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Debate / Espacio Público - CTXT

Construyendo alternativas

No se trata solo de repartir la riqueza y garantizar el bienestar sino de recuperar la decisión colectiva y compartida sobre la economía, con una perspectiva ecologista y con un equilibrio entre igualdad y libertad

Joan Herrera 12/12/2016

Photolupi

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Marx decía lo que la revolución surgirá de las fábricas, no de los agricultores, ya que los agricultores están dispersos. Siglo y medio después las estrategias de dispersión del trabajador es sin lugar a dudas uno de los motivos por los cuales es tan difícil construir una alternativa. Una dispersión que no es sólo geográfica sino que también es organizativa e incluso de asunción cultural.

George Lakoff escribió que la ciudadanía se siente más más motivados con la “identidad moral y los valores” que con cualquier otra cosa. El reto es construir comunidad y conectar con el sufrimiento, pero también con la vida, los anhelos y los sueños, construir un escenario de ilusión, y crear comunidad. Y si bien la propuesta debe fijarse en el lenguaje, la respuesta no es sólo cuestión de lenguaje, sino proponer ideas que muevan el marco, y que permitan abrir puentes que canalicen resignación y malestar hacia un escenario de cambio.

Para ello, hay que construir un escenario de cambio a partir de la experiencia histórica acumulada. En la etapa de postguerra había dos cosas que se discutían. La participación del trabajo en las decisiones de la empresa, y el reparto de la riqueza. La distribución más igualitaria de rentas que la izquierda reclamaba pivotaba sobre ese ejercicio del poder dentro y fuera de los muros del centro de trabajo.

Ante el gran temor de las clases dominantes a un modelo de poder alternativo instaurado en media Europa y a la constatación del hartazgo de los trabajadores a un statu quo en el que habían sacrificado dos generaciones en sendas guerras mundiales, se produce un acuerdo en la distribución de rentas, aunque no así en la democratización de la empresa. Ello se tradujo jurídicamente en la consagración constitucional del derecho a la propiedad y a la libre empresa a cambio de la constitucionalización del derecho a la igualdad formal, la Seguridad Social y los instrumentos colectivos del Derecho del Trabajo (libertad sindical, huelga y negociación colectiva).

Las empresas quedaron libres de trabas para determinar qué se produce, cómo se produce y en qué condiciones se produce, salvo sus obligaciones fiscales o responsabilidades penales, y con algún elemento de control como el sindicalismo y la negociación colectiva. La “época de oro” del trabajo, de los trabajadores y del Derecho Social tuvo como contrapartida la renuncia a discutir sobre el “poder” --y no sólo el gobierno-- de la economía y de las decisiones de la empresa.

Setenta años después el modelo social y económico neoliberal rompe claramente el acuerdo, no hay distribución de rentas (pérdida del poder adquisitivo), y se pone fin  a las políticas de redistribución de rentas (cada vez los ricos son más ricos y los pobres más pobres, mientras se adelgaza el Estado del bienestar), además de situar el ámbito del problema a escala planetaria y ya no únicamente en los países del “Primer Mundo”.

Ganar la igualdad

Si el incremento de la desigualdad es el resultado de un cambio, en el que el poder financiero se impone al poder político e, incluso, al económico, y la desigualdad, como señala Tony Judt, se convierte en  “corrosiva, en la medida en que corrompe las sociedades desde dentro”, el reto principal es volver a ganar la igualdad. A la pregunta de ¿cuánta desigualdad puede soportar la democracia? hay que responder que ya no puede soportar más.

La energía es uno de los elementos con mayor capacidad de cambiar no sólo el tejido productivo sino las mismas relaciones de poder

Es acuciante por tanto definir estrategias, propuestas para ganar esa igualdad. De ahí que la propuesta debe basarse en la redistribución de rentas.  Tanto en el trabajo remunerado, como en el terreno del trabajo no remunerado. En las rentas indirectas que significan y representan las previsiones sociales. Esa igualdad se basa en un reparto equitativo de las rentas acumuladas. En primer lugar mediante la necesidad de garantizar un trabajo decente y también en definir la estrategia y la propuesta para garantizar rentas debido a los efectos que va a suponer en las estructuras de trabajo la uberización o la robotización. Distribución de rentas existentes y redistribución de la riqueza. Ambas propuestas son necesarias.

