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Debate / Espacio Público - CTXT

Socialismo… o como quiera que lo terminemos llamando

Una coalición entre una socialdemocracia refundada y una nueva izquierda cabalmente reformista debe pasar a ser dominante en Europa, con políticas en beneficio de las clases medias y trabajadoras

Manuel Escudero 29/11/2016

Ernesto Rodera

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No esperen en esta reflexión un hilo de argumentación lógico y encadenado… Más bien voy a funcionar como se hace en las sesiones de diseño, cubriendo la pared con post-its, ideas y argumentos que vienen al caso, que van completando el cuadro de modo impresionista, a ráfagas, echándose para atrás y viendo lo que falta o lo que aflora.

Sobre el nombre

El socialismo en el siglo XXI, así, a secas, será cosa de nostálgicos, pero no de los que luchan por el progreso de la humanidad. Lo digo porque ya desde comienzos del siglo XX, el socialismo solamente ha servido para el progreso de las sociedades cuando ha ido acompañado de un concepto parejo, el de democracia. El socialismo terminó de existir realmente a finales del siglo XIX y dio a luz a dos vástagos: por un lado, el régimen dictatorial de la planificación soviética, también llamado “socialismo real”; y por otro lado, la socialdemocracia de los países avanzados occidentales, que en España y otros países del sur europeo dio en denominarse “socialismo democrático”.

Yo creo que el concepto de socialdemocracia sigue teniendo vigencia. Si se refunda, seguirá teniendo recorrido en las nuevas condiciones del siglo XXI… aunque ¡a saber cómo terminaremos llamándola!

Sobre los principios del socialismo

Lo que sí existe son unos valores comunes que arrancan con el socialismo del siglo XIX y continúan hasta nuestros días.

El socialismo fue la aspiración obrera, y se basó en una ética de la justicia social, la fraternidad entre los desposeídos y la lucha por la emancipación frente a la explotación capitalista.

La socialdemocracia heredó estos valores, y los completó: desde Bernstein, sus señas de identidad fueron la lucha por reformas que mejoraran las condiciones de vida de los trabajadores y, un nuevo elemento, una adhesión radical a la democracia representativa. El reformismo socialdemócrata implicó desde entonces una concepción de la lucha por reformas que tiene en cuenta no solamente la bondad de las mismas, sino también sus posibles efectos negativos, su sostenibilidad a lo largo del tiempo y el cálculo de la correlación de fuerzas para alcanzarlas.

A estas señas de identidad se añadió más adelante una tríada de valores: igualdad, libertad y solidaridad, donde es la combinación lo que tiene sentido. Los valores de la socialdemocracia han combinado la búsqueda de la justicia social con el respeto a la libertad individual. Donde mejor se manifiesta esta combinación como un todo armonioso, y además de un modo que a mí me parece sublime, es en la concepción de la libertad de Philip Pettit (en su teoría del neorrepublicanismo): la libertad es la no-dominación, la persona es libre cuando se sacude todo tipo de dominación (tanto privada como la ocasionada por el capitalismo o por la civilización patriarcal, o pública, la ocasionada por el imperium de un Estado abusivamente todopoderoso que suprime la iniciativa individual). La lucha contra las dominaciones para alcanzar la verdadera libertad supone la lucha colectiva contra las opresiones, y presupone la necesidad de la intervención del Estado democrático para su eliminación cuando esto es necesario. Es este destilado el que terminó cristalizando en la máxima del SPD acuñada en Bad Godesberg en 1959: los socialdemócratas aspiran a “tanto mercado como posible, tanto Estado como necesario”.

Detenerse, siquiera brevemente, en el ámbito de los principios no es un ejercicio baladí ni para la actual socialdemocracia, como la representada por el PSOE, ni para las nuevas expresiones políticas progresistas, como Podemos. 

Para los primeros porque la condición de superación de su estancamiento consiste en volver a empuñar sus principios para ver a través de ellos la realidad de hoy. El capitalismo embridado de los años 60 del siglo pasado no tiene nada que ver con el capitalismo desatado de nuestros días.

