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Lectura

Tenés todo, tenés nada. Una lección de vida

Miguel Mora 25/05/2016

<p>La grada atlética, en el Estadio da Luz (Lisboa).</p>

La grada atlética, en el Estadio da Luz (Lisboa).

Ángel Gutiérrez / Club Atlético de Madrid

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UEFA Champions League | Final

24/05/2014

Real Madrid 4- Atlético de Madrid 1

0-1. 36’ Córner que saca Gabi y despeja la defensa. Juanfran la mete en el área de cabeza, y Godín cabecea adelantándose a Casillas.

1-1. 93’ Sergio Ramos cabecea a la red un córner botado por Modric.

2-1. 110’ Bale cabecea a la red en el segundo palo un rechace de Courtois.

3-1. 117’ Marcelo marca desde el borde del área.

4-1. 119’ Cristiano Ronaldo, de penalti.

La familia Mora (dos hijas y una madre, la perdición de un padre) salió al alba de su domicilio en París el sábado 24 de mayo de 2014 rumbo al aeropuerto de Orly. Allí nos esperaba el avión que iba a llevarnos a la final.

Con las bufandas en la maleta y una muda (al día siguiente había elecciones europeas y el que suscribe tenía que currar), llegamos en dos horas al aeropuerto de Lisboa. Vimos aterrizar un montón de aviones privados. Parecía que los mandarines hispánicos venían en masa para ver a su Madrid. Llegamos a casa de nuestro amigo Miguel Fernandes, en el castizo barrio de Graça, a tiempo de desayunar unas exquisitas panquecas. Su encantadora hija, Mariana, y su chica, Joana, nos esperaban despiertas, coitadas.

La mañana fue tranquila. Hacía un sol espléndido y fuimos a dar un paseo por Graça y luego por Campo de Ourique. Sorprendía que las dos aficiones estuvieran juntas en muchos sitios, y sobre todo sorprendía su calma y la ausencia total de incidentes. Allí nos esperaban Miguel y Sara, otros amigos de nuestra feliz época lisboeta. Comimos unas sardinhas deliciosas –obrigado, meus-, y después de intentar dormir una siesta, en vano, pasamos un rato por la Fan Club del Atleti y desde allí fuimos al estadio.   

Las entradas eran una maravilla, a dos metros escasos de la plataforma roja donde se iba a entregar la copa. Tomamos asiento, y enseguida vimos que estábamos rodeados de espectadores neutrales y de merengones camuflados de espectadores neutrales. Estuvieron camuflados hasta el minuto 93, solo en ese momento saldrían del armario.

Mónica había dicho que el Atleti iba a ganar 1-0, y yo estaba tranquilo, relajado y confiado. Pese a que no han vivido en España desde hace nueve años, Elisa y Adriana se saben casi todas las canciones atléticas, y cuando salió el Atleti a calentar empezamos a animar como fieras. El fondo de la izquierda, donde estaba la afición del Atleti, nos quedaba más lejos, pero desde el principio al final se les oyó mucho más que a los blancos, salvo un momento en el segundo tiempo, cuando estos gritaban “sí se puede” (manda pelotas).

Antes de que la bola echara a rodar, hablé con mi compadre Luis por el móvil (su entrada estaba enfrente de la nuestra) y nos dimos ánimos. Allá íbamos. 40 años después, me acordé de mi querido tío Jesús y de su mujer, María Antonia, que fueron a Bruselas a ver la maldita final del Bayern, y pensé: “Vamos a ganarla por vosotros”.

El primer tiempo empezó trabado y nervioso, con el Atleti imponiendo su ley en medio campo y el Madrid de las estrellonas superlativas sin hacer una sola jugada digna de tal nombre. La lesión de Diego Costa a los nueve minutos sería decisiva. Salió en su lugar Adrián, que hizo un gran partido, pero desperdiciar un cambio en una final es dar demasiada ventaja al rival. Creo que el Cholo sabía que Costa estaba al 70% y que lo sacó para ver si cazaba un pase de Koke y marcaba deprisa, intuyendo que la única forma de que el Atleti ganara el partido era si duraba 90 minutos.