Pero como siempre este es un debate vinculado a la correlación de fuerzas. Cuando el capital cedió en este terreno lo hizo por una correlación de fuerzas más equilibrada y con poder de persuasión por la otra parte.

Pero ganar la igualdad cumple otra función: continuar vinculados a los valores de la cooperación y la solidaridad. Y la desigualdad cumple una valor funcional. Cuando ésta impera los valores son los de la competitividad o el egoísmo. Como nos recordaba Bruno Estrada en su artículo El socialismo de este siglo, se observa un crecimiento continuo de los valores altruistas de libertad, posmateriales, laicos y solidarios, como indica la World Value Survey (encuesta realizada en más de 100 países que abarcan mas del 90% de la población mundial). Se trata pues que de pasemos de una agenda política basada en aquello que marcan los latifundistas del capital a la cooperación, al compartir en vez de competir. La igualdad entendida también desde la perspectiva del feminismo, de la igualdad desde la diferencia, del cuidado y la colaboración con el prójimo. 

Democracia económica

La cuestión es si hoy nos basta con reclamar el pacto de redistribución de rentas cuando la desigualdad social no es una consecuencia indeseada del actual sistema dominante, jugando un papel funcional, permitiendo que el egoísmo o la escasa sociabilidad jueguen un papel predominante en el funcionamiento de nuestras sociedades.

Las izquierdas, la partidaria y la sociopolítica, han venido reclamando el cumplimiento del pacto social, exigiendo una redistribución más igualitaria de las rentas, también en el ámbito laboral. Sin embargo: ¿reside ahí el mayor problema o es sólo una consecuencia de la progresiva descompensación del poder en la empresa?

Además de la redistribución de la riqueza hace falta entrar en el terreno de la democracia económica. En los valores democráticos y no en los oligárquicos, en el mundo de la empresa. Y es que el dilema está en cómo introducir aquellos elementos que permitan democratizar la economía --y dejar de transitar hacia la privatización de la política--.

Socialismo es disputar el poder por parte de la mayoría y a la vez conseguir hacerlo desde la deliberación y la propuesta

Democracia económica, que no sólo supone desarrollar elementos de participación y ganar espacios para la negociación colectiva, sino incidir en la organización y en las condiciones de trabajo como eje de actuación sindical a medio y largo plazo, sobre la base de un principio de enunciado sencillo, el derecho a ser informado, consultado,  habilitado para expresarse en las formulaciones que se refieran a su trabajo, rompiendo la separación entre conocimiento y ejecución, impulsando los saberes del trabajo y su actividad creativa. Ello se traduce en la participación en la empresa.  Pero democracia económica no es solo eso, sino que debe traducirse en que en aquello que vertebra la sociedad son imprescindibles unas decisiones que operen en función del interés general y no particular, jugando un papel central aquellos nichos económicos que juegan, que caracterizan la dimensión extractiva por excelencia; es decir, sector financiero y sector energético.

No se trata pues tan solo de repartir la riqueza y garantizar el bienestar. Se trata de recuperar la decisión colectiva y compartida sobre la economía, en un equilibrio entre igualdad y libertad.

La energía como vector para reconectar con humanidad con la biosfera

El tercer eje es la reconexión con la biosfera. Si la nueva etapa del capitalismo abre una nueva era, la del antropoceno, el socialismo del siglo XXI debe reconectar la humanidad con el medio en el que habita, ya que ésta no tiene futuro a partir de la depredación, degradación y destrucción del medio en el que habitamos. Y es que el conflicto capital-biosfera no es un elemento más en este siglo XXI, sino un eje tan central como el conflicto capital-trabajo.