Y para los segundos, para el ámbito de Podemos, también puede ser muy importante reflexionar sobre sus principios: las ideas de Laclau, por mor de huir de los dogmas de las viejas izquierdas, son contingentes, conducen a un relativismo ético y minusvaloran la necesidad de principios como ancla de la acción política. Pero sin adherirse con meridiana claridad a una serie de valores, la nueva izquierda no podrá conectarse con los 150 años de luchas, éxitos y fracasos, de los trabajadores por la democracia y la justicia social, ni existirá norte, ni convicciones, ni sostenibilidad de los esfuerzos para transformar la realidad. 

Finalmente, en este terreno de los principios es urgente para ambos recomponer en nuestros días el binomio entre justicia social y democracia. En nuestros tiempos la democracia ha sido literalmente secuestrada por la forma actual del capitalismo, el neoliberalismo. Cómo recuperar la democracia para que funcione de acuerdo a los intereses de la mayoría es un frente de deliberación común, tanto para unos como para otros. De qué se trata: ¿de reformar la democracia representativa introduciendo grandes dosis de participación y de capacidad de disputa ciudadana? ¿O de reinventar la democracia en torno a una noción de democracia popular? En el plano teórico éste es el frente más importante en el que avanzar para unos y para otros porque, a no ser que se llegue a planteamientos relativamente similares respecto a cómo rescatar la democracia para la justicia social, otros acercamientos serán imposibles. Y sin embargo es urgente plantear a medio plazo una convergencia imprescindible en la acción política, como veremos más adelante.

Sobre su estado actual

En nuestros días el estancamiento de la socialdemocracia ha ido parejo con la aparición de otras alternativas políticas progresistas, desde los Verdes hasta Podemos.

No me cabe la menor duda de que el estancamiento socialdemócrata se produjo hace ya treinta años, que la Tercera Vía de Blair, que nació con la intención de plantar cara al neoliberalismo, terminó presa de él. Y que tanto su versión inglesa ha encontrado su expresión terminal de fracaso con el Brexit, como su versión demócrata la ha encontrado con el triunfo de Trump.

El error de fondo de la socialdemocracia y su lento languidecer durante estos treinta años consistió en no caer en la cuenta de que la forma actual del capitalismo, el neoliberalismo, ni es compatible con la justicia social ni es compatible con el Estado de bienestar. El gran error fue pasar por alto el dato fundamental, que el capitalismo aceptaba cada vez menos bridas y cortapisas. Ignorando este hecho, la socialdemocracia siguió anclada en que lo importante era la gestión desde el gobierno para obtener reformas incrementales, y se convirtió en el gestor alternativo de la economía y las instituciones dentro de los nuevos parámetros impuestos por el neoliberalismo. 

Los ocho años transcurridos desde la crisis de 2008 son la evidencia palpable de que el único papel de la vieja ideología socialdemócrata es el de resistencia, pero en absoluto el establecimiento de un nuevo pensamiento político y un modelo económico alternativo al sistema que ha causado la crisis. 

El 15M, Occupy Wall St, Syriza, fenómenos como Sanders y Corbyn o la nueva realidad de Podemos han surgido porque el neoliberalismo está causando destrozos sociales cada vez mayores y porque la socialdemocracia no parece acertar en la formulación de nuevas soluciones al estado de cosas actual. Pero estos nuevos proyectos tampoco parecen traer consigo unas teorías solventes de la acción política, dada la magnitud y complejidad de los problemas hoy planteados y los cambios enormes que se avecinan.

Sobre su futuro

¿Cuáles son estos problemas hoy planteados y estos cambios que se avecinan? Yo los resumiría en cuatro aspectos clave que establecen, a su vez, los frentes en los que podrían avanzar tanto los socialdemócratas con su refundación como las nuevas expresiones políticas progresistas en su programa de acción política a medio plazo:

