María Aliójina / Miembro de Pussy Riot
“Si dejas de luchar por la libertad, te la pueden quitar fácilmente”
Agustín Fontenla Moscú , 13/07/2016
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¿Cómo se imagina a una persona que fue integrante del colectivo punk feminista Pussy Riot en uno de los Estados más conservadores de Europa, que estuvo presa a los 24 años por “dedicarle” una canción al todopoderoso presidente de su país, y que por eso se convirtió en una activista conocida internacionalmente?
María Aliójina (Moscú, 1988) fue arrestada en febrero de 2012 tras realizar una performance contra Vladímir Putin en la catedral de la capital rusa junto a otras integrantes de Pussy Riot. En aquel momento era estudiante de cuarto año de periodismo y escritura creativa. Después de un breve juicio, fue condenada a dos años de prisión por vandalismo e incitación al odio religioso. Cuando faltaban tres meses para terminar de cumplir su pena, fue excarcelada por una amnistía que aprobó el presidente ruso y que alcanzó a miles de presos, entre ellos al magnate Mijaíl Jodorkovski.
En sus primeras declaraciones, tras salir del penal, Aliójina criticó la amnistía por oportunista y ratificó su oposición a Putin. En los años siguientes, realizó entrevistas y conferencias, además de espectáculos, alrededor del mundo, vinculados al activismo político y a la defensa de los derechos humanos.
Aliójina llega 15 minutos tarde a la entrevista porque pasa buena parte de su tiempo lejos de Moscú, en Minsk, donde estos días prepara su debut teatral junto al Teatro Bielorruso Libre. Más que punk, viste un look dark, sobrio. Desde los zapatos de tacón hasta la cinta que le sostiene el pelo rubio hacia atrás, todas sus prendas son negras. La oscuridad contrasta con la mirada despierta y el tono tierno, por momentos juvenil, con el que habla. “Privet” (la forma rusa de saludar cuando hay confianza), dice, mientras se sienta. Antes de empezar, abre su computadora y la conecta a su teléfono para cargarlo, un hábito de la gente que no pasa mucho tiempo en casa.
--Tengo unos 20 minutos porque a las 11 tengo un viaje, ¿está bien?
--¡No, es muy poco!
--Bueno -dice resuelta-, ¿qué te parece si hablamos ahora 20 minutos y luego me acompañas a mi casa a buscar la maletita y seguimos conversando?
Puede parecer extraño que una mujer que estuvo presa por cuestiones políticas, que seguramente sigue bajo el radar de los servicios secretos rusos, y que declara que uno de los cambios más importantes en los últimos cuatro años es que se convirtió en una persona “más atenta, cuidadosa y detallista”, invite a su casa a un desconocido.
Tal vez tenga que ver con una novedad que nadie dice todavía a viva voz: las Pussy Riot parecen estar desmembrándose. Al menos eso sucede con sus dos rostros más conocidos, María Aliójina y Nadezhda Tolokonnikova. Esta última presentó un vídeo contra el fiscal general de Rusia en febrero pasado, y allí Aliójina no aparece. Por el contrario, Aliójina trabaja en solitario desde hace unos meses en la que será su primera obra de teatro, Burning doors (Puertas quemadas).
“A mí no me gusta la palabra espectáculo”, empieza diciendo. “Es una acción política, una expresión política. Es una obra sobre artistas rusos en prisión, con tres protagonistas: Peter Pavlensky [muy conocido por haber prendido fuego a las puertas del Servicio de Seguridad ruso –FSB-- en Moscú]; Oleg Sentsov [cineasta ucraniano muy crítico con el Kremlin], y yo, en el contexto de Pussy Riot”, cuenta.
La obra que prepara en Minsk junto al Teatro Bielorruso Libre se estrenará en agosto con una gira por el Reino Unido. “Conocí la compañía en noviembre de 2014, y después de pasar más de un mes en Bielorrusia mi experiencia con ellos se convirtió en una impresión artística muy fuerte”. Esta compañía está prohibida en su país y trabaja de forma clandestina. Fue fundada en 2005 por el escritor Nikolai Khalezin y la activista pro derechos humanos Natalia Kolyada. Desde sus inicios atrajo la atención de periodistas, políticos y policías. Los diarios The New York Times y The Guardian publicaron crónicas elogiosas sobre sus trabajos; el difunto expresidente checo, escritor y disidente político Václav Havel les brindó su apoyo, y la policía bielorrusa los detuvo durante una protesta en 2010. Desde que sus fundadores fueron liberados, Khalezin se mantiene en la clandestinidad.
