Merkel, entre la sátira y el tirano
La imagen de la canciller se debilita en Alemania tras permitir que se juzgue al cómico Jan Böhmermann por sus insultos a Erdogan en un programa de la televisión pública
Laura Alzola Kirschgens Hamburgo , 4/05/2016

Angela Merkel
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Lo llamó follacabras y aficionado al porno infantil, le reprochó la masacre sistemática de los kurdos, la represión de los cristianos y el énfasis autocrático con el que acordona la libertad de expresión en Turquía. Quería mostrar la diferencia entre parodia e injurias y utilizó un poema lleno de insultos al presidente turco Tayyip Erdoğan para hacerlo: “Se trataba de ilustrar una ofensa manejando, por supuesto, los clichés y prejuicios más torpes”. No pretendía convertirlo en un asunto de Estado: "Hice una broma tosca pero compleja, no era mucho más que eso”. Sin embargo, el humor no funcionó fuera de contexto: “Todo aquel que haya sacado de contexto el poema, separándolo de la escena completa, no las tiene todas consigo”. Jan Böhmerman, humorista y estrella del canal público de televisión en Alemania, define la performance que le hizo saltar a la fama internacional como un “curso intensivo de sátira”. En una entrevista concedida al semanal Die Zeit, su primera aparición pública tras un mes en silencio, Böhmerman opina además que su país, con Angela Merkel a la cabeza, ha suspendido, entre otras cosas, en hermenéutica y en sentido del humor. Afirma que la canciller “no debería flojear cuando se trata de defender la libertad de expresión” y la acusa de haberlo “fileteado” para “servirlo a la hora del té a un déspota neurótico” y convertirlo en un “Ai Weiwei alemán”.
El poema que Böhmermann recitó para mostrar la diferencia entre parodia e injurias rebosa estereotipos islamófobos y racistas. El humorista decora profusamente al líder turco con residuos retóricos peligrosos, pero los transporta con sumo cuidado, dentro de un contexto: mientras recita la poesía, Böhmermann interrumpe una y otra vez la lectura para avisar al espectador de que ahí es donde está el límite en Alemania, de que esos son los versos que no se pueden entonar en público.
Era una performance provocativa del no-discurso. Agresión y prudencia sumisa en un mismo acto. Y Böhmermann estaba seguro de que su público aplaudiría esta ambivalencia. De que entendería que el fin de la actuación no era insultar a una persona, sino principalmente explorar los límites del humor, además de reírse de la construcción diplomático-económica germano-turca y testar su fortaleza.
La esperanza de Böhmermann en que el formato artístico anularía poco a poco la ofensa implícita del contenido se vio defraudada porque Angela Merkel cometió dos errores que sorprendieron al cómico. Primero, reprenderle en público, es decir, sacar de contexto el humor, tomárselo en serio, decir que el poema era “deliberadamente ofensivo”, darle la razón al Gobierno turco. Y segundo, más grave, permitir que la demanda por injurias presentada contra Böhmermann por Erdoğan siguiera adelante.
Frente a la demanda, el Gobierno alemán se vio en la delicada posición de estar obligado a reaccionar. Porque según los párrafos 103 y 104a del código penal alemán, si un jefe de Estado extranjero se siente ofendido y solicita un proceso judicial, el Ejecutivo germano tiene el poder de aprobar o no que este se inicie.
Representantes de la Cancillería, del Ministerio de Asuntos Exteriores y del Ministerio de Justicia estudiaron la situación. Asesorada por ellos, y aunque ni el ministro de Justicia ni el de Exteriores estaban de acuerdo (ambos son del partido socialdemócrata SPD con el que la CDU forma la gran coalición de gobierno), Merkel decidió permitir el enjuiciamiento de Böhmerman. Permitir que Erdoğan, el líder que detiene a periodistas y amenaza a periódicos de su país, enjuicie a uno de los cómicos más admirados de Alemania, especialmente, entre el público joven.
El mundo de la cultura, apoyado por la ingente comunidad de internautas que sigue a Böhmermann en las redes, hizo un llamamiento en defensa del cómico y a favor del derecho a la sátira. El ‘Caso Böhmermann’ ha sido el único tema que ha logrado desplazar ligeramente por unas semanas de la agenda informativa alemana a las políticas de asilo y refugio.
Aunque la canciller aprovechara la rueda de prensa para anunciar que tratarían de eliminar los párrafos malditos del código penal en los próximos años, la cesión del Ejecutivo ante Erdoğan en este asunto cayó como una bomba en la mente de muchos ciudadanos alemanes y en las redacciones de los medios de comunicación. Desde entonces se han escrito cientas de columnas de opinión valorando la actuación de la canciller en este asunto. La gran mayoría, muy críticas.
El ‘Caso Böhmermann’ muestra una vez más cómo una mezcla de difusión descontextualizada y reacción política precipitada puede hacer que una situación se les escape de las manos a sus actores. En el fondo, a Böhmerman no hay nada que reprocharle. En todo caso se le puede agradecer que con su “broma tosca” haya mostrado una vez más la rapidez y la sensibilidad con la que se trazan las subjetivas líneas de lo permitido dentro de la libertad de expresión, muchas veces sin haber entendido nada.
Más allá del debate, el hecho de que un humorista parezca amenazar el puente diplomático con Turquía evidencia lo quebradizo que es este y, sobre todo, con cuánto orgullo autócrata, vanidad, arbitrariedad y, del lado alemán, docilidad, está construido. A Merkel, el acuerdo no sólo le costará unos cuantos millones de euros, sino probablemente también su propia imagen dentro de Alemania. Ya lo está haciendo. El 65% de los alemanes desaprueba la reacción de la canciller en el ‘Caso Böhmermann’ y apenas un 28 % la respalda.
El impacto mediático y social ha sido enorme. Mientras tanto, Böhmermann, sorprendido, abrumado, ha preferido no surfear la ola de su nuevo estrellato durante las primeras semanas. Pretende volver a la normalidad: el 12 de mayo reanuda su programa semanal, Neo Magazin Royale. El daño, sin embargo, ya está hecho. Para él y para Merkel. Se lo ha hecho ella misma.
Lo llamó follacabras y aficionado al porno infantil, le reprochó la masacre sistemática de los kurdos, la represión de los cristianos y el énfasis autocrático con el que acordona la libertad de expresión en Turquía. Quería mostrar la diferencia entre parodia e injurias y utilizó un poema lleno de insultos al...
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Laura Alzola Kirschgens
Reportera e investigadora. Migración, educación, discurso y cambio social. Múnich, Hamburgo y ahora, Barcelona. Periodista. Máster en Inmigración por la Pompeu Fabra. Extranjera, como lo son todos en algún lugar
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