Eso significa vivir distinto, y ello tiene una estrecha conexión con la aspiración y la consecución de sociedades mas igualitarias.  El socialismo debe ser necesariamente ecologista, una economía que haga balance de lo consumido por nuestra economía y aquello que aportamos y devolvemos al planeta. Se trata pues de incorporar un balance entre el sistema natural y los subsistemas sociales y económicos, interconectando crecimiento económico y los límites biológicos y físicos de los ecosistemas. Si la mayoría de la población global vive en ciudades, y estas consumen más del 70% de la energía del planeta, ¿no es hora de que en estas realidades empecemos a pensar en cómo producir aquello que necesitamos para estar vivos?

La batalla energética es una batalla para la democratización de la economía, o para el mantenimiento de ésta en una dimensión privatizada

¿Qué tenemos como actor palanca? –entendiendo estos como aquellos que sin ser los más numerosos ni poderosos tienen la capacidad de organizar los agentes a su alrededor--. La propuesta es que sea la energía. A sabiendas de que la extracción de energía primero, en forma de combustibles fósiles, y la transformación de energía procedente de estos, ha sido una herramienta de dominio y de explotación de la humanidad con la humanidad y de la humanidad con el planeta.  Esa extracción no sólo ha supuesto una gran acumulación de capital, sino que también ha sido uno de los factores que han contribuido a construir un escenario de dominio sobre la misma humanidad.

La cuestión es si hoy hacemos de la energía un factor de reapropiación. Si transitamos de un modelo de capitalismo extractivo a un modelo en el que la relación entre humanidad y energía se basa en la democratización en el acceso a la energía y en la redistribución. Y la propuesta es que la energía, el ahorro, la eficiencia y el desarrollo de las energías renovables sea el vector, que no sólo nos permite dejar de extraer, acumular, dominar y contaminar sino que nos permite producir, distribuir, repartir la riqueza y reapropiarnos de la economía.

Hoy la energía, con su capacidad de reducir consumos, pero de producir de forma democrática, es sin lugar a dudas uno de los elementos con mayor capacidad de cambiar no sólo el tejido productivo sino las mismas relaciones de poder. Desde el momento en que la producción de un kw/h ya cuesta lo mismo captando la energía del Sol o del viento que quemando combustibles fósiles, la capacidad para democratizar la relación entre humanidad y energía pasa a ser histórica.

El socialismo del siglo XXI tendrá que asumir que hay que construir una propuesta para dejar de estar de espaldas al planeta, el reto es cómo reconectar humanidad con la biosfera.

Por primera vez en la historia,  se ha invertido casi tanto en eficiencia y renovables (533.000 millones) que en extracción y producción de petróleo (583.000). Pero dicha inversión no es una inversión cargada sólo de buenas intenciones. Aquellos que han tenido una posición de dominio en un mundo dominado por los combustibles fósiles intentan construir ahora una posición de dominio en el campo de la generación de origen renovable.

Hay más activismo. Pero la mayoría vive preocupada por sobrevivir y sacar adelante sus proyectos vitales

En contraste la izquierda debería ser consciente de que la batalla energética es una batalla para la democratización de la economía, o para el mantenimiento de ésta en una dimensión privada y privatizada. Cuando se habla de renovables, y particularmente de autoconsumo, no hablamos sólo de generación de electricidad, sino que hablamos de poder y distribución de este. Un estudio reciente de la EREF (European Renewable Energies Federation), conjuntamente con Greenpeace y Amigos de la Tierra, explica cómo en el marco europeo es posible el abastecimiento eléctrico para más de la mitad de la población europea. El autoconsumo puede ser del 19% para 2030, del 45% para 2050. Pero para conseguirlo el problema no es técnico, sino político. Y en lo político está que el socialismo del siglo XXI entienda que lo ambiental, y concretamente lo energético, es una batalla para la reapropiación de la economía, a favor de la democracia económica, y, por supuesto, para la defensa del medio en el que queremos continuar viviendo.