- ¿Qué expectativas tiene sobre la obra?
- Estoy segura de que la gente que vaya a ver lo que estamos haciendo entenderá con claridad la situación. Estoy segura, porque el Teatro Bielorruso Libre y nosotros tenemos cosas que contar y que mostrar. Somos personas perseguidas, presionadas, a las que se intenta marginar de la sociedad. Queremos mostrar al espectador el infierno que vive la gente que sufre esa situación.
Las Pussy Riot fueron una gran llamada de atención al mundo sobre lo que sucedía en Rusia con los disidentes políticos. Organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, y personalidades como Paul McCartney y Madonna pidieron públicamente su liberación. Cuando las activistas fueron liberadas, recibieron invitaciones de numerosos foros y universidades del mundo. Sin embargo, en su tierra no han sido tan populares. “Fuimos populares de una forma que no es buena”, dice.
“Pero la gente que empezó a ayudarnos cuando sucedió todo fue la gente de aquí, nuestros amigos. Además, luchar por los derechos de las Pussy Riot no es lo mismo en Rusia que en el exterior. Por ejemplo, el primer año nuestra amiga Tatiana fue con una pancarta a la cárcel para protestar y la atacaron a puñetazos. En Rusia es mucho más arriesgado. Yo valoro más a la gente que luchó por nosotras aquí…”.
La camarera trae un café con leche. Aliójina toma el asa de la taza con una mano, y con la cucharita en la otra escarba en la crema, la pone delicadamente en su boca y la absorbe pausadamente. Pareciera que las mujeres rusas no pierden su delicadeza siquiera tras pasar año y medio en una cárcel de Putin.
Cuenta que, después de lo que sucedió con Pussy Riot, el Estado ruso aprendió una “pequeña lección”. “Antes, la mayoría de las veces las autoridades reaccionaban de forma muy tonta y metían a la gente tras las rejas. Con Pavlensky se puso su máscara de humanismo y actuó de mejor forma que con nosotras”. Peter Pavlensky, el hombre que quemó las puertas del FSB (antiguo edificio de la KGB, órgano en el que Putin comenzó su carrera), no irá definitivamente a prisión. Deberá cumplir algún tipo de labor social y abonar una multa por los daños causados.
Algunos analistas rusos dicen que el problema de la oposición es que ataca a Putin personalmente en vez de sus políticas. ¿Qué opina al respecto?
Putin es su política. Cuando una persona se convierte en presidente del país, su cuerpo se convierte en sujeto político. Por eso ese sujeto es atacado por los críticos; es un proceso natural. Yo veo a Putin como una función. Y en general pienso que el poder es una función. Putin es un producto del FSB, fue criado y colocado en el poder por y con el apoyo de los servicios secretos; en realidad Putin es la materialización de los servicios secretos.
Otros tienen una imagen diferente de Putin. Por ejemplo, muchos movimientos de derechas, pero también de izquierdas, en América Latina y Europa lo apoyan, al menos en su visión geopolítica.
Sí, ya conozco esa variante.
¿Qué les diría?
Creo que es absurdo. Sería cambiar OTAN por OTAN. Solo que una más salvaje y encima de un caballo (se refiere a la famosa imagen de Putin con el torso desnudo subido a un caballo). No se puede luchar contra un imperio con las fuerzas de otro imperio. En Rusia hay a quienes, con tal de que no esté Putin, no les importa si hay un ejército de la OTAN en Moscú... Eso me parece una exageración, ir de un extremo a otro.
¿Y sobre los políticos europeos? Por ejemplo, aquellos que durante la guerra en Ucrania parecían quitarle la palabra a Putin y ahora aceptan que quiera reconciliarse con ellos.
Es una hipocresía política. Eso es contra lo que tenemos que luchar. Es nuestro trabajo decirles a los políticos cuál es su sitio, ubicarlos. Y eso es lo que hace el arte político. La guerra en Ucrania es un ejemplo muy grande y doloroso de lo rápido que la gente cambia sus posiciones.
Hace una pausa y, sin esperar la siguiente pregunta, recuerda lo que sucedió con Peter Pavlensky y el Premio Václav Havel.