El equipo se había dado una paliza terrible en las últimas tres semanas, por no rematar la Liga ante Levante y Málaga, y el Madrid llevaba todo ese tiempo jugando pachangas y preparando de forma obsesiva su obsesiva final. Como se vio luego, Filipe Luis llegó hecho polvo, y cayó lesionado en último tramo; Juanfran lo mismo; Tiago acabó muerto, Villa no podía más e incluso Sosa y Adrián parecieron agotados y sin gasolina los últimos minutos. Sin Arda para mantener la pelota y conducir el ataque, y sin Costa para contragolpear, el Atleti partía en clara inferioridad.

Poco a poco, la tensión del principio dejó paso a los fallos. Tiago perdió un balón fácil en medio campo y habilitó a Bale, que se presentó en el área solo y la echó fuera. Suspiros de alivio. Enseguida, el Atleti, mentalmente más fuerte, con Gabi omnipresente y Koke menos fino de lo habitual, desplegó su “dale, dale” y se vino arriba.

En el minuto 36, el segundo córner a favor acabó en una cantada de Casillas y en el gol de Godín, el héroe de Barcelona. Aleeeeeeeeeti, Aleeeeeeeeti. Toda la parte izquierda del campo se caía, y los Mora nos estrujábamos y nos queríamos más que nunca, saltando, cantando y agitando las bufandas. ¡Mojar en una final de Champions ante el Madrid y en una grada plagada de madridistas! Mucho mejor que un orgasmo, dónde va a parar.

En ese momento pensé que no se nos escapaba. Marcar primero en una final de Champions suele ser sinónimo de victoria final. Y cuando el Atleti se ponía este año por delante casi nadie había logrado empatarle. Teníamos al Madrid totalmente controlado, y ahora además por debajo en el marcador. ¡No se nos podía ir!

El segundo tiempo empezó más veloz y agitado que el primero. El Madrid intentó ponerle sal por la izquierda con Dí María, pero el Atleti aguantaba la presión perfecto e incluso salió tocando por la izquierda varias veces, y llegando con cierto peligro. Villa era un coloso presionando, Gabi estaba en todas partes, Koke controlaba y jugaba, Tiago cerraba bien y Adrián hizo 20 minutos de lujo y tuvo incluso el gol en un remate picado parecido al de Londres que rozó en Kedhira y se marchó fuera.

En el otro área, Courtois sacó una mano cómoda a un tiro libre de Ronaldo, y cuando entraron Isco y Marcelo al campo el Atleti reculó 20 metros. Entonces el Madrid empezó a tener mucho la pelota, aunque solo creó peligro real en algunos bombeos, como cuando Juanfran sacó in extremis un balón que Marcelo intentó rematar de cabeza. Poco a poco, los minutos pasaban y el campo se inclinaba cada vez más hacia Courtois. Morata salió por Benzema, pitado por los suyos (menuda afición de chirigota). Pero Miranda y Godín siguieron aguantando el chaparrón. Cuando más desesperado y ansioso estaba el Madrid, llegó la lesión de Filipe. Esa fue otra de las claves de la final. Llevaba largo rato sin salir de su zona, con los gemelos subidos, y había venido al banquillo, debajo de nosotros, para refrescarse con agua las dos piernas. Faltando siete u ocho minutos, no pudo más y cayó al suelo. La afición merengue montó una bronca absurda, pensando que estaba perdiendo tiempo. “Si vais a ganar igual, pero es que eso es jugar sucio”, me dijo uno que teníamos detrás. ¡Ni siquiera ellos veían posible remontar!

Simeone sacó a Toby para ocupar el lateral izquierdo, y el belga no se arrugó pero se reveló una vez más como el cenizo del equipo. El Atleti estaba aguantando el asedio con hombría y calma. Llegó el minuto 90, y el cuarto árbitro levantó la típica tablilla del Bernabéu; aunque ponía solo un número, el 5, lo que quería decir en realidad era: “Esto dura hasta que empate el Madrid, muchachos”.

Encerrados atrás, achicando balones de cualquier forma, con Villa metido en el área pequeña propia, el Atleti tuvo en el descuento una falta al borde del área contraria que debió administrar mejor. En vez de jugarla en corto y ganar tiempo en el córner, Sosa la tiró directa y blandita a las manos de Casillas. El día anterior, en el último entrenamiento, el argentino había practicado esas faltas con Simone y el Mono haciendo de barrera. Fue el segundo error del Cholo, debió mandar que le dieran el balón a Adrián en el córner para que la aguantara.