La propuesta es operar allí donde opera el gran capital; en uno de los vectores que mayor acumulación de capital se produce y mayores escenarios de dominio genera: lo energético. Partiendo de la base de que el cambio tecnológico permite, quizás por primera vez en la historia, definir estrategias de reapropiación para la ciudadanía de la producción de energía.

Poder y deliberación

El cuarto elemento es la necesidad de disputar el poder.  Hoy la democracia es un auténtico enemigo de los latifundistas de capital, entre otras cosas porque se está demostrando que son los marcos democráticos, y el socialismo democrático, los que hoy pueden alterar la agenda de desposesión.

Pero el marco democrático está en crisis. Es cierto que hay más activismo. Pero también es cierto que la mayoría vive preocupada por sobrevivir y sacar adelante sus proyectos vitales. Así el activismo de muchos contrasta con una actitud mayoritaria que es la de ciudadanos  que se muestran necesariamente alejados del resto de los problemas del mundo y de su complejidad. Cuanto más angustioso es el presente inmediato, menos espacio queda para entenderlo. Por muy accesible que esté una información en las redes, cuando una persona debe realizar una evaluación sobre algo, echa mano de aquello que recuerda mejor, de lo más cercano y accesible que suele coincidir con lo más repetido o lo más resaltado: la televisión.

De ahí que transitemos hacia marcos en los que lo democrático es cada vez menos deliberativo y más plebiscitario. En ese marco la intermediación y la representación cada vez tienen menos crédito, ya que sobre lo sustancial --la economía-- siquiera se puede hablar, habiendo una única política posible. Pericles definió en 431 a.C., nada menos que hace casi 2.500 años, la democracia de forma ejemplar, como el sistema donde “la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos”, donde los ciudadanos son iguales ante la ley, los poderes públicos están sujetos a normas y rige el principio del mérito y no del origen social en el acceso a los cargos públicos. En la visión de Pericles, la democracia no es solo la eficacia utilitarista de conseguir el bien de la mayoría, algo que, al menos en teoría, el despotismo ilustrado podría alcanzar, sino alcanzar ese bien de una forma que incluya a los ciudadanos. Pero la inclusión en el debate público es lo que ha saltado por los aires.

Socialismo es disputar el poder por parte de la mayoría y a la vez conseguir hacerlo desde la deliberación y la propuesta. Hay que emocionar, pero a la vez hay que proponer, con una agenda de reapropiación, de igualdad, de democracia económica y de reconexión con la biosfera que consiga emocionar, pero que cambie la realidad. Y todo ello necesita de capacidad de persuadir, y por tanto de amenazar, pero mucha necesidad de seducir. Es por tanto una cuestión de correlación de fuerzas.

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Este escrito es la segunda parte de un texto más amplio del autor, por razones prácticas se ha decidido presentarlo en dos artículos. La primera parte se publicó con el título ¿A qué capitalismo nos enfrentamos?

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Autor >

Joan Herrera

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2 comentario(s)