“Si vamos a hablar de Europa querría contar una noticia de estos días... Peter recibió el premio, el mismo que nosotras recibimos en 2014. Después de eso, su esposa fue a Oslo y anunció que iban a donar el dinero del premio a los Primorsky Partisans (en la región de Primorie, cerca de la frontera con China, un grupo de jóvenes se enfrentó a la policía después de acusarla de actuar brutalmente). Bueno, hace unos días el comité se reunió y decidió que no le entregarían el premio a Peter porque es posible que los Primorsky Partisans apoyen la violencia. Eso me parece una mierda de hipocresía. Ceremonia oficial, todo el mundo feliz, y de repente dicen que deben investigar la situación...”.
Aprovecho para preguntarle si no cree que ha sido utilizada políticamente en algunos de los eventos y entregas de premios en los que participó en Europa o Estados Unidos. Contesta con sorna: “No creo que seamos muñecas de cartón. Cuando tienes relación con la política debes entender que cada político tiene sus propios intereses y sus propios métodos para conseguir esos intereses”.
Aliójina aparece en un capítulo de la serie House of cards, en el que actúa de sí misma y acusa a Viktor Petrovich (el presidente ruso en la ficción) de perseguirlas. Una situación parecida, pero a la inversa, a la que se da con Edward Snowden, perseguido por Estados Unidos pero asilado en Rusia. Cuando se le pregunta por esto, responde precipitadamente: “Nos reunimos con Julian Assange y él nos invitó a formar parte de su fundación y dijimos que sí. Hablamos sobre Snowden...”.
Hace una pausa, piensa y sigue. “No creo que sea útil acusarlo [a Assange] por si se reúne con Hillary Clinton o si trabajó para Russia Today... Creo que hay un terreno compartido entre él y nosotros en el que podemos trabajar conjuntamente. Y tengo que decir, aparte, que tengo mucho respeto hacia Snowden. Sigo su situación, leo sus entrevistas. Siento admiración por él. Es muy cool”.
Y en relación a los viajes que realizó, ¿ha encontrado algún lugar parecido a Rusia, o muy diferente, en términos políticos?
No es útil pensar en Rusia como si fuera un extraterrestre, un planeta que vive en su propio espacio. Lo que pasa en Rusia puede pasar en cualquier país europeo. Cuando la gente o una persona en concreto deja de luchar por su libertad, esa libertad se la quitan de forma rápida y muy fácilmente. En ese sentido, Rusia puede servir de ejemplo. Un ejemplo vívido de esto, y con contrastes muy grandes.
Como artista y activista política, ¿cambió algo en estos cuatro años desde que la detuvieron? La respuesta llega después de varios segundos de reflexión, y con una cita de Borís Nemtsov, el dirigente opositor asesinado a tiros a unos metros del Kremlin en 2014.
“Boris dijo algo sobre eso una vez: yo entiendo lo que pasa en Rusia. Estamos luchando todos contra todos. Pero estoy seguro de una cosa y quiero con seguridad algo: atravesar ese momento, y estar presente para cuando esto termine”. Al terminar la cita, vuelve a pensar y agrega: “Me convertí en una persona más atenta, más cuidadosa y más detallista. Para mí, es más importante hablar a través de lo que hago que a través de las palabras”.
Pagamos la cuenta y nos movemos rápidamente del bar en dirección a su casa. Hacemos media cuadra por una calle poco transitada, y luego entramos por una suerte de garaje abierto (la mayoría de edificios en Moscú tiene un gran jardín interno con sitios para aparcar y la puerta principal se encuentra allí, y no del lado exterior, sobre la calle). El sitio se vuelve oscuro y cuando nos aproximamos a la puerta le pregunto si después de todo lo que pasó no le quedaron miedos. “No”, contesta con serenidad. “Soy una persona con mucho coraje; así soy”.
Una pregunta innecesaria, pienso, si se tiene en cuenta que el día que le leyeron el veredicto, afirmó: “No tengo miedo de la mentira y de la ficción, del fraude encubierto en la sentencia de este presunto tribunal”.
¿Cómo se imagina a una persona que fue integrante del colectivo punk feminista Pussy Riot en uno de los Estados más conservadores de Europa, que estuvo presa a los 24 años por “dedicarle” una canción al todopoderoso presidente de su país, y que por eso se convirtió en una activista conocida...
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Agustín Fontenla
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