En ese momento me acordé de una de las imágenes fetiche de la final de Bruselas, 40 años antes. Gárate empujado por Breitner en el córner del estadio de Heysel, cuando el árbitro en vez de pitar falta a favor del Atleti dejó sacar al Bayern y eso produjo el último ataque de los alemanes. Para entonces los Mora estábamos de pie, abrazados en la grada de Lisboa, gritando “Luis Aragonés, Luis Aragonés”, invocando a nuestro único Dios…

Mónica solo decía “no, no, no” y ya no quería ni mirar. Yo estaba extrañamente tranquilo, pese a que el Atleti ya hacía rato que no era capaz de dar dos pases seguidos. Pensaba que a esas alturas, minuto 92, ya no era posible que el Madrid empatara. Que no podía repetirse un final igual que el de hace 40 años. Que no existe en el mundo una coincidencia semejante. Pero calla, corazón. Ahí está Villa que mete el cuerpo en el área para que Modric no remate. El balón se va a córner, el enésimo. Modric lo tira abierto, y el tiempo se para.

Hay un ejército de gente en el área, pero no parece un lanzamiento demasiado peligroso. Desde esa distancia, si alguien remata, Courtois será capaz de atajar lo que venga. De repente, veo que un jugador blanco se eleva solo (¡solo!), que cabecea el balón, y que este vuela con efecto hacia el poste derecho de Courtois. La para, digo. Pero no. La bolita entra. La grada de los neutrales ruge como una locomotora. Los jugadores del Atleti se desploman. Los Mora estamos a punto de desmayarnos de dolor.

Sí, era posible. Era posible dejar escapar dos veces en 40 años una final de la Copa de Europa de la misma forma. Era posible que el balón entrara por el mismo, idéntico sitio por el que entró el balón de Schwarzenbeck en Bruselas. Y era posible que el gol lo metiera, otra vez, un tipo vestido de blanco y con el 4 a la espalda.

El Cholo debería haberlo sabido. Y yo también. Ese era el único final posible de este sueño. Una pesadilla repetida, pero en peor: con el Madrid quitándonos la gloria a dos minutos de levantar la copa al lado nuestro. ¿Por qué nadie lo anticipó y agarró a Sergio Ramos con un cordel en ese córner? ¿Cómo demonios es posible que rematara solo? ¿Por qué descontó 5 minutos ese hombre? ¿Por qué nadie paró el juego, se tiró al suelo un momento, fingió un desmayo?

Cuando el arbitrillo holandés pitó el final, las Mora lloraban como magdalenas. Les di un abrazo, y les dije que estuvieran tranquilas, que la vida era eso. Elisa se marchó, luego dijo que quiso ver la prórroga cerca del Cholo, detrás del banquillo. En ese momento me giré hacia atrás y vi a Aznar, de pie, sonriendo satisfecho en el palco de la tribuna superior. Pensé que era la ocasión de decirle algo. Pero no me iba a oír. Así que le cité con la bufanda rojiblanca y me miró: me toqué la cara con la palma de la mano dos o tres veces, le hice el gesto de 5 minutos, y luego el del dinerito fresco. El prócer entendió el mensaje y sonrió, satisfecho. Después apartó la mirada.

El suplicio que vino después fue mucho más chabacano y vulgar de lo que merecía un equipo con la casta, la entereza, la sobriedad, la solidaridad y los valores que defiende y practica el Atleti del Cholo. Vimos el gol de Bale, y cuando Marcelo se metió solo hasta la cocina para hacer el tercero, decidimos ir a buscar a Elisa. Cuando salíamos escaleras arriba, un joven imberbe vestido de morado me hizo una peineta y me insultó. “Así que así son ahora los cachorros merengues”, pensé, “tan mentecatos como cuando éramos jóvenes. ¡Qué suerte más grande ser del Atleti!”.

Salimos fuera del campo. Había algunos sonámbulos de rojiblanco paseando. Unos lloraban, otros no podían levantar la vista del suelo. Mientras recorría el estadio por fuera buscando a mi hija, no derramé una lágrima. En 42 años siguiendo al Atleti esta había sido la derrota más cruel, pero todas las anteriores me habían curtido y preparado para aguantar lo peor sin un sollozo.

