuestas organizativas concretas independientes "reconocer y reunir todo lo vivo dentro de esta sociedad"

    Hace 7 años 1 mes

  7. Perruzo

    Todo esto está muy bien, pero si la alternativa que se entiende como única pasa por centros autogestionados (que por cierto, participa mucha "clase media" ahí) y cosas así, pues vamos dados. Es como decir que en el mejor de los casos la cosa va para largo, que es lo que se dice cuando la derrota es eterna.

    Hace 7 años 1 mes

  8. Caro

    "Sólo así merecerá la pena estar en esas instituciones de Estado, que de una vez por todas empezarán a ser maleables". Instituciones de Estado. Vaya, si que ha costado años llegar a lo obvio.

    Hace 7 años 1 mes

  9. Carlos Ruiz Salat

    Partiendo de Wittgenstein, y sabiendo las trampas del lenguaje, pongámonos a pensar y dejemos pasar a nuevas maneras de ver el mundo (VisualThinking, por ejemplo). Los clásicos no nos sirven para resolver problemas nuevos.

    Hace 7 años 1 mes

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