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  1. Jesús Díaz Formoso

    ¿Puede existir política, es decir, historia en acto, sin ambición? La “ambición” ha asumido un significado peyorativo y despreciable por dos razones principales: a) porque se ha confundido la ambición (grande) con las pequeñas ambiciones; b) porque la ambición ha llevado demasiado a menudo al más bajo oportunismo, a la traición de los viejos principios y de las viejas formaciones sociales que habían dado al ambicioso las condiciones para pasar a un servicio más lucrativo y de más rápido rendimiento. PEQUEÑAS Y GRANDES AMBICIONES. En el fondo, este segundo motivo puede reducirse al primero: se trata de pequeñas ambiciones, porque tienen prisa y no quieren tener que superar dificultades demasiado grandes o correr peligros demasiado grandes. Una de las características de todo jefe es la de ser ambicioso, es decir, la de aspirar con todas sus fuerzas al ejercicio del poder estatal. Un jefe no ambicioso no es un jefe, es un elemento peligroso para sus seguidores: es un inepto o un bellaco. Recuérdese la afirmación de Arturo Vella: “Nuestro partido no será nunca un partido de gobierno”, es decir, siempre será un partido de oposición. Pero ¿qué significa esto de proponerse permanecer siempre en la oposición? Significa preparar los peores desastres porque, si estar en la oposición es cómodo para los oponentes, no es “cómodo” (según las fuerzas de la oposición y su carácter, naturalmente) para los dirigentes del gobierno, los cuales deberán plantearse, al llegar a un cierto punto, el problema de destruir y dispersar la oposición. La gran ambición, además de ser necesaria para la lucha, no es ni mucho menos despreciable desde el punto de vista moral; al contrario: todo depende de si el “ambicioso” se eleva después de haber hecho el desierto a su alrededor o si su elevación se condiciona conscientemente a la elevación de todo un estrato social y de si el ambicioso ve precisamente su propia elevación como un elemento de la elevación general. Habitualmente, las pequeñas ambiciones (del individuo particular) luchan contra la gran ambición (inseparable del bien colectivo). Estas observaciones sobre la ambición se pueden y deben relacionar con otras sobre la llamada demagogia. AMBICIONES PARTICULARES Y COLECTIVAS. “Demagogia” quiere decir muchas cosas: en sentido peyorativo significa utilizar las masas populares, sus pasiones sabiamente excitadas y alimentadas, para los propios fines particulares, para las pequeñas ambiciones propias (el parlamentarismo y el electoralismo ofrecen un terreno propicio para esta forma particular de demagogia, que culmina en el cesarismo y en el bonapartismo con sus regímenes plebiscitarios). Pero si el jefe no considera las masas humanas como un instrumento servil, bueno para alcanzar sus propios objetivos y para arrojarlas a la cuneta una vez alcanzados, sino que tiende a alcanzar objetivos políticos orgánicos de los que estas masas son el necesario protagonista histórico, si el jefe lleva a cabo una obra “constituyente” constructiva, se tiene, entonces, una “demagogia” superior; las masas no pueden dejar de ser ayudadas a elevarse con la elevación de individuos aislados y de estratos “culturales” enteros. El “demagogo”, en sentido peyorativo, se presenta como insustituible, crea el desierto a su alrededor, destruye y elimina sistemáticamente los posibles concurrentes, quiere entrar en contacto con las masas directamente (plebiscito, etc.; gran oratoria, efectos teatrales, aparato coreográfico fantasmagórico): se trata de lo que Michels ha llamado el “jefe carismático”. AFÁN DE PROTAGONISMO Y BIEN COLECTIVO. El jefe político de gran ambición, en cambio, tiende a suscitar un estrato intermedio entre él y la masa, a suscitar posibles “concurrentes” e iguales, a elevar el nivel de capacidad de las masas, a crear elementos que puedan sustituirle en la función de jefe. Piensa de acuerdo con los intereses de la masa y éstas quieren que un aparato de conquista y de dominio no se derrumbe por la muerte o la incapacidad del jefe único, precipitando nuevamente a la masa en el caos y la impotencia primitivos. Si es cierto que todo partido es partido de una sola clase, el jefe debe apoyarse en ésta y formar con ella un estado mayor y toda una jerarquía; si el jefe es de origen “carismático” debe renegar de su origen y laborar para hacer orgánica la función de dirección: orgánica y con los caracteres de permanencia y continuidad. - // ANTONIO GRAMSCI, Política y sociedad, traducción y selección de “Quaderni de carceri” (1926-1937), a cargo de Jordi Solé-Tura, Ediciones Península, 1977. [FD, 21/06/2006] Tomado de Filosofía Digital - 2006

    Hace 7 años 3 meses

  2. Jesús Díaz Formoso

    Por fin la segunda parte!! Gracias por su acertado tino, Sr. Herrera.

    Hace 7 años 3 meses

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