El primer elemento es formular políticas que quiebren de modo eficaz el actual modelo económico neoliberal. Este se encuentra en bancarrota realmente, pero puede arrastrar su injusta e ineficiente naturaleza durante mucho tiempo. Se encuentra en bancarrota debido a que el modelo ha desmembrado la sociedad, a partir de su axioma de bajos salarios y precariado, de modo que vivimos en sociedades desiguales donde el 80% de los trabajadores está económicamente sin oportunidades y donde una minoría acumula de modo creciente la riqueza. Un modelo así está condenado al estancamiento económico, y, efectivamente, las perspectivas de crecimiento de la OCDE hasta 2060 no superan el 3% del crecimiento del PIB a nivel global. Está el modelo también en bancarrota porque la actividad económica se ha financiarizado, y el sector financiero ha adquirido una macrocefalia disfuncional y se ha divorciado casi por completo de las actividades económicas productivas: las políticas de expansión monetaria están exhaustas, y no han logrado sacar las economías del estancamiento, pero sí han permitido un aumento astronómico de los activos especulativos y de la deuda, y han ocasionado en lo que va de siglo tres burbujas y sus correspondientes estallidos. En un mundo sobreendeudado no sabemos cuándo pero si sabemos que en algún momento el default por parte de alguno de los agentes económicos (públicos, privados o corporativos) en alguna región del mundo, a raíz de un shock externo, ocasionará un nuevo episodio de gran recesión. En definitiva, bajo crecimiento, una economía inestable y un aumento constante de las desigualdades son los tres elementos definitorios del modelo económico actual y hay que encontrar soluciones efectivas para dejar de tener encima esa “espada de Damocles”.

El segundo elemento es hacer frente de modo inaplazable y con nuevas políticas disruptivas a las tres grandes sacudidas sociales que se están levantando en el horizonte inmediato: la amenaza de un cambio climático, la certeza de una aceleración del envejecimiento de la población, y la inevitabilidad de nuevas migraciones masivas, particularmente desde África y Oriente Medio hacia Europa. El sistema económico podrá seguir adelante a trancas y barrancas en las condiciones antes descritas. Pero estos tres choques le ponen fecha de caducidad. Por eso las políticas respecto al cambio climático deberían estar en el frontis de cualquier proyecto político sensato hoy. Todos tenemos claro qué supone el cambio climático y por qué hay que detenerlo. Pero sorprende la falta de políticas centrales para descarbonizar nuestras sociedades en un horizonte inmediato, en los próximos 35 años. Se trata de sustituir un modelo de producción energética basado en los combustibles fósiles en otro basado en las energías renovables; se trata de las resistencias que van a poner los actuales oligopolios privados energéticos… y se trata de que, en definitiva, es urgente encontrar respuestas políticas. Lo mismo cabe decir del envejecimiento de la población: entre 2015 y 2050, la proporción de la población mundial con más de 60 años de edad pasará de 900 a 2.000 millones de personas, y en España, se pasará del 16,6% en 2008 a un pavoroso 40% en 2056. Las tensiones que esto va a suponer a los sistemas de pensiones y a los servicios de bienestar son enormes… pero nadie parece estar abordando el tema con la visión de medio plazo, y no solamente en el escenario inmediato, que requiere. Y finalmente, si la población va a aumentar hasta 2050 en mil millones de personas a las puertas de Europa, fundamentalmente en África… nos damos cuenta de que las políticas de murallas no van a ser suficientes para resolver el problema. 

El tercer gran elemento consiste en que estamos entrando en la era digital, la segunda edad de las máquinas, basada en la utilización de un input productivo muy especial: la información es infinita, y quiere ser libre porque su reproducción digital implica costes decrecientes que tienden a cero. Al calor de esta transformación radical comienzan a aparecer nuevas actividades que tienen poco que ver con el capitalismo y no funcionan con la lógica de su mercado: Wikipedia,  los Creative Commons, el software libre, las nuevas iniciativas descentralizadas de economía colaborativa, social y solidaria son el embrión de un modo de producción diferente al capitalismo. De la mano de la digitalización de la economía, de la impresión 3D, de la inteligencia artificial y del Internet de las cosas, comenzamos a constatar que el trabajo productivo dentro del sistema capitalista se va convirtiendo de modo creciente en innecesario, que la productividad del sistema se puede mantener a pesar de la expulsión creciente de los trabajadores de los procesos productivos, que las jornadas de trabajo van disminuyendo y pueden disminuir aún más. Comenzamos también a constatar que los precios de muchos productos se mantienen artificialmente debido a la existencia de monopolios u oligopolios, cuando en realidad, debido a la digitalización, los costes reales de producción están disminuyendo. Y comenzamos a ver, por último, que más y más ciudadanos optan por un nuevo tipo de actividad colaborativa, realizada como una actividad de utilidad social pero no de utilidad mercantil, que se ofrece de modo libre al resto de la sociedad. Todos estos grandes cambios económicos y sociales implican necesariamente nuevas políticas: desde nuevas políticas de defensa de los trabajadores cuyas actividades se flexibilizan, pasando por nuevas políticas de educación, de investigación, de apoyo a los embriones de la economía colaborativa y de defensa del bien común frente a los viejos oligopolios (telecomunicaciones, energía, transportes) como frente a los nuevos monopolios digitales.

