JAZZ
John Coltrane, arrojado a la improvisación
Ayax Merino 21/09/2016

John Coltrane.
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Sí, es verdad, lo reconozco sin tapujos, daría mi brazo derecho por sentarme con John Coltrane a charlar un buen rato ante una taza de café, una larga conversación, morosa, sin prisas, pausada, al amor de la lumbre de un chisporroteante fuego una cruda tarde fría de invierno, la nieve cayendo mansamente tras los cristales. Me gustaría, sí señor, un montón, ya lo creo, ¿a quién no? Pero no puede ser, pues este hombre murió hace ya mucho tiempo y con los muertos no hay manera de hablar. Bastante tienen los muertos con estar muertos como para además andar soportando los caprichos de los vivos.
Así que me jorobo y me conformo con escribir en su memoria unas pobres palabras que den fe de la admiración sin límites que su gigantesca figura despierta en mí. Otra cosa no sé hacer y ofrezco con buena voluntad lo único que tengo.
Si yo fuera concejal de algo, Dios no lo permita, voto a bríos que le pondría su nombre a una calle. Si yo fuera ministro de cualquier cosa, Dios no lo quiera, por mis niños que alzaría un monumento en su honor en todas las ciudades, villas, pueblos y aldeas de España. Si yo fuera presidente del gobierno, Dios no lo consienta, juro por lo más sagrado que le concedería una condecoración de postín, la más egregia que me encontrara por ahí, no sé, tal vez le otorgara el título de caballero de la Orden de Isabel la Católica o algo por el estilo, a título póstumo, claro.
Como no soy nada de eso ni aspiro a ocupar un cargo público por modesto y bajo que sea, he de aguantarme y contentarme, el que no se consuela es porque no quiere, con entregarle la llave de oro de mi casa, a título póstumo, claro. Eso y alabarle a voz en grito todos los días de mi vida. ¡Prez y loas, John Coltrane, maestro de maestro y grande entre los grandes, rey de reyes, emperador del jazz!
No es mucho, lo sé, conozco mi humilde condición mejor que nadie, pero menos da una piedra y, por desgracia, es todo lo que está en mi mano hacer. Se juzga la intención y más vale el manto roto que entrega con generosidad un pobre harapiento que nada más posee que la moneda de la que se desprende un rico que a puñados las atesora.
He de confesar, empero, que en casa lo pongo a solas, casi a escondidas, que censurado está en presencia de la señora que conmigo vive. Bueno, si soy franco he de reconocer que jamás me ha pedido, ni tan siquiera insinuado, que le silencie. Ni falta que hace.
Que le parece estridente, me espeta a la jeta la tronca y se queda tan ancha
Estoy oyendo en la cocina un sábado a la hora del aperitivo, yo qué sé, A love supreme, a toda pastilla, que los altavoces están a punto de reventar, gozándola, en un puro arrobo que al cielo me transporta con una cerveza al lado, mortal soy a fin de cuentas y necesito hidratarme, mientras revuelvo entre mis cazuelas aderezando mis guisos para la comida, mortales somos y algo sólido para el bandujo requerimos echarnos, cuando aparece mi mujer que se abre una cerveza y se sienta ahí a mi vera a hacerme compañía mientras remato la zampa, ¡hum!, esto empieza a saber bien, ya lo creo, y de repente se arranca a hacer visajes el rostro contraído por el dolor con cara de sufrimiento de Cristo en la cruz. ¿Te pasa algo?, ¿no nada, por qué? ¿quito a Coltrane? ¿pongo otra cosa? si no te importa. Y quito a Coltrane, claro, que no me gusta nada ver padecer al prójimo.
Que le parece estridente, me espeta a la jeta la tronca y se queda tan ancha, que se enerva y altera toda entera sin poderlo remediar. Estridente, manda, digo, tiene bemoles la cosa. También hay que entenderlo, mi parienta se quedó en el bop y de ahí no pasó. Bueno, hasta el bop en ocasiones es demasiado para ella. Así que me jeringo y quito a Coltrane.
Pero me desquito, ya lo creo. Me tumbo en el sofá tras el yantar y con los cascos en la orejas para no molestar pongo un disco, yo qué sé, My favorite things, por ejemplo, y vuelvo a subir al paraíso en un éxtasis gozoso, un placer inefable. Que me deleito. Cuando se lanza imparable sin tasa y sin medida, rotos los frenos, y le da por desgranar una nota tras otra sin cansarse, diez minutos, quince minutos, arriba y abajo, por aquí y por allá, piribiribiribibibi, sin repetirse nunca, cada frase un nuevo hallazgo, me quedo atónito, patidifuso. Simplemente, disfruto así un porrón.
¡Tío enorme!, ¡cumbre! Las cosas que hizo este hombre. Con Miles, con Monk, por su cuenta a su aire con sus propios grupos, siempre es algo increíble escucharle. No hay otro igual. Y no tiene parangón.
No, no lo tiene. Coltrane sólo hay uno. Nació y rompieron el molde. Háganme caso y compruébenlo por sí mismos. Pónganse unos cascos y escuchen algo suyo, yo qué sé. Naima, por ejemplo. Verán lo que es bueno.
Sí, es verdad, lo reconozco sin tapujos, daría mi brazo derecho por sentarme con John Coltrane a charlar un buen rato ante una taza de café, una larga conversación, morosa, sin prisas, pausada, al amor de la lumbre de un chisporroteante fuego una cruda tarde fría de invierno, la nieve cayendo...
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Ayax Merino
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