Unos días antes de la final había visto en televisión la prórroga de Bruselas, y aquello sí fue una verdadera tragedia, porque desde el gol de Luis, el Atleti le pegó un baño al Bayern, que no vio la pelota hasta que la cogió Schwarzenbeck en el último minuto. En aquellos tiempos, perder la final de la Copa de Europa de esa forma era peor que ahora. Hay que recordar que aquel Atleti tuvo que sufrir las seis copas de Europa del Madrid, y que su único consuelo era ganarle a su vecino algunas Ligas y algunas copas en Chamartín…

En Lisboa, el empate del rival y la derrota posterior, aunque solo fuera por su insistencia y nuestro cansancio, fue el resultado más lógico. Solo sentía que las niñas no hubieran visto a Gabi levantar la copa a dos metros de donde estábamos. Pero al mismo tiempo pensé, magro consuelo, que esa derrota terrible iba a enseñarles más cosas que la victoria; que les iba a hacer más sabias y sensibles, y les iba a ayudar a entender que unas veces se gana y otras se pierde, y que lo normal es que los débiles pierdan ante los poderosos.

Ahora, si querían ser del Atleti realmente, ya sabían de qué iba la cosa. Como dijo el Cholo: Tenés todo, tenés nada. Habrá momentos buenos, malos y dolorosos. Pero, venga lo que venga, tengas todo o tengas nada, un atlético nunca se rinde porque tiene lo más importante: corazón y valores. Ganar siempre es fácil y cómodo. Si tienes 400 millones más de presupuesto que tu rival, es tu obligación. Saber ganar, saber perder, y saber esperar requiere más temple y más sabiduría. De hecho, ya estamos esperando la próxima final de la Champions. Y estoy seguro de una cosa: si el Cholo sigue en el Atleti, no tardará mucho en llegar.

La vuelta a casa fue larga y penosa. Luis estaba destrozado, hundido. Pero digno y sereno. Tampoco él derramó una lágrima. Unos días después, le pedí que escribiera su recuerdo de la final. Y me mandó este texto precioso. Aquí se lo dejo:

Unos días más tarde, le pedí a mi compadre Luis que me enviara unas líneas contando cómo había sido su viaje a Lisboa. Y me mandó esto:

La inmensa minoría

Miguel Mora mandó un mensaje:

-Tengo una entrada, ¿te animas?  

-Derrochando coraje y corazón, respondí de inmediato.

Al poco ya había descartado el desplazamiento en avión y los trenes. Estaban completos, así que viajaría en autobús de línea, Madrid-Lisboa la noche del viernes con regreso el domingo a las 9 de la mañana. Sin entrar en demasiados detalles fueron 17 horas. Viajando en autobús, el vuelo es gallináceo. Eso dejó escrito Josep Pla, quien también señalaba que los tres pretextos esenciales para cruzar la frontera eran la luna de miel, los negocios y la peregrinación a Lourdes. Se iba allí a ver el milagro. Descartado el matrimonio y el viaje de negocios, no había dudas, yo también me desplazaba con rumbo suroeste a ver el milagro.

Llegué con tiempo a la estación semivacía. En la dársena esperaba un cacharro astroso, homenaje supongo a los héroes del 74, aquellos miles de aficionados que se desplazaron a Bruselas a ver la final contra el Bayern. Yo tenía 8 años, vi el partido con mi padre en casa de un amigo. Con el empate obsceno y milagroso de aquel tipo de nombre impronunciable cuando ya todo parecía haber acabado a nuestro favor, lloré y lloré y mi padre, que era hincha del Athletic Club y antimadridista inveterado, me

prometió que iríamos al Calderón a ver a nuestros equipos, y seguro que cumplió su palabra. Iribar, Rojo, Uriarte contra Gárate, Luis Aragonés, Ayala... Un lujo.

Soñando con estas cosas estaría cuando las primeras luces del día rebotaron bajo las aguas del Lusoponte. Eran apenas las 5.15 de la mañana hora portuguesa. Estarían en París levantándose los Mora. Supe luego que hubo quien acababa apenas de acostarse. Gloriosa juventud...

Miguel Fernandes, fotógrafo amigo, nos daría cobijo a todos. Pero hubo que esperar a que el día creciera. Me tocó hacerlo en uno de los lugares más inhóspitos que recuerde, la estación Sete Rios. Todo eran relojes averiados, y corrientes de frío, mendigas con carrito y algún madridista despistado. Cuando el metro se puso en funcionamiento me protegí allí de la extraña soledad y de un poco de miedo. Se estiraba la mañana y llegaron los parisinos. Subí a Graça en el tranvía 28. Nos encontramos en casa del fotógrafo para un pequeno almoço y ducha. Al llegar todo sonrisas, ánimo y buen humor. Las jóvenes necesitaban recuperar sueño, los mayores nos fuimos a casa de Pessoa, ya le conocen. D. Fernando no estaba, volvería nos dijeron, pero no pudimos esperar.