El cuarto gran elemento es el auge del populismo de derechas: al Brexit le ha seguido Trump, y todo ello ha ocurrido contra un telón de fondo en el que las opciones políticas de ultraderecha en Europa crecen en muchos de sus países. La mayor lección que hay que sacar de lo que está ocurriendo es que la coalición dominante en Europa se está demostrando como ineficaz para detener ese avance. Me refiero a la coalición formada por los conservadores, los demócratas liberales y la socialdemocracia. No solamente es que los resultados, en términos de políticas económicas, han sido desastrosos y desfasados en los años de la gran recesión. Me refiero también a que tanto el Brexit como las políticas frente a los refugiados son el resultado directo de no saber o no poder hacer frente a la nueva marea de populismo de ultraderecha. Los conservadores, en la medida en la que tienen una posición dominante, acaban cediendo terreno a la ultraderecha. La grand coalition comete constantemente el error denunciado por Jürgen Habermas de “aceptar el terreno de enfrentamiento definido por el populismo de derechas”.  Es necesario comenzar a pensar en una coalición diferente que pase a ser dominante en Europa, y ésta no puede ser definida sino con nuevas políticas en beneficio de las clases medias y trabajadoras por parte de una nueva alianza entre una socialdemocracia refundada y una nueva izquierda cabalmente reformista. El progressive caucus, que comienza a formarse de modo muy tentativo en el Parlamento Europeo, es el embrión de esa coalición alternativa. Pero para que ésta realmente remonte el vuelo se necesitan movimientos paralelos y complementarios en muchos países europeos y, notablemente, en el nuestro. 

Es cierto que aún la refundación de la socialdemocracia o la construcción de un programa claro a medio plazo por parte de las nuevas fuerzas progresistas en España están en ciernes. Y es cierto que, por el momento, la tentación del mutuo aniquilamiento entre las fuerzas de izquierda españolas prima mucho más que los deseos de reconocerse mutuamente respetando las diferencias de cada cual. Pero, al menos, deberían quedar claras dos cosas, como acicate para que desde ambos campos se progrese: en primer lugar, que Europa ya no es un terreno de juego sobre el que hablar solamente cuando se acercan las elecciones europeas, sino que es un terreno de juego nacional tan importante como todas las políticas domésticas combinadas. Y en segundo lugar, que el único modo de detener a la ultraderecha será, como lo ha sido en toda la historia moderna, la unidad de acción de las izquierdas. 

A vueltas con el nombre 

Termino como empecé, a vueltas con el nombre. 

Hablar de la posibilidad de una nueva sociedad al alcance de nuestras manos, en 30 0 50 años, ya no es una utopía, una ensoñación aspiracional, sino una propuesta racional, basada en evidencias.

Es racional decir que con el apoyo de la política podríamos avanzar hacia una sociedad poscapitalista, como sugiere Paul Mason. Una sociedad en la que la gente tenga un acceso casi gratuito a los bienes esenciales, desde la cultura, la educación, la sanidad, las telecomunicaciones, los transportes o la energía, donde se trabaje dos o tres horas al día en actividades productivas de mercado y donde el resto del tiempo las personas se dediquen a actividades de utilidad social y para su comunidad. Una sociedad en la que el capitalismo no habrá sido abolido, sino arrinconado, y donde el mercado no habrá desaparecido, sino despojado de los poderes corporativos que hoy lo desfiguran.

Vaya usted a saber si, dentro de diez años, el socialismo del siglo XIX y la socialdemocracia del siglo XX no pasará a ser denominado, por ejemplo, ¿el poscapitalismo del siglo XXI?

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Manuel Escudero. Economista. Coordinador del Foro de Economía Progresista.

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Manuel Escudero

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