Otro Miguel, (Gil y señora) y ya son tres, elegante y distinguido, nos invita a comer sardinas. Se comen, dice, durante los meses que no tienen “r”... Sobrevuelan aviones sin cesar. Sin licores nos proponemos cumplir el deber de la siesta, se intentó pero nada, bufanda rojiblanca y a la puta calle. Aleeeeeeeeeeeti. Fan zone y al estadio Da Luz.

La entrada VIP y su invitación especial desemboca en un nido de vulgares personajes encorbatados con ganas de beber y de que gane el Madrí, como se descubriría más adelante. Fritanga europea. En la ciudad también la corriente era blanca, por más que Mora insistía en que no había más que un equipo. Exultaba. Estuvo también memorable advirtiéndole a un taxista local sobre la reputación de algunos garitos lisboetas.

A punto de tocarse, como sucede entre algunos personajes de Caravaggio, una mano, un metal. Ahí estábamos, rozándola. Y todo se fundió de golpe a negro, como las viejas teles, como las del 74. Poco más pude ver, la cabeza entre las manos mirando al suelo. Pero escuchaba el eco del horror, el griterío los vencedores. Y alcancé entre los dedos a encontrar a Gabi sobre el campo derrengado pero pidiendo cabeza alta a sus compañeros. ¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Levántate y escucha las campanas; levántate, izan la bandera por ti...

Pero ya no hubo más sonido de cornetas, solo el rugido del rival, ese que no sabe todavía perder, ni siquiera ganar. Lo había avisado, solo lloraría con la victoria. Pero a punto estuve de no ser capaz de mantener mi palabra cuando me reencontré al final del partido con Miguel, Mónica, Adriana y mi ahijada Elisa, que era todo lágrimas. Demasiado sensible para este drama, ella ya me había avisado con un deje de desasosiego en el taxi camino del estadio que preferiría no ver el partido.

-Mi piange il cuore, acertó a decir antes de dormir.

Aguanté la última embestida de angustia en el alma y me vino a la cabeza la frase secreta de un cuadro de Caravaggio: ‘Voi sapete c’hio vamo’ (Sabed que os amo).

El fútbol no nos debe una, nos debe dos.

¡Gracias Miguel, gracias Atleti!”.

 

Un par de días después, Elisa se decidió por fin a contar su versión de los hechos por escrito. Es esta:

Mi padre me pidió hace unos días que escribiera algunas líneas para su libro, y yo sin ninguna explicación le dije que no. En ese momento él no insistió, pero por supuesto no acabó ahí la cosa. Algunos días después volvió a salir el tema, estábamos comiendo y mi madre me preguntó por qué no quería escribirlo. Me dijo que eran solo algunas líneas y que no me costaba nada. Yo, como buena adolescente, me limité a decir “porque no me apetece”.

En realidad, no era verdad, claro que me apetecía solo que me daba vergüenza. Yo creo que escribir algo sobre el Atleti no es algo tan simple no son solo “unas líneas”, es algo mucho más fuerte, con un significado mucho más fuerte, y por eso me daba vergüenza, porque escribir algo sobre el Atleti me obliga a expresar sentimientos y eso nunca es fácil.

Yo he sido siempre del Atleti, claro, como para no serlo. Lo soy porque mi padre lo es, porque desde que era pequeña me he tenido que tragar muchos partidos, muchas tardes de domingo  en el Calderón, en el frío invierno de Madrid.

Me acuerdo de cuando vivía en Madrid, a mi padre le gustaba mucho llevarnos al campo (a mi y a mi hermana) aunque fuéramos pequeñas e hiciera un frío de muerte. En esa época me daba un poco igual, no entendía mucho así que claro, iba al campo, cantaba los coros y animaba a nuestro equipo. Con el tiempo he entendido que en realidad el Atleti no es un simple equipo de futbol.

Cuando nos fuimos de Madrid yo deje de seguir el futbol, tenia 8 años y me daba un poco igual, después, en plena edad del pavo, estaba yo como para sufrir también por el Atleti, pero este año, el mejor año de nuestras vidas, he empezado otra vez a interesarme por él. ¡Como para no hacerlo!

Mis padres han ido esta temporada a muchos partidos, y yo los he visto también en casa, casi siempre con algún amigo, por supuesto advirtiéndole antes de que o iba con el Atleti, o no entraba. Y partido a partido, me he dado cuenta de la fuerza de nuestro equipo, no solo de los jugadores, sino también de nuestra afición, la mejor afición del mundo.

Hace unas semanas mi padre anunció en casa que teníamos cuatro entradas para la final de Champions, en Lisboa, quién me iba a decir a mí que después de nueve años íbamos a volver a Lisboa, y sobre todo para ver al Atleti. Me puse muy contenta, hacía mucho que no iba al campo y me apetecía muchísimo.

La noche antes de la final, salí por ahí con mis amigos y volví a casa una hora antes de tener que coger el taxi hacia el aeropuerto. Dormí una hora, me metí la bufanda rojiblanca en el bolso y me metí en el taxi con mi hermana y mis padres para ir al aeropuerto.

Llegamos a Lisboa muertos de sueño y fuimos a casa de un amigo de mi padre que nos preparó un desayuno increíble para coger fuerzas para el partido. Dormí un poco porque estaba agotada y después fuimos a comer, ya nerviosos por el partido. Después de comer volvimos a casa para dormir un poco mas pero fue imposible, así que salimos todos con la bufanda al cuello, pasamos por la ‘fan zone’ y cogimos el taxi para el partido. Yo iba con mi padrino en el taxi, y le confesé que no quería ver el partido, que me daba miedo.

Teníamos unas entradas buenísimas en el campo, y yo estaba entusiasmada, el sueño había desaparecido por completo, ahora había solo emoción, miedo y esperanza.

Fueron 93 minutos magníficos, aunque estuviéramos rodeados de merengues yo animaba y cantaba intentando dar ánimos a mi equipo. Cuando metió el primer gol el Madrid y toda la masa con camiseta blanca se puso en pie yo me estremecí y me fui de mi sitio. Subí hasta la entrada del campo, no quería ver más, estuve un  cuarto de hora andando con los brazos cruzados, con otros dos atléticos que tampoco querían verlo, pero luego me di cuenta de que no tenia sentido, que soy del Atleti y que los del Atleti sabemos ganar y perder, y que lo que mejor se nos da es sufrir.

Corrí escaleras abajo para ponerme más cerca del Frente Atlético y me senté en las escaleras a dos metros de los banquillos. Tenía al Cholo delante de mí, no me pude resistir y le canté “ole ole ole, Cholo Simeone”, creo que me sonrió.

Ya con las lágrimas en los ojos no paraba de cantar, miraba a todos los atléticos a mi alrededor, con caras desesperadas seguían animando a nuestro equipo. Resistí hasta el penalti, cuando Ronaldo se quitó la camiseta me sentí humillada y me fui, llorando como una loca. En ese momento pensé en mis pobres padres y en mi padrino Luis, y me pregunté por qué era del Atleti. Mi padre me lo recordó enseguida.

Cuando salí del campo me encontré a mi madre y a mi hermana, las pobres se habían tirado media hora buscándome, estaban preocupadísimas, mi hermana también lloraba. La salida del campo fue muy triste, una masa rojiblanca salía del Estadio Da Luz con lágrimas en los ojos.

Mi padre y mi padrino me contaron lo de hace 40 años, que nos pasó lo mismo, y me di cuenta de que ellos llevan más de 40 años sufriendo por el Atleti, pero también gozando. Sabemos ganar, sabemos perder.

En el metro nos cruzamos con un grupo de atléticos que iban cantando “caaampeones de ligaaa”, y así es, somos campeones de liga y hemos hecho una temporada excepcional, algún día ganaremos la Champions y espero no perdérmelo.

Antes de acostarme dije “mi piange il cuore”, literalmente “me llora el corazón”. Era exactamente lo que sentía en ese momento.

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Este texto es un extracto del libro El mejor año de nuestras vidas, publicado en 2014 por Ediciones B.

UEFA Champions League | Final

24/05/2014

Real Madrid 4- Atlético de Madrid 1

0-1. 36’ Córner que saca Gabi y despeja la defensa. Juanfran la mete en el área de cabeza, y Godín cabecea adelantándose a...

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Autor >

Miguel Mora

es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).

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